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Post-créditos

Adán siempre ha creído que su madre solo podía verlo a través de sus sueños, pero la realidad era más compleja. Desde el día en el que escapó del Infierno, ella nunca dejó de observarlo, ni tampoco dejó de mover los hilos de los demonios a los que controlaba, como fue el caso de Nebiros. Siempre en su castillo de fuego y piedra se mantuvo como una testigo para analizar la fuerza de su descendencia. Presenció toda la batalla contra el demonio de los muertos, y aunque la muerte de este le era indiferente, en cierta forma no le gustó el resultado.

Escuchó el sonido de las puertas de su salón al abrirse, y no tardó mucho en notar que se trataba de uno de sus hijos, Belias, quien vestía de forma elegante, con un traje azul oscuro, su melena corta y morena, inclinándose ante ella, su madre y reina. No le prestó atención, sino que se dirigió a la ventana a con la mente en el exterior que ansiaba el día de la venganza contra los humanos y seres de la luz.

—Las tropas de los demonios que le presté a ese idiota han sido eliminadas. —dijo dando un suspiro. —El general Nebiros ha muerto en combate; Haël ha resultado ser un inútil; y mi hijo ha demostrado que es incapaz de llegar al nivel que yo deseaba. —se giró para mirar al visitante dando un suspiro. —Debo encontrar la forma de alimentar la oscuridad de mi hijo y destruir su alma para que se convierta en mi arma y poder erradicar a esa plaga de humanos. Su mundo no merece piedad alguna después de encerrarnos a los demonios aquí como animales. Siempre nos han tratado como monstruos y nos han convertido en monstruos.

—En ese caso madre. —habló el demonio con un tono suave. —Aquí os traigo lo que empujará a mi hermanito a vuestras manos.

Lilith caminó despacio quedando en frente de dos demonios del fuego que agarraban a un sujeto, sudado, ocultando su rostro con un saco y atado con cadenas que trataba de huir. Cuando el demonio mayor le quitó el saco de tela, la sonrisa roja de Lilith aumentó complacida.

—El ángel traidor. dijo agarrando el rostro cansado del prisionero, clavándole las uñas en sus mejillas.

Arthur se encontraba herido y agotado, física y psicológicamente. Por fuera los demonios le habían dado una paliza, pero por dentro Nebiros continuaba devorando como un parásito a su huésped.

—Oh Belias, ¿Dónde lo encontraste? —preguntó curiosa.

El demonio le agarró con fuerza del cabello para que su madre pudiera verlo mejor.

—Cerca de la quinta prisión, las almas de Estigia intentaron ahogarlo, pero el chico logró salvarse. —dijo sorprendido de su resistencía. —Estoy al tanto de todo aquel que entre en nuestro reino.

La reina acercó su rostro hacía el ángel, quien no apartaba la mirada como si la estuviera desafiando. Se notaba a una legua que no temía a morir.

—Madre. —la llamó Belias. —Este ángel tiene una gran cercanía al Lilim hasta el punto de considerarlo un hermano muy amado. Como pudiste observar a través del espejo, el bastardo planea venir a salvarlo. Son dos pájaros de un tiro. —afirmó emocionado. —Es nuestro billete hacia la libertad, hacía un nuevo futuro para nuestra raza.

—Que te has creído que voy a ayudaros... —habló Arthur sarcástico y con dificultad.

Ante su respuesta uno de los demonios le clavó las garras en el costado de su pecho, provocando que soltara un gemido por el dolor.

—Los caídos son demasiado fuertes, nos llevará tiempo romper su voluntad para que sea manipulable, puede que menos... —la mujer le arañó la mejilla al caído y chupó la gota de sangre. —Nebiros está atrapado en su cuerpo. Eso nos ayudará a debilitarlo. A medida que pasa el tiempo, mi poder aumenta y el de mi hijo también, pero para que se convierta en el ser perfecto tengo que librarme de sus debilidades para que despierte su autentico poder, lo que su padre me impidió hacer aquella noche.

Miró unos segundos al ángel quien la observaba con cierto terror, pero no por ella, sino por sus palabras.

—Tengo que librarme de sus amigos.

No pudo aguantarse y logró soltarse de las cadenas y tratar de atacar a Lilith, sin embargo, tan grande era su poder que solo colocando un dedo en su barbilla logró contenerlo.

—Eso ha sido muy grosero.

—No les tocarán ni un pelo. —siseó.—Adán es mucho más fuerte que tú o que yo. Nunca se doblegará ante ti, ni aunque eso implique que yo o alguno de mis compañeros muera. —Belias le golpeó en el rostro tirándole contra el suelo.

—Como te atreves a tocar a nuestra madre, asqueroso caído. —gruñó con desprecio.

La mujer caminó quedando enfrente de su hijo, y le golpeó tan fuerte en su mejilla que sus uñas le hicieron una herida, la cual formó una línea roja que caía hasta su mentón.

—Estábamos hablando Belias, no hacía falta que interrumpieras. —Su mirada de furia era tan oscura, que los demonios presentes y el mismo Arthur eran capaces de sentir el aura de la reina del Infierno. —Ve con tus hermanos y diles que se preparen, muy pronto la espera habrá acabado.

—Sí madre.

—Llevároslo.

Belias y los demonios se inclinaron y abandonaron la sala dejando a la reina sola. Caminó hacía su espejo, el cual no servía para ver su reflejo, sino que era otra ventana, con la que solía espiar a sus enemigos de los diferentes planos o contactar con los aliados, como era este caso. Ante ella tenía a su nuevo hijo quien se inclinó una vez que sus miradas se cruzaron. Por los sonidos y el fondo parecía que se encontraba en un bosque, pero un bosque muerto.

—Mi señora.

—Hay un cambio de planes. —habló Lilith a través del espejo. —Sé que aún estás débil por tu victorioso escape, pero vas a tener que seguir a mi hijo y proporcionarnos el tiempo necesario para conseguir dominar la mente del caído. Haz todo lo posible para retrasar sus planes de rescate. Dime, mi nuevo hijo ¿aceptas esta misión de indescriptible importancia que pongo en tus manos?

Al otro lado del espejo se veía un muchacho moreno con una sonrisa retorcida, una cicatriz que le atravesaba el rostro y unos ojos violetas. Tras él le acompañaba una horda de demonios y una enorme figura oculta con una negra y una armadura de plata oscura.

—La acepto madre, tengo muchas ganas de volver a ver a mi hermano.

—Tú no me defraudarás. —dijo convencida de su nuevo hijo.

Mostró una mueca de arrogancia mientras miraba las marcas de su mano que aumentaban despacio, formando una bola de fuego púrpura. Estaba dispuesto a cumplir los deseos de su madre y de paso matar a su única debilidad.

—¿Cuándo lo he hecho?

Y este es el final de mi primera historia de héroes.

Y un comienzo para mi en mi camino como escritora de este genero.

Espero que os haya gustado leerla tanto como a mí escribirla.

Nos vemos.

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