Capítulo 14: Idiota
Cuando salió de la ducha, no supo qué hacer. Tenía que salir del baño en algún momento y enfrentar a Max. Pero, ¿cómo? Sencillamente, no podía. No era capaz, siendo exactos.
Se anudó la toalla a la cintura y salió del baño, encontrándose a su amigo acostado en la cama, tapado de cintura para abajo con las sábanas y mirando despreocupadamente su teléfono. Alzó la mirada al escuchar la puerta del baño abrirse, y sonrió como un bobo al ver a Lando. Estaba realmente enamorado de su mejor amigo.
Y Lando era un imbécil por hacer hecho aquello. Podría intentar algo con Max, pero no acostarse con él sin más. Y aún así, era demasiado pronto. El español estaba aún muy presente en los pensamientos del británico como para poder centrarse en otra relación. Empezó a coquetear con Max sólo por poner celoso a Carlos. Dios, había sido tan imbécil... No podía creerlo. Quiso culpar al alcohol, pero sabía que un par de copas no podían quitarle la razón lo suficiente como para hacer eso sin ser consciente de ello.
- Buenos días, Lan - saludó Max, que no notaba la incomodidad y culpabilidad de su amante.
Lando se sentía cohibido por la situación. No podía sonreírle a Max sin más y fingir que todo estaba bien. No lo estaba. Lo veía sólo como a un amigo, nada más. Y deseó que Max le gustara, aunque sólo fuese una cuarta parte de lo que le gustaba Carlos. Pero, ¿a quién quería engañar? El español era el único que ocupaba sus pensamientos durante el día y sus sueños en la noche.
- Buenos días - murmuró el inglés sin atreverse a mirar a su amigo a los ojos.
- ¿Vienes? - Preguntó el otro dando palmadas en el hueco libre de la cama.
Lando miró con recelo el sitio que le señaló. No sabía qué hacer. No podía decirle a Max que todo fue un error, por muy cierto que fuese. Así que caminó con cautela hasta llegar a la cama y, sin quitarse la toalla, se sentó junto a Max, que le miraba con adoración. El rubio no podía estar más encantado de que sus sueños por fin fuesen realidad. Qué equivocado estaba.
- Eres precioso, Lando - murmuró Max, acariciando la mejilla del nombrado, que se ruborizó y apartó la mirada, incómodo.
No obtuvo respuesta. Notó que algo le pasaba a Lando, y pensó que tal vez le ocurría lo mismo que a él: no sabía cómo actuar después de tantos años de amistad. Así que hizo lo que pensó que le ayudaría a soltarse y aliviarse. Lo besó. Con cuidado y ternura. Pero no fue correspondido. Lando cerró los ojos y dejó que su amigo le besara, no se apartó, pero no seguiría dándole alas. Cuando Max se apartó de Lando, la confusión era visible en su rostro, mientras que la cara del niño era de puro arrepentimiento.
Ambos abrieron la boca para hablar, pero ambos fueron interrumpidos por unos toques en la puerta.
Lando se giró enseguida para mirar, y se puso nervioso sólo de pensar que podrían pillarlo con Max ahí. Quiso decirle que se escondiera, pero no quería ofenderle más aún, así que suspiró, se armó de valor y se levantó de la cama para abrir.
Se arrepintió del mismísimo día en que nació. Nada más ni nada menos que Carlos Sainz se encontraba al otro lado de la puerta. El español, que por primera vez (tratándose de Lando) iba con buenas intenciones, se quedó bastante sorprendido con la imagen del chico, que tan sólo iba cubrido por una toalla.
Había intentado dormir, pero había fracasado por culpa de su conciencia, que no dejaba de recordarle lo mal que había tratado a Lando y lo idiota que era. Por eso estaba en su puerta; para pedirle perdón y que la puta voz de su cabeza lo dejara tranquilo de una vez por todas.
- ¿Lando? - Murmuró realmente confuso.
- Me pillas en mal momento, Carlos - susurró el inglés manteniendo la puerta lo más cerrada posible para que el español no alcanzara a ver el interior de la habitación.
- ¿Por qué? ¿Necesitas ayuda con algo? - Inquirió preocupado.
¿Qué mierda hacía? Tenía que alejarse del puto británico. A-le-jar-se. No aprovechar la más mínima interacción para estar cerca suyo. Aquello no estaba saliendo como él quería. Pero la proposición salió de su boca antes de que pudiera pensarlo siquiera.
- Joder, Sainz - gruñó cerrando los ojos. - Literalmente puedes venir a molestarme cuando quieras, pero justo ahora no.
- Lando, ¿qué pasa? - Max habló desde dentro, y cuando el inglés se giró para mirar, vio a su amigo de pie y medio vestido.
- ¿Quién hay ahí? - Bufó Carlos, sintiendo cómo la ira se iba apoderando de él con antelación.
- Nadie - mintió Lando, sintiendo su corazón golpear su pecho bruscamente.
Todo se estaba saliendo de control demasiado rápido. Y aunque intentó cerrarle la puerta en las narices a Carlos, no tuvo tiempo. El español empujó la puerta hasta abrirla por completo, pudiendo ver a Max con apenas un bóxer, unos calcetines y una camiseta. Carlos se puso, como dirían en España, de muy mala leche. Si no fuese porque Lando estaba en medio, habría asesinado al rubio ahí mismo.
- ¿Qué hace este aquí? - Preguntaron los dos a la vez, Max y Carlos, uno confuso y otro muy muy enojado.
- Ehm... Yo... - Lando miró a uno y a otro.
No sabía en qué momento había pasado de ser el chico invisible al que nadie hacía caso a ser el culpable de una especie de triángulo amoroso de pacotilla.
Max se acercó a su mejor amigo e intentó rozarle el brazo, pero Lando se apartó de forma abrupta. Carlos tuvo que fingir que aquello no le hizo mínimamente feliz. Estaba seguro que si fuese él el que intentaba tocarle, no se apartaría. Pero se recordó a sí mismo las circunstancias en las que estaban y su enfado volvió con fulgor.
- Lando - el susurro de Max fue casi imperceptible, pero iba cargado de dolor y confusión.
¿Qué estaba pasando? Porque aunque el rubio no estaba al tanto de nada, acababa de convertirse en una víctima más de aquella guerra entre los dos pilotos de McLaren. Porque era eso, una guerra. Porque al igual que las guerras, sucedía porque no eran capaces de hablar las cosas como personas normales. No. Era más sencillo intentar joder al otro. Era un gesto idiota, pero tal vez ellos lo eran.
- Vete, Max, ya hablaremos - respondió Lando sin tener los cojones de mirarle a la cara mientras le decía aquello.
La tensión podía cortarse con un cuchillo y, en silencio, el rubio cogió sus cosas y se marchó, con la cabeza echa un lío y el corazón hecho jirones.
Cuando el otro inglés desapareció por el pasillo, Lando suspiró y se adentró en la habitación, gesto que Carlos tomó como una invitación para entrar.
- ¿No tienes nada que decir? - Dijo el español en tono demandante, cerrando la puerta a su espalda.
- No sé qué esperas de mí, Carlos. No somos nada, no puedes reclamarme nada - se apresuró a decir Lando, que se sentó en la cama, dándole la espalda al otro piloto.
- O sea, que te has acostado con él - acotó con furia en la voz.
Sabía que no podía reclamarle nada, pero su enfado era el mismo. Estaba celoso y ya no haría nada para ocultarlo.
- Sí, Carlos, lo he hecho - asumió Lando tapándose el rostro con las manos. - No dejo de cagarla - murmuró sintiendo las lágrimas a punto de escaparse de sus ojos.
- ¿A qué te refieres? - Inquirió Carlos con verdadera curiosidad.
Entendía perfectamente el grandísimo error que había sido que esos dos se acostaran, pero ¿qué más había hecho Lando que fuese reprochable?
- Me he enamorado de un gilipollas, le he dado mi virginidad, he dejado que me rompa el corazón y ahora lo he pagado con mi mejor amigo. ¿Eso no es cagarla, Carlos? - Explicó Lando con voz temblorosa y rabia y dolor acumulados en sus palabras.
La pequeña confesión de Lando le hizo sentir un nudo en la garganta a Carlos. Fingió que no le afectó, como siempre, y simplemente se sentó junto al inglés.
- Todos nos equivocamos - dijo el español, pensativo.
- ¿No vas a intentar defenderte o excusarte? - Quiso saber Lando, extrañado por las palabras del otro.
- Soy un monstruo, te lo llevo advirtiendo desde hace mucho. No me voy a intentar defender - respondió simple y llanamente.
- Y aún así me partiste el corazón - replicó Lando, frunciendo el ceño. - ¿Por qué no me frenaste? Me advertiste, pero dejaste que me metiera en la boca del lobo - acusó el inglés mirándolo a los ojos, pero la mirada del español estaba perdida en algún punto de la habitación.
- No lo hice porque no era capaz, Lando. Créeme que intenté sacarte de mi cabeza, pero era imposible...
- ¿Lo "era" en tiempo pasado o lo "es"? Porque no paras de intentar que te odie pero acabas volviendo aquí - reprochó el más joven, mirando a Carlos con ojos llorosos.
- Lo es. Por eso he venido, para pedirte perdón y que la puta voz de mi cabeza se calle - confesó mirando al suelo.
- Vienes para pedirme perdón, pero no porque lo sientas, si no para sentirte mejor contigo mismo. Muy bonito, Carlos - dijo con sarcasmo, rodando los ojos.
- No quería decir eso, y lo sabes. Lo siento mucho de verdad y literalmente no soportaba no pedirte disculpas. Perdóname, Lando - rogó girándose para ver al inglés.
- Vete a la mierda - es la única respuesta que recibió.
Las palabras fueron como una patada en el estómago del español. ¿Qué le había hecho al adorable y tierno Lando?
- Lando...
- No. Cállate. No quiero escucharte - gruñó sin mirarlo. - Sólo quiero un poco de silencio - suspiró y cerró los ojos, respirando profundamente, y por algún motivo que incluso Carlos desconocía, él hizo lo mismo.
Durante unos minutos, la habitación permaneció en absoluto silencio. Los dos dejaron que la calma se apoderara del momento, dejándose tener un poco de paz. Sorprendentemente, pudieron mantener sus mentes en blanco, sin pensamientos abrumadores que les molestasen. Sólo paz y calma.
Eran sólo ellos dos respirando tranquilamente en la habitación de un hotel. Sin complicaciones. Y por estúpido que pareciese, fue de mucha ayuda para calmar los humos.
- Perdón por hablarte así, Carlos - murmuró Lando al fin.
- Me lo merezco - replicó Carlos mirándolo. - Perdón por tratarte tan mal.
- No pasa nada. Estaba avisado, fue mi culpa - respondió encogiéndose de hombros.
- Pero es mi culpa no poder alejarme de ti - insistió el español.
Habían pasado de echarle la culpa a otro a pelearse por ser ellos mismos los culpables. No tenía sentido, pero el gesto era bien intencionado.
- Si no puedes alejarte, no lo hagas - propuso Lando, mirando a Carlos.
Sus ojos se cruzaron y ambos sintieron mariposas en el estómago. Era mutuo, y aunque Carlos no lo admitiera, Lando ya lo sabía.
- ¿Quieres que me quede contigo después de lo que dije anoche? - Inquirió el mayor frunciendo el ceño.
- Sé que no es verdad. No serías capaz. Por muy capullo que seas... - ambos rieron un poco y Carlos suspiró.
- Me tienes en demasiada buena estima - señaló Carlos.
Pero se equivocaba. Lando podía ver más allá de lo que el propio español veía en sí mismo. Lando podía ver sus virtudes más allá de sus defectos. Lando veía todo lo bueno de Carlos, cosas que la mayoría no podía ver.
- O tú tienes muy poca autoestima - dijo Lando, tomando la mano de Carlos con cautela, con miedo a que el hombre se asustara por el gesto cariñoso.
- Te mereces algo mejor - insistió Carlos.
- Deja que decida eso por mí mismo.
El mayor miró derrotado al pequeño inglés. Muy en el fondo, quería lanzarse a sus brazos y colmarlo de amor, pero las cosas no podían ser tan fáciles. Siempre tenía que haber más sentimientos de por medio, estropeándolo todo.
- No puedo, Lando. No puedo hacerte eso - negó el español levantándose.
Pero Lando no se daba por vencido. Por fin estaba logrando avanzar con Carlos, por fin estaba pudiendo ver sus debilidades y sus sentimientos. Estaba consiguiendo que se abriera a él, y no podía dejarlo ir, no en ese preciso instante.
Se levanto y agarró del brazo al español, tirando de él hacia su cuerpo. Quedaron frente a frente, mirándose a los ojos. Estaban tan cerca, sus respiraciones tan nerviosas y sus ganas tan altas... Extinguieron toda distancia entre ellos en un acalorado beso, sin importarles lo demás. Siempre había tiempo para preocuparse.
Los labios de Carlos tomaron el control, como siempre, dominando al más pequeño. Sus manos fueron a parar la cintura de Lando, quitándole la toalla para tener al inglés a su completa disposición. El joven se aferró a la camiseta del mayor, tirando de ella hacia arriba para quitársela, cosa que el otro le ayudó a hacer.
Caminaron hacia la cama patosamente hasta caer en ella, presos del deseo y la pasión del momento.
Carlos se situó entre las piernas del otro, frotando sus entrepiernas con desesperación. Necesitaba hacerlo suyo, necesitaba oír de sus labios que le pertenecía a él y sólo a él. Aunque no pudiera tenerlo, lo necesitaba como un pez necesita el agua.
La ropa del español no tardo en desaparecer y cuando estuvieron al fin piel con piel se desató tal ola de calor en el cuerpo del pequeño Norris que gimió y movió sus caderas de forma desesperada en busca de alivio. Necesitaba al español dentro de sí.
- Carlos - gimoteó alborotando el cabello del nombrado y clavando sus uñas en los brazos ajenos.
Y el español quería, pero no tenía ni condones ni lubricante. No quería hacerle daño a Lando, pero parecía tan desesperado...
- Te haré daño, hermoso - susurró besando su cuello.
- Me da igual... Por favor. Carlos - los ruegos de Lando eran insistentes y afectaban a Carlos. Claro que lo hacían.
- Lando, no me hagas esto - gruñó el español apretando su agarre en los muslos del pequeño, asegurándose de frotar bien sus entrepiernas para poder aliviarse mínimamente.
La boca de Lando busco a Carlos y lo encontró, y aunque Carlos quiso pararlo, no pudo. En realidad, no quería. Su lengua buscó la de Lando de inmediato y rápidamente estaban besándose con tal pasión que sentían cómo se consumían por el otro lentamente.
- Carlos... - volvió a rogar el inglés, y el mayor no aguantó más.
Se empujó dentro de Lando de una sola estocada, y el gemido extasiado de placer del inglés fue todo lo que necesitó para seguir sin miedo a dañarle. Las uñas de Lando se clavaron aún más profundamente en sus brazos y Carlos usó eso como motivación para embestir más fuerte, arrancándole gemidos y balbuceos involuntarios al joven piloto.
- Más fuerte, Carlos - pidió Lando sin un ápice de vergüenza.
El mayor agarró el más pequeño por el culo, alzándole el trasero y separando sus nalgas para poder embestir más rápido y más fuerte.
- Ahh... Carlos, sí - los gemidos y chillidos de placer de Lando eran música para los oídos del español.
- Hoy estás muy hablador - se burló Carlos entre jadeos.
Lando rio levemente y volvió a besar a su enamorado. Sus lenguas se enlazaron y sus cuerpos temblaron ante la sensación. Pero a Carlos le faltaba algo, necesitaba un poco más.
- Dime que eres mío, Lando, por favor - aunque sonó como un ruego, era una orden.
Necesitaba oírselo decir, los gemidos no serían suficientes si Lando no decía aquello.
- Soy tuyo, Carlos, solo tuyo - respondió Lando sintiendo cómo el español se hundía por completo en él, llenándolo y haciéndole sentir tanto placer que podría derretirse en sus brazos. - Sólo te quiero a ti dentro de mí. Sólo quiero que me folles tú - añadió jadeando, mirando a Carlos a los ojos mientras seguía embistiéndole con fuerza y precisión.
El mayor no lo soportó. Le besó, lamiendo y mordiendo los labios carnosos y apetecibles del británico. Era suyo. Sólo suyo.
- C-carlos - gimoteó el pequeño, sintiendo su orgasmo muy cerca.
El nombrado tomó el miembro del necesitado chico y lo masajeó de arriba a abajo con una mano sin dejar de empujarse dentro de él.
- Aah, Dios, sí - gimió el más pequeño, a punto de correrse.
Carlos también estaba cerca, pero no pararía hasta que ambos hubiesen estallado. Y de ser posible, una vez que ambos se corrieran, volverían a hacerlo.
La mecha estaba encendida, ¿quién se atrevería a apagarla?
♤
Nota de la autora:
Sin comentarios. Espero que lo hayan disfrutado AJSKAKAKSKAJSKA.
Os quiere,
A💛.
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