~8~
Jeremy se encontraba en el cuarto de Dean del psiquiátrico, con el portátil en sus manos y el video de seguridad donde se veía a su hermano tirándose al vacío. No había duda de que se había suicidado, pero algo le decía que no era verdad, que algo andaba mal. Tal vez si le hubiera escuchado, si hubiera ido a verle antes hubiera podido evitarlo. Esos pensamientos le devoraban por dentro, provocando que la culpabilidad a sí mismo aumentara por segundos. Los hermanos mayores eran los encargados de proteger a sus hermanos pequeños, y él además era policía. "Genial, además de ser el peor hermano, también soy un inutil como inspector".
Entonces recordó el día en el que le ingresaron. Puede que uno de los más duros de su vida. Lo había hablado con Hank y Konan, no podían seguir permitiendo que su hermano se volviera inestable, por lo que llamaron al psiquiátrico para que vinieran a recogerle. Raquel y Dean se encontraban en el salón charlando cuando todo pasó. Raquel no comprendía nada y Dean miró los rostros de sus hermanos quienes permanecían en silencio y neutrales.
—Dime que no lo habéis hecho. —habló Dean.
—No nos has dejado más opción, Dean. —habló Hank con autoridad. —Necesitas ayuda.
—Jeremy dime que es una broma. —dijo Raquel, pero al no obtener palabra de su hermano mayor, la chica se puso de pie y se acercó a ellos. —Dean no necesita ir a ese loquero.
—Él ha atacado a dos personas. —habló Konan tratando de ser neutral.
—Fue un accidente, no volverá a suceder.
—¿Hasta cuando? ¿Hasta que mate a alguien? —cuestionó Hank. —Es peligroso.
—¡Es nuestro hermano!
—¡Raquel para!
Luego Dean se levantó quedando al frente de sus cuatro hermanos, o al menos una hermana y tres desconocidos para él. En ese instante, Jeremy supo que Dean estaba tomando una difícil decisión.
—Por favor déjalo. —le pidió a su melliza con los ojos llorosos. —Tienen razón, no estás segura conmigo cerca. No soy bueno...
—No es verdad. —la chica le agarró de los costados de las mejillas. —Podemos solucionarlo, recuerdas, somos una familia.
—Te equivocas. —habló Hank. —No lo somos desde que se metió en toda esa estupidez de ouija, demonios y ángeles.
—Vete a la mierda Hank.
—Raquel...—antes de que Konan pudiera decir nada, Raquel la interrumpió enfadada.
—¡Y tú no le defiendas Kony, que se defienda el doctor solito! —gritó a su hermana señalando. Su última oportunidad era el hombre que se mantuvo callado en todo momento y a quien ahora fulminaba con la mirada. —¿Algo que decir Jer? —Fue ahí cuando cometió el mayor error de su vida.
—Lo siento. —habló por fin —Apoyo a Hank y Konan. —respondió sin mirarla. —Es lo mejor para él.
—Tranquila Riki. —dijo en voz baja. —Si ellos piensan que lo mejor para mí es estar encerrado... que así sea.
Raquel negaba la cabeza, mientras las lágrimas se acumulaban en sus ojos. Los dos hombres le cogieron de los brazos y se dispusieron a sacarlo de la casa, pero antes Dean cruzó la mirada con su hermano mayor unos breves segundos, los cuales fueron como varias puñaladas en su corazón.
—Jeremy, no puedes dejar que se lo lleven. —suplicaba Raquel mientras veía como se lo llevaban. —Dean es nuestro hermano... ¡Es nuestro hermano! —la abrazó mientras ella se derrumbaba en sus brazos, viendo desde la ventana como subían a Dean a un camión directo al psiquiátrico.
Jeremy apretó los párpados sabiendo que más lágrimas venían en camino. Puso la mano derecha como soporte de su cabeza, tapándose los ojos. Permitió que el miedo que procesaba hacia la irracionalidad de su hermano, separaran para siempre a su familia. Cuando sintió sus mejillas humedecidas soltó un leve sollozo, repitiendo las palabras que alguna vez debió haberle dicho a Dean cuando estaba vivo.
—Lo siento. —murmuraba entre sollozos. —Lo siento mucho Dean. —Lo que jamás imaginaría el buen detective es que su hermano siempre le escuchaba.
—Adán...
Levantó de golpe el rostro al oír ese susurro. Miró a su alrededor, pero no halló a nadie que hubiera podido decir algo. Entonces, cuando miró a la pared del frente, se fijó que había algo tras la capa de papel. Se levantó rápidamente hasta quedar a unos centímetros de la pared, y con dos dedos agarró un trozo del papel desprendido hasta arrancarlo, descubriendo lo que parecía una "L" pintada con tiza negra. Tiró de más trozos destapando la pared en donde había repetido varias veces la misma palabra, hasta tapar toda la pared blanca. Desde lejos, podrías creer que la pared en realidad era negra.
—Lilim. —susurró a sí mismo el inspector. —¿Qué tratabas de decirnos?
Fue de nuevo a su ordenador y buscó en internet la palabra. Según varias páginas los lilims eran hijas de Lilith, quien fue la primera esposa de Adán. Ella abandonó el paraíso de forma voluntaria, y procreó con varios demonios, especialmente con Asmodeo. La mayor parte de su descendencia eran mujeres, pero aún se desconocen todos los hijos que procreó.
¿Por qué escribiste esta palabra Dean?
Luego cayó en otra cosa. El susurro que había escuchado decía "Adán", y su hermano había escrito lilim. Conocía su obsesión con personajes de la biblia, pero todo esto le estaba asfixiando.
~⛤~
En la otra punta de la ciudad, cerca de la entrada de Londres, Konan Fray miraba un viejo álbum de fotos en su habitación. Rememoraba algunos recuerdos felices con sus hermanos y sus padres; los cumpleaños de Hank, el nacimiento de los mellizos, cuando Jeremy ayudó a Dean y Hank a construir una cometa.
"¿Cómo habían acabado así?" se preguntaba a sus adentros. "¿En que momento nuestra familia se desmoronó tanto? Puede que en el momento en el que perdieron a sus padres, pero de algo que estaba segura, es que no fue cuando ingresaron al pobre Dean.
Escuchó unos golpes en la puerta y vio que se trataba de su marido. Robert era un hombre de piel oscura, vestido con una camisa blanca y una chaqueta vaquera al igual que los pantalones. Era afortunada en tenerlo desde que le conoció cuando fue al psicólogo por sus ataques de ansiedad, pues siempre la apoyaba y en ese tiempo de luto la consolaba más que nunca.
—Voy a salir a hacer unas compras con el niño.
—De acuerdo. —cuando respondió no tardó en escuchar los pasos de su cariñoso esposo dirigiéndose hacia ella.
—¿Estás segura de que no quieres venir?
—No estoy de humor, así que divertiros vosotros.
—Si quieres que nos quedemos...
—Hunter tiene que tomar el aire. —insistió. —No seas vago. —Robert se acercó a ella y la besó la frente.
—Sabes que tanto Hunter como yo te apoyaremos en lo que necesites. —Justo en ese momento, el pequeño Hunter, entró en la habitación de los padres y fue corriendo a abrazar a su madre.
—Solo... Darme algo de tiempo, no te preocupes.
—Vale. —le dió un beso en la frente y el niño le dio otro en la mejilla como si copiara a su padre. —Te quiero cariño.
—Te quiero mami. —dijo el pequeño Hunter.
—Y yo a los dos.
Robert cogió en brazos a su hijo y salieron por la puerta para dirigirse al parque. A sus adentros la mujer se preguntaba si como hubiera sido la vida de Dean si nunca hubiera tenido esas alucinaciones. ¿Hubiera tenido una esposa? ¿Se habría quedado soltero? ¿Habría pensado en tener hijos? ¿Hubiera sido feliz? De nada le servía ya, pues no puede regresar al pasado, ni tampoco revivir a los muertos. Lo único que podía hacer ahora era llorar y gritar. Continuó observando las fotografías. Con cada página que iba pasando sentía que su corazón se iba haciendo añicos.
—Lo siento mucho Dean. —dijo echándose a llorar.
No comprendía como ese niño tan inocente podía haber acabado suicidándose. Entonces la duda empezó a invadir. ¿Y si no se suicidó? ¿Y si Jeremy y Raquel tuvieran razón y alguien le incitara a hacerlo.
—¿Qué te pasó Dean? —murmuraba con los ojos cerrados. —Si estás aquí, por favor dame una señal.
—Konny...
Abrió los ojos de golpe, y se giró en dirección a la puerta entreabierta. De repente alguien entró y sus ojos no daban crédito a lo que veía. Su difunto hermano menor estaba enfrente de ella, con su ropa del psiquiátrico y con los ojos completamente negros, vacios de toda vida. Konan quiso gritar, pero fue incapaz. Sentía que su hermano había regresado del reino de los muertos para castigarla...
—¿Dean? —no la respondió.
El muchacho le dio la espalda y comenzó a caminar abandonando la habitación. Lo más sabio hubiera sido que huyera de ese lugar, o que llamara a sus hermanos, pero Konan no lo hizo. Siguió al fantasma de su hermano por los silenciosos pasillos de su hogar hasta llegar al salón, el cual estaba unido al comedor y la cocina. Miró alrededor, pero no encontró a nadie. Sin embargo, una siniestra voz de riendo invadió toda la casa. Al principio creyó que se trataba de Dean, pero poco a poco esa voz aumentó y pudo notar que se trataba de la risa de una mujer.
—¿Quién anda ahí? —preguntó con la voz ahogada. Continuó observando su alrededor buscando el origen de esa perturbadora risa, y creyendo que se estaba volviendo loca. Y cuando pensó que el miedo que sentía ya no podía aumentar, de repente algo la agarró de la muñeca. Se encontró con una versión demacrada y putrefacta de Dean, un cadáver en descomposición. Su piel estaba fría y rígida, de un color gris, y sus ojos continuaban igual de negros y carentes de vida.
—Ayúdame... —Le pegó tal grito que cayó de culo al suelo con ganas de llorar.
Por cada paso que su hermano avanzaba hacia ella, Konan iba arrastrándose hacia atrás chocando con los muebles de la cocina, al mismo tiempo que rogaba a Dios que la salvara. Con rapidez, cogió uno de los cuchillos del cajón y apuntó desesperada a Dean. Obviamente era algo inútil, pues ¿Cómo iba a matar algo que ya estaba muerto?
—¡Aléjate de mí! —le gritó al fantasma.
Fue en ese entonces cuando Konan pudo conocer el auténtico origen del mal que había perturbado su casa. Tras ella notó una presencia, tan escalofriante como diabólica, tras ella presenció al demonio que asesinó a su hermano menor. A primera vista, pensó que se trataba de una mujer vestida con un vestido negro ajustado, pero al ver su aterradora sonrisa supo que ni siquiera se trataba de un humano.
—¿Qué te pasa, el cielo? —dijo con burla. —No quieres saludar a tu hermanito.
Al girarse de nuevo, el fantasma de su hermano saltó sobre ella. Entonces la agarró de la muñeca de nuevo, pero con el cuchillo de la cocina, consiguió cortarle para que la soltara y poder salir corriendo. De nuevo regresó a su cuarto y se encerró para coger el teléfono y llamar a Jeremy, pero antes de que pudiera, el fantasma la empujó con una fuerza brutal contra la pared.
Ella comenzó a rezarle a Dios, pues sabía que no sobreviviría contra ese ser maligno. Sin embargo, el fantasma la acorraló contra la pared para asfixiarla con las manos en su cuello. Konan con las pocas fuerzas que tenía, lo apuñaló, y el extraño ser desapareció convertido en humo, permitiendo que vuelva a respirar. Estaba a salvo. Se levantó algo traumatizada, y también aliviada. Ahora comprendía que su hermano nunca estuvo loco, que todo lo que les contaba era real y que estaban todos en peligro.
Sacándola de ese trance, escuchó el timbre de su casa sonando repetidas veces. Fue a la entrada, y vio que quien llamaba era Jeremy. Había entrado con su propia llave y parecía cansado y muy nervioso.
—Que alegría que hayas venido. —habló a su hermano, quien no la miraba. —Iba a llamarte ahora mismo. Me ha ocurrido una locura. —narraba histérica frotándose las manos, —Creo que Dean no estaba loco, creo que todo lo que intentaba decirnos era cierto. Y que puede que tu teoría de que Dean no se suicidara también es cierta. Esto es peor que una de esas películas de terror. —se fijó en la mirada de su hermano, quien continuaba sin mirarla, pero parecía muy asustado. —Jer. ¿Me estás escuchando?
Konan se giró para ver lo que estaba preocupando a su hermano y divisó en el suelo una mancha de sangre, probablemente de su batalla contra el fantasma. Quiso explicárselo, pero Jeremy caminó hasta la mancha y se agachó para verla mejor. De seguido posó su mirada en el pasillo, en donde observó que la sangre continuaba hasta el dormitorio. Sin decir una palabra, el joven detective fue siguiendo el rastro de sangre, desconcertando más a su hermana, a la que trataba como si no pudiera ver ni oir.
—¿Jer? —Le siguió detrás hasta su cuarto. No comprendía porque no la escuchaba, era como si estuviera ido. Más a su pesar lo que descubriría en la habitación, acabaría desvelando esa duda que la destrozaría.
—No... —escuchó murmurar al hombre. —Por favor tú también no...
Cuando los dos hermanos entraron en el dormitorio, sintieron como el peso de la realidad caía en sus cabezas. Las lágrimas se les escapaban por las mejillas, pero sobre todo a Konan quien tenía ante ella su propio cuerpo muerto, con un corte en la muñeca y una puñalada en el pecho que se había hecho ella misma. Todo lo que había visto fue una ilusión, todo lo que había visto fue una trampa, todo lo que había visto fue orquestado por la mujer del vestido negro, a la que tenía tras ella con su verdadera forma.
—Ahora me perteneces a mí.
Ese susurro hizo que su cuerpo se estremeciera. No fue hasta que el demonio la tocó cuando sintió como el frío y la rigidez que sintió al tocar al fantasma de Dean, se extendía por todo su cuerpo, como una enfermedad que devoraba a su huésped. Esto era el frío velo de la muerte y el inicio de su condena eterna. Y eso no era todo, puede que fuera cosa del demonio, o fuera una broma del destino, pero en ese preciso instante cuando la muerte la absorbía, su hermano elevó la mirada, y el último recuerdo de Konan Van Tassel sería el terror en los ojos de su hermano mayor.
—¿Konan?
Tan fuerte era la ponzoña que la invadía y tan doloroso era su sufrimiento que lo único que hizo antes de desaparecer fue gritar.
—¡Aaaaah!
~⛤~
Una vez que los policías llegaron a la casa, fue rodeada por cordones policiales y periodistas. Los médicos se llevaron el cuerpo de la difunta para que lo analizaran, pero debido a los indicios y similitudes del anterior caso, dictaminaron que se trataba de un suicidio. Hank y Raquel no tardaron mucho en llegar. No eran conscientes de lo que había pasado, pero Raquel no tardó en imaginárselo al ver el rastro de lágrimas en el rostro de su hermano mayor. Poco después llegaron su cuñado y su sobrino. No querían que el niño viera lo que pasaba así que le dejaron en el sillón del coche.
—¿Dónde está mi esposa? —preguntó Robert a los hermanos.
—Robert... —Jeremy no encontraba las palabras para explicarle lo sucedido, así que simplemente negó lentamente con la cabeza aguantando las ganas de llorar. —Konan ha... —El hombre sintió como le fallaban las rodillas. Logan salió de la casa colocándose al lado de su compañero, y posó su mano en la del viudo.
—Mis más sinceras condolencias.
—¿Qué le ha pasado a nuestra hermana? —preguntó Raquel.
—Por las heridas evidentes, parece que se cortó las venas y se apuñaló a sí misma.
Hank se giró de golpe para mirar al compañero de su hermano.
—¿Estás diciendo que Konan también se ha suicidado? —dijo aún más nervioso.
—Es lo que apuntan las pruebas.
—No... —negaba Robert. —Mi mujer jamás se suicidaría.
—Tal vez la muerte de vuestro hermano la trastornara...
—¿Eres sordo Logan? —dijo Robert aún más enfadado. —¡Te he dicho que Konan jamás lo haría! ¡Ella amaba a nuestro hijo! ¡Queríamos formar una familia! ¡Si, es cierto que estaba triste por la muerte de su hermano, pero jamás nos abandonaría a Hunter o a mí!
Raquel no quería tener que escuchar la misma discusión que con la muerte de Dean. Lo único que deseaba era poder llorar a su hermanos en paz. Ya tuvo suficiente con los de la iglesia, que no quería celebrar un funeral pues en la religión el suicidio era un pecado. Pensar que tanto Dean como Konan estaban condenados a sufrir en el infierno...
—Adán... —Esa voz... No había ninguna duda. En la calle paralela bajo una farola vio una silueta. Se acercó un poco alejados del ruido de las sirenas y periodistas buitres, y divisó a su mellizo con la misma apariencia que tenía en su apartamento.
—Encuentra....—decía con dificultad. —Encuentra a Adán... El Lilim... —Entonces la farola parpadeó varias veces y su hermano desapareció en las sombras.
El hecho de que su hermano dijera el nombre del hombre desconocido con el que se encontró en la Iglesia, "debía significar algo ¿no?". No le importaba si se estaba volviendo loca o no, era lo mejor que tenían para empezar. Necesitaba averiguar porque sus hermanos estaban muriendo.
—Jeremy. —llamó a su hermano sacándolo de esa tormentosa discusión. —Quiero que busques a alguien...
Entre la multitud de civiles, tras los periodistas tratando de hacer fotos y preguntas, la mujer del vestido negro sonreía complacida por un trabajo bien hecho. Ya se había librado de dos de los hermanos y había obtenido unas gotas de la sangre. Sacó el móvil, marcando el número de su socio para infórmale. Cuando escuchó que cogió la llamada habló con alegría:
—Haël, tengo la segunda, faltan tres.
—Buen trabajo. —la felicitó con pocas ganas. —Estamos a un paso de acabar este absurdo trabajo. Tengo ganas de quitármelo de en medio.
—Yo lo hago más por librarnos de esas cucarachas humanas. —dijo con una risa de niña. —Dime ¿Alguna noticia sobre los Nigthmare?
—El Demogorgon les dio una sorpresa a tres de ellos, aunque esos bichos se han puesto a devorar un par de humanos por el camino. Son muy odiosos..
—Cómo se te nota en la voz que quieres que el Lilim sobreviva.
—Mi mayor deseo es volver a verlo una vez más. —le escuchó decir con anhelo.
—Pronto, muy pronto.
Así era. Un demonio antiguo que conocía a Adán como la palma de su mano, observaba Londres desde lo más alto del Big Ben. Varios siglos habían pasado desde la última vez que se vieron, y hace poco supo de la noticia que no recordaba nada de lo que pasó en el Infierno, pero ese problema pronto tendría solución. Haël estaba dispuesto a ayudarle a recordar, por muy doloroso que fuera para el medio demonio.
"Nos volveremos a ver, pequeño Lilim."
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