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Contactos del pasado

Los periódicos se habían adueñado del macabro acontecimiento que comprometía a una de las parejas de renombre de Greenwich. En letras mayúsculas, cercando la deslumbrante belleza de Marien McKley, las portadas ilustraban su asesinato de buena mañana. El texto no tenía desperdicio. Tom McKley era acusado de matar a su esposa sin un mero ápice de duda. Una de las secciones relacionadas incluía una entrevista al transeúnte que dio aviso a la policía. No había tardado ni dos días en telefonear a la prensa y pactar con uno de los periódicos de mayor tirada nacional un confortable colchón económico.

Ellery apartó el periódico de su vista. El caso le parecía un sinsentido. De puertas para fuera, aparentaba un crimen pasional a raíz de un tercero que compartía la propiedad de Tom. Pero aquella posibilidad se le hacía absurda. ¿Tom un asesino? Se negaba a creerlo.

Enfurecido, arrugó el periódico y lo arrojó al fregadero. Su malhumor procedía, aunque le costara reconocerlo, de la observación que su padre había hecho días antes. Había compartido amistad con Tom, y esa cercanía podía embarrar su objetividad.

Desde que había comenzado a involucrarse en vidas ajenas, ya fuera por echar un cable o, por qué no, entretenerse con el proceso resolutivo del problema que le plantearan, había obviado lo tocante al plano emocional. Eran los hechos, observables, plausibles, en lo que debía centrar su atención.

Nada más importaba.

La implicación emocional lo desbarataba todo.

¿Y si era eso, precisamente, lo que le estaba ocurriendo? Si la verdad bailaba desnuda frente a él y el vínculo con Tom, por débil que fuera, lo cegaba, ¿cómo afrontar el caso?

Sopló, desganado. El problema era que su cerebro se resistía a admitir que un hombre como Tom, cuya máxima exhibición de violencia había sido en una pelea en la oscuridad de un callejón, ebrio y sin fuerzas, y que finalizó al momento de recibir un puñetazo en la cara, hubiera tenido el valor de asesinar de una forma tan despiadada a la mujer que amaba. Se había dado cuenta del modo en que miraba a Marien en el jardín. No vio a un hombre rencoroso, sometido a la mentira y los celos, cuyo impulso vengativo no había aguantado la represión y había detonado contra la fuente de todos sus males.

¿O sí?

No, negó rabioso. Había un punto en aquella historia que estaba sumido en la oscuridad de la ignorancia.

¿Quién era Marien McKley?

Se mordió el labio entre cavilaciones. Marien McKley. ¿Qué sabía acerca de ella? No tenía información acerca de su origen familiar, estudios u ocupaciones previas a su casamiento. Su vida era una total incógnita.

Marien era la piedra angular del caso. Y Tom era el único que podía proporcionarle datos sobre ella. O casi. Existía un vértice más del supuesto triángulo amoroso del que obtener información. Aunque podía costarle un ojo de la cara.

Como una idea salida de la nada, se levantó de un salto y, casi tropezando con la silla, fue directo al teléfono.

—Nikki, ¿me has echado de menos?

*

Ellery cruzaba la puerta de la cafetería Junior's una hora más tarde. En una de las mesas del fondo vislumbró a la mujer con la que se había citado. Su innegable cabello castaño, recogido en una coleta que dejaba sueltos algunos mechones, descubría su redondeado rostro. Aquellos prominentes labios rojos que le sonreían eran su sello personal.

—Cuánto tiempo.

—Estás tan preciosa como la primera vez que te vi —saludó Ellery.

Nikki entonó una musical risa.

—Tú y tus ojeras tampoco habéis cambiado —replicó ella sin borrar la sonrisa.

—Es lo que tiene el oficio de escritor. ¡Oh, perdona! —prorrumpió alzando las palmas—. Tú también lo eras, ¿no?

—Y lo sigo siendo.

—¿Has escrito algo legible?

—A falta de unos meses para publicar una novela, señorito sabiondo.

—¡Dime que seré el primero en recibir un ejemplar firmado!

—Al contrario. Las amistades pagan el doble.

Ellery exageró una mueca de tristeza que los animó a compartir unas risas.

—¿Qué quieres tomar? He escuchado que esta cafetería prepara las mejores tartas de la ciudad.

—No gracias, con un café me basto.

La camarera tomó nota de los pedidos y prometió serviles en breve.

—¿Y bien? ¿Qué necesita el señorito Ellery Queen de mí? —preguntó Nikki con interés.

—¿Has leído los periódicos esta mañana?

—No me digas que estás detrás del asesinato de la esposa de ese tal Tom Mc...

—McKley. Sí, lo estoy.

—¿Inspiración para tu nuevo libro?

—Más bien un favor personal.

—¿Le conoces?

—Una vieja amistad, o algo por el estilo.

—¿Y te ha pedido ayuda a ti? —curioseó, extrañada.

—Es más complejo de lo que crees.

Miró en derredor, asegurándose de que no los acechaban buitres carroñeros que quisieran sacar tajada de palabras oídas al azar, y relató a Nikki los hechos sucedidos desde la llamada de Tom al amanecer.

—No tiene ni pies ni cabeza. —El escritor asintió a la afirmación de su punto de vista.

—Por eso preciso que firmemos una colaboración.

—Teniendo en cuenta que tú me ayudaste en el asesinato del padre de Bárbara... Te debo un grandísimo favor. Dime, ¿qué puedo hacer por ti?

—Necesito que encarnes tu mejor papel y te dejes ver por el McSorley's. Alessandro no tardará en fijarse en ti. —El entrecejo fruncido de Nikki lo llevó a apartar el café y entrelazar las manos—. Eres la única que conozco que puede sacarle información sobre Marien.

—¿Y crees que ese italiano creído va a contarme sus secretos a mí?

—No se resiste a ninguna mujer a la que quiera hacer partícipe de sus fantasías sexuales. Así que sí. Si le sigues el juego, seguro que te cuenta todo lo que desees.

—El papel de chica fácil no se me da nada bien —objetó Nikki, visiblemente molesta.

El silencio reinó entre ellos. Nikki, eludiendo la mirada implorante de su amigo, saboreó un trozo de tarta.

—Eres un tipo con suerte —cedió al fin soltando el tenedor, que provocó un ligero estruendo al chocar contra la cerámica del plato.

—¡Esa es mi Nikki!

—Con eso estamos más que en paz —sentenció.

—¿Tú crees? —Ellery torció el gesto—. Hagamos memoria. —Se dio unos golpecitos con el índice en la sien, pensativo—. Recuerdo haberte servido de coartada durante la investigación policial en la que te viste involucrada, y también que mi habitación te sirvió de escondite mientras yo ocupaba el incómodo sofá del salón... ¿Cómo piensas compensarme por ello? —propuso arrojando una mirada entre divertida y salaz.

Nikki enarcó las cejas, sorprendida por la inesperada proposición y la evocación de aquel episodio de su vida que, durante unos meses, le había quitado el sueño. Al ver cómo Ellery contenía la risa, se echó sobre la mesa e impactó el puño contra su brazo.

—Anda, toma —dijo pinchando con el tenedor un trozo contundente de tarta y aproximándolo a los labios de Ellery—, será mejor que metas un poco de azúcar en esa cabecita tuya.

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