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CAPÍTULO 24: La invitación

Algo mareada, abrí los ojos y no sabía dónde estaba. Me encontraba en una habitación que tenía un sofá cama de cuero negro, un antiguo espejo de estilo barroco apoyado contra una pared y una enorme alfombra de color blanco. Yo estaba acostada en el sofá y cubierta con una manta gruesa. Me incorporé y todo me dio vueltas, por lo que volví a tumbarme. Me dormí de nuevo.

Sentí un leve ruido y entreabrí los ojos. Katerina estaba sentada en el suelo y me miraba con preocupación.

—¿Cómo te encuentras?

—Me duele la cabeza y estoy un poco mareada—respondí—. ¿Qué ha pasado?

—Te desmayaste. Es una reacción normal después la hipnosis que hice para recuperar tu memoria.

Entonces lo comprendí. Todo en mi mente había cambiado. Había recuperado mis recuerdos y volvía a ser yo. Sin embargo, algo iba mal. Sentía un gran vacío en mi interior y unas inmensas ganas de llorar. Dimitri había muerto. Esas palabras se clavaban como cuchillos en mi alma y me dejaban sin respiración.

Frente a mí, estaba la vampiresa que había desafiado a Dimitri a protegerme con su vida. No sabía cómo sentirme al respecto. Tenía una mezcla de sentimientos confusos y sentía que necesitaba decir algo.

—No tenías que haber hecho eso. Él realmente había cambiado—conseguí articular con un hilo de voz.

—Lo sé. Me di cuenta demasiado tarde, pero sí que cambió. Estaba cegada por todo lo que me había dicho mi madre y no fui capaz de verlo. Llevo desde esa tarde arrepintiéndome de lo que hice.

Ella lloraba y no dejaba de disculparse. Me había ayudado a recuperar los recuerdos, pero el dolor que sentía era demasiado grande y no podía agradecerle la ayuda. Necesitaba alejarme de ella y salir del lugar donde me encontraba. Mientras buscaba la silla de ruedas con la mirada, una voz que había olvidado pronunció mi nombre.

—Bianca—miré a mi alrededor y lo vi.

—¡Azael!—.El vampiro se acercó y me acogió entre sus brazos.

El llanto se apoderó de mí y Azael trató de calmarme. No había sido consciente de lo mucho que lo había echado de menos. Su abrazo se sentía cálido y reconfortante, pero no eran los brazos que yo quería.

Necesitaba aquellos brazos que me habían salvado tantas veces, aquellos que me habían ayudado y que me habían amado. Necesitaba a mi lado al hombre de ojos grises y no podía porque se había ido para siempre.

No sé por cuánto tiempo lloré, pero en algún momento volví a quedarme dormida. Desperté en la misma habitación y me di cuenta de que la puerta estaba entreabierta y pude escuchar parte de una conversación.

—Necesita saberlo—dijo una voz masculina con desesperación.

—Y lo sabrá, pero aún es pronto. Primero necesita sanar y encontrarse a sí misma. Cuando esté lista, dejaremos que lo descubra y ya decidirá qué hacer—respondió una mujer con firmeza.

—De acuerdo, pero no podemos alargar esto demasiado tiempo—razonó el hombre.

—Necesita tiempo—insistió ella.

—Lo sé, pero el tiempo es diferente aquí.

—El día de la inauguración—zanjó ella.

No tenía ni idea de qué hablaban, pero apenas podía prestar atención. Me sentía agotada y no tenía fuerzas para levantarme. No sabía si era un efecto de la hipnosis, pero volví a sumirme en un profundo sueño.

No sé cuánto tiempo pasé entre el sueño y la vigilia, pero tenía hambre y ganas de orinar. Abrí los ojos y la claridad del día me dio en plena cara. Sentí que la superficie donde me encontraba se hundía un poco. Alguien se había sentado a mi lado.

—Buenos días, dormilona—dijo Circe alegremente.

La observé confundida y miré a mí alrededor. Estaba en la habitación de Circe y no sabía cómo había llegado hasta allí. Había recuperado la memoria, pero sentía que seguía sin entender muchas cosas.

Como si me hubiera leído la mente, ella adelantó la respuesta a mi duda.

—Un mensajero con melena y mechas fucsias me trajo a una chica dormida y me dijo que ya había recuperado la cabeza y que su vida estaba patas arriba—explicó ella—¿Por qué yo tampoco recordaba nada?

—Ni idea. ¿Alguno de tus libros de brujería tratan este tema?—pregunté.

—No me suena, pero lo investigaré.

—Oye, ¿cuánto tiempo llevo así? —inquirí mientras me incorporaba.

—Ya hace diez días—respondió, encogiéndose de hombros.

—¡¿Diez días?! —repetí sin poder creérmelo—. ¿Y mi trabajo? La jefa me va a echar. Y las sesiones con la Dra. Lovegood...

—Relájate, está todo bajo control—afirmó ella.

Al parecer ella y tía Carol habían avisado a la psiquiatra de que yo había recuperado la memoria y que no me encontraba bien. La Dra. Lovegood había hecho un informe para la empresa donde trabajaba, indicando que necesitaba reposo y que no podía ir a trabajar durante unas semanas.

Estuve unos días más en casa de Circe y cuando parecía que ya no me dormía a cada rato, volví a casa y a mi rutina de siempre, salvo que esta vez no tenía que ir a la oficina. Los días consistieron básicamente en dormir, comer, ver películas tristes y llorar por mi novio muerto.

El tiempo pasó y me había sumido en un mutismo absoluto. Ignoraba todas las llamadas que recibía y tampoco le abría la puerta a la gente que venía a visitarme, ni siquiera a la chica que venía a ayudarme. Me las arreglaba para ir al baño sola y comía a base de cosas que pedía a domicilio. Había dejado de ir a la psicóloga y seguía sin pasar por la oficina. También había dejado de escribir.

En mi mente sólo rememoraba una y otra vez todo lo que había vivido con Dimitri. Nuestras discusiones absurdas, las mordidas, los días en la cabaña, el paseo por el parque y la cena en el restaurante, nuestras sesiones de lectura en la biblioteca y las lágrimas y sonrisas compartidas.

El hilo invisible que nos unía se había roto y ya no quedaba nada de él. Me sentía vacía, inútil y sin ningún propósito en la vida. Me había quedado sola y no sabía cómo salir de ese bucle de pensamientos autodestructivos que tenía. También era consciente de que estaba tirando por la borda todos los progresos que había hecho con la Dra. Lovegood.

El timbre volvió a sonar por enésima vez y suspiré con resignación. Miré a mi alrededor y vi que la casa estaba hecha un desastre: había envases de comida, latas de refrescos y servilletas por todas partes. Yo tampoco tenía una buena presencia, apenas recordaba cuando me había duchado por última vez y cambiado de ropa. Definitivamente, no estaba para recibir visitas.

—¡Bianca! Abre de una maldita vez—gritó mi hermana exasperada.

—Bianca, sabemos que lo estás pasando mal, pero no tiene porqué pasar por esto sola—dijo Malena en un tono conciliador.

—Es inútil, se ha encerrado en sí misma igual que cuando pasó lo de sus padres. Hay que entrar a la fuerza—respondió tía Carol.

—Yo puedo...— empezó a decir Azael.

Lo siguiente que escuché fue una llave introduciéndose en la cerradura. Acto seguido, la puerta se abrió y entró gente. Circe y Malena miraban con asombro el desastre que componíamos la casa y yo.

—Por eso siempre obligo a mis hijos a que me den una copia de las llaves de sus casas—le dijo Carol a Azael con una sonrisa triunfal en el rostro.

—Mamá, mira esto —. Carol dirigió la vista hacia la basura y luego hacia mí. Su sonrisa se borró en un instante.

Azael entró y despejó el sofá de bolsas de papas para sentarse a mi lado.

—La que has liado, pollito —musitó.

Tía Carol fue directa hacia mí y me señaló con el dedo.

—Bianca Isobel Morello, te vas a ir ahora mismo a la ducha sin protestar y luego vas a ver a la Dra. Lovegood. Ya hablaremos tú y yo más tarde—dijo en voz baja.

Me había llamado por mi nombre completo y eso solo lo hacía cuando estaba muy cabreada. Era la segunda vez que lo hacía. La primera vez fue cuando se enteró de que me había saltado una clase en el instituto.

—No voy a ir—respondí entre dientes.

—¿Cómo has dicho?—preguntó ella perpleja.

—Que no voy a ir a la psiquiatra. Ya he recuperado la memoria, ¿no? No necesito volver.

Un tenso silencio se instaló en el ambiente y fue interrumpido por alguien que cerró la puerta. La rubia de ojos azules acababa de llegar y se había sumado a la fiesta. Vestía con vaqueros y deportivas; bajo el brazo llevaba una bata blanca y una mochila colgada al hombro.

—Ya lo creo que vas a ir con la Dra. Lovegood—dijo Katerina con firmeza—. Me he tomado la libertad de hablar con ella y te ha hecho hueco para verte hoy dentro de tres horas.

Katerina dejó sus cosas en una silla que no parecía contaminada por el desastre y se sentó a mi otro lado.

—Bianca, ya sé que no quieres verme por todo lo que pasó, pero, quieras o no, te voy a ayudar a salir de esta.

—Esta autodestrucción no es nada sana—inquirió tía Carol señalando el desastre de comida basura y mi aspecto desaliñado—. Has tocado fondo y tú nunca habías llegado a este extremo. Necesitas ayuda y la Dra. Lovegood ha hecho mucho más que tratarte la amnesia.

No me atrevía a decir nada porque sabía que tenía razón. Malena y Circe empezaron a limpiar el desastre y Azael, tras darme una palmadita amistosa en el hombro y decirme que olía a rayos, se unió a la limpieza.

—Venga, directa a la ducha—sentenció tía Carol.

Obedecí y me pasé a la silla de ruedas. Vi que tenía la batería muy baja.

—Está sin batería. No va a dar para llegar a la consulta—avisé.

—Pues vas en la silla manual, así nos aseguramos de que entras en la consulta porque alguien va a tener que llevarte—dijo Circe.

Circe me acompañó al baño seguida de tía Carol y entre ambas me ayudaron a ducharme y a prepararme para ir a la consulta. La ducha me sentó muy bien y me despejó un poco la cabeza.

Mientras me vestía vi una quemadura redondeada que tenía en la piel a la altura del pecho. Antes no recordaba cómo me lo había hecho, pero ahora sí. Circe también la había visto y me interrogó.

—¿Ya recuerdas cómo te lo hiciste?—preguntó. Asentí con la cabeza.

Aprovechando que tía Carol salió un momento de la habitación, dejándonos solas, le respondí.

—Fue el medallón de la abuela. Hizo cosas raras ese día. El rubí emitió destellos rojos y subió de temperatura hasta tal punto que me quemó la piel.

—¿Dónde está el amuleto y el libro que te envié?

—No lo sé, tampoco encuentro las cosas que llevaba cuando huimos—dije.

Aparte de deprimirme esos días, también había estado buscando las cosas que me había dejado la abuela y no las había encontrado, incluidas las llaves de la casa de mis padres.

—Cuando estés recuperada, te ayudo a buscarlas.

Ya estaba preparada para ir a la consulta de la Dra. Lovegood. Salimos del baño y vi que ya no había basura por ningún lado, estaba todo limpio. No me atrevía a mirar a nadie de la vergüenza. No quería admitirlo, pero en el fondo sabía que no estaba nada bien y que sí necesitaba ayuda.

—Ya tienes mejor cara—dijo Malena al verme. Me abrazó y me susurró al oído—: No te rindas Bianca, puedes salir de esta.

Le dediqué una pequeña sonrisa que se me borró de la cara cuando la vampiresa se empeñó en hacerme una revisión médica. Sacó un fonendoscopio de su mochila y me tomó las constantes vitales.

—Estás bien. Sólo tienes que comer equilibrado y hacer algo de ejercicio, además de dormir bien por las noches— dijo cuando terminó de hacerme la revisión—. Ahora toca ordenar esa cabecita y curar tu corazoncito, pero eso sólo lo puedes hacer tú.

Tía Carol anunció que alguien tenía que acompañarme a la consulta. Al parecer, todo el mundo tenía cosas que hacer y solo había una persona disponible.

—Yo puedo llevarla, tengo el resto del día libre—dijo Katerina.

Miré a Azael en busca de auxilio, pero negó con la cabeza.

—Lo siento pollito, pero tengo un negocio que atender—afirmó.

A regañadientes, dejé que la vampiresa me llevara a la consulta empujando la silla de ruedas manual porque la silla de ruedas eléctrica estaba cargándose en casa. No dijimos casi nada en todo el camino.

No me apetecía nada hablar con la psiquiatra porque, sencillamente, no sabía qué decirle. No podía hablar de vampiros con una humana que no sabía de la existencia de seres sobrenaturales.

Antes de entrar en el edificio, recordé que la vampiresa también iba a terapia con la . Tenía curiosidad por saber cómo hacía para contarle sus cosas sin mencionar nada sobre los vampiros.

—Tengo que preguntarte algo—dije de pronto.

—Vaya, por fin te has dignado a dirigirme la palabra—.Katerina le puso el freno a la silla y me miró con una sonrisa en los labios.

—Te pareces a tu tío, siempre intentaba picarme—musité para mí misma.

Ella lo oyó y se echó a reír. La observé con asombro. Nunca la había visto reír de este modo, feliz y relajada. Parecía una versión de ella que desconocía y que no tenía nada que ver con la vampiresa manipuladora y sedienta de venganza que había conocido cuatro años atrás.

—¿Qué querías preguntarme?

—Ahora que he recuperado la memoria y que casi todo tiene que ver con vampiros, no sé qué decirle a la Dra. Lovegood. Recuerdo que una vez me llevé la bronca de Dimitri por haber intentado hablar del tema con una humana.

—Cuéntale todo. Ella es de nuestro bando. No es vampiresa, pero está muy implicada en el mundo de lo sobrenatural y tiene muchos pacientes humanos y no humanos.

La miré boquiabierta. No me esperaba esa explicación. Ella sonrió ante mi reacción y continuó:

—¿Te has fijado en las florecillas que tiene repartidas por todo el despacho? Es verbena, una planta que mantiene a raya a los vampiros y nos deja medio atontados.

Reanudamos el camino y llegamos a la consulta de la psiquiatra. Estaba abarrotado de gente y tuvimos que esperar un rato en la sala de espera. Katerina me contó cosas sobre la carrera de medicina y el trabajo en Eternity. Su móvil sonó y puso los ojos en blanco.

—Hola—.La chica ponía caras graciosas cuando hablaba y parecía que la persona al otro lado de la línea la estaba sometiendo a un interrogatorio por la forma en que hablaba—, he estado ocupada. Fui a clase y luego a la reunión con la empresa. Ahora estoy en la sala de espera de la Dra. Lovegood.

—¡No! No hace falta que vengas, ya iré a verte cuando termine aquí—respondió ella alterada y me pareció ver el terror reflejado en sus ojos azules.

La vampiresa colgó y suspiró con fastidio.

—Mamá gallina es insoportable—dijo.

No conocía a mamá gallina, pero ya me caía bien. Parecía que era la única persona capaz de alterar a Katerina Robinson.

—Casi lo olvido.

La Dra. Lovegood se asomó y me indicó que ya podía entrar. Katerina me condujo hasta el despacho y, antes de irse para dejarme a solas con la psiquiatra, me dio un ligero toque en el brazo, infundiéndome ánimos.

—Te espero en la sala.

La psiquiatra me miraba con asombro.

—Veo que me he perdido algo, Bianca. ¿Quieres contármelo?—sugirió.

Y le conté todo. No omití ningún detalle. No pareció sorprendida cuando mencioné a los vampiros ni cuando hablé de mis funciones como cáliz. Nunca había hablado tanto en el todo el tiempo que llevaba yendo a terapia con ella. Sentía que necesitaba sacar todo lo que tenía dentro de mí.

Cuando salí del despacho empujando la silla de ruedas con dificultad, vi que Katerina hablaba con Azael en la sala de espera. En cuanto me vieron, interrumpieron la conversación y Azael me ayudó con la silla.

—Como has superado el día de hoy, te doy un premio—dijo Katerina mientras rebuscaba algo en su mochila.

Tras intercambiar una mirada con Azael, me tendió una tarjeta.

Era una invitación a la inauguración de un restaurante.









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