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~3~

Desde que tenía memoria, la música siempre había tenido algo especial para ella. Podía sentirla en cualquier parte, con solo oír unos golpes de la lluvia o soplando una botella; con el cantar de los pájaros o las bocinas de los coches. Todo, vivo o inerte tenía su propia melodía, y ella sabía cómo mostrarla. Sin embargo, ella no era capaz de encontrar la suya propia, sólo podía interpretar la de los demás y convertirlas en hermosas canciones que componía. Por eso decidió ser profesora de música, para ayudar a otros a encontrar su canción y con suerte encontrar la suya. No pudo ir a la escuela de música debido al poco dinero que tenía su familia, así que aprendió a tocar la flauta travesera por su cuenta, volviéndose una experta.

Sentada en el balcón de su apartamento, colocó el instrumento, cerró los ojos y comenzó a soplar dejando que sus dedos recordarán su melodía preferida, una canción que su difunta madre solía cantar. Hoy se cumplen veinte años de la muerte de sus padres. Apenas los recordaba debido a que era muy pequeña cuando murieron, pero aún le quedaban algunos detalles de ellos guardados en su memoria, como el olor de la comida que hacía su padre, o el delicado perfume de su madre. No sabía si él no recordar las caras era algo bueno o malo, pues tener recuerdos de aquellos a los que perdiste es mucho más duro que no tenerlos.

Le gustaba mucho tocar por las noches, con la brisa suave de verano, y de vez en cuando con las estrellas encima de ella. Para ella no había mejor momento del día, después del trabajo. A veces conseguía añadir el sonido de la ciudad a la canción, pero aun no encontraba esa canción que la llenara, que pudiera decir que era suya. A veces los vecinos se asomaban a mirarla, y otras incluso la aplaudían, como si fuera un recital.

De repente, al abrir los ojos, miró al frente y le pareció ver a un hombre rubio mirarla fijamente. Le daba escalofríos, pero lo que más la inquietaba era esa sensación sombría que desprendían sus ojos. ¿De qué iba ese?

Dejó de tocar al oír el contestador de su teléfono con un mensaje de voz.

Hola soy Raquel, deja tu mensaje.

Hola hermanita, soy Jeremy. Voy para tu casa después del trabajo, tenemos que hablar sobre Dean, es urgente.

Con solo oír el nombre de su mellizo, sintió que su corazón dio un salto por miedo. Llevaba sin hablar con él meses, desde que le metieron en aquel psiquiátrico.

Su hermano, Dean, era un chico amable, bondadoso y sensible, pero sufría ataques muy graves asegurando que veía monstruos que le perseguían. Se metía de todo con tal de no ver lo que veía.

Jeremy, el más mayor de los cinco, era el único que iba a visitarlo. Seguramente porque se sentía responsable de él y quería cuanto pudiese para ayudarlo.

Entró en su apartamento dejando la flauta en su estuche. Su hogar era muy simple, un apartamento con una habitación, una cocina con mesa, el salón y un baño. Ella vivía sola, sin compañera de piso, ni novio, bueno, sola no pues tenía la compañía de su gata negro Nyx. El animal se acercó a ella y le acarició las piernas. Raquel la cogió y le dio un beso en la cabeza antes de dejarla en el sofá para que descansara. Allí abrió el grifo, y se echó agua fría en la cara. Al mirarse en el espejo notó que tenía unas pequeñas ojeras, debido a que había tenido unas horribles pesadillas. Después se quitó el moño dejando suelto su pelo azabache rebelde que sobrepasaba sus hombros.

Fue al salón, y miró el reloj dando las ocho de la tarde, por lo que su hermano no tardaría en llegar. Miró en su nevera y sacó un par de cervezas sin alcohol y unas pizzas precocinadas. Obviamente, tampoco se olvidó de preparar la cena de Nyx. Mientras preparaba el horno, su mente se llenaba de recuerdos con sus hermanos. Después del accidente donde murieron sus padres, Jeremy se convirtió en el hombre de la familia, y su hermana Konan en la mujer que la crió, casi como si fuera su madre. Ella era la pequeña por unos segundos detrás de Dean; antes de ellos iba Hank, quien se consideraba el cerebro de los cinco y quien había logrado el éxito por sacarse el doctorado. Raquel se marchó de casa por no soportarlo y por lo que sucedió poco antes. No negaba que los extrañaba a todos, pero debido a las extremas circunstancias de su familia, todos tomaron caminos separados. Unos por elección propia, pero uno no.

Encendió la televisión y puso un canal cualquiera para distraerse. Le apareció una de esas series policiacas y decidió verla. Nyx se subió a su regazo para dormirse en sus piernas y hacer algo de compañía. Esa gata se había convertido en su única amiga de verdad.

Una hora después, el timbre sonó y como si pudiera olerlo, Nyx fue directamente a la puerta esperando a que su dueña abriera. Raquel podía intuir de quien se trataba a si que soltó un suspiro, para seguidamente frotarse los ojos, y en cuanto escuchó el maullido de Nyx llamándola, fue a la puerta para abrir al huésped. Quitó la cadena, y giró el pomo permitiendo ver a su hermano mayor.

—Hola peque. —antes de que le pudiera saludar ya se había lanzado a envolverla en un fuerte abrazo de oso. Siempre fue el más cariñoso de los cinco.

Cuando se separan, Raquel le observaba bastante cambiado. Todo un inspector de policía con su placa, el arma y su ropa. Una chaqueta americana oscura, una camisa azul, vaqueros y hasta corbata. El mote de "peque" era algo muy común cuando era niña, pero siempre odiaba cuando se lo decía porque le recordaba que era la menor. Aún así sabía que Jeremy se lo decía para meterse un poco con ella.

—Pensé que ya no me llamabas así. —dijo con una risa tímida.

—Eso es imposible, dado que jamás dejarás de ser la peque Van Tassel.

Ambos hermanos se abrazaron con fuerza de nuevo y entraron en el piso para sentarse en el salón. Nyx se acercó a las piernas de Jeremy y este la acarició. A pesar del mucho tiempo que no venía al apartamento el gato aún le reconocía.

—¿Qué tal está Daphne? —dijo preguntando por su mujer.

—Bien. —dijo a la vez que se sentaba en el sofá. —No para de preguntarme cuándo volverás a visitarnos para que toques la flauta.

—He estado algo ocupada en el instituto. Pero ahora que estoy de vacaciones, puede que os dedique algún concierto personal. —sugirió con una sonrisa compartida con su hermano. —He preparado dos pizzas ¿Te apetece?

—Claro.

La chica se levantó y fue al horno a coger las dos pizzas, una de cuatro quesos y la otra de atún, la favorita de su hermano. Cogió de su cocina dos cervezas y las abrió sirviéndose en unos vasos.

—Gracias.

—¿De qué querías hablar conmigo? —le preguntó yendo al grano.

—Dean me ha llamado.

—¿Y eso? —dijo frunciendo el ceño extrañada.

—Estaba trabajando por lo que no pude hablar con él, pero en el contestador parecía muy nervioso. Decía que alguien le estaba vigilando, que sus alucinaciones habían empeorado. —Mañana tengo planeado ir a verlo.

—Puede que esté algo paranoico, es normal en su estado.

—No sé. —murmuró jugando con una de las botellas. —Parecía aterrado, peor que cuando se despertaba por las noches, aterrado de verdad, como si de verdad estuviera en peligro.

—Y me has llamado porque...

—Tú sabes cuando está mintiendo y cuando no. Llevas meses sin ir a verle, además quiero intentar que vayamos todos, los cuatro hermanos. Konan ya ha aceptado venir, solo me faltan tú y Hank.

—Sabes que Hank no irá, no le gusta manchar su currículum de doctor recordando que tiene un hermano lunático.

—No le llames lunático, solo está enfermo.

—Lo siento. —dijo cogiendo a la gata y colocándola en su regazo.

Jeremy dio un trago a la botella y dio un fuerte suspiro.

—Dean mencionó el incendio. En el que murieron mamá y papá. —Raquel volteó de golpe abriendo sus ojos marrones. —Aseguraba que no fue un accidente, que fueron asesinados.

Ella dio una risa seca mientras acariciaba a la gata. Había escuchado miles teorías conspiranoicas de su hermano, las cuales tomaba como bromas, pero nunca había mencionado el tema de sus padres porque sabía que era un tema complicado. Raquel negó con la cabeza sin poder creérselo, e incluso llegó a pesar cosas de su mellizo.

—Vale esto ya pasa de paranoico, ¿ahora va con las conspiraciones?

—Por favor Raquel.

—Mira yo no estaba de acuerdo con encerrarlo en ese manicomio porque tenía la esperanza de que cambiaría, que podíamos ayudarle. Le visité varias veces, más que vosotros tres juntos. Pero él no quería verme, siempre me encontraba con un guardia que me decía "no quiere verte" y ahora me dices que él quiere vernos. Puede que al final sí que esté loco de verdad.

—¿Y si Dean tiene razón? —preguntó inseguro.

Ella cogió un trozo de pizza y la metió en la boca.

—¿De que existen monstruos y fantasmas? —bromeó.

—Eso obviamente no, pero creo que alguien nos está vigilando.

—¿Por qué piensas eso?

Jeremy frotó su frente y apartó unos meches del cabello negro, mostrando su mirada azul de preocupación.

—Anoche estaba con Daphne en casa. Ella acaba de llegar de un trabajo y nos quedamos despiertos viendo una película. En un momento fui a la cocina a por un baso de agua, y cuando miré por la ventana, me pareció ver a una mujer morena, vestida de negro vigilandome. Daba muy mal rollo, pero no quise darle importancia.

—¿Y cuál es el problema?

—Pues hoy he vuelto a ver a la misma mujer al lado de la comisaría. —dijo algo nervioso. —Una mujer morena, de cabellos negros, vestida de negro con un traje de cuero.

—Creo que la locura es contagiosa. —afirmó Raquel frotándose los ojos.

—Por dios Raquel, tú también no. —dijo con fastidio. —No estoy loco.

—Mira si quieres mañana voy con vosotros a ver a Dean. —dijo cansada de aquella extraña conversación. —Pero no quiero otro hermano con alucinaciones en la familia, por favor. Ya tuve suficiente con uno.

—Gracias. —dijo el mayor con cierto alivio. —¿Podría quedarme hoy a dormir? Le he dicho a Daphne que puede que no llegara a casa y es muy tarde.

—Claro, ahora te traigo una manta.

Raquel le preparó el sofá para que estuviera cómodo y pudiera dormir tranquilo. Luego ella se aseo y se preparó para acostarse en su cama. Finalmente, ambos hermanos se sumieron en los brazos de Morfeo, llenos de pensamientos inquietos sobre el día de mañana, sin imaginar que algo terrible sucedería.

~⛤~

Dean...

El joven moreno de ojos marrones se despertó hiperventilado y con el corazón a cien por segundo. Miró a su alrededor y no vio a nadie, solo estaba él, pero las voces aún le atormentaban. De repente, notó un picor en sus brazos y al remangarse su camisa blanca pudo ver que dentro de sus venas había algo oscuro que estaba contaminando. Ya no aguantaba más ese dolor, solo quería despertar de esa pesadilla y regresar a esa época feliz con sus hermanos. ¿Cuándo terminaría ese sufrimiento? ¿Quién vendría en su auxilio? Sus hermanos le habían abandonado, no le creyeron, y su propia melliza le tomaba por loco. Estaba vacío y solo. Ya no le quedaba nada más que escuchar las voces de los ángeles que le habían destrozado la vida. Maldecía Dios por su habilidad pues él nunca pidió ver lo que ningún mortal podía.

Dean...

Y de nuevo esa voz que le llamaba, cautivadora y tentativa, la de alguien que le había prometido acudir a su auxilio. Casi como si estuviera hipnotizado, salió de la cama, y alguna fuerza que desconocía le abrió la puerta de su habitación, la cual siempre se mantenía con llave por orden de los enfermeros.

Siguió la voz los oscuros pasillos de azulejos sin luces, subiendo varios pisos por las escaleras hasta la azotea. La voz le susurraba la promesa de ayudarle, y de hacerle despertar para que pudiera volver a estar con su amada hermana.

Al llegar varias personas de ojos totalmente negros le esperaban. Quería marcharse, quería dejar de ser tan raro y volver a ser normal, quería estar con su hermana. Caminó hasta el bordillo del edificio y miró hacia abajo divisando la distancia tan grande que le separaba del suelo del patio. Un par de lágrimas comenzaron a escapar de sus mejillas, pues el miedo le había invadido el cuerpo. Sin embargo, una mano cobriza comenzó a acariciarle con suavidad.

—Vamos... hazlo... Es la única forma. —le aseguraba la mujer que le había acompañado durante varias noches. —Así podrás despertar y reunirte con tu familia.

—Pero tengo miedo. —sollozaba el joven. —¿En verdad me están esperando allí?

—Sí, mi pequeño. Tu hermano el joven policía, la hermana a la que considerabas una madre, el inteligente de tu hermano que siempre te quiso y tu adorada hermana melliza, la que siempre será tu otra mitad. —la mujer le limpió las lágrimas y le apartó los pelos del flequillo. —¿No quieres volver a estar con Raquel? ¿No quieres volver a verla sonreír?

—Si que lo deseo, con todo mi corazón. —La mano pasó de su mejilla a la mano derecha, colocándose detrás de él. 

—Yo lo haré por tí. Te ayudaré a despertar... Dean...

Entonces un nombre recorrió sus últimos pensamientos. Un nombre con el que estuvo soñando durante días desde hacía meses. Aquel hombre de ojos lilas que estaba ligado a una parte de él, y está destinado a ser una causa de salvación o una causa de destrucción. Quien estaba ligado a su linaje y a su hermana.

—Lilim...

Sin poder evitarlo, perdió el control de su cuerpo y se tiró al vacío, esperando poder despertar.

Durante su estancia en ese lugar, sus compañeros le contaban que cuando mueres ves pasar toda tu vida ante tus ojos. Dean acababa de ver que era cierto, pues pues para él la caída fue a cámara lenta, dándole la oportunidad de rememorar todos esos maravillosos días felices que pasó cuando era niño, y que deseaba repetir. Quería volver a ver el rostro alegre de su hermana. Su mayor deseo era volver a estar a su lado, una vez más.

Sintió el frio suelo, pero no escuchaba nada, no sentía dolor, pero podía ver el cielo oscuro, y poco a poco esa oscuridad fue extendiéndose hasta que ya no vió nada más.   

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