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Capítulo 15: Concurso de Estupidez

Lando rio por las cosquillas provocadas por el mayor y pataleó, risueño.

- ¡Carlos, para! - Pidió entre carcajadas incontrolables.

- ¿Por qué? - Replicó el moreno, sin dejar de hacerle cosquillas.

- Porque... - su frase se vio interrumpida por más risas y el español se unió a él inevitablemente.

Ambos reían felices, a gusto, sintiéndose completos. Carlos parecía haber olvidado sus problemas, simplemente estaba embriagado por Lando, que le hacía la vida menos dolorosa y calmaba sus pensamientos negativos. Nada malo había cruzado su mente en horas.

- ¡Me voy a ahogar de risa! - Se quejó Lando zafándose del agarre del mayor, poniéndose encima de él.

- Pues deja de reírte - respondió Carlos con obviedad.

- Estás muy gracioso, ¿eh? - Dijo Lando en tono irónico.

- Puede ser - el español se mordió el labio para no reírse y puso sus manos sobre los muslos desnudos de Lando, que estaban a cada lado de su cintura.

El inglés se estremeció por el roce y el gesto le hizo acordarse de la situación tan embarazosa en la que estaban. Se sonrojó y miró con apuro al español, que rio una vez más y se sentó con la espalda apoyada en el cabecero de la cama, aún con el británico en su regazo.

- ¿A qué viene esa cara? - Preguntó, refiriéndose al sonrojo y los ojos muy abiertos del joven.

- Ehm... - miró hacia abajo y enseguida se arrepintió, mirando hacia arriba de nuevo. No veía conveniente mirar el miembro de Carlos mientras le hablaba. - Estamos desnudos - murmuró avergonzado, y Carlos frunció el ceño.

- Qué observador, ¿acaso estoy frente a Sherlock Holmes? - Se burló el de ojos cafés.

- Idiota - bufó el pequeño, golpeando suavemente el pecho de Carlos. - Recuérdame porque esto no podría ser siempre así - murmuró cambiando de tema drásticamente y sintiendo cómo la amargura colmaba sus palabras.

Carlos suspiró y acarició los muslos del inglés, subiendo sus manos hasta su cintura y bajando hasta su trasero para luego regresar a los muslos.

- Carlos - llamó el muchacho, agarrando las manos de su compañero de equipo. - Dame un motivo razonable y te dejaré en paz.

- No puede ser porque no, Lando, y punto - respondió de forma cortante.

- No, eso no es un motivo razonable - se quejó el niño. - Dime qué te impide quedarte, o al menos qué te impide irte - rogó desesperado.

Necesitaba saber por qué la cabeza del español estaba hecha un lío, tratar de comprenderle para intentar ayudarle. Pero como siempre, Carlos no ponía de su parte. Era difícil sonsacarle información, y lo que no sabía Lando era que con él hablaba mucho más fácilmente que con cualquier otra persona.

- Tú - murmuró el mayor.

- ¿Yo qué?

- Tú me impides irme y a la vez quedarme - explicó vagamente, y Lando frunció el ceño.

- No lo entiendo...

- Joder, Lan, no puedo alejarme de ti, literalmente no puedo, pero no puedo quedarme, al menos si no quiero hacerte daño. ¿Entiendes? - Dijo con exasperación.

- ¿Por qué me harías daño? - Quiso saber Lando, que no podía dejar las cosas estar; su curiosidad le impedía quedarse así.

- Estoy jodido y no quiero meterte en mi mierda - respondió Carlos suspirando.

- ¿Y si me da igual y quiero ayudarte? - Inquirió en respuesta, enarcando una ceja.

- Pues yo no quiero que me ayudes - gruñó Carlos quitándoselo de encima bruscamente y levantándose para empezar a vestirse.

- ¿Qué haces? - Preguntó confuso, viendo cómo el hombre del que estaba enamorado se vestía furiosamente.

- Me voy.

- No, no te puedes ir. Has venido y ahora no puedes huir - se quejó el inglés.

- Sí que puedo y es justo lo que voy a hacer - replicó sin mirarlo a los ojos.

- Eres un puto cobarde, Carlos - gruñó el menor, levantándose y poniéndose algo de ropa antes de ponerse cara a cara con el español. - Los dos sabemos que acabarás volviendo.

- Lando, tú no tienes ni idea de donde te estás metiendo. No te conviene tenerme cerca...

- ¡Me da igual! ¿Te lo digo de otra manera? Me la suda, me importa un carajo, me la pela, me la repampinfla. Quiero estar contigo y tú conmigo, deja de darle vueltas a la cabeza, joder - lo que empezó como un grito, acabó en casi un susurro.

Un nudo se formó en la garganta de Lando y las lágrimas se agolparon en sus ojos, deseosas por salir.

- Por mucho que grites no vas a cambiar nada - dijo el español, con la mirada perdida y su máscara de frialdad puesta.

Las lágrimas salieron de sus ojos a borbotones, y no pudo frenar el sollozo que se le escapó. Otra vez había caído, otra vez creyó que estaba cerca de convencer a Carlos y otra vez le había partido el corazón.

Carlos no soportaba verlo llorar. Quería hacer de todo menos irse, pero era lo mejor para los dos. Lando no se merecía tener que lidiar con él, con sus traumas. Esos eran sus problemas y no quería al pequeño involucrado en ellos. Así que sin mirar al inglés caminó hasta la puerta y cuando su mano tocó el pomo, Lando habló dejándolo paralizado.

- Te quiero, Carlos. Y si significo realmente algo para ti te quedarás conmigo. Demuéstrame que me quieres, no te vayas... - rogó con la voz quebrada, interrumpiendo sus palabras por pequeños sollozos.

El español suspiró y soltó el pomo de la puerta. Cuando se giró, Lando lo miraba expectante, con los ojos rojos y el labio temblándole. Había llegado a un punto en el que no sabía si hacer aquello le dolería menos que darse cuenta por sí mismo de que el de ojos cafés era un completo desastre.

- Si me voy es porque me importas, Lan - susurró abatido.

- Eres un puto mentiroso - gruñó llevándose las manos a la cabeza y revolviéndose el pelo, furioso e impotente.

- Lando... - intentó acercarse pero el pequeño retrocedió.

- Vete. Ahora el que quiere que te vayas soy yo. ¡Lárgate!

- Por favor - rogó volviendo a acercarse, pero Lando le miró con tanta rabia en los ojos que retrocedió.

- Puedo soportar que me trates como a una mierda. Puedo soportar que me folles y luego huyas. Pero lo que no puedo ni quiero soportar es que digas que lo haces por mí, ¡porque lo haces por ti, maldito cobarde egocéntrico! - Chilló dándole un empujon. - ¡No te importo una mierda, admítelo de una vez! - Reclamó dándole otro empujón que le hizo retroceder un par de pasos.

- Lando, será mejor que te calmes - dijo Carlos con el corazón en un puño.

- ¿Que me calme? ¿En serio me estás diciendo que me calme? - Murmuró apretando los puños con fuerza.

Quería golpearle. Y a la vez, quería besarle. Quería declarar al español como suyo y olvidarse de todos los problemas, simplemente quererle y que fuese mutuo. Pero no parecía dispuesto a ceder.

- Lo siento mucho, Lan - susurró Carlos, que sentía sus cicatrices arder, como siempre lo hacían cuando se sentía miserable.

- Vete - repitió el inglés, apretando la mandíbula. - Y como vuelvas, como te acerques a mí otra vez, te juro que te doy una paliza - amenazó, tan enfadado con él y consigo mismo que apenas sabía lo que decía.

Estaba cabreado, muy cabreado, y aunque diez minutos después se le pasara el enojo y viese lo estúpido que había sido, en ese momento no le importaba. No quería ver más al español y lo decía en serio. Estaba harto de que le diese falsas esperanzas y se las creyera como un idiota.

Y Carlos obedeció. Se fue y dejó sólo al británico con su corazón roto y su enfado. Se sentó en la cama, con los ojos llenos de lágrimas, y pasó la mano por las sábanas. Hacía tan sólo media hora, Carlos le había hecho el amor, le había hecho sentir especial, le había besado con tanta dulzura que parecía irreal. Y se acabó. La había cagado de nuevo. Lando no entendía qué había en la cabeza del español, qué le impedía que aquello fuese siempre así. El español estaba enamorado del pequeño, era más que obvio, o al menos Lando lo sabía, y por eso le jodía tanto ver cómo huía.

Se acostó en la cama, haciéndose un ovillo entre las mantas y llorando amargamente. Era la segunda vez que confiaba en Carlos y la segunda vez que le fallaba. Pero dolía un poco menos que la vez anterior, pues no le sorprendió la huída del mayor. Le dolía y se negaba a aceptarlo, pero ya se lo imaginaba.

El teléfono de Lando vibró en la mesita de noche. Lo miró, limpiándose las lágrimas y sorbiendo los mocos. Eran mensajes de Charles.

Charles: Deberías venir
Charles: Tu amigo y Carlos han montado un concurso de estupidez
Charles: Creo que va ganando Carlos
Lando: No estoy para gilipolleces
Lando: ¿Qué pasa?
Charles: Se están peleando y no me pienso meter
Charles: Estamos en el hall del hotel

El corazón de Lando se aceleró, presa del pánico. Sólo podía pensar en que se iban a hacer daño, seguramente por su culpa.

Salió de la habitación y bajó las dos plantas que lo separaban del hall, corriendo tan rápido que cuando llegó al sitio estaba jadeando. Cuando vio a sus amigos (si es que se les podía llamar así) peleándose su estómago dio un vuelco. Quería vomitar. Se sintió tan mal que por poco tuvo una arcada.

- He intentado detenerlos - dijo Charles poniéndose a su lado.

Tenía una mejilla colorada, así que el inglés pudo imaginarse qué había pasado.

- Lo siento mucho, Charlie - se lamentó, con un nudo en la garganta.

- No pasa nada. Sepáralos antes de que se maten - hizo un ademán de cabeza hacia el dúo de boxeadores improvisados y el pequeño inglés suspiró.

- ¡Parad! - Gritó firmemente, acercándose a ellos.

Carlos fue el primero en reaccionar. Giró su cabeza hacia su querido británico y se detuvo de lo que estaba haciendo: defenderse de Max, que a pesar de no ser tan grande, era bastante fiero. Pero el contrincante inglés no se detuvo. Aprovechó la distracción del español y le asestó un golpe en la cara. Carlos se tambaleó y cayó de culo al suelo. No vio venir el golpe.

- ¡Max, para! - Chilló Lando apartando al otro inglés de un empujón y agachándose para examinar el rostro del mayor.

Y el rubio lo supo. Supo que su mejor amigo siempre elegiría al maldito español. Se imaginaba que él sólo había sido una distracción para Lando. Y le dolió. Le dolió haber sido utilizado. Pero a diferencia de su amigo, él no volvería arrastrándose. Le había hecho daño y difícilmente se lo perdonaría. Porque Lando era idiota en una cosa: aunque Carlos le dañara, siempre volvería a él.

- ¿En serio prefieres a ese idiota antes que a mí? - Preguntó el rubio, incrédulo y dolido.

Lando, que se estaba asegurando de que el español estuviese bien, miró a su amigo.

- Lo siento mucho, Max...

- No, yo lo siento, porque te está destruyendo y no lo quieres ver - replicó con una sonrisa amarga.

Se fue, y Lando tuvo que respirar hondo para no perder los nervios. Tal vez Max tenía razón. Pero quería a Carlos, y por mucho que detestara al español en ese momento preciso, verle con el labio, la mejilla y la ceja sangrando no le hacía ninguna gracia.

- ¿Estás bien? - Inquirió el inglés en voz baja, tomando el rostro del español entre sus manos.

- Sí, descuida... - se levantó tambaleándose y Lando hizo lo mismo, ayudándole. - Que conste que no le he dado una paliza porque sé que te importa - bromeó sonriendo, y Lando rodó los ojos.

- Ya, claro. Sois idiotas, los dos.

- ¡Empezó él! - Se defendió Carlos.

- Eso sí es cierto - afirmó Charles, acercándose a ellos. - Deberías curarte esas heridas, Sainz.

- Calla, Leclerc - bufó el español.

- No seas borde, he venido porque él me lo ha dicho - le riñó Lando.

- Suerte, tortolitos - sonrió el monegasco, yéndose de allí.

Carlos y Lando se miraron, y aunque la decepción era clara en los ojos del inglés, la pequeña sonrisa en los labios del español hicieron que el más joven suspirase, derrotado.

- Vamos a ir a mi habitación, te voy a curar, y te vas - dijo Lando con seriedad.

Carlos asintió y miró al ojiverde. Era tan hermoso incluso enfadado. Le gustaba mucho y apenas empezaba a admitirlo. Tomó la mano del inglés y caminaron hasta el ascensor. Aunque le dolía el torso, donde había recibido varios puñetazos, fingió para no preocupar a Lando.

El inglés tuvo que fingir que su corazón no se aceleró cuando sus manos se unieron. Odiaba que su cuerpo siguese reaccionando así al español después de todo. Se odiaba a sí mismo por no ser capaz de detestar al español.

Y por mucho que lo intentaran, era imposible que se separasen. Eran, sencillamente, inevitables.

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