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Capítulo 1: El Yin y El Yang

El tiempo había pasado rápido entre los dos compañeros de equipo, que pronto encontraron una dinámica bastante divertida que todo el mundo empezó a amar. El joven logró desprenderse de todo tipo de vergüenza con el mayor, y el mayor dejó respirar en paz durante un tiempo al menor. Lando era feliz creyendo que Carlos sólo buscaba de él una linda amistad, y Carlos gozaba ver cómo el pequeño se tragaba sus mentiras; cómo todos lo hacían.

- ¡Carloouus! - Llamó el joven al español, que caminaba tranquilamente por el paddock de Australia junto con su primo.

Cuando la voz del menor llegó a los oídos del español, sus labios se curvaron en una sonrisa y se giró para recibir al pequeño de ojos verdes y pelo rizado.

- ¡Lando! ¿Qué pasa, muppet? - Respondió con naturalidad.

Lando contuvo la risa por escuchar la patética pero tierna pronunciación del hombre más mayor.

- Me aburría sólo y he venido a buscarte - explicó encogiéndose de hombros.

Carlos sonrío alegremente y miró a su primo Caco, haciéndole una seña para que los dejara a solas. Su primo lo entendió y rápidamente desapareció entre la multitud.

- ¿Acaso no puedes vivir sin mí? - Bromeó el español en tono coqueto, haciendo sonrojar al muchacho.

Lando aún no había tenido tiempo de acostumbrarse al humor descarado y pícaro del español, y siempre de ponía nervioso cuando le coqueteaba a él. Sabía que sólo era para molestarlo, pero aún así no podía evitar que sus mejillas se encendieran.

- Tu compañía no es tan mala, al fin y al cabo - meditó el inglés, siguiéndole la broma y mirándole de reojo.

El hombre mayor portaba una sonrisa neutra y despreocupada en el rostro, una que Lando había visto durante mucho tiempo desde que se conocen. Rara vez el español mostraba una sonrisa de diversión, de nerviosismo, realmente, nunca mostraba ningún sentimiento en su rostro, al menos, no los que no quería que notarán los demás.

Así era Carlos: misterioso, correcto, calmado. Era el caballero de brillante armadura que todo lo hacía bien. Siempre sabía qué decir, cómo actuar, qué ocultar. Nadie sabía de él algo que él no le permitiese saber. Si sólo te mostraba que era serio, no te mostraría más allá de eso. Sin embargo, Lando era una excepción, era la única persona con la que se permitía estar relativamente relajado, dejándole ver un poco más allá de su personalidad. Sólo su familia sabía como era el español, y poco a poco Lando se iba colando en ese cerrado grupo de gente.

Pero, por supuesto, el español tenía otra faceta, una más oscura y más personal, una que se guardaba para sí y para sus presas... Como le gustaba referirse a sus conquistas. A pesar de aparentar constantemente ser la perfección en persona, una vez que te tenía en sus garras, estabas cara a cara con la mismísima perversión personificada. Era un cazador, un amante excelente siendo sinceros, y un magnífico conocedor de la anatomía humana. Todos los que tuvieron el placer de estar en sus sábanas (que fueron muchas personas) podrían haber asegurado que el español les dejó las expectativas tan altas que los que vinieran después resultarían patéticos. El español era fuego, era dominación, era sensualidad, era picardía, y sobre todo, era un perfecto follador.

Aún con todo esto, el hombre llevaba unos meses de sequía impropios de él, pero claro, una vez que se ponía un objetivo, no desistía hasta conseguirlo. Y lamentablemente, aún no había conseguido catar a su próxima presa.

- Oye, Lando - llamó el mayor al niño.

- ¿Sí? - El joven le miró y le sonrió.

- Hoy, después de la carrera, habrá una fiesta. ¿Vendrás? - Preguntó con fingida inocencia.

Una vez más el joven no vio ni rastro de segundas intenciones en las palabras del mayor. Una vez más el español se sintió un paso más cerca de conseguir su objetivo.

- Claro, sólo espero que no me dejes colgado por ninguna modelo de piernas kilométricas - bromeó el inglés, aunque cierto temor se tiñó en sus palabras.

La idea de quedarse solo le aterraba realmente, y más aún cuando era su gran amigo el que le abandonaba.

- Tranquilo, Norris, no quitaré mis ojos de encima tuyo - le dio una palmada en el hombro al joven y luego se dirigió a su cabina para prepararse para la carrera.

Lando se quedó solo en el paddock, y aunque sabía que él también debía ir a prepararse, necesitaba organizar sus pensamientos.

El inglés era todo lo opuesto a Carlos. Era llamativo, chillón, inmaduro, nunca sabía cuándo callarse, no tenía ni idea de cómo comportarse la mayoría del tiempo. Era alegre, era tímido, era ternura, era inocencia. Era un niño tratando de lucir y actuar como un adulto, y el español siempre estaba presente para ver cómo metía la pata una y otra vez para luego sacarle de esos apuros.

Lando, junto con todo, era transparente. No era difícil saber qué estaba pensando, o qué sentía. Era expresivo e inquieto, tenía la estúpida necesidad de exteriorizar todo lo que su corazón sentía. Era pésimo mintiendo, fingiendo, actuando; lo que ves es lo hay. Era también inseguro, más desconfiado, y aunque eso también era fácil de observar, se fiaba en pocas personas realmente. Lando era entregado y atento para los suyos, era comprensible, compañero. Lando era todo lo que podía posicionarse como tierno y perfecto, al menos emocionalmente, porque sus habilidades sociales eran, sencillamente, nefastas.

El inglés, era dulzura, hablando clara y llanamente.

Y una vez más, como la gente lo veía era exactamente como él era realmente. No tenía máscaras, no tenía nada que ocultar. Lando era virgen aún a sus 19 años y nadie se sorprendería por ello. Su timidez y su falta de confianza, además de sus complejos, le habían alejado toda su vida de las chicas y de cualquier acercamiento cariñoso o carnal con ellas. Las únicas mujeres con las que había tenido contacto eran sus hermanas y su madre, y estamos hablando de besos en la mejilla y abrazos. Una vez hubo una chica, es cierto, pero cuando esta intentaba provocarle, sólo recibía negaciones de Lando. Él pensaba que no estaba preparado, pero tanto la chica como él sabían que había algo más profundo en todo eso.

Lando era un alma cándida y bondadosa que nada que ver tenía con el pervertido y a la vez correcto Carlos.

Eran como el Yin y el Yang.

Lando era todo lo bueno, todo lo amoroso y lo lindo, con algunos problemas que resolver, como su confianza; y Carlos era todo lo malo, lo falso y lo cruel, con un corazón tierno muy al fondo, que sólo anhelaba amor y que esperaba a ser desenterrado.

Así que, mientras Lando caminaba a su cabina despreocupadamente, en la de Carlos un pequeño conflicto había surgido.

- Eres un imbécil, Carlos - gruñó Oñoro (Caco) en español, a su primo. - Estoy hasta la polla de tus jueguecitos, ¿me oyes?

Carlos simplemente le ignoró y siguió golpeando el pequeño saco de boxeo que usaba para entrenar antes de las carreras.

- ¡Te estoy hablando, joder! - Se quejó enfadado.

- Lo que yo haga fuera de la pista no debería importarte, primo - murmuró Carlos con tranquilidad.

- Me suelen importar una mierda las gilipolleces que haces, pero te estás pasando de la raya - declaró Caco realmente frustrado.

- ¿Ahora tú decides qué es pasarse de la raya y qué no? - Replicó el piloto, deteniendo sus golpes para mirar a su pariente. - No me toques los cojones, Oñoro - bufó regresando su atención al saco.

- Te he dejado meter tu asquerosa polla en todos los agujeros que has querido, pero ir detrás de tu compañero de equipo es ya de estar ido de la olla. Empecemos con que es cinco años menor que tú, continuemos con que es hetero y acabemos con que si algo sale mal jodes a todo el equipo - le sermoneó con casi total razón el hombre, que estaba exaltado por la idiotez de su primo.

Carlos sólo suspiró, miró a su primo y asintió, dándole a entender que se daba por vencido.

- Está bien, alejaré mi asquerosa polla del agujero de Lando - se rindió imitando las palabras de su primo.

- Más te vale, porque Dios sabe lo que pasaría si Zak se entera de que le haces algo al niñito de sus ojos.

Carlos rió, divertido por el mote, pero era cierto que Lando era como la gallinita de los huevos de oro para el jefe de la escudería. Era el niño bonito y al que todos adoraban. Y era normal, Lando era el ser más carismático que se había cruzado en su vida, y en parte era eso lo que le atraía a él.

Carlos ansiaba transformar la inocencia en pura insolencia.

Nota de la autora:

Hola gente! Anoche me quedé escribiendo hasta tarde y... Aquí tenéis. Los capítulos aún no tengo claro si serán largos o cortos, de modo que ya iré viendo. Espero que os guste porque voy a estar un par de días en la playa con mi familia, así que no podré publicar mucho.

Os quiere,

A💛.

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