CAPÍTULO 8: Día extraño
La partida de Circe y la idea de que tal vez nunca más volvería a ver a la abuela Calíope, hicieron que la tristeza se instalara en mi mente y en mi corazón. A pesar de que ella no era mi abuela, la sentía como si lo fuera porque ella me cuidó y educó como tal. Nunca olvidaré las tardes frente a la chimenea tomando té y galletas de mantequilla mientras la abuela nos narraba, a Circe y a mí, historias que le habían contado sus antepasados. Tampoco olvidaré todo lo que hizo por mí, especialmente, después del accidente donde perdí a mis padres y me quedé sola...
Sentí cómo algo resbalaba por mi mejilla y caía sobre mis labios, dejando un sabor salado. Los recuerdos acudieron a mí, algunos alegres y otros dolorosos. En medio de esa tortura del pasado, me percaté de algo. Estaba sola. Mi corazón empezó a latir frenéticamente y el pánico se apoderó de mí. Las lágrimas caían sin control y me costaba respirar. Flashes de aquél fatídico día resurgieron con fuerza, abriéndose paso en mi mente y la culpa, ahondaba con profundidad en las heridas de mi alma que creía cicatrizadas. Habían pasado casi quince años, pero me seguía doliendo como si fuera el primer día.
En algún momento me quedé dormida y juraría que me encontraba en el sofá de la biblioteca, pero cuando desperté con los tonos anaranjados del atardecer que se filtraban bajo las cortinas, descubrí que estaba en mi habitación. Y que iba a llegar tarde al trabajo.
—¡Mierda! Encima Circe no está, ¿cómo me visto ahora?—en lo que recorría la habitación en busca de un vestido holgado que pudiera ponerme sola, oí que alguien tocaba a mi puerta—. «Mal momento para recibir visitas», pensé. Me apresuré a abrir.
—No me equivoco al pensar que hay una chica en apuros, ¿verdad? —. Azael me miraba con una ceja alzada y una sonrisa enigmática en el rostro. —Antes de que protestes, he venido a decirte que tengo órdenes directas de ayudarte con lo que necesites y que mis entrañas y mis partes nobles están amenazadas de muerte si te miro más de lo debido o si intento algo contigo. Así que confía en mí, te ayudaré y mi valioso cuerpo estará a salvo.
Antes de que pudiera reaccionar, el vampiro abrió mi armario y cogió ropa aceptable, según las nuevas tendencias de la moda. Luego, sin darme la oportunidad de replicar, me arrastró hasta el baño. Me pareció percibir que una luz púrpura emanaba del vampiro, pero supuse que todavía estaba adormilada y veía cosas que no existían. Lo cierto es que me sentía extraña. En menos de diez minutos estaba lista para ir al trabajo.
Cuando llegué a la sede delGrupo Eternity, vi con horror que un numeroso grupo de periodistas, provistoscon cámaras y micrófonos, bloqueaban la entrada del edificio.
Recordé la amenaza que había recibido la noche anterior y me estremecí. En lo que mi cerebro procesaba todo y decidía qué hacer, un hombre uniformado se me acercó.
—Soy el responsable de Seguridad del edificio. Sé que trabajas para el Grupo. Por seguridad, hemos bloqueado la entrada principal y los trabajadores deben acceder por el lateral del edificio, pero tiene escaleras. Se me ocurre que podrías entrar por el garaje, pero no sé si podrías con la silla de ruedas.
—Podría intentarlo, lo que necesito que alguien me acompañe mientras bajo la rampa por si me resbala la silla por la pendiente.
—Descuida. Habrá alguien esperándote en la entrada del garaje—. El hombre, amablemente, me indicó cómo llegar.
La distancia desde donde me encontraba hasta el garaje era muy grande, por lo que decidí tomar un atajo y cruzar el parque para acortar el camino. Cuando estaba cerca de mi destino, algo captó mi atención. Semiocultos por un árbol, había una pareja dándose el lote en un banco del parque. La mujer, vestida de azul marino y con una melena rubia, estaba sentada a horcajadas encima del hombre. Este la sujetaba por cintura mientras ella lo besaba y le lamía el cuello. Desde el ángulo en el que estaba no me permitía percibir los rasgos de los amantes, pero la mujer se me parecía un poco a Iris, mi secretaria.
Deseché esa idea de mi mente y retomé mi camino, imaginando cómo me las arreglaría cada vez que viera a Iris y recordara la escena del parque. Frente al garaje, me esperaba el vigilante del parking.
—Buenas tardes, señorita. Yo te acompañaré hasta el ascensor. No me puedo creer que esta sea la única manera que tienes de entrar en la sede, como si fueras un vehículo más. ¡Esto es inadmisible! —. El hombre me indicó que me arrimara a un lado porque iba a entrar un coche. —Y todo por culpa de las sanguijuelas que llevan todo el día apostadas en la entrada principal en busca de cotilleos—añadió.
Empezamos a descender por la rampa lentamente mientras el vigilante no paraba de despotricar contra los periodistas. Me pareció que era un buen momento para enterarme de qué se sabía exactamente sobre la foto.
—¿Por qué hay tanto revuelo por aquí? —pregunté haciéndome la inocente. El hombre me miró como si fuera un bicho raro.
—Pero niña, ¿cómo es posible que no te hayas enterado? si la noticia estalló a primera hora de la mañana y desde entonces toda la prensa y las televisiones no paran de hablar de ello—. El vigilante hizo una pausa dramática y prosiguió.—Al parecer se ha filtrado una fotografía del Sr. Ivanov en compañía de una joven y eso ha sido una bomba para la prensa porque el hombre es muy celoso de su intimidad y nunca ha revelado nada de sí mismo. Incluso, habían teorías sobre su posible homosexualidad.
Traté de no reír ante esa absurda teoría. No me podía imaginar al orgulloso vampiro que, antaño había sido todo un Casanovas, teniendo una aventura con un hombre. Aunque después de haber vivido varios siglos, todo era posible.
—¡Vaya! Ahora entiendo un poco mejor la repercusión mediática que ha tenido la noticia—. Respiré hondo y solté la pregunta que me daba miedo hacer.—¿Se sabe quién es la joven?
—Hay muchas elucubraciones al respecto, pero entre tú y yo, es imposible saber quién es porque están de espaldas y es de noche. Solo se sabe que es Ivanov por los guantes. La chica podría ser cualquiera, aunque la prensa rosa dice que puede ser una actriz famosa.
Seguimos bajando varias rampas hasta que alcanzamos el ascensor. El vigilante me acompañó hasta el vestíbulo y, tras agradecerle por haberme ayudado, fui a mi despacho. Como cabía esperar, el tema de conversación más recurrente era la dichosa fotografía. Temía que los rumores que circulaban en la oficina sobre mi supuesto romance con el jefe se avivaran aún más y lo filtraran a la prensa.
Traté de serenarme y actuar como siempre. Me puse a trabajar en los permisos que se necesitaban para poner en marcha el Departamento de ciberseguridad. Una notificación me llegó al móvil. Contuve la respiración y lo abrí. Mi corazón dio un vuelco. Era un mensaje de la persona que menos me esperaba.
Relájate, todo irá bien. Nadie te ha descubierto. En breve voy a espantar a los periodistas para que no tengas que salir por el garaje. Cruza los dedos para que nadie saque crucifijos ni me tire ajos. Un saludo, tu chupasangre.
Sus palabras fueron un bálsamo para mis nervios y lograron sacarme una sonrisa. Él odiaba enviar WhatsApp y me sorprendió que lo hubiera hecho solo para animarme. Le respondí de inmediato.
Me siento más tranquila, gracias. Ya me estás poniendo rampas en la entrada lateral. Yo que tú me llevaría un paraguas por si te llueve agua bendita. Un saludo, tu despensa motorizada.
Intercambiamos varios mensajes más hasta que llegó el momento de enfrentarse a los periodistas. Mientras trabajaba, seguía las redes sociales para ver en directo a mi orgulloso vampiro haciendo frente a los periodistas. Cuando apareció ante las cámaras, los periodistas lo acribillaron a preguntas, pero con una sola mirada logró que todos se calmaran y se hiciera el silencio. Desmintió los rumores y, con la elegancia y la buena educación que lo caracterizaba, amenazó con denunciar a quien metiera las narices en su vida privada. Antes de que los periodistas protestaran, cambió de tema y se centró en explicar la nueva fusión y la creación del Departamento de Ciberseguridad, información bien acogida por la multitud de reporteros, aunque algunos seguían preguntando por la fotografía. Dimitri no permitió que le hicieran más preguntas y entró de nuevo en el edificio, abandonando a la multitud.
Al cabo de un par de horas, tocaron a mi puerta. Era mi jefa. Esta vez sentía que era ella misma. Su lado agradable estaba presente. Sus ojos amables se posaron en mí y me dirigió una cálida sonrisa.
—Bianca, ¿cómo lo llevas?—dijo mientras se sentaba frente a mi escritorio.
—Bien, estoy con la documentación para legalizar el Departamento de Ciberseguridad—. La puse al tanto de mis avances y comentamos aspectos que debían tenerse en cuenta.
—De acuerdo. Una vez que tengamos esto, ya terminaríamos con nuestra parte. Del resto que se encargue el Departamento de Recursos Humanos. La Sra. Perry cerró los ojos y se frotó las sienes con los dedos. La miré con preocupación.
—¿Te encuentras bien?
—Sinceramente, no. Te voy a contar algo, pero que no salga de aquí—asentí con la cabeza—. Llevo un par de meses con fuertes dolores de cabeza y cambios bruscos de humor. Muchas veces me noto desorientada y no recuerdo cosas que he hecho. Los médicos sospechan que puede ser algún tumor cerebral, pero según las pruebas que me han hecho...—. Antes de que pudiera acabar la frase, fue interrumpida por la llegada de alguien.
Una sensación en el ambiente me decía que tuviera cuidado. Sin molestarse en tocar, la puerta se abrió y apareció Iris. No sé cómo, pero podía percibir un aura oscura que emanaba de ella. «¿Serán mis poderes de cáliz?, pensé».
—¡Oh, lo siento! No sabía que estaban reunidas—. Me fijé en su aspecto. Llevaba el pelo suelto y tenía un vestido azul marino. Sus labios, perfectamente maquillados, se notaban algo hinchados. Estaba claro que no me había equivocado, era la mujer del parque.
La secretaria dejó unos documentos en mi escritorio y, antes de marcharse, miró a la Sra. Perry unos segundos y se fue, dejándonos solas de nuevo. El ambiente se sentía cargado y asfixiante.
—Morello, tienes que marcharse de inmediato. Vete y no vuelvas más por aquí—. Otra vez, sentí que algo no iba bien.
Recordé las veces que se dirigió a mí con esa frialdad que ponía los pelos de punta. Mi instinto me decía que había algo extraño en toda aquella situación. Algo casi sobrenatural.
Su rostro trataba de disimular un gesto de dolor y se agarró la cabeza con ambas manos. Se apoyó en mi mesa y vi que su cuerpo se agitaba. Estaba llorando.
—No puedo más...duele mucho—musitó—. Me miró con los ojos llorosos.—Bianca, haz caso, tienes que irte y todo habrá terminado. No lo hagas más difícil. ¡VETE YA!
Su grito me sorprendió y, antes de huir, me acerqué a ella y le tomé la mano. Mi voz salió suave y la miré a los ojos.
—Tranquila, todo irá bien. Quiero que vayas al despacho de Ivanov y le pidas unas largas vacaciones. Confía en mí, te pondrás bien.
Sentí que su cuerpo relajaba. Y la realidad me golpeó con fuerza. Sin saber cómo, había utilizado mis poderes de cáliz y había funcionado.
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Analizaba estupefacto la situación. Después de mi comparecencia ante la prensa, me reuní con los Carrington para ultimar los detalles de la fusión y ofrecerle al hijo la dirección del Departamento de Ciberseguridad.
Para mi sorpresa, padre e hijo, se negaron a aceptar la oferta. Podía entender las motivaciones del hijo, la chica lo había dejado en ridículo el día de la entrevista de trabajo delante de mí y eso había herido su orgullo. Sin embargo, no entendía al padre.
—Con todos mis respetos, Sr. Ivanov. Me niego a que mi hijo trabaje en el mismo lugar que esa mujer. Si quiere hacer negocios conmigo, despida a Bianca Morello.
Por fin lo admitía abiertamente. Lo miré a los ojos.
—¿No debería darme alguna explicación? No quiero despedir a mi empleada sin más.
—Venga ya, seguro que hay gente que trabaja mejor que ella. Está enferma y no creo que rinda tanto como cualquier otra persona sana—. Sabía que era una simple excusa. Quizá debería presionarle un poco.
—Agradezco su preocupación por el rendimiento de mis empleados, pero por ahora, nadie se me ha quejado sobre ella. A ver si le he entendido bien, le preocupa que la discapacidad de Morello sea contagiosa y pueda dejar a su hijo en silla de ruedas. ¿Me equivoco?—pregunté con fingida inocencia.
—¡No sea ridículo, Ivanov! Yo no he dicho eso. Me refiero a que...—sin dejarle continuar, su hijo agarró el brazo de su padre y, olvidando que se encontraba en mi despacho, se puso a lloriquear.
—Papá, ¿me voy a quedar en silla de ruedas? No quiero ser un lisiado como ella.
Observé divertido la situación. Un hombretón de casi treinta años llorándole a su padre. El padre trataba de zafarse de su hijo, que seguía aferrado a su brazo. La vena de su cuello se iba hinchando a medida que su enfado se incrementaba. Consiguió apartar a su hijo de un empujón.
—¡No seas estúpido! Haz el favor de comportarte como un hombre de negocios—. Le dirigió una dura mirada a su hijo y se encaró a mí.
El hijo me miró avergonzado y volvió a su asiento. Se ajustó la corbata y miró a su padre. No me pasó desapercibido el pequeño moretón que había en su cuello y, en el centro de la piel oscurecida, unas minúsculas protuberancias imperceptibles al ojo humano. Me preocupé. El Sr. Carrington se aclaró la garganta, captando mi atención.
—Como le iba diciendo, Sr. Ivanov, si quiere mi empresa tiene que prescindir de esa mujer. No entiendo por qué pone tantos reparos. ¿Acaso esa mujer significa algo para usted?
Incapaz de callarse, el hijo abrió la boca.
—¿La lisiada es la mujer de la fotografía que sale en la prensa? Tiene unos gustos muy raros, Sr. Ivanov.
Ya era suficiente. Tenía que poner fin a esto inmediatamente. Era hora de mostrar el as que tenía bajo la manga. Me incorporé y los miré a ambos. Pude ver cómo padre e hijo se encogían ante mi escrutinio. Una sonrisa socarrona se dibujó en mis labios.
—Bien. Llegados a este punto, considero aclarar algunas cosas—. Hice una pequeña pausa y mi mirada se posó en el hijo.—Primero: como ya he dicho ante los medios de comunicación, no hay pruebas directas de que sea yo el hombre de la foto, solo simples conjeturas. Además, mi vida privada no es de su incumbencia. ¿Y qué tiene en contra de Morello? Yo personalmente la encuentro muy atractiva.
Ahora mi mirada viajó hacia el padre. El hombre me observaba en silencio.
—Segundo: usted no está en posición de exigirme nada. Recuerde que sin esta fusión, usted se irá a la ruina y su reputación como empresario caerá en picado. Debería agradecerme mi interés en su empresa y la oferta laboral que le hago a su hijo. ¿Cree que sin mi ayuda las deudas desaparecerán?
El Sr. Carrington apartó la mirada y la desvió hacia sus papeles. Di un golpe en la mesa, obligándolo a que me mirara.
—Y tercero: explíqueme de una vez qué problema tiene con la Srta. Bianca Morello.
—Usted no lo entiende, yo...—el hombre estaba nervioso y trataba de buscar las palabras adecuadas—Yo conocí a sus padres y...—no dijo nada más.
—Ah, ya entiendo todo...—algunas piezas del rompecabezas encajaron en mi mente.—¿Acaso cada vez que ve a Morello se siente culpable por lo que usted hizo? No me mire sorprendido, lo sé todo. Si no quiere que la verdad salga a la luz,haría bien en aceptar lo que le ofrezco.
Volví a tenderle los papeles. El hombre palideció y me miró con horror. Sus manos temblaban. Su hijo nos miraba con una mezcla de curiosidad y miedo.
—¿Cómo lo sabe?—preguntó el padre con un hilo de voz.
—Una de las reglas de oro que se ha transmitido durante generaciones en mi familia es que para prosperar en los negocios familiares hay que confiar en la persona que herede el negocio y no guardarle ningún secreto. Mi padre fue testigo de lo que ocurrió aquella noche hace quince años y me lo contó.
—¿Qué pasó esa noche, papá? —preguntó el hijo. Como suponía, no sabía nada.
—Nada, David, nos vamos. Esta conversación ha terminado.
Los Carrington firmaron los documentos y abandonaron mi despacho, casi huyendo. Una sonrisa se dibujó en mi rostro. Sin duda, la fusión iba a tener éxito y harían todo lo que les ordenara a rajatabla.
Y, por supuesto, había mentido un poco. Es lo que sucede cuando eres un vampiro y la apariencia apenas cambia con el paso del tiempo.
No era mi padre, era yo. Fui yo quien presenció lo que ocurrió aquella noche.
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