CAPÍTULO 27: ¿Eres tú?
Solo había una persona que me llamaba Risitas y murió entre mis brazos. Pero ahora tenía frente a mí a una versión suya con sus mismos ojos grises que se apreciaban tras unas gafas de montura metálica plateadas y que no se apartaban de mis ojos.
El pelo lo tenía un poco más largo y, en vez de rubio ceniza, era negro azabache. Sus manos desnudas parecían más sensuales que nunca y su piel, antes muy pálida, era de un tono más rosado. No se apreciaba esa presencia imponente y sobrenatural que lo rodeaba. Parecía más... humano.
—¿Eres tú, Bianca? —dijo con un hilo de voz. Asentí con la cabeza, sin poder quitarle los ojos de encima. Era increíble lo que veía.
El hombre, al igual que yo, estaba clavado en e1 sitio. Mi cerebro aún trataba de procesar lo que tenía delante y mis cuerdas vocales eran incapaces de emitir sonido alguno. Dio varios pasos hacia mí y se mantuvo a cierta distancia. Al final, con un atisbo de miedo en la mirada, preguntó:
—¿Sabes cuál es mi nombre?
Antes de responder, rompí la distancia que nos separaba y le toqué un brazo. Él contuvo la respiración al sentir mi toque. No era ningún sueño ni imaginaciones mías. Era real. Medité la respuesta durante unos segundos.
—Dimitri...—dije con voz casi inaudible.
Se agachó hasta quedar a mi altura y vi que sus pupilas estaban dilatadas por la sorpresa.
—¿M-me recuerdas?—balbuceó.
Asentí con la cabeza. Me di cuenta de que mi mano seguía apoyada en su brazo y la aparté con delicadeza. Me pareció ver un mohín de tristeza en su rostro.
—N-no... entiendo nada—logré articular—. T-tú... moriste en mis brazos.
Fue a contestar, pero alguien tocó la puerta del restaurante con energía. Él lo ignoró, pero los toques eran cada vez más fuertes e insistentes. Masculló algo entre dientes y, tras asegurarse de que no me iba a escapar, fue a atender a la persona.
Había pasado algo más de tres años sumida en una rutina monocromática y plagada de pesadillas, varios meses llorando su pérdida y, cuando ya había retomado las riendas de mi vida, mi mundo volvía a tambalearse. No sabía qué hacer.
De repente sentí que algo no iba bien, tenía náuseas, sudor frío y veía borroso. Sabía que esta vez no iba a poder controlarlo. Todo se volvió negro a mi alrededor y perdí el control de mi cuerpo.
Abrí los ojos y no entendí por qué estaba tumbada en el suelo de mármol de la cocina del Renaissance con un hombre manteniéndome las piernas en alto. Luego recordé que me había sentido mal.
—¿Te encuentras bien?—. Su voz me devolvió a la realidad: Dimitri estaba vivo. Intenté moverme, pero él me lo impidió.
—Ve poco a poco, te vas a marear.
Con cuidado, me bajó las piernas y me dio un vaso de agua, del que bebí con su ayuda. Poco a poco me fui sintiendo mucho mejor y, cuando ya estaba recuperada del todo, me cogió en brazos y me sentó en la silla de ruedas. Seguía teniendo fuerzas, pero era diferente. No sabía cómo explicarlo.
Su rostro reflejaba preocupación. Yo no me atrevía a mirarlo a los ojos de la vergüenza que sentía. Me había desmayado delante de él y hacía tiempo que no perdía el control sobre mí misma.
—Lo siento...siento haberte preocupado—dije con un hilo de voz—. Y gracias por haberme ayudado.
—No pasa nada. Es normal que hayas tenido esta reacción. No todos los días te encuentras con un muerto viviente—respondió con una pequeña sonrisa.
Volvimos a quedarnos en silencio. Él pareció encontrar algo muy interesante en sus zapatos porque no apartaba la vista de ellos y yo necesitaba salir de ese restaurante y huir del incómodo silencio que se había instalado entre nosotros.
—Y-yo...—empecé a decir—, creo que ya no hay que esperar por ninguna entrega más... Bueno, sí—recordé de pronto—, faltan los arreglos florales que llegarán el día de la inauguración para que las flores estén frescas.
—¿Eras tú la persona con la que he estado en contacto durante toda la mañana?—preguntó como si no lo creyera. Asentí con la cabeza.
—Yo tampoco sabía que eras Mamá gallina...—dije sin pensar.
Me miró con asombro. Tras unos minutos que parecieron eternos, habló:
—Te envió Katerina...
—Sí—afirmé—. Ella me ha estado ayudando mucho estos últimos meses...
—No sabía nada—admitió.
—Yo tampoco...—añadí—. Estaba con ella cuando llamaste pidiendo que te ayudara a buscar a alguien para hacer las compras y yo era la única persona que estaba disponible en ese momento.
—Has salvado la inauguración del restaurante y mi invento con los frutos rojos.
—¿Qué invento?—pregunté con curiosidad.
Una melodía resonó por toda la cocina y me tomó un tiempo descubrir que era mi móvil sonando. Cogí la llamada sin ver quién era. Traté de escuchar lo que decía, algo difícil, porque la mujer no paraba de llorar.
—¿Dónde estás? Voy para allá—colgué la llamada y miré a Dimitri.
—Tienes que irte—afirmó él.
—Sí, me ha surgido una emergencia.
—Entonces come algo antes de irte, me ha parecido que tenías hambre.
Era cierto. Me había olvidado de que había pasado por la cocina para coger unas galletas y él me había pillado in fraganti. Miré a Dimitri de reojo mientras deambulaba por la cocina y sacaba cosas de los armarios. No parecía enfadado por mi intento de birlar la galleta, al contrario, tenía una sonrisa en la cara.
En unos minutos había hecho varios emparedados y estábamos comiendo en la isla de la cocina en un silencio menos tenso. Él me ayudaba a comer y parecía algo muy natural. Quería bombardearlo a preguntas, pero no sabía por dónde empezar. Tampoco tenía tiempo para ello.
Una compañera de trabajo estaba muy disgustada por algo que había oído y quería contármelo. Tenía que ver con el trabajo y creía saber por dónde iba el tema; en este trimestre, el bufete no estaba pasando por un buen momento a nivel económico y era posible que tomaran medidas al respecto.
—Gracias por el almuerzo improvisado—dije antes de irme.
—No hay de qué—respondió. Esbozó una sonrisa y añadió—. ¡Espera!, te falta el postre—. Sin darme tiempo a reaccionar, me metió la galleta en la boca.
El sabor del chocolate con los pistachos invadió mis papilas gustativas y le dirigí una mirada de asombro.
—Está delicioso, nunca había probado nada igual. ¿Lo hiciste tú?—inquirí después de comerme la galleta.
—Sí—dijo con una sonrisa de orgullo—. Todo lo que ves aquí lo hizo este servidor.
Salimos de la cocina y me acompañó hasta la puerta del restaurante. Los rayos de sol abarcaban gran parte de la estancia y él atravesó el espacio sin inmutarse. Esa era una incógnita que quería resolver; los vampiros no solían estar despiertos a estas horas y, mucho menos, pasear en plena luz solar sin freírse en el intento.
Como si hubiera adivinado mis pensamientos, una amplia sonrisa apareció en su rostro y, tras abrir la puerta del restaurante, salió al exterior y se subió las mangas. Extendió los brazos, dejando que los rayos de sol rozaran su piel. Sus ojos grises se posaron en los míos.
—No te afecta la luz solar—dije en un susurro mientras salía del restaurante y miraba sus brazos intactos.
—Gracias a ti—afirmó.
—No entiendo nada...—admití.
—Yo tampoco entiendo por qué has estado de mal humor este tiempo, señorita gruñona.
Recordé algo y lo miré con asombro.
—¿Eras tú el tipo que llevaba los desayunos a la oficina donde trabajo y el que intentaba ligar conmigo sin demasiado éxito?
—No sé si sentirme ofendido por lo último que has dicho—respondió a modo de broma.
—Si te sirve de consuelo, mi cabeza no estaba muy bien en esa época. Si hubieran sido otras circunstancias, te habría hecho más caso.
—No lo estás arreglando—dijo entre risas—. Antes de que me olvide, te has ganado una invitación a la inauguración del restaurante por todo el trabajo que has hecho hoy—. Hizo ademán de ir a buscar una, pero lo interrumpí.
—No hace falta, ya tengo una—le confirmé—. Me la dio Katerina—aclaré—. Por cierto, ¿qué vas a hacer con los frutos rojos?
—Tendrá que ir a la inauguración para averiguarlo, señorita Morello—. Una pequeña sonrisa se dibujó en sus labios.
Le devolví la sonrisa. En un principio había pensado ir a la inauguración, pero ya no lo tenía tan claro. Necesitaba tiempo para pensar y recuperarme de la sorpresa. Además, todavía tenía muchos misterios que resolver.
Me reuní con mi compañera en una cafetería cerca de la oficina. Estaba muy afligida por lo que había escuchado y temía por su futuro. Mis sospechas se habían confirmado: el bufete de abogados no había logrado solucionar sus problemas económicos y la única solución que habían encontrado era despedir a parte de la plantilla.
Teníamos claro que ella y yo íbamos a ser las primeras en recibir la carta de despido y el finiquito porque las dos llevábamos menos tiempo trabajando allí. Mi compañera estaba preocupada porque no podía quedarse sin trabajo; era madre soltera y tenía demasiados gastos.
Yo también estaba un poco intranquila. Me había independizado, por lo que pagaba un alquiler un poco más alto y tenía a una persona que venía a ayudarme todos los días. Definitivamente, no podía dejar de trabajar.
Cuando estaba sin recuerdos, me había deshecho de la fortuna que me había dejado Dimitri en la cuenta. Gran parte del dinero lo había donado a asociaciones de personas con discapacidad. Me sentía incómoda poseyendo tanto dinero del que no sabía su origen. Ahora que ya lo recordaba, no me arrepentía de mi decisión. Quería pensar que con ese gesto podía mejorar un poco la vida de las personas que habían tenido que pasar por situaciones similares a la mía.
El resto del dinero había pensado guardarlo para arreglar la casa donde había vivido con mis padres durante mi infancia. Había descubierto que no podría vivir allí porque me asaltaban los recuerdos y tampoco podía desprenderme de mi antiguo hogar por lo que estaba valorando la posibilidad de alquilarla.
—No nos queda otra que ir echando currículums y cartas de recomendaciones en otros lugares—admití. Mi compañera se mostró de acuerdo.
—Lo veo difícil por mi situación—dijo ella—. Nadie quiere contratar a una madre soltera.
—Pues deberían, tienes una buena trayectoria profesional—afirmé. Ella agradeció mi comentario y se limpió el rímel que se le había corrido por la cara con una servilleta. Luego me preguntó:
—Tú trabajaste en Eternity, ¿no? Hay una vacante de lo mío, pero creo que es difícil entrar ahí...
—Inténtalo, no pierdes nada—la alenté—. Es una buena empresa y pagan mucho mejor que aquí.
Por mi mente volvió a pasar la oferta que me habían hecho Katerina y la Subdirectora Perry. Necesitaba pensarlo un poco más. Hace años habría pensado que solo me ofrecían el trabajo por el daño causado, pero mi yo de ahora pensaba que también podía conseguir las cosas por mi propio esfuerzo y mi duro trabajo.
Después de la charla con mi compañera, fui a casa y me eché sobre el sofá. Apenas había dormido la noche anterior y los ojos se me cerraron al poco tiempo. Cuando desperté, más descansada, llamé a Circe:
—Hola, ya estoy en casa—dije ahogando un bostezo, aún estaba adormilada.
—Pareces cansada—afirmó.
—Sí, no he parado en todo el día.
—¿Cómo ha ido?—preguntó mi hermana con curiosidad.
—Ha sido un día bastante loco: compras y regateos en el mercado, la Dra. Lovegood me dio una sesión casi en la calle y me he enterado de que es posible que me vaya a quedar sin trabajo—le resumí. No me atreví a decirle que Dimitri estaba vivo.
—Qué día más divertido—dijo entre risas—. ¿Has conocido a la gallina esa?
No sabía qué responderle. Todavía no había asimilado la verdad. Aunque, tal vez, hablarlo con ella me ayudara un poco a aclarar el lío que tenía en la cabeza.
—Sí, por varios problemas que surgieron, el plan inicial cambió...—. No sabía cómo continuar la historia—. Por culpa de unos frutos rojos tuve que ir al restaurante y recibir a los repartidores, luego vi a mamá gallina y me desmayé...
—¿Cómo que te desmayaste? —preguntó incrédula.
—Me impresionó mucho cuando vi quién era...—. Respiré hondo y lo solté todo—: Circe, Dimitri Ivanov está vivo.
Un largo silencio se instaló al otro lado de la línea. Sabía que necesitaba tiempo para encajar la noticia, pero el silencio también significaba otra cosa.
—Tú ya lo sabías...—indagué.
—¡Lo siento! Yo quería decírtelo, pero sabía que no me ibas a creer. Era mejor que lo descubrieras tú sola.
—¿Desde cuándo lo sabes? —inquirí con un tono de enfado.
—Me enteré en la peluquería porque obligué a Katerina y a Azael a que me lo dijeran—dijo arrepentida—. Empecé a sospechar cuando me puse a estudiar el medallón y casi lo descubrí después de que me respondiste a las preguntas. Como no me lo creía hablé con una amiga de la abuela que tenía experiencia y ella me lo confirmó...
—¿Qué te dijo? —pregunté intrigada.
—Que el medallón había liberado la magia que contenía y había deshecho la maldición porque se habían cumplido las condiciones para ello—explicó. Dijo más cosas, pero me había perdido en mis pensamientos.
La luz del sol no le había afectado y él estaba muy diferente físicamente. No por el cambio del pelo, sino por su tono de piel y sus movimientos. Tampoco tenía ese aura que rodeaba a los seres sobrenaturales.
—Entonces, la maldición se rompió y Dimitri murió como vampiro, pero recuperó su parte humana—añadió ella. Logré seguir el final de la conversación.
—Eso explica muchas cosas—afirmé.
—De verdad Bianca, no queríamos ocultártelo, pero era mejor así para los dos...
—Entiendo.
—¿Cómo lo llevas?
—Tengo muchas incógnitas que resolver...—respondí.
—Intuyo que no han tenido una conversación seria... ¿A qué esperas, hermanita?
—Me surgió una emergencia y tuve que irme. Quería preguntarle mil cosas, pero estaba bloqueada.
—Ahora es buen momento para que aclaren las cosas. Cuanto antes, mejor, te conozco muy bien y sé qué vas a estar dándole mil vueltas al tema. Y supongo que Dimitri también necesita estar centrado con la inauguración a la vuelta de la esquina.
—Tienes razón—. De pronto, me acordé de algo—. Por cierto, ¿cómo está nuestra niña aventurera?—. Malena se estaba recuperando en su casa de la caída que había tenido en el bosque.
—Pues no sé qué decirte, ¿estás preparada para otra sorpresa? A lo mejor no, porque llevas un día movidito...
—No puede haber nada peor que ver a tu exnovio que creías muerto, vivito y coleando con un uniforme de chef—. Las carcajadas de mi hermana resonaron al otro lado de la línea—Venga, desembucha.
—Vamos a tu casa ahora, así que prepara la fiesta que esta noche tenemos la inauguración del club de «las chicas de los dos mundos».
—No me digas que...—me interrumpí. Aquello no tenía sentido.
—Sí, pero no es como tú crees. Te cuento cuando lleguemos. No fue una simple caída...
Cortamos la llamada y dejé escapar un suspiro. Eran demasiadas cosas para asimilar en un solo día y necesitaba liberarme. Sabía cómo hacerlo y tenía un poco de tiempo antes de que llegaran ellas.
Con música suave de fondo, encendí el ordenador y dejé que las palabras salieran de mi mente y llenaran los espacios en blanco que había frente a mis ojos, dándole forma a la historia que había empezado un tiempo atrás.
¡Buenas!
El hilo invisible está por finalizar, quedan dos capítulos y el epílogo.
¿Qué ha pasado aquí? Yo aún no me he recuperado de la sorpresa, estoy como Bianca...
Si este capítulo consigue muchos likes y comentarios, al final del día subo el siguiente.
Ya sabes, si no quieres quedarte con la intriga, vota y comenta, mis neuronas creativas te lo agradecerán.
¡Hasta pronto!
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