Capítulo 18: Disimula, Que Se Nota
Normalmente, todo el equipo de McLaren volaba junto, salvo las pocas veces que los pilotos iban en jet privado o viajaban al siguiente destino cuando les fuese más cómodo y oportuno. Aquella vez, Carlos y Lando viajaron solos en un avión normal, porque sabían que los integrantes de su escudería tardarían tres segundos en ver que algo se cocía entre ellos.
Era martes de madrugada cuando subieron al avión, y Lando, cuyo día había sido increíblemente largo y pesado, sólo quería acurrucarse contra Carlos y dormir todo el vuelo. Pero, como pasa cuando mantienes una relación en secreto, las cosas nunca pueden ser tan sencillas.
- Pienso dormir cinco horas del tirón - anunció el inglés dejándose caer en su asiento, mientras Carlos ponía su equipaje menos pesado en el armario de arriba.
- Te apuesto lo que sea a que al final no duermes nada - se rio el otro, sentándose en el asiento contiguo al del joven.
- Calla - bufó el pequeño, sonriendo y golpeando el hombro del mayor.
Se sentaron bien y se pusieron los cinturones mientras escuchaban el típico mensaje por megafonía de la azafata sobre qué hacer en situación de riesgo y esas tonterías que los dos pilotos estaban cansados de oír después de tantos años viajando tanto por todo el mundo.
El español bajó la persiana de la ventana del avión a petición de Lando, y viendo que casi todos dormían, se sintió incómodo ante la perspectiva de que él no tenía nada de sueño. Su cabeza no dejaba de dar vueltas a todo lo que estaba pasando, todo lo que había dicho y hecho desde hacía un día.
Y mientras, Lando, buscaba la postura más cómoda para dormirse, pero bien sabía que su mente no le dejaría dormirse hasta que pudiese sentir a Carlos contra su cuerpo. Podía sonar estúpido, pero era así.
Los dos fueron a hablar a la vez, uno pidiendo permiso y el otro preguntando algo. Las palabras de ambos se perdieron en el aire, mezcladas las unas con las otras. El español asintió con la cabeza para que el niño hablara primero.
- ¿Puedo...? - La vergüenza le impidió seguir. No sabía cómo formular la pregunta, y Carlos tenía verdadera curiosidad por saber qué quería el niño.
- Por Dios, Lando, di lo que sea ya. Me estás poniendo nervioso - dijo el otro con exasperación.
- Olvídalo, es una tontería - murmuró acomodándose de nuevo y cerrando los ojos.
Carlos suspiró.
- Yo también tenía una pregunta, Lando - le recordó con cierta sorna, y el inglés se volvió a poner rojo.
- Te escucho... - respondió sin moverse del sitio.
- ¿Qué harás cuando lleguemos a Woking? Vives con Max - la pregunta fue directa y a ojos de Lando, declaraba abiertamente que el español no lo quería cerca del otro británico.
Había algo en esa forma de estar celoso que a Lando le hacía gracia y le satisfacía también. Era su forma de saber que sí le inportaba al mayor.
- Me quedaré en un hotel, supongo - dijo sin darle mucha importancia.
- Yo... Quería que te quedaras conmigo - confesó el de ojos cafés, haciendo que el inglés abriera los ojos y se girase hacia él abruptamente.
¿Había oído bien o tenía los oídos llenos de cera?
- ¿D-de verdad? - Tartamudeó, incrédulo.
- Sí... Vivo con Caco y Rupert, como ya sabes, pero a ellos no les molestará - explicó tímidamente.
Temía estar haciéndolo mal, pero trató de ignorar la voz de su cabeza. Nunca había tenido una relación normal, hacía años que no se enamoraba de nuevo; no tenía forma de saber cuándo se equivocaba y cuándo no. Pero la idea de que Lando viviese bajo el mismo techo que el puto rubio le crispaba los nervios. Haría cualquier cosa con tal de que los ingleses no se vieran, al menos por un tiempo.
- Pues si a ellos no les importa, me quedaré - asintió el pequeño de cabello rizado, sonriendo levemente y disimulando la euforia que sentía en su interior.
No podía creérselo. ¡Carlos le acababa de invitar a dormir a su casa! Y durante un tiempo indefinido, pues no sabía qué haría con Max. Quería hablar con su amigo y aclarar las cosas, no desperdiciar esa bonita amistad, pero quería disfrutar primero de su español. Lando pensaba que merecía poder ser feliz con la persona de la que estaba enamorado durante algún tiempo antes de que lo trajeran de nuevo al mundo real a la fuerza. Pensaba disfrutar su tiempo con el español al máximo, y cada segundo que estuviesen juntos debería valer la pena.
- Vale - asintió Carlos, feliz de que al pequeño le pareciese bien la propuesta.
- Vale - le imitó el chico, volviendo a su incesante tarea de intentar dormir.
Los minutos transcurrieron en completo silencio, Lando dando vueltas sin poder dormirse y Carlos escuchando música mientras leía un libro. A pesar de estar inmserso en las melodías de las canciones y las palabras del libro, no se perdió la forma en que el joven se resolvía en su asiento nerviosamente, sin saber cómo ponerse. Miró los asientos de atrás, comprobando que no había nadie detrás de ellos, y dándole a la palanca para reclinar los asientos, hizo que ambos respaldos se echaran hacia atrás.
Lando se sobresaltó y se agarro al asiento, y Carlos rio suavemente al ver su expresión de susto. El inglés se sonrojó y cerró los ojos con fuerza, como si así evitase el ridículo que creía que hacía. El español, dejó el libro a un lado y se acostó bien en el asiento, tirando de Lando para poder estar todo lo juntos que aquellos sitios de primera clase les permitían. El pequeño apoyó su cabeza en el hombro de Carlos, aspirando el dulce aroma que desprendía la sudadera del español, y sonrió sin darse ni cuenta.
- Ángel - llamó en un susurro el mayor.
- ¿Sí?
- Disimula, que se nota - dijo en voz muy baja, haciendo sonrojar de nuevo al británico.
- Déjame dormir - replicó acurrucándose lo más posible contra el español.
Carlos sonrió también, sintiendo los rizos del inglés en su cuello de forma reconfortante.
Volvió a darle al play a la música, escuchando con atención esas letras bobas de amor que hacía años que no disfrutaba. Por fin había vuelto a encontrar la magia en esas canciones de enamoramientos. Por fin podía sentirse identificado con las palabras que se cantaban en ellas.
La vida, le sonreía después de 10 años de casi completa oscuridad.
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Rupert miró a la pareja entrar en la casa a través de la ventana, flipando en colores.
- ¿Soy yo o...?
- Sí, es Lando - se apresuró a contestar Caco, riendo. - No estamos locos, es... real.
- Me siento como si hubiera visto un unicornio - dijo Rupert, tan serio e impresionado que sus palabras podrían ser totalmente sinceras y sin un ápice de sarcasmo.
Caco rio a carcajadas mientras vaciaba la cafetera en su vaso, esperando a que las tostadas estuviesen listas. Rupert le dio un último bocado a su desayuno súper sano que estaba francamente asqueroso cuando la pareja ingresó en la cocina, ya sin las maletas (que seguramente habían dejado en la entrada).
- Buenos días - saludó Carlos con aire taciturno pero con una sonrisa bobalicona en el rostro.
- Buenas mañanas, caballeros - saludó Caco, animado y más alegre de lo normal en él.
Lando se limitó a saludar con la cabeza y esconderse detrás de su español. Conocía perfectamente a ambos hombres, pero era raro encontrarse en esa situación. Lo normal era verlos en el paddock o con Carlos como compañeros de trabajo, no como los compañeros de piso de su... Su Carlos.
- ¿Qué tal el vuelo? - Inquirió Rupert, estudiando al pequeño en detalle.
Le gustaba para Carlos, era bueno y gracioso, algo tímido, pero dulce y adorable. Contrastaba con la presencia imponente y seria del español, y eso era exactamente lo que le gustaba de ellos dos; eran muy distintos, aunque tenían algunas cosas en común.
- Bien - respondió Carlos sentándose en la silla que había junto a la isla de la cocina.
Lando se sintió desnudo sin el roce del español, y se quedó de pie, mirando nerviosamente a su alrededor. Parecía un cervatillo sin su madre. Eso pensó Caco.
- Dile a Bambi que se siente - rio Caco, dándole un sorbo al café.
Carlos no tomó aquella broma bien, pues fulminó a su primo con la mirada. Le gustase o no, ese humor y ese tipo de bromas eran la forma de demostrar cariño de Oñoro. Y le tenía mucho cariño al pequeño inglés. Cualquiera que hiciera feliz al cabezota de su primo, se merecía un hueco en su corazón.
- Lando, puedes sentarte - murmuró Carlos, algo abrumado por la situación pero tratando de llevarlo con calma.
El inglés se sonrojó y se sentó a su lado, deseando que se lo tragara la tierra. Quería estar con Carlos, pero la resultaba incómodo estar bajo la atenta mirada de los otros dos hombres. Rupert seguía mirándolo con atención, juzgándole con la mirada, pero positivamente. Rupert pensó que tal vez era más joven de lo que sería conveniente, aunque tampoco es que importase.
- ¿Habéis desayunado? - Preguntó Rupert apartando la mirada del pequeño cuando vio cómo Carlos le lanzaba puñales con los ojos.
- Sí, antes de venir hemos parado en un Starbucks - respondió esta vez Lando, sacando valor de quién sabe dónde.
- Bien - murmuraron Rupert y Caco a la vez.
- Bien - asintieron los otros dos.
La comodidad brillaba por su ausencia, pero el teléfono de Rupert sonó, así que salió de la cocina excusándose para responder la llamada, y justo en ese momento Caco decidió que tenía que ir al baño.
En la cocina se volvió a respirar aire tranquilamente. La pareja se miró, y se echaron a reír. Lo absurdo y cómico de la situación era tan obvio que no pudieron hacer otra cosa que reír.
- Eso ha sido...
- Incómodo - finalizó el español, sonriendo.
- Sí, mucho. Tu entrenador me miraba raro - rio el pequeño.
- Caco te ha llamado Bambi - rio el otro.
- Bueno, mi madre está viva - bromeó Lando, sin dejar de sonreír.
Carlos rio y se levantó para servirse agua. Estaba sediento. Se bebió todo de un trago y se giró para ver al inglés.
- ¿Quieres?
El niño asintió y observó al español con atención y adoración. Era tan guapo, tan atractivo, tan hermoso, tan... Tan Carlos Sainz. Era perfección lo mirases por donde lo mirases. Bueno, cuando se reía ponía caras raras, y su risa sonaba como si estuviesen estrangulando a un elefante, pero a Lando le gustaba pensar que era parte de su encanto.
Carlos se acercó a Lando para darle el agua, pero cuando el inglés intentó coger el vaso, el español lo alejó.
- Ey - se quejó alargando el brazo, pero Carlos lo alejó más.
- Primero, dame un beso - pidió el mayor con una sonrisa pícara.
Lando frunció el ceño, como si le molestase la idea. Pero no le molestaba, ni mucho menos. Estaría encantado de darle todos lo besos que pidiese, incluso a cambio de nada.
Se acercó un poco más al español y besó la comisura de sus labios suavemente, con dulzura y con esa adorabilidad que sólo podía poseer alguien tan lindo como lo era Lando.
Ambos sonrieron tontamente, y Carlos le entregó el vaso al pequeño, que bebió tranquilamente mientras el otro observaba.
- Carlos, ¿vamos? - Rupert irrumpió en la sala, cortando el momento, y el nombrado se giró para mirar a su entrenador.
- ¿No me puedo escaquear hoy? - Se quejó Carlos infantilmente.
Quería quedarse con Lando, no quería entrenar. Estaba cansado del vuelo y no podía esperar a tocar la cama y dormirse, a ser posible con el pequeño Norris entre sus brazos.
- Puede venir - sugirió el entrenador, sonriendo mientras miraba al inglés.
El español miró a Lando con ilusión en los ojos. Se le haría menos pesado el entrenamiento si el pequeño le acompañaba. El inglés no pudo negarse al ver cómo Carlos le miraba.
- Por mí está bien - sonrió mirando al español.
Si no fuese porque Carlos era un adulto (o se suponía que lo era), se habría puesto a dar saltitos de felicidad. Pero se comportó, sonrió y acompañó a Lando hasta la habitación que compartirían para cambiar su ropa por otra más adecuada para entrenar.
Caco regresó a la cocina y se encontró a Rupert solo.
- ¿Y los tórtolos?
- Han ido a cambiarse, vamos a entrenar - informó el otro mirando su teléfono.
Caco rio.
- ¿Eres consciente de que va a ser como entrenar a dos adolescentes? - Bromeó el español, pero sin mucha mentira en sus palabras.
El entrenador frunció el ceño.
- ¿Por qué?
- Como si no conocieras a Carlos... Y ya has visto a Lando, en cuanto vea a Carlos hacer una flexión empezará a hiperventilar - sus carcajadas llenaron la cocina, y Rupert se le sumó.
- Tampoco le culpamos, más de una se desmayaría ante la vista - comentó el inglés, rodando los ojos.
- Suerte con la pareja hormonal, colega - se despidió Oñoro entre risas cuando Rupert iba saliendo de la cocina.
El inglés rio y negó con la cabeza. Le esperaba una mañana muy entretenida, eso sin duda.
♤
Nota de la autora:
Holiwis, ¿qué tal? Espero que bien. Yo bien, por si os interesa.
Un poco agobiante lo de buscar tiempo para escribir, pero bueno, lo importante es que saco tiempo y lo disfruto.
Ojalá os haya gustado mucho, a mí este me ha encantado <3.
Postdata: Morat saca canción, así que me desaparezco hasta mañana ✌️😗.
Os ama,
A💛.
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