Capítulo 13: Ángel de la Guarda
El roce de unos rizos contra la piel de su cuello le hizo despertar de un buen humor muy extraño en él. El pequeño cuerpo que reposaba sobre el suyo era cálido y se sentía reconfortante, como cuando se duerme en la cama de casa después de muchos días durmiendo afuera. Abrazó el cuerpo que reposaba encima de él, queriéndolo proteger del mundo y de sus amenazas, como si intentase protegerle de todos los peligros existentes. Y ojalá fuese posible.
- Buenos días, hermoso - saludó con voz adormilada el protegido.
Una sensación de paz y tranquilidad inundó el cuerpo del otro al oír la voz del más joven.
- Buenos días, precioso - respondió acariciando los rizos del adorable chico que yacía con él en la cama.
- No me quiero levantar nunca de aquí - se quejó abrazándose al cuello del mayor y mirándolo con un puchero en los labios.
Aprovechó y besó los labios del quejica pero perfecto chico, que se rió por el contacto y siguió el beso, encantado cona situación.
- Te amo - suspiró el rizado.
Su corazón se detuvo en el pecho. Aquellas palabras que siempre había querido oír dichas por su persona favorita en el mundo. Sintió miedo ante la perspectiva de que aquello saliese mal, pero no pudo ponerse triste. Felicidad es lo único que podía sentir.
- Te amo, Lando - correspondió el otro.
Un sonido molesto interrumpió el maravilloso sueño. Carlos se frotó los ojos y alargó la mano hasta la mesita de noche. Caco le llamaba. Silenció la llamada y se cubrió el rostro con las manos. ¿Qué había sido ese sueño? No era una pesadilla, y si el soñaba, siempre eran pesadillas. Sin embargo, esa vez fue distinta. Tuvo un buen sueño. Uno en el que estaba con Lando. Uno en el que él le decía que le amaba...
- Tonterías - se dijo a sí mismo.
Se levantó de la cama, enfadado con su mente y con todo él, en realidad. Hacía apenas unas horas que tuvieron su pelea, pero Carlos sabía que Lando ni siquiera querría mirarle a la cara. Se torturó pensando si esos dos se habrían acostado, si el imbécil de Fewtrell se habría atrevido a... Se obligó a parar ahí.
Fue hasta el baño, donde se duchó con agua fría para quitarse esa horrible sensación del sudor pegado a la piel. Cerró los ojos y dejó que el agua le cayese por el rostro, relajándolo. Sus fornidos músculos se permitieron un respiro, aliviando la tensión acumulada en ellos. Se echó el pelo hacia atrás y luego se pasó las manos por el rostro, dándose cuenta de que empezaba a necesitar un afeitado.
Su mente, por algún motivo, viajó hasta un recuerdo de hacia ya muchísimos años.
Su madre le había dicho mínimo ochenta veces que tuviera cuidado cuando saliera de noche. Pero él ya lo sabía, por supuesto. ¡Tenía 15 años! No era un niño. Además, iba a verle, así que él le protegería, como siempre. Él nunca le haría daño, porque era bueno, le quería. Carlos sabía nada malo pasaría mientras estuviese cerca de él.
Pegó en la puerta, ansioso por ver a su amor. Le encantaba su novio. Era un poco mayor, era guapo, y la persona que mejor le trataba del mundo. Aunque a veces le decía que si no hacía ciertas cosas le dejaría. Y las hacía porque no quería perderle, claro. Pero era bueno.
- Hola, pequeño - saludó el guapo hombre de ojos oscuros, con esa sonrisa radiante que siempre le regalaba al adolescente.
- Hola - respondió sonriéndole un poco.
- Adelante, pasa, cariño... - se hizo a un lado y Carlos entró tranquilamente.
La puerta se cerró a su espalda, cosa que lo sobresaltó.
- ¿Vamos al cuarto? - Propuso el más mayor, rodeando la cintura del menor de forma afectuosa.
Carlos asintió, sonriente. Aunque un mal presentimiento se instaló en su cabeza, siguió a su novio, dejando de lado cualquier preocupación.
Abrió los ojos cuando supo que el recuerdo continuaría. No soportaría recordar todo otra vez. Ya lo revivía en sueños, no necesitaba hacerlo despierto también.
Salió de la ducha y se secó rápidamente con la toalla. Sin vestirse, se anudó la toalla a la cintura y salió del baño. Su teléfono empezó a sonar otra vez. Tenía varias llamadas perdidas de Caco y otra entrando. Respondió, sólo para hablar con alguien y no quedar a merced de sus pensamientos.
- Por fin respondes - bufó el primo del piloto. - ¿Dónde estabas metido?
- Estaba duchándome - respondió sentándose en la cama. - ¿Qué quieres?
- Anoche tuve que rescatarte de esa fiesta, estabas llorando como un niño - explicó con verdadera lástima. Odiaba ver a su primo así, era simplemente injusto. - Al menos quiero saber por qué fue...
- No importa - murmuró Carlos, suspirando. - No puedo alejarme de él, Oñoro... - Confesó con dolor en el pecho.
Caco sonrió de lado al otro lado de la línea. Por muy cabezota o impulsivo que pudiese llegar a ser su primo, sabía que no podía ignorar sus sentimientos eternamente. Sintió una pequeña dosis de esperanza. Si Carlos tan sólo viera que merecía una oportunidad...
- No te alejes, entonces - sugirió Caco.
Carlos negó con la cabeza aunque supiese que su primo no le veía. Aquello era una propuesta estúpida. Lando... Era un ángel. No merecía estar cerca de alguien tan horrible como él mismo lo era. Carlos estaba seguro de eso.
- Suficiente daño le he hecho ya, Oñoro. No se merece eso - dijo con convicción en sus palabras.
- ¿Y tú no mereces ni siquiera intentarlo? - Replicó el otro, molesto por la situación. - Dime, Carlos, ¿qué mereces?
La línea se tornó silenciosa durante varios minutos. Caco esperaba una respuesta, y Carlos buscaba una. Tenía claro qué era lo que merecía, pero decirlo en voz alta, a su primo, le asustaba. No era un pensamiento que hubiera dicho nunca a nadie. Era algo que sólo rondaba su mente. Pero Oñoro esperaba sinceridad por parte de él, así que decidió soltar la pura verdad.
- Merezco morir solo. Eso merezco.
De nuevo el silencio se instaló en la llamada. Decir algo así no era fácil, y oírlo, tampoco. Digerir las palabras de su primo le costaron varios valiosos minutos a Caco.
- No digas eso, Carletes - murmuró finalmente, dolido ante las palabras de su primo.
Le dolía que una de las personas más cercanas a él dijese esas cosas. Era horrible. Y culpaba a sus tíos por no haber sabido cómo ayudar a Carlos. Debieron obligarlo a ir al psiquiatra. Debieron ser más duros cuando no daba su brazo a torcer. Era normal que quisiesen protegerlo después de lo ocurrido, pero dejarle hacer lo que le diese la gana y dejarle revolcarse en su miseria sólo le había acabado afectando negativamente.
- Esta noche no he pegado ojo, me voy a acostar otra vez - fue la única respuesta que obtuvo Oñoro de su primo, que colgó e hizo justo lo que dijo.
Estaba agotado mentalmente. Estaba harto. Esperaba el día en que se durmiese y no volviese a despertar. Así todo sería más fácil. La vida de todos a su alrededor sería mejor.
Y mientras los ojos del español se cerraban con cansancio, otros ojos recién se estaban abriendo.
Lando quiso moverse, pero no pudo. Se frotó los ojos y consiguió abrirlos a pesar de las legañas que le complicaban la simple tarea de ver. Sintió movimiento en la cama, pero él no se había movido.
Joder.
Sí, joder.
Casi se cayó por el borde de la cama cuando vio a su amigo del alma, Max, durmiendo a su lado. No recordaba nada de lo que pasó. Después de la confesión de Carlos ahogó los pensamientos en alcohol. Se emborrachó y bien. Y ahora estaba desnudo en la misma cama que su mejor amigo.
¿Qué diantres había hecho? Rogó porque aquello no fuese lo que él pensaba. Se levantó y fue al baño a vomitar. Entre el alcohol que aún seguía en su sistema y la idea de haberse acostado con Max, la fatiga fue inevitable. Bajo la taza del váter y se sentó, tirando de la cisterna y tratando de recuperar los recuerdos de la noche anterior.
Y, mierda, sí que los recuperó.
Se sintió mala persona. Había usado a Max. Alivió su necesidad con sexo sabiendo que el otro quería más que eso. Estaba haciendo lo mismo que Carlos le había hecho a él. ¿En qué lo convertía eso? En un imbécil integral exactamente igual que Carlos.
Y se odió a sí mismo. A pesar de hacer daño a su amigo y reconocer su error, a pesar de la estupidez del español, seguía perdidamente enamorado del mayor, de su máscara de perfección y de la persona realmente graciosa y divertida que había debajo, por no hablar de lo mucho que le gustaba ese aire sensual y excitante que desprendía el hombre. Sabía lo terrible que era la situación, y aún así seguía loco de amor por Carlos.
Maldito español. Todo en él gritaba locura y peligro. Todo en él te invitaba a pecar. Y aún después de la confesión de la noche anterior, Lando no quería huir. Porque en el fondo, en su corazón, él sabía que aquello era mentira. Carlos no había abusado de nadie en su vida y la forma en que le trató a él en su primera vez era una muestra. Intentaba alejarle de él y mintió. Y como no podía asegurar aquellas teorías, se resignó a creérselo.
Se recordó a sí mismo que tenía otro problema más grande y más urgente en ese momento. Su amigo estaba durmiendo desnudo en su cama. Ahora, ¿qué? No tenía el coraje ni las agallas suficientes para afrontar eso.
Casi le dio un patatús cuando tocaron en la puerta del baño.
- ¿Lando? - Llamó la voz que reconoció como la de Max. - ¿Estás bien?
- Sí, sólo tengo resaca - respondió con cierto titubeo.
Por el amor de Cristo, ¿en qué lío se había metido? Él era el niño inocente que todos adoraban, ¿cómo iba a lidiar con un casi triángulo amoroso?
- ¿Puedo entrar? - Inquirió Max.
- NO - se apresuró a responder Lando, mirando el pomo de la puerta por si se movía. - Voy a ducharme...
Sólo más brusco y seco de lo que pretendía en un principio, pero ignoró ese hecho.
- Podemos ducharnos juntos - sugirió Max en tono coqueto.
- Tierra, trágame - susurró Lando en voz muy bajita. - Prefiero hacerlo solo - respondió a su amigo.
"Amigo". ¿Le podría seguir considerando eso? ¿Podía llamarlo así después de lo ocurrido?
- Está bien - dijo el otro inglés finalmente, regresando a la cama.
Lando respiró aliviado cuando oyó los pasos alejarse de la puerta.
Estaba jodido. Mucho. Y odiaba eso.
Se metió en la ducha para quitarse la sensación de suciedad que tenía en el cuerpo. Se sentía sucio, sucio por lo que estaba haciendo y por lo que había hecho con Max. Se sentía como si estuviese engañando a Carlos, cuando obviamente eso no era así. No le debía nada al español y aún así todo aquello se sentía increíblemente incorrecto.
Las únicas veces en su vida que todo se sintió correcto y en su sitio fueron todas aquellas veces que estuvo en contacto con Carlos. Y aunque no lo sabía, era mutuo.
Porque mientras Carlos se convertía en el mayor dolor de cabeza del inglés, Lando era el ángel de la guarda del español.
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