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CAPÍTULO 26: Renaissance

Apenas había pegado ojo por la noche. No dejaba de pensar en lo que había dicho Kiram. Y, por si fuera poco, Malena, en algún momento de la madrugada, se había puesto a gritar en medio de una pesadilla. Pasamos el resto de la noche despiertas y tranquilizándola.

En algún momento logré dormirme, pero duró poco. Mi móvil empezó a recibir notificaciones como un loco. Lo miré y vi que tenía varios mensajes de mamá gallina:

Buenos días, necesito que estés en el Mercado Central antes de las 08:00h. Te envío la ubicación. Por favor, sal con tiempo de antelación. Avísame cuando hayas llegado.

—¿Quién te envía tantos mensajes a estas horas?—dijo Circe a modo de protesta. También se había quedado adormilada como yo en el sofá.

—Mamá gallina, quiere que salga temprano—respondí dejando escapar un bostezo—¿Sabes cómo se llama en realidad?

—Ni idea, pero date prisa o vas a llegar tarde.

Tras vestirme y desayunar algo rápido, salí a la calle. El viento otoñal me impactó en la cara, despertándome del todo. Miré la ubicación del Mercado Central y, por suerte, no estaba demasiado lejos de donde me encontraba.

La ciudad estaba dormida a estas horas, apenas había vehículos y transeúntes en las calles. Las cafeterías empezaban a abrir sus puertas y los transportistas descargaban las mercancías. En el mercado la actividad era más notable. La mayoría de los puestos estaban colocando sus productos mientras que otros ya estaban preparados para atender a los clientes.

Le escribí a mamá gallina indicándole que ya estaba allí y que había muy pocos puestos abiertos. Su respuesta no tardó en llegar:

Dime cuáles están abiertos.

Entré en el imponente mercado y mientras miraba todos los puestos, le iba escribiendo los nombres de los comercios. Fui a la panadería siguiendo sus instrucciones.

—Buenos días, quiero hacer un pedido para un restaurante—le dije a la empleada.

—Buenos días, perfecto. Necesito los datos del restaurante, los productos y cantidades que desea y la hora de entrega.

Como si ya estuviera acostumbrada, mamá gallina me envió un mensaje con un documento que le enseñé a la joven y le leí el listado de panes que quería comprar. La empleada apuntó todo y esperé a que comprobara las existencias.

—Tenemos todo—afirmó la chica de la panadería—. El pedido llegará al restaurante Renaissance a las 12:00h. ¡Que tenga un buen día!

Me alejé un poco y le escribí:

Tienen todo. El pedido llegará a las 12:00h. No me dijo nada de pagar, ¿cómo va a ser gratis?

Su respuesta fue inmediata:

En el documento que te pasé figura el número de cuenta del restaurante. El comercio hace el cobro directamente. Ve ahora al puesto de aceite y especias.

Volví a enseñarle el documento y le leí el listado de ingredientes al vendedor. El hombre me sugirió un tipo de aceite que tenía en oferta, pregunté por el chat y su respuesta me hizo gracia:

Olvídalo, ese hombre solo quiere llenarse los bolsillos y ese aceite es malísimo.

—No, muchas gracias. Ya tenemos todo lo necesario. En otra ocasión será—le respondí al vendedor intentando contener la risa.

Poco a poco, todos los puestos iban abriendo y fui haciendo pedidos en varias pescaderías y carnicerías porque no todas tenían los mismos productos y la relación calidad-precio era diferente. Pasé también por el puesto de los embutidos y luego por las verduras.

Las cosas se complicaron cuando llegó el turno de hacer el pedido de las frutas.

—Tenemos de todo menos los frutos rojos—dijo la empleada—.Acaba de empezar el otoño y no han llegado al mercado, todavía están recolectando. Si espera un par de semanas...

Le conté la situación a mamá gallina y me escribió con rapidez:

No puedo esperar, es urgente. Haz el pedido y ya buscaremos los frutos rojos en otro sitio.

—No podemos esperar, la inauguración del restaurante es en unos días...¿Sabe dónde podemos encontrar frutos rojos? —insistí.

—Lo único que puede hacer es contactar con los propios agricultores—sugirió ella—Le adelanto que los agricultores que conozco no han empezado la recolección.

Le agradecí la ayuda y le indiqué que siguiera con el pedido. Cuando terminé me dirigí a otras fruterías del mercado y ninguna tenía frutos rojos, pero una contactó con su agricultor y tenían fresas y frambuesas recolectadas; no habían hecho el reparto por una avería del camión. En lo que buscaba a alguien que tuviera los frutos rojos, me habían llegado varios mensajes:

¿Ya está el pedido? Tardas mucho... ¿Hola? ¿Estás ahí?

Le respondí cuando el vendedor me dio la dirección del agricultor:

Sí estoy. Tengo buenas noticias: he encontrado arándanos, fresas y frambuesas, pero no están en el puesto. Hay que recogerlo donde está el agricultor. Pueden apartar la cantidad que necesites y guardarla hasta que alguien lo recoja.

Su respuesta tardó en llegar:

¡Buen trabajo! Iré yo mismo a recogerlos, pero me surgen otros problemas. Estoy solo y si me voy, no habrá nadie para recibir las entregas...

Seguía escribiendo, pero algo me llamó la atención: Mamá gallina escribía en género masculino, «¿acaso era un hombre?», pensé. Le adelanté al vendedor que íbamos a recoger el pedido directamente y que estaba pendiente de que me dijeran las cantidades. Me llegó una notificación con las cantidades y se las leí al vendedor.

Hecho el pedido, recibí otro mensaje:

Ahora, pasa por alguna floristería y pregunta qué flores simbolizan el renacimiento.

Salí del mercado y, tras dar varias vueltas por los alrededores, encontré una floristería. Una mujer estaba agachada frente a unas macetas y estaba echando abono a las plantas. Cuando se incorporó, me vio y me saludó:

—Buenos días, ¿puedo hacer algo por ti?

—Hola, estoy buscando flores que simbolicen el renacimiento—expliqué.

—Veamos, hay varios tipos de flores que representan el renacimiento como los narcisos, las rosas blancas o la flor de loto y, en general, las flores de color blanco. ¿La quieres para algo en particular?—preguntó.

Volví al chat y tecleé rápidamente. Su respuesta tardó un poco:

Para la inauguración del restaurante que se llama Renaissance. Pregunta si puede hacer varios arreglos florales para centros de mesa. Con narcisos, rosas blancas y verbena.

—Es para la inauguración del restaurante Renaissance. La idea es hacer varios arreglos florales con narcisos, rosas blancas y verbena.

—Puedo hacer los arreglos, pero no tengo narcisos. Se pueden sustituir por lirios blancos, que también simbolizan el renacimiento. Para que no quede todo muy blanco y parezca una boda, puedo decorar el arreglo con verbenas de varios colores y tonalidades.

Le resumí a mamá gallina lo que había dicho la florista y se mostró de acuerdo. Discutí algunos detalles más con la mujer y, antes de irme, me distraje viendo una rosa blanca. Era idéntica a la que me había dado Dimitri, supuse que le había recordado a mi nombre.

—Una vez me regaló una rosa blanca...—susurré.

—Cuando un hombre le regala una rosa blanca a una mujer significa que siente que tiene una relación eterna, estable, sólida y pura. Por eso se utiliza mucho en las bodas—indicó la mujer.

Medité unos segundos su respuesta y agradecí su explicación. Lo nuestro había sido breve y había terminado en muerte. Suspiré y traté de contener las lágrimas. Su ausencia aún me dolía.

—Me temo que la relación fue breve—admití.

—No te rindas, joven. La vida puede depararte muchas sorpresas. Te lo dice una vieja como yo que ha vivido mucho—dijo guiñándome un ojo—Espero que vengas a encargarme el ramo de novia cuando te cases.

El móvil me hizo volver a la realidad. Tenía muchos mensajes del misterioso hombre apodado mamá gallina:

Tengo que pedirte un último gran favor: ven directamente al restaurante y encárgate de las entregas en lo que yo voy a buscar los frutos rojos, está bastante lejos de aquí. Te he dejado la llave debajo de la maceta de la izquierda. Agradecería que te quedaras hasta que yo llegue. Si no contesto es porque estoy conduciendo.

Le respondí y no obtuve respuesta. Maldije por lo bajo y aceleré con la silla de ruedas para coger el autobús que me dejara lo más cerca posible del restaurante. Dejé escapar un suspiro de alivio cuando llegué y vi que no había ningún vehículo de reparto apostado frente al restaurante.

Volví a releer el mensaje y me acerqué a la maceta. La moví con bastante dificultad y vi las llaves casi a ras del suelo, era imposible que pudiera cogerlas sin caerme. Solo me quedaba esperar a que pasara algún alma caritativa y me ayudara a cogerlas.

Mientras le escribía un mensaje diciéndole que había llegado, alguien se me acercó.

—Bianca, ¿qué haces aquí?—alcé la vista y vi a la Dra. Lovegood que me observaba con asombro.

—Estoy ayudando en el restaurante, soy la chica de los recados por un día. Me he encargado de los pedidos y ahora tengo que recibir las entregas.

—¡Qué casualidad! Mi pareja es uno de los chefs del restaurante. ¿Tienes la llave?

Le expliqué el problema que tenía con la llave y ella me ayudó. Entramos en el restaurante y me mostró dónde estaba la cocina. Era muy amplia y espaciosa, estaba equipada con materiales y tecnología de último modelo. Había ingredientes preparados y tentempiés a medio hacer. La persona que estaba aquí trabajando, se había marchado con prisas.

—¿Podrías decirme cómo se llama la persona que trabaja aquí? Llevo todo el día enviando mensajes a alguien que llaman mamá gallina y me da vergüenza llamarla así.

La Dra. Lovegood estalló en carcajadas. Era muy diferente a como se comportaba en la consulta, manteniendo la profesionalidad en todo momento. Me gustaba esa faceta cercana y divertida que me mostraba.

—¿En serio? Ahora entiendo por qué siempre está de tan mal humor...—dijo entre risas—. Es el compañero de mi pareja y se llama...

Fuimos interrumpidas por alguien que tocaba la puerta. Nos apresuramos hacia la entrada y vimos a los repartidores descargando cajas del camión. Recibí un mensaje:

Acabo de llegar al lugar. ¿Todo bien?

Lo puse al tanto de la situación y me respondió de inmediato:

Que lleven la mercancía a la habitación que está a mano derecha, enfrente de la cocina.

—¿Dónde ponemos las cajas?—preguntó el repartidor.

Le indiqué que me siguiera y lo conduje hasta una especie de almacén. Cuando descargaron el camión, firmé el recibo y los repartidores se marcharon. Al poco tiempo, llegaron las verduras y el pan.

—¿Estás bien?, pareces cansada—inquirió la Dra. Lovegood.

—No dormí anoche. Estuve cuidando a una amiga que está enferma— respondí.

—Pero hay algo más...—sugirió. Volvió a adoptar su tono profesional—.Tengo un rato antes de irme a la consulta. Venga, cuéntame.

Le conté lo que le había pasado a Malena y que Kiram la había traído. Ella me escuchaba con atención y, esta vez, no tomaba notas. De vez en cuando hacía alguna pregunta para que profundizara más en el tema.

—Me dijo que me había borrado la memoria para cumplir con la promesa que le hizo a mi novio. Y desde entonces no paro de pensar en ello una y otra vez.

—¿Qué piensas sobre eso?

—No entiendo por qué le pidió que hiciera eso. ¿Acaso lo que ocurrió entre nosotros fue sólo una consecuencia del vínculo y en realidad nunca sintió nada por mí? Me gustaría que alguien me respondiera a esas preguntas, pero el que lo sabe está muerto.

—Las respuestas las puedes encontrar tú misma, Bianca. Sólo tienes que verlas. Déjame refrescarte la memoria. Hace un rato, dijiste que Kiram te había dicho esto: «Él quería que fueras feliz y que estuvieras libre de ataduras, viviendo como una chica normal y corriente». Recuerda que también dio su vida para protegerte.

—No entiendo—admití.

—Amar no solo significa estar juntos y mostrar afecto. A veces, amar a alguien también implica hacer sacrificios o alejarse de la persona amada. Me voy a tomar la licencia de poner de ejemplo mi historia de amor particular—dijo con una tímida sonrisa en el rostro—: conocí a Vladimir hace muchos años cuando aún estudiaba en la facultad; él trabajaba en una cafetería cercana a la universidad y por las noches siempre hablábamos y me animaba cuando estaba estresada por los exámenes o tenía mal de amores.

«Era mayor que yo, pero nunca me importó. Poco a poco descubrí que me había enamorado de él. Una noche que no había clientes en la cafetería, lo besé y me correspondió. Al día siguiente desapareció durante más de una semana hasta que una noche tocó a mi puerta de la residencia universitaria y se declaró. Salimos durante un tiempo en secreto y fuimos felices, o eso creía.

«De repente, cortó todo contacto conmigo y solo me dejó una nota bajo la almohada en la que decía que me quería y que por eso tenía que renunciar a mí. En ese momento no lo entendí y me costó mucho recuperarme de la ruptura. Lo superé y conocí a otro hombre y me casé con él. Fui feliz durante un tiempo, pero me di cuenta de que, a pesar de todos los años, no conseguía quitarme a Vladimir de la cabeza y me divorcié cuando descubrí que mi marido me había sido infiel.

«Una vez divorciada y sin hijos porque nunca sentí el instinto maternal, me volqué en mi trabajo y en mis amistades. Fui más feliz que cuando estaba casada. Una noche salí bastante tarde de trabajar y paré en un pequeño restaurante pintoresco cuya especialidad era la comida rusa. Sin buscarlo ni esperarlo, ahí estaba Vladimir; me sorprendió porque no había cambiado nada físicamente. Me desveló su gran secreto y entendí por qué había renunciado a mí. Y por eso conozco la existencia de otros seres y tengo pacientes muy peculiares.

—¿Vladimir es un vampiro?—pregunté con asombro. Ella asintió con la cabeza mientras se reía.

—Aunque me amaba, renunció a mí para protegerme del mundo peligroso de los vampiros y para que disfrutara de mi vida como humana. Como puedes ver, la vida da muchas vueltas y nunca sale como esperas.

—Entonces, Dimitri lo hizo por el mismo motivo...—musité. La doctora Lovegood me miró con una sonrisa.

—Nunca me habías dicho su nombre—dijo mientras recogía sus cosas y consultaba el reloj—. Tengo que irme, ha sido un placer hablar contigo. Por cierto, ¿quién te envió a ayudar con el restaurante?

—Katerina Robinson—respondí. Ella enarcó las cejas.

—Interesante...—añadió a la vez que salía del restaurante.

Las siguientes horas fueron un caos de cajas, personas y camiones de reparto. Llegaron todos los pedidos que había hecho en el mercado y otros como refrescos, vinos, golosinas y cosas para la cocina. Antes de firmar el recibo, vi que el pedido lo había hecho Vladimir Petrov, la pareja de la psiquiatra..

Me resultaba familiar ese nombre, pero no recordaba dónde lo había escuchado. Y el restaurante que había descrito la psiquiatra se parecía mucho al que había ido con Dimitri.

Mientras pensaba si se trataba de una simple casualidad o no, recorrí el local sin alejarme mucho de la puerta. Al fondo, se vislumbraba una especie de patio con vidrieras y claraboyas que reflejaban la luz solar en el suelo grisáceo.

Mamá gallina no me había vuelto a escribir, así que supuse que estaba conduciendo. Una brillante idea se me ocurrió y cogí todos los pedidos en busca de su identidad. Al final, la doctora Lovegood me había confirmado que se trataba de un hombre, pero no me dijo su nombre. Tenía curiosidad y, no sé por qué, pero tenía muchas ganas de conocerlo.

Frustrada porque todos los pedidos estaban a nombre de Vladimir Petrov, los apilé y los dejé en el atril que había cerca de la entrada principal. Mientras consultaba la hora y le escribía a Malena y a Circe, mi estómago rugió con fuerza. Casi no había desayunado y sentía fatiga por el hambre. La tentación de pasar por la cocina era muy fuerte y le ganó a mi voluntad.

Tras comprobar que no había nadie en la puerta, fui a la cocina a ver qué encontraba y, al llegar al fondo, vi una bandeja con galletas de chocolate. Había un buen montón, por lo que si faltaba una nadie notaría la diferencia. Decidida, acerqué la mano para cogerla.

—¡Ni se te ocurra cogerla!—dijo una voz masculina con firmeza.

Me quedé petrificada en el lugar, sintiéndome como una ladrona pillada con las manos en la masa. No podía verlo porque nos separaba media pared, pero podía oír sus pasos dirigiéndose hacia un lado de la amplia cocina y cómo depositaba algo pesado en el suelo. Seguía incapaz de moverme. Mi corazón latía desbocado y las mejillas, intuía que estaban del color de mi pelo.

De pronto, el hombre se movió y quedó totalmente a la vista. Ambos nos vimos las caras y nos quedamos sorprendidos. Me recorría con la mirada de arriba a abajo. Yo no podía apartar la vista de sus ojos grises.

—¡Pero si es la señorita gruñona! O Risitas, como prefieras...


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