Capítulo 12: ¿Celoso?
La carrera llegó a su fin y nada realmente interesante ocurrió. Como siempre, el ganador y su equipo hicieron una fiesta en uno de los mejores locales de la ciudad, porque no merecía menos aquello.
Lando suspiró sonoramente y se ajustó la camisa. Iba con su mejor amigo Max, que insistió en que debían salir aunque él sólo quería descansar. Decidió hacerle caso y ahí estaban, entre la ruidosa multitud. Las bebidas iban y venían sin ton ni son, y Lando rara vez tomó algo. Un par de copas y un poco de agua. Max, sin embargo, no se cortó. Bebió y bebió hasta la ebriedad absoluta.
- ¡Ey, Lando! - Gritó el rubio por encima de la música. - ¡Vamos a bailar! - Propuso tirando de la camisa del piloto.
- ¿Juntos? - Bromeó, y Max rio.
- Por mí está bien - se encogió de hombros y se acercó a Lando más de lo estrictamente necesario.
- ¿Qué dices? - Se alarmó el inglés ojiverde, revolviéndose nervioso.
- Que no me importaría bailar contigo, Lan - aclaró el otro sin reparo alguno.
El alcohol hace demasiado valientes a quienes lo consumen.
- Estás loco - opinó el pequeño, y Max sólo se encogió de hombros y se acercó más.
Todas las alarmas de Lando sonaron en su cabeza. Todo de él quería apartarlo y simplemente olvidar aquello y seguir con su amistad. Todo lo que quería era no complicar las cosas. Tenía la extraña sensación de que le pertenecía a alguien más. Pero él no era un objeto y menos aún un juguete, así que se propuso hacer una sola cosa: divertirse.
El español observaba todo desde las sombras. Aunque lo intensase no podía quitarle el ojo de encima a Lando. Su cuerpo gritaba por él y Carlos estaba harto. Había marcado (no literalmente) al inglés y ambos lo sabían. El mayor lo consideraba suyo, y aunque quisiese negarse a sí mismo eso, no podía. Ser tan posesivo sólo podría acarrear problemas, pero no importaba cuando Carlos en sí era un problema andante.
Miró con resignación cómo el amigo de su Lando se acercaba cada vez más, y a cada centímetro que acortaba el tal Max, más ganas de asesinarlo tenía Carlos. Su único deseo era patearle el trasero al intruso y follarse a su querido inglés en el baño. Aquello sonaba de puta madre. Pero no podía ser. Lando y él eran sólo compañeros de equipo. Le partió el corazón. Fin de la conversación.
Pero su autocontrol gritó "BASTA" cuando vio a los dos ingleses besándose.
Alguien moriría esa noche, y Max Fewtrell tenía tooodas las papeletas.
Quiso hacer algo, intervenir, partirle la crisma al desgraciado de Fewtrell, pero no podía. No podía interferir más en la vida de Lando. Fin. Pero quería. Quería intervenir, separarlos, mandar a México de una patada a Max y secuestrar a Lando si era necesario para que nadie más se le acercara. Aquello también sonaba de puta madre. Pero era un acto posesivo. Posesivo, y... ¿De celos? No Carlos no era celoso. Lo suyo era suyo y punto. Pero Lando no era suyo, y se tuvo que recordar a sí mismo aquello.
Y era difícil. ¡Joder! Estaba viendo cómo los dos putos ingleses se sacaban el alma con ese beso. Estaba viendo cómo Max manoseaba ese recientemente desvirgado trasero. No era justo. Le estaban robando su caza en sus narices.
- Deja de mirarlos. Es raro - terció Leclerc, que estaba a su lado en la barra. - Y relaja la mano o romperás el vaso - se burló, consiguiendo que el español le asesinara con la mirada.
- Es asqueroso - bufó entrecerrando los ojos.
- No te tomaba por homófobo - rio Charles, que estaba disfrutando mucho hacer enfadar al español.
Pero Carlos se puso su faceta de hombre de hierro y así pudo hacerle frente.
- El problema no es que sean dos hombres, ¿quieres probar cómo se siente o eres demasiado hombre para eso? - Dijo en el tono más inapropiado que pudo usar, mirando la entrepierna de su amigo con tal lascivia que el monegasco casi se cagó encima.
- Eres un pervertido asqueroso, Sainz - se quejó antes de huir y dejar solo a Carlos en la barra.
El español sonrió con suficiencia, feliz de poder haber espantado el grano en el culo que era Charles Leclerc. Pero poco duró su satisfacción cuando se acordó de su gran problema.
Sí, se seguían besando. ¿Alguien podía llevarle un cubo? Iba a vomitar. Los celos eran malos, Carlos lo sabía, por eso se negaba a aceptar que los sentía. Ya sentía y hacía suficientes cosas malas. Además, estar celoso sería aceptar que Lando significaba algo para él. Y eso era una obvia desfachatez.
Todo se tornó mucho menos gracioso cuando Carlos vio cómo Lando le dirigía una mirada lujuriosa y luego volvía a los labios de su amigo inglés.
Le estaba poniendo celoso adrede. Y lo que era peor: funcionaba. Puto inglés. Pero tenía un plan. Siempre tenía uno, a decir verdad.
Puso su mejor cara de idiota arrogante y fanfarrón y fue hasta ellos, que o no se dieron cuenta de su presencia o la ignoraron. Pero a Carlos le encantaba hacerse notar.
- ¿Hay hueco para uno más? ¡Me encantan los besos de tres! - Dijo burlonamente, provocando que ambos se separen y le mirasen sonrojados.
- Eres un imbécil, Carlos - gruñó el pequeño Norris.
- Gracias - sonrió y miró a Max detenidamente.
Le daba mil vueltas al británico, eso se veía de lejos. ¿Ese sería el sustituto que Lando escogería? Daba pena, siendo honestos. Pero Carlos fingió que Max no existía y miró de nuevo al piloto inglés.
En cuanto Carlos se les acercó, Lando lo supo, lo supo porque irradiaba tal imponencia que era imposible no darse cuenta cuando entraba en una habitación o se acercaba a ti. Sus barreras casi cayeron cuando vio la sonrisa burlona en su rostro. Cualquiera podría caer ante esa juguetona y sexy sonrisa. Pero debía mantenerse firme.
- Charlotte nos llama - mintió el español tranquilamente.
- ¿Para qué? - Quiso saber Lando, que no se fiaba.
- No lo sé, Lando. Está fuera esperándonos y quiere que vayamos. Ha dicho que es una urgencia - explicó, inventándoselo sobre la marcha.
Lando miró a Max, que se encogió de hombros, y el de ojos verdes suspiró y asintió. Se lo había creído. Carlos se sintió orgulloso por eso, y empezó a caminar hacia la salida, seguido por Lando, que tenía curiosidad por saber qué quería Charlotte.
Una vez el aire frío de la calle les azotó el rostro, Carlos se quedó un poco en blanco. Vale, ya no había un intruso metiéndole la lengua hasta la garganta a Lando, pero ahora, ¿qué?
- ¿Y Charlotte? - Inquirió el pequeño, buscando a la mujer.
- Más tonto y no naces - murmuró Carlos, rodando los ojos.
Lando le miró confundido. No entendía ni papa de español.
- ¡Me has mentido! - Acusó señalándole con el dedo.
- Al fin te das cuenta - ironizó Carlos, apartando el dedo de Lando de delante de su cara. - ¿Se puede saber qué mierda te pasa, Lando?
- ¿Qué mierda me pasa? ¡Querrás decir que qué mierda te pasa a ti! - Chilló fuera de sí, y una pareja que pasaba por allí los miró raro. - Perdón - se disculpó en voz baja mirándoles, y luego miró con furia a su compañero de equipo. - Me mandaste a la mierda y estoy tratando de seguir adelante. ¿Me puedes dejar tranquilo? - Pidió con rabia y dolor impregnados en sus palabras pero hablando con una mínima educación.
- La solución no es liarte con ese rubio al que llamas amigo - le advirtió español, y la cara de Lando era todo un cuadro.
- ¿Y tú? ¿Tú qué? No sé qué cojones te pasó hace años, pero está clarísimo que intentas ignorarlo follándote a una persona distinta cada noche - atacó y acertó, dando justo en el clavo. - Y óyeme una cosa, Carlos: conseguiste que me acostara contigo, enhorabuena, pero me dejaste claro que sólo fue sexo y parece que el que no se ha enterado has sido tú - apuntó al pecho del español con el dedo índice y le empujó así.
Carlos se había quedado sin habla. No sabía qué responder. Más bien, no tenía qué responder. Se había dado la misma situación que hacía una semanas: el otro dijo verdades y no había replica para ellas. Esta vez Lando le había cerrado la boca a Carlos.
- Tú no tienes ni idea de nada - murmuró el mayor, que empezaba a sentir sus heridas arder.
"Ahora no", pensó con cansancio.
- Tal vez no, pero al menos no voy jugando con los sentimientos de los demás - replicó, y Carlos enseguida vio un hueco donde atacar.
- ¿Consideras que liarte con tu amigo al que claramente le gustas mientras en realidad te gusta otro no es jugar con los sentimientos de los demás? - Señaló hábilmente, y Lando frunció el ceño.
- Ese no es el caso - intentó evadirlo, pero una punzada de culpabilidad apareció en su pecho.
- Sí que lo es. Quieres ponerme celoso, bravo, lo has conseguido, pero no te tomaba por alguien que daña así a sus amigos - dijo Carlos con cierto tono de decepción y rebajando su orgullo ante la confesión.
¿Celoso? ¿Estaba Carlos celoso? No podía creerlo.
- Supongo que tienes razón, no soy alguien que haría eso. Eso es más cosa tuya - se encogió de hombros y sonrió frívolamente.
Y ahí estaba. Ahí estaba la insolencia que tanto había anhelado Carlos ver en el niño. Pero no fue en el momento ni de la forma que quería o esperaba.
- Tú no eres así, Lando - comentó Carlos, odiándose a sí mismo por ser el culpable de hacer actuar a Lando así.
- A partir de ahora, contigo seré así o incluso peor - advirtió dispuesto a regresar al local, pero la voz del español le detuvo.
- No cometas los mismos errores que yo, Lando. No dañes a quiénes te quieren por nada - aconsejó suspirando. - Por muy cabrón que yo haya sido contigo, no seas igual. Simplemente mírame. ¿Tengo muchos amigos? ¿Alguna vez alguien me ha querido alguien? Llevo toda mi vida solo por ser un capullo...
- Yo estoy enamorado de ti, Carlos. Estás solo porque quieres - replicó, aún dándole la espalda.
Aquello les dolía a ambos por igual, pero todo era verdad.
- Estoy solo porque me lo merezco, que es distinto - corrigió Carlos, dejando caer su máscara de perfección, dejando ver por un momento al atormentado hombre que era.
Le estaba mostrando a Lando mucho más de lo que estaba dispuesto en un principio, pero con el inglés todo era tan fácil, tan sencillo, tan natural... Que no podía evitarlo.
- ¿Y qué hiciste para merecer estar solo? - Quiso saber el menor, girándose para ver al español.
Aunque aquella no era la pregunta correcta. La pregunta que debía hacer era: ¿qué te hicieron para que sufras tanto? Pero tal y como hablaba el español, cualquiera pensaría que el que había hecho algo malo era él. Y era todo lo contrario. Estaba tan torturado que se culpaba, siendo en realidad la víctima.
- Algo malo, Lando - mintió a medias, con los ojos llorosos.
Y era una mentira a medias porque algo malo pasó, pero él no fue el culpable.
- ¿El qué, Carlos? - Insistió el pequeño, acercándose.
No podía irse sin más. Quería a Carlos le gustase o no, y verlo por primera vez vulnerable le ablandó el corazón.
Pero Carlos se dio cuenta de la estupidez que había sido tratar de intervenir entre los ingleses, la estupidez que era estar contándole todo aquello a Lando. Le había partido el corazón para alejarlo y de nuevo iba tras él. Aquello no estaba bien, tenía que dejar de marear a Lando.
Por eso se inventó algo tan cruel que el menor huiría y lo tomaría por el monstruo que realmente era.
- Abusé de alguien, Lando - mintió descaradamente, sintiendo cómo una daga imaginaria se atravesaba en su pecho y notando cómo sus cicatrices ardían con fuerza.
La perplejidad y decepción en los ojos de Lando acabaron completamente con Carlos, quién sentía que se derrumbaría pronto. Y huyó. Lando huyó, abrumado por la "confesión". Regresó al local con Max, diciéndole que Charlotte les había encargado no regresar tarde al hotel porque por la mañana tendrían reunión.
Carlos cerró los ojos y se dirigió a la pared más cercana, apoyándose contra esta y tratando de no derrumbarse allí mismo.
"Abusaron de mí", quiso gritar el dolido hombre que se ocultaba bajo la brillante armadura de perfección. "Abusaron de mí aprovechando que estaba enamorado y por eso me da miedo que me vuelva a pasar".
Con dedos temblorosos marcó el número que tantas veces había marcado en situaciones de emergencia, y enseguida obtuvo respuesta.
- ¿Carlos?
- Te necesito, Oñoro, por favor - rogó con la poca voz que tenía.
♤
Nota de la autora:
Hoy mejor no digo nada... Pero escucharos la canción "29" de Demi Lobato.
Os quiere,
A💛.
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