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CAPÍTULO 3: El vínculo

Me encerré en la habitación, me negué a relacionarme con el resto de los inquilinos de la casa y, después de la mordida, evité todo contacto con mi jefe. Necesitaba recuperarme de la mordida y ordenar mis pensamientos. Tenía mucho que asimilar.

Pero una cosa era cierta, no pensaba quedarme aquí bajo ningún concepto. Me daba igual lo que dijera Dimitri y su regla de no distanciarnos. Además, necesitaba darme una ducha urgente y cambiarme de ropa y no había nadie para ayudarme.

Di varias vueltas en la cama tratando de dormir un rato, pero sin éxito. Al final cogí el móvil, eran las dos de la madrugada. Circe solía estar activa a estas horas, así que intenté contactar con ella y, de nuevo, me salía que el número estaba apagado o fuera de cobertura. Ya me estaba preocupando, no era propio de ella estar tantas horas sin dar señales de vida. Y tampoco era típico de mí estar fuera de casa más de 24 horas y sin avisar.

Busqué a Malena en el WhatsApp y vi que estaba conectada. Al parecer yo no era la única que trasnochaba. Decidí escribirle.

¡Hola! Me imagino que estarás preocupada porque no he pasado por casa desde ayer. Me ha surgido un imprevisto y no sé cuándo podré volver. Intentaré ir mañana temprano. Bss.

«¡Eso es! Buena idea, Bianca», pensé. Si es cierto que los vampiros no pueden estar en contacto con el sol, podría aprovechar para salir cuando estén durmiendo sin que se den cuenta. Solo tendría que evitar hacer ruido, abrir la puerta y... ¡violà!, ya estaría fuera disfrutando de la ansiada libertad.

Al poco tiempo recibí un mensaje de Malena.

¡Estoy enfadada contigo! ¿Cómo es que lo sabe el casero antes que yo? Ven mañana sí o sí, no te dejaré marchar hasta que me cuentes TODO. Tráete a tu chico para que te ayude con las cosas. Bss.

No entendía nada. Estaba claro que había un malentendido y tenía que solucionarlo cuanto antes. Con un poco más de optimismo programé la vibración de la alarma a las 08:00h y me dormí.

A la hora acordada, me levanté y, sigilosamente, cogí mis cosas y atravesé el salón hasta llegar al recibidor. Intenté abrir la puerta y esta cedió con un leve chirrido. Por suerte, no estaba cerrada con llave. Salí y cerré con dificultad y mucho cuidado. Una vez fuera, puse la mayor distancia que pude, acelerando con la silla eléctrica.

La brisa mañanera acariciaba mi rostro y la luz solar mejoraba mi ánimo. Atravesé varias calles y sorteé algunos obstáculos que me impedían pasar con la silla. Cuando ya me encontraba lo bastante lejos de la casa, activé el GPS y comprobé la ubicación. Tenía que coger un bus para llegar a mi casa. Encontré la parada del bus. No tuve que esperar mucho tiempo hasta que llegó el vehículo. Durante el trayecto de 40 minutos, sentí un fuerte mareo que ignoré al divisar desde la ventanilla, el edificio donde se encontraba el piso de alquiler que compartía con Malena.

Me bajé rápidamente del bus y corrí hacia mi hogar.

—¡Malena! Ya estoy en casa—saludé mientras me deshacía de las cosas que llevaba conmigo.

Compartía piso con Malena desde hacía casi dos años. Nos conocimos en la universidad y nos hicimos buenas amigas desde entonces. Era un poco más mayor que yo y me trataba como si fuera su hija.

De improviso, ella apareció y me abrazó hasta el punto de asfixiarme.

—¿Estás bien? —pregunté confundida. Malena no solía ser alguien que diera abrazos así.

—¡Por supuesto que estoy bien! Me alegro mucho por ti, jovencita. Has tenido una vida muy difícil y ya era hora de que te tocara algo bueno—por fin me soltó y pude respirar con normalidad.

Malena me observó con ojos escudriñadores, como si esperara algo de mí.

—Y bien, ¿no tienes nada que contarme? —dijo con seriedad.

No entendía a qué se refería, pero recordé la entrevista y no pude ocultar una pequeña sonrisa.

—Me dieron el trabajo de asesor jurídico.

—¡Lo sabía! Si es que mi Bianca es muy inteligente y consigue todo lo que quiere ¿Y no tienes nada más que decirme?

Me quedé pensativa, pero ninguna idea vino a mi mente. Al ver que tardaba en responder, mi amiga me dio un golpe amistoso en la frente.

—Mmm... ¿Sabes? Creí que éramos muy buenas amigas y que nos lo contábamos todo—dijo un poco dolida. Luego hizo un puchero.

—¡Claro que te cuento todo! Lo que no entiendo a qué te refieres.

—¿Desde cuándo tienes novio? — Gritó sorprendida.

La miré boquiabierta. De pronto, un repentino vértigo se apoderó de mí y todo a mi alrededor dio vueltas. Un calor se extendió por todo mi cuerpo y sentí que la respiración me fallaba. «¿Qué me estaba pasando?», pensé. Malena y yo intercambiamos una mirada de preocupación.

—¿Te encuentras bien?

—Sí, ya pasó. Me dio un mareo, pero ya me encuentro mejor. Con una ducha y algo de comida, estaré como nueva.

—Pues vamos a ello. Tenemos mucho que hacer.

Tras ducharme y comer algo con ayuda de mi amiga, me recuperé un poco. No recordaba la última vez que había comido y según mis cálculos, habían pasado un par de días. De vez en cuando, volvía el vértigo y sentía que me faltaba el aire. Luego se apoderaba de mí una fuerte sensación de nostalgia hacia algo o...alguien.

—¿Han usado protección? Ya sé que eres mayorcita para saber lo que haces, pero los jóvenes, se dejan llevar por la pasión y luego pasa lo que pasa.

—¡Malena! Que yo no estoy con nad...—la melodía de mi móvil me interrumpió. Cogí la llamada, sin mirar quién era.

—¿Diga?

—Buenos días, Bianca, te llamaba para decirte que no te preocupes por el contrato de alquiler. Está todo solucionado. El joven vino a mi despacho y me explicó todo. Pagó en tu nombre la cantidad correspondiente al tiempo que faltaba para que terminara el contrato. Además, se ofreció voluntariamente a pagar tu parte del alquiler hasta que Malena encuentre a alguien con quién compartir el piso. Es un hombre muy atento y agradable. Has elegido muy bien a tu pareja, Bianca.

Tenía un mal presentimiento.

—¿Qué te dijo él?

—Que se habían conocido y que, con el tiempo, se enamoraron y empezaron a salir. Y que hace poco han decidido vivir juntos.

—¿Y le creíste?

—Por supuesto. Me dijo que te encontrabas indispuesta y me entregó una autorización firmada por ti donde le autorizabas a hablar conmigo y comunicarme tu deseo de dejar el piso y pagar lo que fuera necesario. Se notaba que el joven estaba muy enamorado de ti.

Fui incapaz de articular palabra alguna.

— Como te habrá comentado tu novio, quedamos en que sobre las siete de la tarde pasaríais los dos a recoger tus pertenencias y abandonar el piso. Malena ya está al tanto de la situación, así que te ayudará sin problemas.

Una sensación de impotencia y tristeza me invadió, haciendo que se me derramaran unas cuantas lágrimas. Sabía perfectamente quién estaba detrás de todo esto, pero necesitaba corroborarlo.

—Señor Fox, si me permites la pregunta... ¿Mi novio llevaba puesto los guantes? Es que es muy despistado y el médico le recomendó no coger sol en las manos. — dije a modo de aclaración.

— Sí, los llevaba puestos. Me resultó llamativo verlo con guantes, pero ahora que sé la causa, todo cobra sentido. Bianca, de verdad te lo digo, es un buen chico y sé que os va a ir muy bien juntos.

Le contesté como pude, intentando que no notara que estaba llorando.

— Eso espero, que realmente nos vaya bien.

Luego nos despedimos. Él admitió que yo había sido una de sus mejores inquilinas y que me iba a echar mucho de menos. Cuando colgué, el llanto acudió a mí sin control. Me recosté en el sofá y lloré durante mucho tiempo.

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Me desperté y enseguida supe que algo no iba bien. Me costaba respirar y todo daba vueltas a mi alrededor. Y, por si fuera poco, notaba la extraña ausencia de alguien. Tenía una idea de lo que significaba esto.

Me levanté apresuradamente y me di una ducha rápida. Me vestí y salí de mi habitación. Mientras atravesaba el pasillo, me paré frente a su puerta y toqué. Nadie respondió. Abrí la puerta y la habitación estaba vacía, justo como me temía.

Oí ruidos procedentes de la cocina y me acerqué en un par de zancadas. Me quedé parado en el umbral de la puerta. Estaban todos los chicos, excepto Robin, comiendo. Algo insólito, pues los vampiros no necesitamos ingerir alimentos como los humanos.

—¿Qué hacen? —pregunto sorprendido.

—Hemos pensado que podríamos ayudar un poco a Bianca a adaptarse si adoptábamos algunas costumbres humanas—explicó Alessandro.

—Y como ella todavía tiene la necesidad de alimentarse, estaría bien hacerle compañía con un desayuno tardío o merienda, teniendo en cuenta que son las 17:00h—añadió Kiram comprobando la hora en el reloj que había colgado en la pared de la cocina.

—Claro, es divertido jugar a ser humanos. Me trae buenos recuerdos. ¡Qué pena que Robin se niegue a salir de su habitación! Podría unirse a esta fiesta— Dijo Einar sarcástico mientras untaba nocilla en la tostada.

— Robin me dijo ayer que quería disculparse con la chica, pero que temía su reacción — informó Azael — Por cierto, ¿aún no se ha despertado tu princesita? ¿Has ido a darle el beso de buenos días o puedo hacerlo yo? — Añadió el vampiro con una sonrisa meliflua en los labios.

— Ni se te ocurra acercarte a mi... — No puede terminar la frase.

Un fuerte vértigo me obligó a sujetarme al marco de la puerta y, de pronto, se me cortó la respiración. Los chicos, preocupados, acudieron a ayudarme. Me sentaron en una silla y esperaron a que me recuperara un poco.

— ¿Qué ha sido eso? — Preguntó Einar.

—Creo...que...es...el vínculo — dije como pude, aún tratando de respirar.

— ¡Oh, no! Tienes que ir a buscarla de inmediato — inquirió Kiram.

— Sí, y cuanto más tiempo pase peor serán los efectos del vínculo — añadió Alessandro.

— ¿Cómo? ¿La chica se escapó? Se supone que por su discapacidad no puede hacer gran cosa, ¿no? — Dijo Azael con dudas.

— Ese no es el punto. La pregunta es cómo pudo abrir la puerta si normalmente la cerramos con llave — puntualicé.

No me pasó desapercibida la mirada que intercambiaron Azael y Einar.

— A lo mejor fuimos nosotros cuando hicimos la compra. Pero la culpa es de la diva , que me trató como a un burro de carga llevando todas las bolsas mientras ella iba agitando su melena y contoneándose — Einar fulminó con la mirada a Azael.

— No es mi culpa, yo te dije que cerraras con llave.

Los dos se enzarzaron en una discusión mientras yo luchaba contra los efectos del vínculo. Para mi gran alivio, un grito resonó en toda la estancia poniendo fin a la absurda discusión.

— ¡Ya basta! Echando culpas no vamos a solucionar el problema — sentenció Kiram.

—Dimitri, ¿tienes alguna idea de a dónde pudo haber ido la chica? — Preguntó Alessandro.

— Sí. Estoy seguro de que está en su piso recogiendo sus cosas.

— ¿Cómo es eso posible si ella se niega a vivir con nosotros? — Dijo Alessandro.

— Digamos que tuve que interceder por ella y hacer las gestiones con el casero para que ella deje el piso. Con un poco de hipnosis y una firma falsificada sirvió.

— ¡Qué animal! Seguro que había otra forma mucho más civilizada de hacer las cosas — me regañó Kiram.

— ¡Dimitri! Ahora la chica debe odiarte y se opondrá más que nunca a volver con nosotros. La pobre, su vida debe ser un infierno ahora mismo — protestó Alessandro.

— No me dejó otra opción — respondí.

Al momento, volvió a darme un ataque de vértigo y un fuerte dolor se instaló en mi pecho. Me sujeté a la mesa para mantener el equilibrio.

—Buuuffff.... Cada ataque es peor que el anterior. Menos mal que la chica no me eligió a mí. De la que me libré — musitó Einar.

Le dirigí una mirada dura y él ni se inmutó. Permanecimos un rato en silencio, cada uno inmerso en sus pensamientos.

—Tienes que ir a buscar a la chica ya, antes de que se desmaye y los médicos descubran que no pueden hacer nada para salvarla—resolvió Kiram.

Asentí con la cabeza. Me dispuse a levantarme, pero Kiram me tocó el hombro y me obligó a sentarme de nuevo.

—No estás en condiciones de ir solo. Te puede dar otro ataque en la carretera y provocar un accidente de tráfico.

-Además, tampoco sabemos si en tu coche van a caber todas sus cosas y la silla de ruedas —añadió Alessandro.

— Exacto. Propongo que vayamos los tres. Yo en mi coche y tú en el tuyo con Aless—dijo Kiram.

Dejamos a Robin al cuidado de los demás y pusimos rumbo a casa de Bianca Morello.

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Pasé gran parte del día al borde del desmayo, pero tuve que arreglármelas para recoger mis cosas y preparar la mudanza con ayuda de Malena. Ella seguía con la idea de que mis síntomas se correspondían con un embarazo y por mucho que yo lo negara, no había manera de hacerle cambiar de opinión.

Mi malestar lo atribuía a los acontecimientos de los días anteriores y al recuerdo de la mordedura, que me había dejado una pequeña cicatriz en la muñeca, apenas visible porque se confundía con mi tono de piel.

A lo largo de la tarde, me fui sintiendo cada vez mejor. Ya tenía gran parte de mis cosas guardadas en cajas. En realidad, no era demasiado lo que tenía, sólo un par de maletas, varias cajas con libros y algunos efectos personales, un pack de herramientas para el mantenimiento de la silla y el cargador.

— Por cierto, antes de que te vayas, acabo de recordar algo. Ayer se pasó por aquí Circe, buscándote. Por lo visto perdió el móvil y no conseguía dar contigo. Me dejó este número para que la llamaras cuanto antes — dijo Malena mientras me entregaba un papelito.

— Gracias. Ahora entiendo todo. Llevo un par de días llamándola y siempre me salía apagado o fuera de cobertura.

Estuvimos un rato recordando viejos tiempos y aventuras que habíamos vivido las tres juntas. Malena se dio cuenta de que yo estaba un poco distraída y me miró fijamente.

—Tú no tienes muchas ganas de irte, ¿verdad?

No sabía que contestar. Mi vida había dado un giro de 180 grados en menos de veinticuatro horas. Durante todo el día había pensado contarle a mi amiga la situación, pero ni yo misma entendía lo que estaba pasando. Al final, decidí que la idea de un noviazgo ficticio no era tan mala, a pesar de todo. Al menos, eso era explicable.

— Sinceramente, tengo miedo. Miedo de lo que me depara el futuro. No sé si esta relación va a funcionar, ni si sabremos convivir como pareja. También me da miedo que, de repente, un día él se aburra de mí y me deje por mi discapacidad.

— No te preocupes por eso. Es normal tener dudas, pero no deberías amargarte la vida pensando. Trata de disfrutar de este nuevo capítulo que vas a abrir en tu vida junto con alguien que te quiere — dijo ella con una sonrisa en el rostro.

Sus palabras me aliviaban un poco, pero estaban muy lejos de la realidad o, al menos, eso creía.

El sonido del timbre resonó por todo el piso. Malena se apresuró a abrir la puerta. Yo me quedé parada en medio del salón, sin saber qué hacer. Me dediqué a supervisar que no faltaba nada, que no me dejaba nada atrás, salvo mi vida y mi libertad.

Oí que mi compañera me llamaba y, a regañadientes, me acerqué al recibidor. Y ahí estaba él, mi carcelero. Nuestros ojos se encontraron. De repente, todo el malestar físico que sentía se esfumó de golpe, como por arte de magia. Una sensación de alivio me invadió y sentí cómo mi respiración volvía a la normalidad y la extraña nostalgia que me había acompañado, a lo largo del día, había desaparecido por completo.

Y en ese instante lo comprendí todo. El vínculo, el vínculo que unía al cáliz con su vampiro. Un hilo invisible que nos unía a los dos e impedía que nos separásemos hasta que alguno de los dos muriera. Estábamos condenados a estar juntos para siempre. En ese instante, también comprendí que había perdido parte de mi humanidad.

Los dos nos quedamos mirándonos durante un buen rato, sin saber cómo reaccionar. Al final, Malena rompió el incómodo silencio.

—¡Bianca, espabila! ¿Así es como recibes a tu novio?

—¡Ups! Lo siento. Pasa—dije fingiendo una sonrisa.

Dimitri se me acercó y se agachó hasta quedar a mi altura. Su rostro estaba a escasos centímetros del mío. Pensé que me iba a besar, pero no, me abrazó y me susurró al oído para que mi amiga no oyera.

— ¿Ahora entiendes por qué no podemos distanciarnos?

Luego deshizo el abrazo y me acarició la mejilla. Me dirigió una mirada triste y compasiva. Se incorporó y miró a su alrededor.

—¿Tienes todas tus cosas? —preguntó.

— Me dejo muchas cosas atrás, pero supongo que no tengo otra alternativa — dije tratando de que entendiera el doble sentido de mis palabras.

— ¡Qué melodramática eres! — Intervino Malena — ni que te fueras a mudar a otro continente — añadió.

Conseguí esbozar una sonrisa. Lo último que quería era preocuparla, bastante le debía a ella.

—¡Qué bien me conoces! Podremos vernos cuando queramos, incluso organizar alguna juerga nocturna...—sugerí.

—¡Claro que sí! Además, sí o sí tengo que ver tu casa nueva y la habitación del bebé—puse los ojos en blanco. Esta mujer era incansable.

Mi supuesto novio me miró con asombro y mi amiga se percató de ello. Malena le contó su teoría de mi embarazo. El alivio se reflejó en la cara de Dimitri y se rió con ganas. Por un momento, me pareció agradable verlo riéndose, pero luego recordé que, por su culpa, yo tenía que abandonar mi vida para quedarme a su merced. A partir de ahora seré su proveedora de sangre.

Estuvimos un rato más hablando de cómo nos conocimos y luego llegó el momento de despedirse. Dimitri tuvo la amabilidad de darnos un momento de intimidad, mientras él salía cargando mis cosas con la ayuda de Kiram, que pasó para echarnos una mano.

—Bianca, te deseo que seas muy feliz en esta nueva aventura y recuerda que siempre estaré para ti—dijo Malena mientras algunas lágrimas resbalaban por sus mejillas.

—Gracias por todo, Malena. Trataré de ser feliz y prométeme que tú también lo serás. También puedes contar conmigo siempre—respondí conteniendo las lágrimas.

Nos fundimos en un fuerte abrazo y al separarnos recordé algo.

—Por cierto, he oído que Anthony, el de la cafetería de enfrente, estaba buscando piso para compartir. A lo mejor es tu gran oportunidad...

—¿En serio? No se diga más, mañana me planto toda emperifollada y le digo que sea mi marido...digo, mi compañero de piso.

Ambas reíamos como locas justo cuando los chicos entraron a recoger más cosas.

— Con este par de cajas ya estaría todo — dijo Kiram mientras se despedía de mi amiga y salía llevando una caja en sus brazos.

Mi carcelero me esperaba en el umbral de la puerta con otra caja. Malena y yo volvimos a abrazarnos. Luego ella se dirigió a Dimitri.

— Cuídala y hazla feliz, se lo merece — dijo ella seriamente.

— Haré lo imposible para que nunca se borre la sonrisa de su rostro y la protegeré con mi propia vida si fuera necesario— respondió él con determinación.

Kiram sugirió que Dimitri y yo fuéramos juntos en el coche, pues necesitábamos hablar. Yo no me opuse, no tenía ganas ni fuerzas para discutir. Dimitri me cogió en brazos y me pasó al asiento del copiloto, luego plegó la silla de ruedas siguiendo mis indicaciones y la metió en el portabultos. Al final arrancó el coche mientras yo veía cómo nos íbamos alejando poco a poco del que, hasta entonces, era mi hogar.

Pasamos la mayor parte del trayecto en un silencio tenso e incómodo. Ninguno de los dos se atrevía a hablar primero. El vampiro decidió poner música clásica para relajar un poco el ambiente. Tras andar mucho tiempo con la pregunta rondándome en la cabeza la solté.

— ¿Sabe que puedo denunciarle por falsificar mi firma? — Pregunté.

— Lo sé. Era un riesgo necesario para lograr mi objetivo — dijo sin emoción alguna — De todas maneras, sería su palabra contra la mía porque no tiene pruebas — añadió sin apartar los ojos de la carretera.

— Menudo objetivo... echarme de mi propia casa y despojarme de mi vida para tenerme completamente a su merced — respondí sintiendo que mi enfado iba en aumento.

— Ya le he dicho que a mí tampoco me gusta esta situación y que la dejo hacer lo que quiera, siempre que respete los límites que impone el vínculo. Hoy, por desgracia, hemos sufrido las consecuencias que provoca la distancia entre usted y yo.

— ¿Hacer lo que quiera? — exploté. — Estoy condenada a vivir con desconocidos, tengo que dejar que usted me muerda y me deje sin sangre y, por si fuera poco, tengo que estar pegada a usted como un chicle las veinticuatro horas del día. Todo eso sin contar con las limitaciones propias que tengo por mi discapacidad. ¿Le parece que tengo libertad en algo de esto?

— Su situación es más complicada de lo normal, pero eso no quiere decir que vaya a estar encerrada siempre en su habitación. Puede ir a trabajar y relacionarse con gente, puede salir sin mí, siempre que no se vaya demasiado lejos como hoy. En cuanto a sus compañeros de piso, permítame decirle que les de una oportunidad; no son simples bestias sedientas de sangre — defendió él.

— Hubiera sido tan fácil si... —susurré para mí misma.

—...si la hubiera dejado morir. Quería decir eso, ¿no?

Desvié la mirada hacia la ventanilla del coche. Habíamos llegado a la casa. Los vampiros estaban descargando mis cosas del coche de Kiram. Dimitri apagó el motor y abrió la puerta del conductor. Antes de salir, me cogió del mentón para que lo mirara a los ojos. Sus ojos, que se estaban volviendo rojizos, mostraban una frialdad que no había visto en mi vida.

—Escúcheme bien porque no lo voy a repetir una segunda vez. Puede echarme en cara todo lo que quiera sobre esta situación, si esto le hace sentir mejor, pero...Nunca. Nunca. Jamás. Vuelva a culparme por no haberla dejado morir.

Él seguía sujetándome el mentón, ejerciendo cada vez más fuerza. Me estaba haciendo daño. Al ver mi gesto de dolor, me soltó repentinamente. Sus ojos rojos seguían clavados en los míos.

— Ya lo tuve que hacer una vez y me niego a repetirlo — su voz se quebró al final.


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