Desesperación
El duesenberg circulaba superando el límite de velocidad. El inspector Queen había telefoneado con los últimos avances del caso: Tom regresaba a su hogar. Pese a las pruebas presentadas, la falta evidente de un cadáver y la supuesta enajenación transitoria del principal sospechoso cerró la audiencia con la imposición de una fianza considerablemente baja y una retahíla de murmullos de los asistentes. Con aquel veredicto preliminar, el juicio quedaba en el aire. Mientras los oficiales encargados del caso no hallaran nuevas pruebas incriminatorias, el dolido viudo pasaría lo que restaba de tiempo en su domicilio.
El majestuoso acceso a la mansión estaba asegurado por dos coches patrulla. La custodia y vigilancia del hombre que la policía deseaba meter entre rejas era milimétrica. No había margen para el error; Tom McKley debía permanecer aislado.
Ellery saludó con un gesto sucinto de la cabeza a los oficiales. Recordaba haberse topado con algunos de ellos, y también el vicio del cabecilla del grupo, que había perseguido el movimiento del duesenberg sin pestañear, de apostar el tiempo que tardaban los sospechosos en desmoronarse. Tenía claro que Tom era la nueva inversión de aquel policía. Por las habladurías que había oído acerca de él, tendía a juzgar que un par de días eran suficientes para que sintieran en sus carnes la voz de la locura.
Aparcó junto a un Chevrolet negro. El abogado de Tom, el señor Colahan, lo esperaba en el recibidor.
—Señor Queen —aseveró con un tono de voz grave—, mi cliente desea reunirse con usted en el salón. En mi opinión —el penetrante iris azabache del señor Colahan atentó contra Ellery—, no es momento de recibir visitas inoportunas. Dos días encerrado en un cuchitril de celda es un trato inhumano. Tom precisa descanso para trabajar en su defensa.
—Perdone, pero antes de que esto se convirtiera en un caso policial estaba prestando mis servicios a Tom. Lo único que quiero es poner fin a este asunto —replicó Ellery.
—Estoy al tanto de su intento de ayuda. Y en vista de las circunstancias actuales, ha logrado todo lo contrario.
Mordiéndose la lengua con tal de que la discusión no escalara a mayores, sobrepasó al abogado hacia el interior de la mansión.
—No hace falta que me acompañe.
*
Una insignificante y desquebrajada vocecilla traspasó la madera de la puerta del salón. La desmejorada figura de Tom yacía apoltronada en uno de los sillones. Enganchaba entre los dedos una copa de brandy. En su izquierda, un cigarro a punto de consumir el filtro. Sus ojos, desconectados del entorno, recaían en las pinturas que abarcaban las paredes.
—Ellery...
El escritor se apropió del sillón contiguo y estudió a su amigo de cerca. Su hercúleo aspecto había dado un bajón estrepitoso. El Tom que conocía había pasado a mejor vida. La angustia transformaba sus facciones en las de un hombre sin esperanza.
—La he perdido... —El llanto lo hundió en el asiento—. La he perdido.
Ellery no dijo nada. Posó una mano en la espalda de Tom en un gesto de consuelo. Momentos después, cuando los sollozos mitigaron, le concedió tiempo para acabarse el brandy y rellenar la copa de la botella que reposaba casi vacía.
Cogió uno de los cigarros de la cajetilla de Tom y lo encendió de un golpe de mechero.
—Pregunta lo que quieras.
—Háblame de Marien.
—Yo...
—Sé que es doloroso, pero tengo que insistir. —Le apretó suavemente el brazo. Tom asintió.
—Conocí a Marien en una galería de arte hace año y medio. El artista que exponía esa noche era conocido mío, y asistí con unos amigos. Marien estaba... estaba sola cuando la vi por primera vez. Contemplaba uno de los cuadros de la exposición. Me pareció una mujer preciosa, y decidí acercarme para invitarla a una copa. Pensé que sería una más... Pero me equivoqué por completo. Cuando me miró... quedé... quedé fascinado. No podía moverme. La observaba como un idiota que había hecho el mayor descubrimiento de su vida. —Sonrió con pesadez. Sus manos temblaron. Rememorar el inicio de su relación con Marien intensificaba la sensación opresiva que apagaba su espíritu—. Ella se echó a reír. Su voz era tan mágica... Una dulce melodía hipnótica. Acabé riendo con ella. Ahí comenzó todo. Paseamos por la galería mientras hablábamos de todo, en especial de la pintura. Era una gran fan del arte, adoraba expresar lo que cada pincelada le hacía sentir. Derrochaba una pasión arrebatadora. Se me hacía imposible no mirarla embelesado.
>>Le pregunté si pintaba, y me respondió que era una mera novata. Aunque trató de quitarse valor, supe ver que era mucho más que eso. Me percaté de aquel brillo acuoso en sus ojos, de los suspiros cuando nos deteníamos en el cuadro siguiente. Comprendí que lo que ella llamaba afición era realmente una vocación, y que el dinero tenía que ver con que lo catalogara de fantasía. Después... —Hizo una pausa en la que cerró los ojos, sobreponiéndose al esfuerzo del llanto—. Después de que la galería cerrara, le rogué que no se fuera. Estuvimos toda la noche deambulando sin dar cuenta del tiempo. Las horas parecían minutos.
Las lágrimas embadurnaron sus mejillas.
—Salimos durante tres meses, pero yo quería más. Y no me lo pensé, le propuse matrimonio. Si la hubieras visto... —Esbozó una sonrisa rota—. Se lanzó a mis brazos llorando de felicidad. Realizamos una boda íntima en una preciosa casa de campo. No queríamos celebraciones por todo lo alto, solo la familia cercana. Y te aseguro que este año a su lado ha sido lo mejor que me ha pasado en la vida.
El silencio colmó el salón. Tom se enjugó los ojos con el puño de la camisa.
—¿Asistieron familiares de Marien a la boda?
—Sus padres murieron hace unos años y era hija única. Trabajaba de recepcionista en una modesta agencia. —Descansó la cabeza en la palma de la mano—. Ese era el tipo de cosas que me enamoraban de ella. Estaba sola en el mundo, pero se enfrentaba a él día y noche. Su inocencia me partía el corazón.
—¿Y amistades? ¿Compañeros de trabajo?
—Tampoco, que recuerde.
—¿Y eso no te pareció extraño? —Ellery enarcó las cejas, contrariado.
—¿Extraño por qué? La amaba, todo lo demás era intrascendente. Sentía la necesidad de protegerla, de que se sintiera segura a mi lado. —Se tapó la cara con las manos en señal de frustración—. Qué sabrás tú de sentimientos —susurró.
—Tom, poseo información que no concuerda con esa imagen de matrimonio feliz.
Durante un fugaz segundo recapacitó sobre lo desaprensivo de su carácter al informarle sin rodeos de la existencia de una parte de la vida de Marien que desconocía. Pero, a diferencia de él, el juez no se andaría con remilgos. Aquel tipo de homicidios que la prensa engrandecía ponía a las fuerzas de seguridad en un serio aprieto, presionados a dar ejemplo.
—Según tengo entendido, Marien tenía alquilado un dormitorio en un bar llamado McSorley's desde hacía más de dos meses. Usaba un pseudónimo, el de Rose. Y esto nos conecta con Alessandro. Era con esa tal Rose, idéntica a tu esposa, con la que había mantenido algunos encuentros íntimos.
—E-eso es imposible... —atinó a formular mientras abría y cerraba tensamente los puños.
—¿No notaste variaciones en tus finanzas? Retiros de efectivo que no cuadraban... Entiendo que Marien cesó en su trabajo.
—¡Su arte era su trabajo! —gritó, señalando los cuadros de la habitación—. ¡Esa era su pasión! Y nunca, jamás, faltó un solo centavo. Jamás.
—De acuerdo, te creo —trató de apaciguarlo—. En cuanto al italiano...
—¡Ese hombre es despreciable! —Se puso en pie, encolerizado, tirando la copa al suelo. Ellery reaccionó pausadamente—. ¡La asaltó en mitad de la avenida e intentó aprovecharse de ella! Marien negó conocerle. Yo la creí y la sigo creyendo. Ese hombre no suelta más que calumnias.
—Cabe la posibilidad de que tu esposa no fuera del todo sincera.
—¡No voy a consentir que hables así de ella!
—Tom, estoy siendo franco contigo. Todo matrimonio tiene sus pormenores, nada es tan idílico como tú lo pintas. No quiero crearte una imagen desfavorecedora de Marien, no es esa mi intención, pero tenemos que aclarar ciertos puntos. Marien no se llevaría la medalla de esposa perfecta, pero ¿y tú, Tom? —inquirió en un deje acusador—. Como suele decirse, «el que esté libre de pecado, que tire la primera piedra».
De súbito, Tom lo agarró de la camisa en un ademán violento. Su mirada desprendía una cólera abrumadora.
—¿¡Cómo puedes siquiera insinuar que yo engañaba a mi esposa?!
—Te conozco. Si veías una mujer preciosa, se te metía entre ceja y ceja. Los sentimentalismos de terceros no eran lo tuyo, solo pensabas en ti y en el beneficio que obtenías. Pero ¿por qué te iban a importar? Conocían tu forma de actuar y, aun así, aceptaban acostarse contigo.
—¡¿Así es como me ves?!
—¿Qué esperabas? Al único Tom que conozco es al universitario con ganas de fiesta y mujeres.
Ellery utilizó aquel momento para sujetar a Tom por las muñecas y desprenderse de su agarre.
—Eso fue hace muchos años. Marien me cambió. Nunca le habría engañado, nunca. —Se dejó caer pesadamente en el sillón. Ellery se mantuvo de pie—. Lo siento... Siento mi conducta... Yo...
—Háblame de la señorita Greenhill —procedió a otra cuestión.
—No hay nada que contar. —Se restregó la mano por la cara, ansiando deshacerse del malestar—. Es una mujer espectacular, ya la has visto. Estaba interesada en mí, pero no era recíproco.
Colahan irrumpió en la habitación. Miró a Ellery con desagrado y dirigió sus palabras directamente a Tom.
—Debemos ponernos a diseñar su estrategia de defensa. Evite cualquier distracción insulsa.
—No tengo problema —repuso Ellery—. Ya tengo lo que buscaba.
—Por favor, necesito que aclares esto. No, no... Lo que me has contado...
Tom se desplomó sobre su regazo, escondiendo la mitad de su rostro en la palma de su mano.
—Tendrás noticias pronto.
La breve conversación con el mayordomo y el reducido servicio de la casa, compuesto por la cocinera y tres empleadas domésticas, fortaleció el testimonio de Tom de que vivía en un matrimonio feliz con Marien.
Cuando mencionó, aparentando un desliz de lengua, las salidas del hogar de Marien durante los viajes de negocios de su marido, el servicio negó rotundamente tales acusaciones sobre la difunta.
—Como mucho —enfatizó la cocinera— estaba fuera unas horas. Volvía para la cena, doy fe de ello. Adoraba mis postres y siempre pedía uno especial en las noches que se veía obligada a dormir sin el señor. Decía que el chocolate le ayudaba a conciliar el sueño.
Ellery tomó la carretera de vuelta con la imagen de Marien torturando sus pensamientos.
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