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Capítulo 19: Una Cuestión de Semántica

Durante la primera hora de entrenamiento, Rupert se regocijó en la tranquilidad que había en el pequeño gimnasio de la casa. Los dos pilotos habían estado un buen rato trabajando en las cintas de correr, y después habían hecho pesas con la cabeza para ejercitar el cuello. Puede que el entrenador hubiese buscado las actividades que menos atractivas podrían resultar adrede, pero no lo admitiría.

- Hoy es día de pesas y tren superior, Rupertiño - se quejó el español mientras guardaban las pesas.

- Yo ya estoy cansado - bufó Lando por su parte, haciendo reír a los otros dos hombres.

- Bien, pues... 35x5 de flexiones - ordenó tranquilamente.

Sus intentos para que los dos pilotos no se distrajesen mutuamente eran cada vez más desesperados. Si estaban agotados por el ejercicio, no tendrían tiempo de pensar en el sexo... ¿verdad?

- Está bien - asintió Carlos empezando a hacerlo sin poner muchas pegas.

Lando quería morirse. El entrenamiento del mayor era mucho más duro que el suyo. Pero se puso a su lado y empezó a hacer las flexiones sin rechistar.

- Avisadme cuando acabéis - dijo Rupert yéndose del gimnasio de la casa.

Tampoco iba a pasarse tanto rato mirándolos. Con lo que les había mandado, tendría al menos quince minutos de descanso.

¿A quién se le ocurría dejar a un adolescente hormonal y a un hombre buenorro, ambos sudorosos, solos? Sus intentos para mantenerlos alejados mutuamente se irían por la borda más pronto que tarde.

Lando se dejó caer en la esterilla, cansado de hacer flexiones. Ni siquiera había llegado a treinta. Los brazos eran lo que más trabajaba aparte del cuello, pero la idea de hacer tantas flexiones lo agobiaba. ¿Cómo podía Carlos hacerlo tan tranquilamente?

El niño se giró en la esterilla, quedando boca arriba, apoyándose en los codos y observando con atención al mayor. Era todo un espectáculo para la vista.

La camiseta que llevaba se le pegaba a la piel por el sudor y los músculos de sus brazos amenazaban con escaparse de la misma. Venas surcaban la piel trabajada del español y los brazos se veían tan gruesos que sólo apetecía morderlos.

El cuerpo de Lando se traicionó a sí mismo, provocándole una erección en cuestión de segundos. El inglés intento cubrirse disimuladamente, pero el hecho de que había dejado de hacer las flexiones ya había llamado la atención del español.

- Si no aguantas el entrenamiento te puedes ir, Lando, no tenemos que estar juntos todo el tiempo - dijo de forma comprensiva, sonriéndole al más joven, que estaba irremediablemente caliente, y no por el ejercicio.

- También puedo mirar, ¿no? - Murmuró con una pequeña sonrisa.

- Como quieras, pero no te saldrás con la tuya intentando oculta ese delicioso bulto... - comentó Carlos sonriendo de forma pícara.

Lando se sonrojó y sintió cómo su pene se sacudía dentro de la ropa interior. Maldijo interiormente al sexy español y casi gimió al verle quitarse la camiseta.

Como si nada pasara, Carlos regresó a la ardua tarea que Rupert les había encomendado.

A Lando se le hizo la boca agua. Aunque las cicatrices de la espalda del otro eran algo que le daba mala espina, consideraba que, en Carlos, se veían bonitas. Aunque fuesen el recuerdo de algo malo, debía aprender a querer esas marcas, porque formaban parte de su cuerpo. Por eso Lando era el primero en sostener que esas cicatrices eran bonitas, porque si él no amaba el cuerpo del español al completo, ¿quién lo haría?

El inglés se levantó, comprobando si así su excitación era menos obvia. Pero no. Allí seguía el bulto. A veces odiaba ser hombre. A las mujeres no se les notaba si estaban excitadas. Él veía dos músculos y ya tenía que huir.

- Lando - llamó el mayor, dejando de hacer flexiones de nuevo.

Estaba arrodillado, y aquello no podía alterar más al joven.

- ¿Ajá? - Apenas podía pensar, sentía que se quedaría sin sangre en la cabeza en cualquier momento.

- Ven - pidió con suavidad.

Lando se acercó un paso y sonrió angelicalmente.

- Ven - repitió, esta vez en una orden severa.

Obedeció, no le quedaba otra. Sabía que resistirse al mayor sería en vano. Así que se acercó a él, despacio.

Carlos tomó al muchacho por los muslos, acercándole más a él y dejando su cabeza a la altura del bulto del más joven. Acarició las piernas del inglés mientras le miraba directo a los ojos. Lando estaba al borde del desmayo. El español metió su mano en la camisa del pequeño, palpando su abdomen poco definido pero que tanto le gustaba, poniendo a Lando más nervioso de lo que creía humanamente posible. Su mano descendió hasta los pantalones del chico, bajándolos junto con la ropa interior, liberando el miembro del inglés, que palpitaba necesitado.

- Mierda - gimió el chico cuando los dedos de Carlos se clavaron en su piel.

Ni siquiera tuvo tiempo de pensar. El mayor se metió la polla de Lando en la boca sin titubear, y el inglés tuvo que taparse la boca con la mano y morderla para no gritar de placer.

La lengua del español se paseó por toda su longitud, proporcionándole lentas y exquisitas caricias que le hacían jadear. Lando movió sus caderas despacio, empalándose en la boca del mayor, disfrutando de la sensación al máximo. Carlos se encargó de marcar el ritmo, meciendo su cabeza al ritmo que mejor le parecía. Le dió más atención al glande, chupándolo concienzudamente, y con una mano masajeó el resto del miembro.

Lo que Carlos tenía entre las piernas era descomunal, pero Lando no se quedaba demasiado atrás.

Lando se tragaba los gemidos difícilmente, pues la sensación de los labios carnosos del español alrededor de su polla era casi demasiado para él. El placer que le proporcionaba el mayor era algo a lo que aún necesitaba acostumbrarse.

Carlos estaba concentrado en su tarea, disfrutando de la excitación del chico y de los pequeños gemidos que se le escapaban mientras él chupaba y masajeaba su miembro. Sentía que pronto se correría, y no deseaba otra cosa más que sentir el cálido fluido llenarle la boca.

El inglés tiró del pelo del castaño, que gimió por el gesto y se metió el pene del más pequeño más hondo, lo máximo que podía sin sentir arcadas.

- C-carlos... - gimoteó sintiendo el orgasmo tocar a su puerta. Y quería abrírsela, pero era tarea de Carlos hacerlo. - Por favor - rogó desesperado.

El mayor apretó las nalgas del joven, haciéndole embestir contra su boca. Lando hizo lo que se le exigía y en un par de movimientos desesperados más se corrió, llenando al español de su semen. Carlos tragó todo con gusto. El sabor no era delicioso, pero le gustaba.

Lando jadeaba y ahora el que tenía una grandísima erección era Carlos.

El inglés se subió la ropa y sentó a su lado, jadeando, ambos intentando recomponerse. Había sido intenso. Muy, intenso. Lando procuraba no lanzarse al regazo del otro y exigirle que le follara. No quería parar. No le bastaba con correrse una vez. Necesitaba a Carlos dentro de él.

Carlos, por su parte, procuraba calmarse. Rupert regresaría pronto y no quería que los pillara haciendo nada raro.

Justo en ese instante, el entrenador apareció, y se encontró a los dos en sus esterillas, jadeantes y más sudorosos que antes.

- ¿Ya habéis acabado? - Preguntó sorprendido.

- Lando sí, yo no - dijo el español levantándose. Sus pantalones disimulaban la erección bastante.

El inglés se sonrojó. Sabía perfectamente que su queridísimo Carlos no había acabado, y no podía esperar para ayudarle a acabar la tarea. Por si alguien dudaba: no, no hablaban de las flexiones.

- Quién lo diría - rio Rupert. - Ahora un poco de pesas, ¿no?

Los dos se miraron y asintieron. Podían esperar un poco. Tampoco querían ser tan obvios.

Carlos se sentó en el banco de pesas, que estaba listo para ser usado. Lando se puso detrás, para ayudarle en caso de que no pudiera más. Rupert le iba dando indicaciones. Levantó un total de 10 veces la pesa, y Lando no tuvo que ayudarle a poner la pesa en su sitio.

Se turnaron los puestos y Lando contuvo el aliento al darse cuenta lo cerca que tenía la cintura del español de su cara. Sólo pudo levantar la pesa seis veces antes de pedir ayuda al mayor, que le ayudó a devolver la pesa a su sitio.

- El entrenamiento de hoy se me está haciendo demasiado largo - murmuró Rupert mientras la pareja bebía agua. - ¿Qué tal si boxeais un poco y os dejo tranquilos? - Propuso inocentemente.

No sabía lo que estaba haciendo.

Ambos asintieron de nuevo. Cualquier cosa con tal de acabar esa tortura y poder primero ducharse y luego, follar. Puede que no en ese orden. Y puede que no por separado.

Mientras se ponían los guantes y las demás preparaciones, Caco bajó. Esperaba encontrar algún espectáculo divertido, pero se decepcionó al ver que todo estaba normal. Para su suerte, eso cambiaría rápido.

Los pilotos se subieron al pequeño ring que había al fondo del gimnasio y empezaron a dar vueltas en él. Lando no tenía ni idea de boxeo, pero ver a Carlos sin camisa ya le dejaba en demasiada desventaja. El español lanzó varios golpes que dieron de lleno a Lando.

- Cúbrete, Norris - dijo Rupert, distrayéndolo el tiempo justo como para que Carlos le diese otro golpe.

- ¡Eh! - Se quejó el niño frotándose el brazo dañado.

- Tienes que moverte - dijo Rupert.

Lando rodó los ojos y continuó girando a la par que Carlos, que estaba concentrado en aquello. Tenía un plan. Sería trampa, pero no es como si realmente le importase.

Mareó a Lando con un par de golpes aleatorios y lo desorientó hasta conseguir atacarle por la espalda. Asestó un golpe en la espalda del niño, que chilló por el sobresalto y casi cayó de cara al suelo, de no ser por el agarre del español en su cintura. Le aprisionó contra las cuerdas, apretando sus caderas contra el trasero del inglés.

- ¡Así no se boxea! - Bufó Rupert, que empezaba a darse cuenta de lo que pasaba.

- Ay, la hostia - rio Caco viendo la escena. ¿Alguien podía llevarle un cubo de palomitas?

- ¡Carlos! - Chilló Lando, avergonzado, sintiendo la erección del mayor en su trasero.

- Boxear, provocar... Es una cuestión de semántica, chicos - rio el español, besando el cuello del inglés y separándose de él.

Lando quería que se lo tragara la tierra. No podía mirar a los otros dos hombres a la cara. Asesinaría a Carlos, no le quedaba duda.

- Tócate los cojones - bufó Caco. - ¡No espantes a Bambi, que nadie más te aguanta! - Bromeó sonriéndole a su primo.

- Es sólo un juego - respondió encogiéndose de hombros.

- Pervertido - gruñeron los dos ingleses a la vez.

- Ha sido divertido pelear con usted, señor Norris - dijo Carlos guiñándole un ojo al inglés.

- Pelear dice... ¿Subo ahí y peleamos? - Propuso Rupert con diligencia.

- ¿Tú también quieres? - El español alzó las cejas.

- ¡Carlos! - Riñeron los tres a la vez, y acabaron estallando en carcajadas por lo surreal de la situación.

- Necesito un descanso de varios días - murmuró el inglés más joven bajando del ring y quitándose los guantes.

Carlos le siguió e hizo lo mismo, poniéndose la camiseta de nuevo. Se acercó al pequeño y le rodeó la cintura con un brazo, besando su mejilla y haciendo sonrojar al joven. No le daba vergüenza mostrarse cariñoso con Lando delante de Rupert o Caco, pues le confiaría su vida a cualquiera de los dos.

- Awwww, qué lindos - dijo Caco burlonamente.

- Cuando no nos dejen dormir con sus "aplausos" veremos si son tan lindos - bufó el entrenador yéndose del gimnasio.

Rieron sin poder evitarlo y los tórtolos se miraron, sonrientes. Eran un desastre controlado mayormente por las hormonas y el temperamento de ambos, pero funcionaban así, al menos por el momento. Se querían, y eso era suficiente.

Nota de la autora:

No, no sé qué es esto. No, no estoy segura de que el capítulo sea bueno. Sí, sí creo que debo salir más a la calle y no pasarme tardes enteras escribiendo.

Postdata: Hoy no hay postdata, no tengo nada interesante que deciros.

Os ama,

A💛.

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