Capítulo 11: Mejores Amigos
Paseaba por el paddock tranquilamente, con los auriculares puestos a todo volumen y sin importarle lo que sucediera a su alrededor. Sabía que después de lo ocurrido, debía mostrarse más fuerte que nunca, y tenía claro que no se dejaría amedrentar por el estúpido español. Si él no le quería, mala suerte. Eso que se perdía.
Lando había pasado un par de semanas dándole vueltas al asunto, y sí, le dolía, sí, seguía enamorado hasta las trancas, pero no iba a dejarse destruir tan fácilmente. Sabía que en cuanto viera a Carlos se desmoronaría de nuevo, pero por hacerse el valiente un rato no pasaría nada.
También se sentía seguro porque Max lo había acompañado a ese Gran Premio. Su amigo y compañero de piso fue un gran apoyo en unos días muy difíciles para el pequeño Norris, y eso siempre se agradecía. Lando estaba seguro de sí mismo por una vez en su vida y eso era gracias a Max.
Por otro lado, la situación era distinta.
Carlos de nuevo había sufrido uno de sus terribles ataques y se sentía cansado tanto física como mentalmente. Llevaba varios días sin saber cómo gestionar todo aquello que le ocurría. Apenas controlaba su mente y no era capaz de centrarse en nada. Su cabeza divagaba aleatoriamente entre los recuerdos de su pasado, mostrándole todas aquellas veces que había pagado su amargura con los demás. Había jodido mínimo una vez a cada uno de sus seres queridos por algo que era inherente a ellos. El trauma de Carlos lo controlaba y lo usaba para protegerse, y aquello no estaba bien. Ver los ojos llorosos de Lando cuando le partió el corazón fue lo que necesitó para darse cuenta.
- Carlos... ¡Carlos! - Llamó Rupert al español, que estaba perdido en sus pensamientos.
- ¿Qué quieres? - Murmuró mirándole algo aturdido.
Estaba presente en cuerpo, pero no en alma.
- Intento hacerte el puto masaje de siempre pero no colaboras - dijo molesto, pellizcando el brazo del otro.
- ¡Auch! - Se quejó falsamente, sonriendo un poco.
Rupert rodó los ojos y continuó con el masaje, esta vez con un Carlos más presente y que no ignoraba sus palabras.
Pero su cabeza seguía dándole vueltas a aquel asunto. A cómo había dañado a todos los que le querían. Era un crack arruinando las cosas buenas. ¿Darían medallas por aquello? Probablemente no. Pero si lo hicieran, serían todas suyas. Recordaba bien aquella vez que le arruinó la cita a su hermana Blanca sólo porque estaba amargado.
- Voy con Andrés, papá - informó la adolescente colgándose el bolso al hombro.
Carlos la miró con recelo. No se fiaba del novio de su hermana. No se fiaba de ningún hombre que no fuese de la familia, en realidad.
- Acuérdate no pintarte los labios para no dejarle la polla manchada - comentó Carlos distraídamente, y enseguida sintió cómo su madre le daba una colleja.
- ¡Carlos! - Chilló Blanca, poniéndose roja como un tomate.
Ana aguantó la risa. La situación era cómica y había que admitirlo.
- Vete a tu cuarto - gruñó sénior, mirando con enfado a su hijo.
- Yo solo le advierto... Si no luego le pondrá una mala reseña en Internet - se río levantándose con una sonrisa sobrada.
- Ya basta, Carlos - le riñó su madre, Reyes, que parecía contrariada por la situación.
Todos intentaban ayudar a Carlos después de lo ocurrido, pero él no colaboraba.
- Cuando regrese a casa llorando porque ese malnacido le ha hecho algo, diré: os lo dije - declaró subiendo las escaleras, ofuscado.
Ana miró a su hermana mayor, que suspiró y se dirigió a la puerta para irse. Miró luego a su madre, que le hizo un gesto con la cabeza, indicándole que fuese con su hermano. Y eso hizo.
- Blanca, cariño - llamó Carlos padre, al que el último comentario de su hijo menor le había afectado. - Mejor no salgas hoy - pidió con suavidad, pero la chica no lo tomó bien.
- ¡Joder, papá! ¡Que no me va a hacer nada! Llevamos ya tres meses - se quejó, indignada.
- Cielo, otro día... - intentó calmarla su madre.
- Pero... ¡Aaarg! ¡Que mi hermano fuese un idiota no significa que yo lo sea! ¡Desde que pasó aquello lo que dice el nene va a misa! - Chilló fuera de sí.
- Blanca, ya vale - su padre perdió el tono suave al hablarle a su hija, que le miró con tal enojo que sabía que su rabieta duraría un par de días.
- Tu hermano no tuvo la culpa de nada - defendió su madre, a la cual también le afectó bastante lo ocurrido.
- ¡Os odio! ¡Le odio! - Gritó rompiendo en llanto y subiendo las escaleras en dirección a su habitación. El portazo retumbó por toda la casa.
Los padres se miraron y suspiraron. Nada sería nunca igual y lo sabían, y el hecho de que sus tres hijos fuesen adolescentes no ayudaba en nada.
Mientras, Carlos en su habitación, lo escuchó todo junto con Ana, que le hacía compañía.
- No le hagas caso, Carletes - susurró ella, acariciando su pelo suavemente.
- Todo esto es mi culpa - sollozó el pequeño Carlos. - Ojalá hubiese muerto, ojalá que sí...
- Nunca, repito, nunca digas eso. Si tú te mueres me muero yo, ¿me oyes? Prométeme que te quedarás conmigo - rogó Ana, a la que realmente le preocupaba la vida de su hermano.
- Lo prometo - asintió sonriendo un poco, pero sólo un poco.
El recuerdo abandonó a Carlos, dejándole un mal sabor de boca. Fue un capullo, aquella y otras muchas veces. Pero esa era su forma de defenderse. Hacer más miserable la vida de los demás hacía que la suya propia no resultase tan patética. Era repugnante, lo sabía. Y por eso alejó a Lando.
No estaba perdidamente enamorado ni de broma, pero Lando tenía algo que lo llamaba; como una planta carnívora emanaba un delicioso aroma que llama a los insectos, Lando desprendía algo que hacía al español enloquecer. Carlos sabía que, aunque en un principio sólo fuese eso, atracción, fácilmente todo desencadenaría en algo más. Y no podía arriesgarse a enamorarse. No otra vez. Y, además, apreciaba mínimamente a Lando, así que la idea de joderle la vida le parecía inasequible. Prefería partirle el corazón en ese momento y no más adelante, cuando todo fuese más intenso.
Aquello, decidió él, era lo mejor para ambos.
Pero no sabía que a un tercero eso le ayudaría enormemente. Y eso, no entraba en los planes de Carlos ni de lejos.
- He vuelto a ganar - sentenció Max, triunfante, y Lando le asesinó con la mirada.
Llevaban un rato jugando al Uno, y cada vez su amistad pendía más de un hilo.
- Haces trampa - acusó el otro británico, haciendo reír a su amigo.
- O eres muy malo - replicó.
- No, es que tienes suerte - gruñó el piloto cruzándose de brazos, descontento con los resultados de todas las partidas.
- Entonces, ¿tengo suerte o he hecho trampas? Deberías aclararte - se burló Fewtrell.
- Un poco de ambas - alegó el de pelo castaño.
Ambos rieron y Charlotte entró en la cabina, interrumpiendo el juego de ambos ingleses.
- Hora de prepararse para los libres 2, Lan - canturreó la mujer, sonriendo.
El nombrado miró a su amigo, que salió de la cabina, y la rubia aprovechó que estaba solo para hablar con él. Cerró la puerta y se acercó al piloto, que la miró confundido.
- ¿Qué pasa, Char? - Inquirió el joven tomando su traje y sus protecciones para la subirse al auto.
- ¿Qué hay entre tú y Max? - La mujer fue directa al grano, sorprendiendo a Lando.
- ¿Ahora que sabes que soy gay no puedo tener un sólo amigo sin que pienses que es mi novio? - Respondió a la defensiva.
- No, pero Carlos era tu amigo y ya sabemos cómo acabó - respondió ella, que no se dejaba perder ante a un niño.
Lando se tensó ante la simple mención del español. Y que Charlotte le reprochara eso, le dolió.
- No es lo mismo - bufó mirando de reojo a la pequeña mujer.
- Le gustas - murmuró con cautela, y enseguida vio a Lando alzar las cejas por la sorpresa.
- ¿Qué dices? ¿Ahora eres adivina? - Gruñó, hastiado por la situación.
- No, pero tengo buen ojo para esas cosas. Supe que había algo entre tú y Carlos y sé que él - señaló la puerta por la que salió Max hacía apenas unos segundos - está coladito por ti.
- Estás loca - se mofó el británico, negándose a creerse sus palabras.
- Cuando intente algo, ya veremos quién es el loco - dijo para después salir por la puerta y dejar solo al inglés.
Max estaba enamorado de él. No podía ser cierto, ¿no? Era su amigo de la infancia, y nunca había salido con hombres. Aunque tampoco con muchas mujeres, a decir verdad.
Lando suspiró y empezó a cambiarse, bastante cansado de todo. Sólo quería que, por una vez, las personas a las que consideraba mejores amigos, dejasen de intentar algo más.
Pero en el fondo, muy en el fondo, el inglés sabía que tal vez Max era el candidato perfecto para superar a Carlos. Pensándolo bien... Se conocían, había confianza, vivían juntos, se llevaban bien, les gustaban cosas similares...
Puede que poco a poco, aquella idea no fuese tan terrible. Carlos era una batalla perdida y Max la oportunidad de vencer en otra nueva batalla.
Alguna vez, seguramente, todo el mundo haya oído la frase: "habrás ganado la batalla, pero no la guerra".
Que no se le olvide a nadie.
♤
Nota de la autora:
Bueeeno sé que no son horas de actualizar (en España son casi las 1 AM) pero bue, no me gusta dejaros mucho tiempo sin nuevo capítulo.
Espero que os haya gustado, que dejéis vuestros votos y comentarios, y nos vemos pronto.
Os ama,
A💛.
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