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CAPÍTULO 6: Recuerdos

Habían pasado varios días desde que recibí aquel extraño mensaje. Al principio me impactó, pero luego decidí ignorarlo, dando por hecho que se trataba de una broma pesada.

Salí de la sala de reuniones y me encaminé hacia mi mesa, donde me esperaba una humeante taza de té negro.

—Supuse que necesitabas ese té al ver la cara que tenías al salir de la reunión—dijo Iris nada más verme.

—Muchas gracias Iris, era justo lo que necesitaba—.La chica me dedicó una pequeña sonrisa y volvió a sus quehaceres.

Le di un pequeño sorbo con la pajita y lo saboreé con satisfacción. Luego encendí el ordenador y me puse a redactar varios contratos que tenía pendientes. Cuando ya iba por la mitad, un mensaje me llegó al móvil y lo leí. Era otro mensaje extraño y amenazante:

¿TE GUSTAN LOS RUMORES, MORELLO? AHORA MISMO HAY UNO SOBRE TI. COMPRUÉBALO TÚ MISMA. NO MERECES ESTAR EN ESA MESA, HARÉ DE TU VIDA UN INFIERNO.

Un escalofrío me recorrió todo el cuerpo. Apuré el té que se me estaba enfriando y terminé el trabajo. Luego decidí salir al lugar adecuado para averiguar algo del supuesto rumor; la sala de descanso donde se reunía el personal de secretaría y limpieza a tomar café. No me hizo falta llegar a la sala para descubrir el rumor. Al doblar una esquina, oí una conversación que tenía lugar a un par de metros desde donde me encontraba y me moví un poco más atrás para evitar que me descubrieran. No me gustaba espiar a la gente, pero, en esta ocasión lo veía necesario para valorar la gravedad de la situación.

— Al principio iban a contratar a la discapacitada para una de las empresas del grupo, pero, de repente hubo un cambio de planes y la contrataron para el puesto que quedó vacante en la sede.

—Pues eso explica lo que yo he oído. Me contaron que vieron a la chica salir del Porsche con la ayuda del señor Ivanov y que se trataban con mucha familiaridad—dijo la otra mujer con un tono de voz más alto de lo que me hubiera gustado.

—A lo mejor el señor Ivanov la coló y eso no le deja en buen lugar porque él siempre está haciendo hincapié en ser legal y transparente—torcí el gesto al oír eso.

Las mujeres siguieron alimentando el rumor y yo salí de mi escondite, sigilosamente, y regresé a mi mesa. Nada más llegar, la señora Perry, mi jefa, se acercó a mí.

—Morello, necesito que ordenes los documentos de estos expedientes por orden cronológico para mañana a primera hora. Aquí también tienes el listado de las empresas con las que tenemos que firmar el contrato de protección de datos, quiero que hagas un contrato personalizado y se la envíes por correo electrónico a cada empresa para que lo firmen. Tienes un mes para hacerlo—explicó con seriedad.

Yo asentí con la cabeza a todo lo que decía mientras trataba de asimilar la magnitud de todo el trabajo que me había encargado repentinamente.

—De acuerdo, lo haré—respondí en voz baja. La jefa hizo ademán de marcharse, pero, se giró de nuevo hacia mí.

—Por cierto, he oído los rumores. Me da igual si hay algo de verdad en ellos o no. Lo único que me interesa es que hagas tu trabajo como todo el mundo y que no trates de escaquearte. — Dicho esto, la señora Perry giró sobre sus talones y reemprendió su camino.

Los días transcurrieron lentos y monótonos, con una carga excesiva de trabajo y una amenaza que se cernía sobre mí. Una amenaza oscura, silenciosa y omnipresente. Los mensajes amenazantes se volvieron frecuentes, provocándome un malestar continuo. Circe, preocupada por mí, organizó una salida nocturna de chicas con Malena y lo pasamos bien, pero, mi humor no mejoró mucho.

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Tras una jornada agotadora de trabajo, salí al exterior del edificio y me dejé llevar por la suave brisa nocturna. Era una noche preciosa con una luna llena presidiendo el firmamento y miles de estrellas tintineando a su alrededor.

Atravesé la plaza que había frente al edificio con el objetivo de llegar hasta mi coche que estaba aparcado en la calle, pero algo me hizo frenar en seco. Sentí una presencia que me era conocida. Impulsado por una fuerza invisible, seguí el rastro del aroma que dejaba impregnado en el aire esa presencia tan familiar. El olor de la sangre. Una sangre exquisita, que me embriagaba y me provocaba mil sensaciones. Una sangre que llenaba de vida a mi frío y muerto corazón. Era la sangre de Bianca, mi cáliz.

Llegué hasta el origen del olor y lo primero que vi fue su melena rojiza. Se había sentado en un banco de la plaza. Unas profundas ojeras se apreciaban en su rostro, que tenía una expresión preocupada y su mirada estaba fija en un punto invisible. Llevaba un vestido verde que combinaba con sus ojos, una chaqueta de cuero negra y unos botines del mismo color.

Llevaba días sintiendo que ella no estaba bien, pero, estaba tan centrado en mi trabajo y mis problemas de siempre, que fui incapaz de prestarle algo de atención, a pesar de que le prometí apoyarla cuando lo necesitara.

Me acerqué poco a poco y me senté a su lado. Estaba tan perdida en sus pensamientos, que apenas notó mi presencia. Llevado por un impulso, apoyé mi mano en su hombro.

—Dimitri—susurró antes de volverse hacia mí.

—Pasaba por aquí y la sentí. ¿Se encuentra bien?—pregunté buscando en su rostro cualquier pista que me indicara el motivo de su preocupación. Ella meditó la respuesta durante unos segundos y finalmente respondió.

—Sí..., estoy bien. Es solo que...estoy un poco cansada.

Sabía que había algo más que no me estaba contando. Podía sentir sus emociones que iban de la incertidumbre, a la preocupación, al agotamiento mental y al miedo...Decidí no insistir y dejar que fuera ella la que acudiera a mí cuando estuviera preparada.

— Hace una noche demasiado bonita como para desperdiciarla sentados aquí, ¿no cree? — Ella me miró con dudas.

— ¿Qué propone? — Dijo con cierto escepticismo.

—Dar un paseo con tranquilidad. Aún nos quedan varias horas antes de que amanezca. Nos vendría bien para desestresarnos del trabajo. — sugerí.

Estuvo de acuerdo con mi sugerencia y nos pusimos en marcha. Me ofrecí a ayudarla para pasarse a la silla de ruedas, pero, como buena terca que era, se negó. Una pequeña sonrisa escapó de mis labios.

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Me sorprendió este plan inesperado, en el buen sentido. Era la distracción perfecta que necesitaba para despejarme un poco y olvidar durante un rato la batalla campal que se libraba en mi mente.

Salimos de la plaza y deambulamos por varias calles hablando de todo un poco. Poco a poco, iba conociendo más a mi vampiro y descubrí que teníamos cosas en común como nuestra pasión por los libros y el té, entre otras cosas.

Atravesamos una gran calle comercial abarrotada de pequeños comercios y puestos ambulantes. A pesar de ser más tarde de medianoche, había una multitud de personas que paseaban entre los puestos y se respiraba un ambiente festivo. Un olor a perritos calientes, procedente de uno de los puestos, hizo que mi estómago rugiera por uno de ellos. Me moría por comerme uno, pero yo sola no podía, así que tenía que pedirle ayuda a Dimitri. Antes de que pudiera suplicarle, él habló adelantándose.

— Me rehúso a que se coma esa porquería tan vulgar en mi presencia. Si quiere saciar su hambre, la ayudaré a comer algo más sano y refinado — dijo sin quitarme los ojos de encima.

— Entonces ilústreme, señor con aires de aristócrata, ¿acaso mi sangre sabe diferente si me como un perrito caliente o una ensalada marinada con caviar?

— ¿Me ve como a un aristócrata? Qué buena observación tiene, señorita—una expresión divertida se dibujó en su rostro — Y respondiendo a su pregunta, su sangre es más nutritiva si ingiere alimentos saludables. Conozco un lugar para que pueda comer apropiadamente.

Sin dejarme replicar, Dimitri avanzó unos cuantos metros, dejándome atrás. Sacó su móvil e hizo una llamada que duró unos minutos. Cuando colgó, aceleré con la silla hasta situarme a su lado.

—¿A dónde va con tantas prisas? Me ha dejado atrás —protesté.

— Deje de quejarse y apresúrese, con un poco de suerte llegaremos a tiempo — respondió mientras consultaba su reloj.

Cruzamos varias calles hasta llegar a una zona poco concurrida. Un pequeño restaurante pintoresco y apartado de los demás, cuyo rótulo rezaba "La Pequeña Rusia", destacaba en el lugar. Dimitri se paró frente al mismo y me indicó que entrara. Afortunadamente, el restaurante era accesible para personas con movilidad reducida.

Cuando vi el interior, comprobé que el restaurante era un fiel reflejo de su nombre. Era pequeño y elegante, tenía seis mesas y estaba iluminado con apliques que desprendían una luz tenue. Sus paredes estaban decoradas con fotografías que retrataban hechos y personajes importantes de la historia de Rusia y también habían estantes con objetos típicos de las diferentes épocas. Predominaban elementos que databan desde el siglo XVII hasta la actualidad.

Un hombre con bigote y vestido de chef, acudió a recibirnos. Nos saludó efusivamente y mantuvo una animada charla en ruso con mi vampiro, por lo que no entendí nada. Al rato, el chef nos condujo hacia una mesa que estaba al fondo de la estancia. La mesa, decorada con una vela y un ramillete de flores, estaba servida con los platos cubiertos por una campana y al lado había una bandeja con ruedas llena de platos. Dimitri y yo intercambiamos una mirada de asombro.

—Espero que sea de su agrado, señor Ivanov. He preparado un menú exclusivo de gastronomía rusa para compartir entre los dos. De entrante tenemos pan blanco con mantequilla cubierta por una capa de caviar negro. De primer plato, ensalada Olivié o, mal denominada, ensaladilla rusa y de segundo plato Stroganoff con arroz. Por último, de postre os he preparado una variedad de prianiki con miel, chocolate y mermelada de arándanos.

—Muchas gracias, señor Petrov. Estoy seguro de que disfrutaremos mucho de sus deliciosos platos—respondió Dimitri.

El señor Petrov se acercó a Dimitri y le susurró algo al oído. Luego, ambos soltaron una carcajada.

—Y eso es todo por mi parte. Que disfrutéis de la cita, tortolitos—Dicho esto, el chef se retiró y salió del restaurante, cerrando la puerta con llave. Miré con horror al vampiro. Él se rio al ver mi expresión.

—¿Estamos encerrados? ¿De qué va todo esto?—pregunté señalando la mesa y el lugar por donde se había marchado el chef.

—Lo de la mesa ha sido un malentendido. Simplemente le dije al chef que quería una mesa para dos y un menú solo; él dio por hecho que era una cita y que íbamos a compartir. Y el hombre se marchó siguiendo instrucciones mías—explicó. Luego sacó del bolsillo interior de la chaqueta una llave—Tengo una llave del restaurante.

—¿Cómo es posible eso?—pregunté. Él apartó una de las sillas para que me colocara y se sentó enfrente de mí. Luego me respondió.

—El restaurante es mío. Muy poca gente lo sabe. Digamos que fue un capricho y que está fuera del grupo Eternity. Lo compré como homenaje a mi familia y es uno de los pocos lugares donde me siento como en casa.

—Vaya, ahora ha despertado mi curiosidad. Hábleme de su familia, si quiere.

— Es una larga historia y se va a aburrir. Además, tiene que comer, se le va a enfriar la comida—dijo mientras cogía el pan y me lo acercaba a la boca. Algo escéptica, le di un mordisco y me sorprendió el sabor.

— Me encantan las historias y tenemos toda la noche para que me cuente. Usted también va a comer. Se nota que el chef hizo un gran trabajo porque le aprecia, hágalo por él.

— Está bien, usted gana, comeré algo— respondió mientras partía el pan por la mitad y le daba un bocado —No noto el sabor de los alimentos, pero, puedo sentir sus emociones cuando come. Me bastará.

Estuvimos un rato en silencio disfrutando de la comida, cada uno a su manera. Dimitri me ayudaba cuando lo necesitaba y, a veces, sentía que su mirada se volvía nostálgica y su mente se perdía entre sus recuerdos. Luego, me miró fijamente.

— Este lugar me trae muchos recuerdos de mi vida y ya es hora de que los comparta con alguien. Quiero que sea usted quien tenga ese privilegio, por el vínculo que nos une y porque confío en usted. Prepárese porque le voy a contar la historia de mi vida. — bebió un sorbo de vino y se aclaró la voz mientras ordenaba sus pensamientos.

— Adelante, le escucho — respondí.

—Antes de hablar de mí, debo hablarle de mis padres. Mi padre era hijo de ricos comerciantes que abastecían a las industrias y mi madre pertenecía a la nobleza rusa. Debido a la abolición del poder de la nobleza, mi familia materna se vio en la ruina y, para no caer en desgracia, decidieron casar a una de sus hijas con el primogénito de la familia más rica de comerciantes. De modo que celebraron un matrimonio de conveniencia entre mis padres y de esa unión nací yo en 1884 y varios hermanos.

—Qué duro tuvo que ser eso, casarse con un desconocido y sin sentimientos de por medio.—Una sonrisa se dibujó en su rostro.

—Ambas familias creían que los jóvenes no se conocían de nada, pero la realidad era bien distinta. Se conocieron durante los paseos matutinos de mi madre y los trayectos que realizaba mi padre para las gestiones del negocio familiar. Aunque ninguno lo admitía en aquel entonces, ambos estaban secretamente enamorados. Los dos hacían un buen equipo: mientras que mi madre tenía la educación y los modales de su posición, mi padre era un hombre humilde que había conocido la pobreza y que, con el esfuerzo de toda la familia, había logrado prosperar en los negocios y amasar una fortuna. Ambos me inculcaron enseñanzas muy valiosas. Mi madre me transmitió los modales propios de la aristocracia y la pasión por la lectura y mi padre me enseñó el valor de la empatía y sus amplios conocimientos de los negocios.

—Parece que hicieron un buen trabajo usted, ¿no?—Soltó un bufido.

—No me enorgullezco de ello, pero, fui un auténtico capullo. Era un orgulloso y un derrochador, un déspota con los empleados y estuve metido en algún que otro lío de faldas; en fin, solo me preocupaba por mi propio beneficio. Solo hice caso a mis padres a la hora de estudiar economía y ayudar con el negocio familiar. Trataron de casarme, pero, me negué.—desvió la vista avergonzado.

—Al final no me quedó más remedio que espabilar cuando las cosas se empezaron a poner feas, casi al final del reinado de los Romanov con el zar Nicolás II. Con 33 años me volví más responsable y me encargué de proteger a mi familia y al negocio. Planeamos huir todos y empezar de cero en otro lugar antes de que las cosas empeoraran, pero, ya era tarde. Nos vimos envueltos en medio de las batallas y vi morir a mis padres y a algunos hermanos.—La voz se le quebró y le apreté la mano para reconfortarlo. Él me lo agradeció.

—Me dejé llevar por el dolor y alimenté mi sed de venganza alistándome en el ejército, de nuevo. Poco después, me transformé en vampiro.

—¿Quién te convirtió?—pregunté.

—No lo sé. Lo único que recuerdo es que, tras haber terminado una lucha cuerpo a cuerpo, me desmayé y una luz cegadora me invadió. Luego, en sueños, oí una voz lejana que hablaba en un dialecto extraño y solo pude entender "Maldición de los Siete Pecados Capitales" y "Orgullo". Cuando desperté, me volví loco por beber sangre y tuve que arreglármelas solo hasta que Kiram me descubrió y se encargó de educarme para que no me volviera una bestia sedienta de sangre.

Terminamos el Stroganoff y pasamos al postre, los prianikis variados. El sabor del chocolate endulzó el momento, ahuyentando un poco la tristeza que había dejado la historia. Saboreaba el dulce mientras meditaba sobre la maldición.

—Eso suena a magia, como si algún hechicero hubiera lanzado un encantamiento sobre usted. Normalmente, las maldiciones suelen romperse cumpliendo algunos requisitos como realizar determinadas acciones, ir a tal lugar, etc. ¿Conoció a vampiros en la misma situación?

—La mayoría de los vampiros que conocí durante mi viaje en busca de respuestas habían sido transformados por otros vampiros. Les contaba mi situación y me tomaban por loco, nadie había oído nunca sobre esta maldición. Excepto Kiram, él sí había oído algo del tema y conocía a algunos vampiros que estaban en la misma situación. Conocí a ese pequeño grupo de vampiros y estábamos todos iguales, nadie había logrado romper la maldición.—Luego se percató de algo y me miró extrañado—¿Cómo sabe usted de magia?

—He leído muchas novelas de fantasía. Además, desde que era muy pequeña, cuando mis padres estaban trabajando y no tenían con quién dejarme, me quedaba con la abuela de Circe y nos contaba historias de magia, hechizos y remedios medicinales mientras bebíamos té. De hecho, la abuela tenía un grimorio y siempre estaba preparando brebajes y los vendía.—Una pequeña sonrisa se dibujó en mi rostro al recordar a esa mujer que quería como si fuera mi propia abuela.

—Qué mujer más interesante. Seguro que le transmitió enseñanzas muy valiosas.—dijo mientras se levantaba y cogía dos vasos de chupito que llenó hasta el borde con un líquido transparente.

—Señorita Bianca, sé que al principio no la traté como se merecía y que hice cosas que no estuvieron bien, por lo que me disculpo por todo el daño que le hice. De ahora en adelante le prometo que nuestra relación va a mejorar y le reitero que siempre podrá contar conmigo para lo bueno y para lo malo. No dude en acudir a mí cuando lo necesite. Propongo este brindis por nosotros y por todas las dificultades que hemos atravesado para llegar hasta aquí. Puede tutearme, si quiere.

—Mi comportamiento tampoco ha sido ejemplar, así que también me disculpo—Alzamos nuestros vasos y bebimos. El alcohol tenía un sabor muy fuerte y quemaba por dentro. Me dio un ataque de tos.

—¿Qué diablos era eso?—pregunté mientras bebía un sorbo de agua para aliviar la quemazón producida por el alcohol.

—Vodka, la bebida favorita de los rusos—dijo con una gran sonrisa.

Miré a Dimitri y vi que sus ojos estaban tornándose de un color rojizo. Ya no me asustaba y las mordidas las toleraba cada vez mejor.

—Parece que alguien se quedó con hambre...—le ofrecí mi brazo, que era donde siempre me mordía.

—Tengo una idea mejor—sugirió con una sonrisa pícara.—Ven conmigo.

Lo seguí hasta un rincón del local donde había un sillón orejero de cuero, desgastado por el paso del tiempo. El vampiro se sentó y con un gesto me indicó que me acercara. Sin previo aviso, me cogió y me sentó en sus piernas. Lo miré sorprendida.

—Ya es hora de que demos un paso más... y disfrutemos... de nuestra relación de vampiro y cáliz—contestó con voz seductora.

Traté de preguntar, pero, me calló posando su dedo enguantado sobre mis labios. Sin dejar de mirarme, recorrió mi brazo con su dedo hasta dejarlo en mi hombro. Con una sonrisa traviesa, apartó mi melena a un lado y deslizó el tirante del vestido y del sujetador hacia abajo, dejando mi hombro desnudo y mi cuello expuestos.

Sentí sus labios y su lengua recorrer la curva de mi hombro y subir hasta mi cuello, donde depositó un tierno beso. Luego, sus colmillos penetraron en mi piel y absorbió lentamente mi sangre. Un escalofrío me recorrió y las fuerzas me flaquearon. Dimitri me apretó contra su torso, quedando totalmente pegados. Lo abracé con fuerza mientras un torbellino de sensaciones me invadía. Sentía mi piel húmeda y los labios de mi vampiro pellizcándome con suavidad mientras bebía.

Una gota de sangre se deslizó desde mi cuello hasta el nacimiento de mis senos y, hábilmente, el vampiro la recogió con la punta de su legua y limpió el reguero que había dejado hasta volver a cubrir la herida de mi cuello y seguir absorbiendo. Me estremecí, una oleada de placer me embargó y un gemido escapó de mis labios. Sentí la risa del vampiro contra mi piel.


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