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~5~

Hijo... Demonio...

Hogar... Infierno...

Padre... Muerto...

Hermano... ángel...

Madre...

¿Quién te amaría más que tu madre?

Un recuerdo o una pesadilla. El joven Adán se encontraba caminando, sin camisa mostrando sus marcas y cicatrices, por el inmenso castillo negro repleto de fuego y ceniza. Las paredes eran como espejos que reflejaban la oscuridad de cada ser vivo, y lo que le sucedía al llegar ahí. Las almas en pena de aquellos condenados por sus acciones en la vida terrenal que tuvieron, castigos eternos realizados por los demonios. Desde allí el joven brujo podía escuchar los gritos de toda esa gente, lo que le destrozaba el corazón. Se tapaba los oídos, pero no servía de nada. Encima empezó a oír esas risas de sus hermanastros desde lejos. Seguro que quería volver a torturarlo a latigazos, morderle el cuello o la muñeca para beberle su sangre, o incluso probar nuevos métodos para hacerle sufrir.

Adán se encogió en una esquina, llorando como un niño, deseando que le tragara la tierra y desaparecer. Quería marcharse de ese lugar y volver a su casa. El hermoso bosque donde se crió junto a su hermano. Quería volver allí y abandonar esa tierra de fuego y desesperación. No lo soportaba más.

—¿Qué te pasa hijo? —Adán se giró y encontró la mirada de esa mujer, la mujer que le destrozó. Sin embargo no se atrevía a verla la cara demasiado tiempo. Le aterraba que quisiera usar su control mental contra él, se volvía demasiado vulnerable. —¿Te han vuelto a molestar alguno de tus hermanos demonios?

Notó como sus ojos se llenaban más y más de lágrimas negras por el miedo e impotencia. Los de sangre de demonio solo lloran obsidiana o sangre, aunque por lo general nunca lloraban, pues era símbolo de debilidad. Puede que a primera vista el tono de esa mujer fuera amable y maternal, pero todo eso no eran más que mentiras.

—No soy tu hijo, y ellos no son mis hermanos —le dijo con la voz rota y abrazándose a sí mismo con fuerza. —No soy un demonio. —continuó, permitiendo que sus lágrimas de obsidiana fluyeran en sus mejillas. —Quiero volver con Aiden. ¡Quiero volver a mi casa!

Esa contestación le costaría caro, pues no le gustó nada a la reina del Infierno. Acto seguido ella le agarró del hombro y le hizo girar mirando a la columna. Luego agarró el rostro del chico con una mano fuerte, hasta el punto de clavarle sus uñas afilas de color carmí. Le hizo mirarla a sus ojos rojos provocando que su piel se estremeciera.

—¿Cuándo te quedará claro hijo? Nadie vendrá a salvarte. —le susurró al oído. Sus manos comenzaron a arder, provocando que el chico gimiera de dolor. —No queda nada de ese pueblo y ningún humano quiere a un medio demonio. Te matarían sin dudarlo, y además ¿Quién te amaría más que tu madre?

—Para por favor... —rogaba agarrándola de la muñeca intentando soltarse del agarre. —Para... lo siento...

Ella le soltó chocando contra la pared. Seguidamente colocó sus manos en la espalda de su hijo y continuó con su castigo a pesar de las súplicas de este. No sabía que era peor, si las burlas y torturas de sus hermanos o los castigos de ella. Solo estaba seguro de una cosa, que el destino lo castigaba por el pecado que hizo. Un maldito error que lo atormentará por toda su vida.

—El dolor te hará más fuerte...

~⛤~

—Para... por favor... me haces daño...

Will encendió la lámpara de la habitación y empezó a agitar a su compañero para despertarlo.

—Ey colega. —le llamaba a la vez que le movía. —Despierta tío.

—Déjame... por favor...

De repente las luces empezaron a parpadear. Esto era muy común entre brujos y sobre todo en los más poderosos. Si no controlaba sus emociones, incluso mientras dormía, podían salirse de control. Una vez hasta hizo que levitaron los objetos de su cuarto, e incluso sacó a Will flotando hasta el pasillo.

Continuó moviendo su cuerpo a ver si despertaba, pero era inútil, Adán era de sueño profundo. Lo único que se le ocurría era tirarle un cubo de agua, pero no iba a ser tan capullo. Encima en ese instante las bombillas explotaron.

—Joder.

Rápidamente, Will abandonó a Adán y corrió por el pasillo hasta la habitación donde dormían las chicas. Ni se molestó en tocar la puerta la abrió de una patada.

—Rosa ¡Rosa! ¡Despierta!

Las chicas gimen unos segundos, y además no le hicieron ni caso. La habitación era grande, color negro y rojo, con una cama invidual de mantas con dibujos de rosas rojas y varios armarios, pero se ha añadido también un colchón donde dormía la médium.

Con la situación que tenía el inmortal en su cuarto dejó de un lado los modales y golpeó a Rosa con una almohada. Había invocado a una bestia muy enfadada.

—¡¿De qué vas William Dal Salan?! ¡Sabes que no me gusta que me despierten así idiota! ¡Necesito mis horas de sueño!

Sam se frotó uno de los ojos y dio un bostezo.

—¿Pero qué pasa?

—Es Adán y sus putos terrores nocturnos. Ross necesito que uses tus poderes para calmarlo.

—Mierda. —murmuró levantándose de golpe.

De repente, las luces de la habitación comenzaron a parpadear, justo igual que las del cuarto de Adán. En ese instante, Duncan y Arthur aparecieron en la entrada de la habitación. Al ver las luces, Duncan no tardó en comprender lo que pasaba.

—¿Otra vez? —se quejó golpeándose contra la puerta. —¿No le recetaron unas pastillas?

Todos se dirigieron preocupados a la habitación del líder. Para la mala suerte de todos los objetos de la habitación ya se encontraban flotando a lo "Carrie". Una de las sillas fue lanzada contra el pobre Duncan dándose un golpe contra la pared. El brujo continuaba la pesadilla en silencio, e incluso llegaron a ver una lágrima negra recorrer su mejilla.

—Déjame... por favor... me haces daño...

—Pobrecito. —dijo Sam al ver a su amigo.

Arthur ya conocía las frecuentes pesadillas de Adán, solía ocurrirle cuando vivía con él. Sin embargo, creyó que ya las había superado hace tiempo. Las imágenes de posibles recuerdos o alucinaciones que le provocaba Lilith mediante su conexión sanguínea "Vivo a través de mis hijos".

Rosa esquivó los muebles y libros, hasta llegar a donde Adán y así colocó su mano en la frente de este. Comenzó a tararear una nana y una luz cálida que calmó la respiración acelerada de su amigo. Los objetos dejaron de moverse cayendo al suelo, y las luces dejaron de parpadear. Sus poderes estaban bajo control, lo que hizo que todos soltaron un suspiro de alivio.

—Ya se calmó. —dijo Will más tranquilo.

—Esa silla me ha dejado aturdido. —comentó Duncan con la mano en la cabeza.

Sam se acercó, apoyándose en la esquina de la puerta. Miró al pobre Adán lleno de sudor y con el rastro de haber llorado. Al ser la más novata en el grupo no conocía con detalle su pasado, solo la historia resumida que él mismo la contó, y eso que tardó bastante tiempo en que se lo confesara.

—¿Se encuentra bien?

—A veces tiene pesadillas provocadas por ella. Utiliza la sangre de Adán para llegar a su mente y hacer que sus poderes se descontrolen.

—Será hija de...

—No digas palabrotas Samy. —le decía su guardián mirándose los dedos.

Sam sabía lo que era no poder dormir bien, pero una cosa era que unos visitantes no deseados vinieran a pedir ayuda y otra muy distinta es que su propia madre quisiera perturbar su sueño para descontrolar. No soportaba que esa desgraciada le hiciera daño a su amigo.

—Yo apenas puedo dormir con las voces de los fantasmas tocándome las narices.

Arthur se acercó para ver a Adán más de cerca. Pese a que los tres brujos no se fiaban de él, acercó su mano a la mejilla del brujo y limpió el rastro de obsidiana que tenía. Ross elevó las cejas sorprendida mientras que Will y Duncan le vigilaban esperando que no hiciera nada malo.

—Pensé que ya no los tenía. —comentó el ángel.

—Esa zorra no se rinde. —Will lo conocía, todos conocían el infierno que pasó Adán con esa mujer. —Le llena la cabeza con recuerdos de su corta etapa en el Infierno. Pero Adán es un hombre fuerte y pudo escapar rápido de allí.

—¿Eso os contó? —preguntó Arthur en voz baja y muy sorprendido.

—¿Acaso te contó otra versión a ti?

—No.

—¿Eres capaz al menos de comprender su dolor? —le encaró Duncan enfrente de él. —¿Sabes lo que es que tu madre te torture?

—No tuve madre ¿Lo recuerdas? Solo un padre controlador y un hermano muy rebelde que provocaron una guerra de milenios. —dijo de forma metafórica. Pensar en la guerra del cielo y el infierno le revolvía las tripas, y más al recordar cómo le trataron los dos mencionados cuando declaró que no deseaba participar en el conflicto. —No les gustó que fuera neutro en su pelea. Me echaron a patadas de sus territorios.

Sam miró el reloj y vio que eran las siete de la mañana. Ya no pensaba dormir y ahí no pintaba nada así que sugirió hacer algo de provecho. —Bueno, ¿Alguno de vosotros me ayuda a cuchichear en temas de fantasmas? Necesito un catalizador de magia para ser más precisa. Tengo planeado hacer el truco de la tinta y el nombre para buscar el núcleo del aura diabólica.

—Ya te ayudo yo. —Duncan le ofreció la mano a la médium, y ella, por el bonito gesto de caballero, elevó la comisura de los labios para seguidamente aceptar su mano. —Will quédate con Ross por si necesita ayuda.

—Puedo encargarme sola.

—¿Seguro? ¿Ross, no necesitarás ayuda?

—Will, estoy bien ir con ella. Yo me encargo de Adán un ratito, probablemente no tarde mucho en despertarse y vayamos con vosotros.

Los dos mejores amigos intercambiaron miradas, poco convencidos, pero confiaban en su compañera, así que la dejaron con su líder y acompañaron a Sam al salón para ayudarla con el ritual. Sin embargo, Arthur se quedó en la puerta mirando al brujo dormido y siendo aliviado por la bruja mexicana.

—Ella le atormenta. —habló Rosa sacándole de sus pensamientos. —No le deja dormir. Cree que si le vuelve loco podrá usarlo para que le ayude a escapar. Usa la táctica de los demonios: infestación, opresión y posesión.

—Pues pierde el tiempo. Adán es más tozudo que cualquiera en esta dimensión y en las demás. No se dejará manipular tan fácilmente ya que ha tardado más de 800 años y no lo ha conseguido.

—Díselo a ella. Solo quiere ser liberada, le da igual su hijo, solo le importa ella misma nada más.

—Para controlar a este zopenco solo tendría que mataros a vosotros tres. Sois su mayor tesoro y lo único que le ata a esta dimensión.

—No le des ideas, aunque para eso antes tendría que atraparme. —afirmó orgullosa. —Soy más rápida que cualquier demonio.

En ese instante, Adán se despertó de golpe e hiperventilando. Por la expresión en su rostro parecía estar aterrado. Arthur fue hasta el baño para coger una toalla pequeña, y luego se la lanzó al brujo a la cara.

—Y el bello durmiente abrió los ojos. —dijo Arthur con sarcasmo.

El brujo comenzó a respirar despacio intentando calmar sus latidos, sentía que la sangre le fluía a mil por minuto. Una vez que se calmó, comenzó a limpiarse el rostro con la toalla. Se giró para ver a los presentes cruzando la mirada con la de su compañera preocupada.

—Rosa...

—Has tenido una pesadilla.

Cerró los ojos y observó el desastre que había en su cuarto. Una vez más, su magia se había descontrolado, lo que le hacía sentir vergüenza hacía sí mismo.

—Lo siento.

—No te preocupes. —Ross le cogió de la mano y la acarició. —No es culpa tuya, no lo haces a propósito.

Adán agradecía tener una buena amiga con esa bruja. No era capaz de comprender cómo sus antiguas compañeras de aquelarre la echaron solo por sus antepasados malvados. El miedo provoca que las personas se vuelven irracionales.

—Oye Ross. —la llamó el ángel caído. —¿Podrías dejarme unos segundos con él? Me gustaría hablar de unos asuntos.

Ross volteó para ver a su líder. No le gustaba la idea de dejarlo solo con Athatriel después del daño que le hizo en el pasado. Aun así Adán asintió con la mirada, diciendo que estaría bien con él. La chica se levantó no sin antes decirles unas palabras a Arthur:

—Cómo le hagas algo cortaré por lo sano. —y sin dejar de fulminar con la mirada, se marchó de la habitación.

Obviamente esa amenaza no era capaz de intimidar al ángel, sino de provocar una risa en sus labios. Ya hacía años que no le temía a la muerte, y eso que los ángeles al morir se convertían en energía. No iban al cielo, sino que se hacían uno con el mundo, pues era el precio de sus vidas eternas.

Una vez solos, un inquietante silencio inundó el ambiente. Adán no decía ni una palabra, ya que no tenía nada que decirle. Simplemente se quitó la camisa, mostrando su cuerpo repleto de tatuajes y símbolos, con alguna cicatriz de anteriores trabajos, para poder limpiarse. Por otro lado Arthur buscaba la mejor manera para poder hablar, pero desde siempre supo que carecía del don de la palabra.

—Siempre he pensado que tus amiguitos son de lo más interesante.

—Vete a la mierda.

—Una bruja desterrada, un chaval maldito y un hombre aficionado al paganismo. Vaya aquelarre tienes, y eso que no he contado a Sam una niña que habla con fantasmas y yo, un ángel.

—Caído. —terminó Adán levantándose a por su petaca en el suelo. —Eres un ángel caído, condenado por no estar de acuerdo ni con Dios ni con Lucifer.

Adán sabía que Athatriel odiaba todo lo que se relacionaba con su pasado. Solo le gustaba mencionarlo si era para meterse con su padre, El Creador, o con su hermano mayor, el mismísimo Lucifer. Sin embargo, no mostró ningún ápice de enfado en su cara, en realidad no mostró ningún tipo de sentimiento.

—Bueno, una historia muy triste que no me apetece recordar. —dijo lamiéndose los labios. —¿Y tú? Hijo mestizo de un humano y de un demonio, pero no cualquier demonio. Hijo de la señora del Infierno, la jamás nombrada. Eso sí que es una putada. ¿Cuánto tiempo estuviste ahí abajo? —le preguntó curioso. —Ni a mí ni a tus amigos nos has contado la historia completa, lo que me hace sospechar un poco.

—Digamos que es otra historia triste que yo tampoco quiero recordar.

Lo cierto era que ni lo recordaba. En sus pesadillas veía ligeros fragmentos de lo que pareció ser su etapa en el castillo de su madre, pero no se acordaba de nada. Al pensar en ello, solo podía recordar el portal que lo absorbió y separó de su hermano cuando era un niño, para poco después despertar, ya adulto, en las ruinas de lo que una vez fue su hogar, casi cincuenta años después. Una parte de él quería saber qué pasó, pero la otra se negaba. Otra incógnita que tenía eran sus poderes. Fuera del Infierno ya sabía usarlos a voluntad propia, y para canalizarlos con mayor facilidad tenía esa piedra color violeta incrustada en su frente. No podía recordar quién le enseñó, ni podía recordar quien le regaló la piedra. Todo eran preguntas sin respuesta.

—Bueno pues ¿por qué no recordamos los buenos tiempos juntos? —dijo con un tono pícaro sacándole de sus pensamientos. —Como cuando fuimos a Venecia o cuando estuvimos en Nueva York. —deslizó las yemas por la espalda sudada del brujo, quien se encontraba mirando a la ventana, con la petaca de alcohol en la mano. —En Italia nos lo pasamos genial ¿verdad? No niegues que fueron unos buenos tiempos.

Adán se giró al verle cruzando su mirada unos segundos y una sonrisa sarcástica.

—No lo niego, fueron de los años más emocionantes y excitantes de mi eterna vida.

—Bueno ¿por qué no podemos repetirlos?

—¿Por qué será? —dijo con ironía. —Oh sí, yo te diré por qué. Porque tú eras un capullo que disfrutaba con influenciar a los humanos para que hicieran actos terribles, y me motivaste a mí hacer lo mismo. Casi pierdo el control de mi lado demonio y un tiempo después, cuando pensé que conocer a Sam te había cambiado, me apuñalaste por la espalda. —El caído apartó la mirada, para volver a mirarlo a los ojos. —Y aún sigo sin entender el por qué. ¿Qué coño ganabas vendiéndome a Belias?

Como siempre, cada vez que tenían esa discusión, Arthur no abrió la boca, solo hubo silencio, un horrible silencio.

—Lo suponía.

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