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La lista de Marien

El fin de semana pasó sin ninguna nueva pista que aportara luz al caso. En una de las tandas de escritura en las que había arrancado hoja tras hoja de la maquina y hecho bolas de papel que terminaban como minas terrestres en el suelo de la habitación, Ellery había recibido la llamada del señor Mackintosh.

Una vez puesto en antecedentes, aquel hombre de voz viva y grave expuso la contrariedad que había mantenido con la pareja. En una de las noches de fiesta donde había coincidido con los McKley malinterpretó las intenciones de Marien. Los intercambios de sonrisas y los provocadores pestañeos de la susodicha lo indujeron a hacerse una idea equivocada. Luego de un acercamiento más íntimo de lo necesario y de unas proposiciones al oído, Marien reaccionó poniéndose rígida y, después de una breve contemplación airada, le arreó una sonora bofetada. Tom, que había estado observando la situación discretamente, entró en cólera. Llegaron a las manos, puesto que el joven McKley creía tambalear el afecto de su esposa hacia él, y no dudó en demostrarle que era de su posesión.

Para él, comentó con cierta mofa el señor Mackintosh, no significó nada más allá que un simple desliz. Felizmente y sin ningún cargo de conciencia, se marchó más tarde de la fiesta bien acompañado, y no volvió a pensar en el tema.

Sin ganas de seguir inmiscuido en el asunto, Ellery dejó correr el fin de semana apolillado en su escritorio, absorto ciegamente en desarrollar un mísero capítulo coherente.

*

 La mañana del lunes se encargó de visitar a la única mujer de la que Marien sospechaba. La señorita Greenhill residía en un lujoso apartamento en el Upper East Side y no puso impedimentos para celebrar la reunión. Cuando lo atendió a eso de las nueve, admiró a una preciosa pelirroja de ojos azules que le regalaba una sonrisa sugerente.

—Espero no serle molestia alguna —se disculpó Ellery siguiendo a la mujer hacia la sala de estar. Las vistas de la ciudad de Nueva York bailotearon ante sus ojos.

—¡Oh!, ¿lo dice por esto? —preguntó señalando su vestimenta, un ajustado vestido negro de brillantes—. No se preocupe, acabo de llegar. —Suspiró con un aire incalculable de felicidad e indicó a Ellery el sofá—. ¿Un cigarrillo?

—Por supuesto.

La mujer sacó una cajetilla de su bolso y encendió el cigarro que había entregado a Ellery y que reposaba entres sus labios. Luego imitó a su invitado.

En el silencio instigado por las bocanadas de humo, la señorita Greenhill lo miró largamente a los ojos.

—No tenía idea de que mi relación con los McKley fuera fuente de interés para más gente.

—Esa fuente de interés se reduce a la señora McKley y a mí —replicó resueltamente—. ¿Por qué cree usted que Marien la incluiría en una lista como posible autora de amenazas hacia su persona?

La señorita Greenhill soltó una maliciosa risita aguda.

—¡Oh! Puede usted hacerse una idea de la clase de mujer que es señalando ciegamente a los demás sin razón alguna. Es una neurótica —justificó—. Se montó una película mental en la que yo iba detrás de Tom, cuando era todo lo contrario.

—Según el señor McKley, solo tenía ojos para Marien. Era la única mujer en su vida —expuso Ellery.

La señorita Greenhill entrecerró los ojos y recorrió un cuarto de sofá. Entrecruzó las piernas, rozando las rodillas de Ellery, y se apoyó ligeramente en su hombro.

—Claro, ¿qué iba a decir él sabiendo la clase de bruja con la que se ha casado? No me malinterprete, Marien es una belleza, eso no hay quien lo niegue, y tiene buen ojo para elegir a sus conquistas. Guapos, exitosos, ricos... Tom es un partido innegable. Ha elegido a unos de los mejores, ¿sabe?

—Y el problema es... —dijo para que prosiguiera.

—El problema es ella, señor Queen. No le quitaba la vista de encima nunca, y si veía algo, por inofensivo que fuera, que pudiera comprometer su relación, se le oscurecía la mirada y montaba un escándalo. Lo tenía atado en corto. No le dejaba gozar de la vida.

—Insinúa que entre usted y el señor McKley solo existía una amistad.

Alargó la respuesta retornando bruscamente a la esquina del sofá.

—¿Por quién me ha tomado, señor Queen?

Se levantó con un gesto dramático y se situó frente a Ellery. Tenía la cabeza inclinada ligeramente hacia atrás, acentuando su orgullo herido.

—Disculpe si lo que he dicho ha sonado con una doble intención. —Tamborileó con los dedos en el borde del sofá, rompiendo la neutralidad de su semblante con el tono de perdón de su voz—. Sin embargo, si Marien creía que entre ustedes dos había algo más, tuvo que ser testigo de alguna situación que le diera a entender eso, por errónea que fuera su impresión.

—No vio absolutamente nada, se lo aseguro desde ya. Claro que su mente melodramática interpretaría lo que quisiera. Esto, señor Queen, se remonta a finales de verano. Una situación, como usted dice, que no significa nada, pero que personalidades como la de Marien tergiversan y no olvidan. Verá, Tom y yo compartíamos un trago de bourbon en la fiesta que se celebraba aquí mismo, en el hall. Una recaudación de fondos cualquiera. Artistas, empresarios y celebridades del cine fueron invitados de honor. Mi padre es un conocido productor de cine y uno de los miembros del comité encargado de la preparación del evento. Él fue quien invitó a los McKley. Y yo solo disfrute de una buena copa con una compañía muy agradable.

—¿Y de qué conversaron?

La mujer cogió un vaso del mueble bar y se sirvió de una de las botellas que decoraban la vidriera.

—Supongo que sigue siendo muy temprano para usted, ¿no? —le ofreció, recibiendo una declinación de la oferta.

Regresó con un suave movimiento de caderas al sofá, dio un sorbo a la copa y la situó en la mesa que adornaba el centro.

—No es por meter cizaña en la relación, pero Tom estuvo toda la noche muy pendiente de mí. —Ellery asintió al comentario. Conocía las tácticas de Tom con las mujeres—. Dijo reconocerme de otra fiesta organizada por mi padre, que mis ojos y mi sonrisa eran imposibles de olvidar. Aunque si he de ser del todo sincera, no era ahí donde fijaba sus ojos... —Su sonrisa escaló triunfante—. Brindamos por aquel inesperado y encantador primer encuentro... y por futuros... y ahí terminó la charla. Estábamos riendo muy a gusto cuando, de la nada, se le transformó el rostro. Parecía que hubiera visto un fantasma. Yo me giré, sorprendida, y choqué contra el monstruoso odio de su mujer. Nos observaba desde una de las mesas de la fiesta. Tom cortó la conversación al instante y se dirigió hacia Marien. Ahí les perdí la pista. Eso fue todo.

—¿No volvió a tener contacto con ellos?

—Ni siquiera con Tom. Una lástima... —Comenzó a remover la copa entre las manos, abstraída, sin prestar atención al líquido que bañaba las paredes del vaso—. He estado trabajando en varios rodajes fuera de la ciudad. Como figurante, pero le aseguro que la cámara me enfocaba más a mí que a los protagonistas. Tal vez me reconozca en los próximos éxitos que inundarán la gran pantalla. Puede contactar con los productores si lo desea, no tengo problema. Le facilitaré sus nombres.

—Se lo agradezco —dijo aceptando la anotación que le tendía—. No le robo más tiempo, señorita. Ha sido un placer —se despidió, dando por finalizada la conversación.

—¿Tan pronto? Esperaba poder recrearme con su presencia un poco más —tornó su voz en una súplica engañosa.

Ellery se levantó de un salto, agachó la cabeza a modo de adiós y recorrió el salón a paso célere.

—Lo siento, en otro momento, tal vez.

*

Un gran tablón verde proyectaba el nombre del bar en letras blancas. A esas horas del mediodía, el "MCSORLEY'S OLD ALE HOUSE" comenzaba a animarse. El lugar era acogedor; mesas y sillas de gruesa madera oscura se esparcían por el local, un billar en una de las esquinas con una partida en marcha atraía el interés de los más cercanos y una parte significativa de las paredes aderezaba el entorno con paisajismos de auténtica belleza. Unos cuantos hombres bebían en la barra, otros charlaban desperdigados entre las mesas del local. Enfrente de la entrada, una escalera transportaba al segundo piso.

Ellery se arrimó a la barra e hizo una seña al barman.

—¿Qué desea tomar, caballero? —preguntó sin mirarle a la cara mientras con un trapo sacaba brillo a un vaso de cristal.

—Información. —El barman lo cazó por el rabillo del ojo—. Busco a Alessandro.

—¿Y quién no lo busca? —rio de mala gana.

—¿Qué puede decirme sobre él?

—Traga como si no tuviera fondo. La pelea refulge en sus ojos contra cualquiera que se tope con su mirada. Pero con las mujeres... —Meneó la cabeza—. Es todo un seductor. Siempre hay alguna despampanante mujer babeando por él.

—¿A qué se dedica?

—En eso no puedo ayudarle. Pero de algo debe trabajar, las cuentas del bar no se pagan solas, y aún no lo he visto comprometiendo a nadie a que apoquine por él.

—¿Sabe dónde podría encontrarlo?

—Negativo, amigo. Esa información la desconozco. Todavía es temprano para que se paseé por aquí, supongo.

El barman eludió una nueva pregunta bajando la cabeza y reanudando el secado de vasos.

Negándose a pasar un minuto más surcando la ciudad, con el desasosiego alojado en su interior al sentir que abandonaba su novela, desertó del bar sin que ninguna de las imágenes mentales que circulaban en su cabeza sobre Tom y la amenaza a la vida de su mujer lo frenaran. 

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