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CAPÍTULO 12: La investigación

Releí la carta varias veces hasta que me escocieron los ojos por el esfuerzo y las lágrimas. Mi mente era un caos de pensamientos confusos. Tenía mucha información que asimilar. Por un lado, siempre había creído que la muerte de mis padres había sido por un accidente fortuito. Saber que alguien lo había provocado, aligeraba un poco la culpa que llevaba arrastrando desde hacía tantos años. También sentía curiosidad por la identidad de las personas que me habían ayudado desde el anonimato. Por otro lado, el hecho de que la familia de Circe tuviera poderes no me sorprendía demasiado, la abuela siempre contaba historias de magia y una vez, cuando éramos pequeñas, pillé a Circe practicando un hechizo; de sus manos salió una luz verde y acordamos que yo no había visto nada, fue nuestro secreto. Las visiones de la abuela no hacían más que confirmar el peligro al que estábamos todos expuestos.

Salí de mi habitación para despejarme un poco. Pasé por el baño para lavarme la cara. Como me imaginaba, mi cara, que vi reflejada en el espejo, era un desastre. Los ojos y la nariz los tenía rojos e hinchados y en mis mejillas se apreciaba el recorrido que habían dejado las lágrimas.

—¿Puedo ayudarte en algo?

Una voz masculina me sorprendió al salir del baño. Era Kiram. Ya no tenía las rastas. En su lugar había una larga melena oscura, lisa y saludable hasta los hombros.

—Vaya, menudo cambio. Te queda bien el nuevo look—admití. —No hace falta, gracias. Fui a lavarme la cara.

—Gracias. Azael hizo un buen trabajo devolviendo mi pelo a la normalidad—. Kiram me miró durante unos segundos.—¿Cómo va tu relación con Dimitri? Sé que al principio empezaron con mal pie, pero a simple vista parece que han mejorado mucho. Diría que hasta se les ve más compenetrados...

—Sí, con mucha paciencia y diálogo hemos conseguido limar nuestras diferencias, aunque de vez en cuando seguimos teniendo encontronazos—. No me atrevía a decir hasta qué punto nos habíamos acercado porque ni yo misma sabía lo que había pasado ni era algo que debía proclamarse a los cuatro vientos.

—Me alegra oír eso. No sé si eres consciente de esto, pero Dimitri ha cambiado mucho. Cuando lo conocí él estaba recién transformado y tenía un carácter horrible. Su soberbia no tenía límites y siempre trataba a la gente como si fuera basura. Antes de que llegaras a nuestras vidas, siempre estaba sumido en la melancolía y parecía muy anclado al pasado.

—Algo así me había contado. También me ha hablado de su familia—admití. Una expresión de asombro apareció en su rostro.

—Vaya, contigo se ha abierto mucho más que con nosotros. Ha cambiado mucho, salvo por un pequeño detalle. ¿Has averiguado por qué lleva guantes? Si no lo sabes deberías preguntarle, te sorprenderá su respuesta.

Con una sonrisa en los labios, desapareció por el pasillo, dejándome con la incógnita. Ya más despejada, volví a mi habitación para enfrentarme con la caja. La caja era de madera de ébano y estaba decorada con motivos florales que sobresalían de la superficie lisa de la madera. A simple vista parecía que estaba totalmente sellada, salvo por un pequeño reborde donde se intuía que la caja se abría por arriba, como una tapa. La observé más de cerca y me percaté de que algunos elementos decorativos tenían un tono de madera ligeramente más oscuro. Presioné el pétalo de una rosa y se hundió la pieza, pero volvió a su posición original con un pequeño chasquido. Volví a intentarlo con otras piezas que también se hundieron. Tras varias pruebas descubrí que la caja se abría con un mecanismo que se activaba si presionaba los elementos en un determinado orden siguiendo la secuencia correcta.

Después de varios intentos fallidos, todas las piezas oscuras se quedaron presionadas y, como impulsada por un muelle, la tapa se entreabrió. En su interior habían varios documentos y objetos: un extracto del Banco, varios recortes de periódicos, documentos que pertenecían a mis padres, unas llaves, una bolsita de terciopelo rojo con algo alargado dentro, páginas fotocopiadas de libros y varias fotografías.

Cogí el extracto del banco donde venía detallado el número de cuenta y la desorbitada cantidad de un millón y medio de dólares que habían depositado para que la abuela pudiera recomprar la casa de mis padres y mantenerme. No había ninguna pista de quién era la persona que había abierto la cuenta. Mi amiga Malena trabajaba en ese banco por lo que se me ocurrió llamarla y pedirle que investigara el asunto. Aceptó de inmediato y prometió avisarme en cuanto tuviera algo.

Leí los recortes de diferentes periódicos que relataban brevemente el accidente donde mis padres perdieron la vida. Decían que el accidente había dejado huérfana a una niña de diez años con discapacidad y que la persona que había provocado la colisión iba ebria y se había dado a la fuga, siendo imposible coger la matrícula del vehículo, un Volvo plateado de último modelo de aquella época. La policía había estado investigando los hechos pero al no encontrar evidencia, archivaron el caso al poco tiempo.

Miré las fotografías con cariño. Eran fotos de mis padres cuando eran novios, otras del día de la boda, algunas de fiestas que organizaba la empresa donde trabajaban y otra donde salíamos Circe y yo con dos años vestidas iguales y sentadas en el regazo de nuestras madres. Esta última foto se la envié a Circe y a Carol, la mejor amiga de mi madre y la mujer que me había acogido cuando me quedé huérfana, mi segunda madre. Al poco rato de enviarla, recibí una llamada.

—¡Qué recuerdos me trae esta foto! —exclamó Carol al otro lado de la línea— Recuerdo que ese día tu madre y yo salimos de compras y vimos ese vestido precioso. Había de varios colores, pero como siempre, a las dos nos gustó el mismo color y como ninguna quería cambiarlo decidimos comprarlos iguales. El resultado fue esa foto tan graciosa. ¿De dónde la has sacado?

—Estaba en una caja que me envió la abuela junto con otras cosas.

—¿Te ha contado todo lo que pasó, no? —afirmé con un hilo de voz. —Lo siento mucho, Bianca. Llevo años cargando con este secreto y sintiéndome culpable por ocultártelo. David y yo queríamos contártelo, pero no queríamos que sufrieras más. Cuando ocurrió el accidente, estuviste años con pesadillas por las noches y llorabas porque querías ir con tus padres. Tampoco podías quedarte sola sin que te dieran ataques de ansiedad y sé que hace poco tuviste uno. —Carol lloraba mientras me lo contaba. —Fue horrible, durante las pesadillas yo te abrazaba fuerte y te decía que nunca te iba a dejar sola y tú decías que una luz blanca se había llevado a tus padres y que un príncipe te había salvado. Supuse que en esas pesadillas revivías el accidente y que el príncipe era el joven que te había rescatado y que se quedó contigo hasta que llegamos la abuela y yo al hospital. Intentamos localizarlo, pero fue imposible, era como si se hubiera esfumado y nadie recordaba su aspecto.

—¿Es verdad que el conductor se dio a la fuga y que la policía no pudo localizarlo? He visto los recortes de prensa—Carol suspiró.—Es una verdad a medias. Es cierto que se dio a la fuga y que al principio no encontraban pruebas. Sin embargo, David tenía contactos en la policía y nos enteramos de la cruda realidad: el asesino de tus padres era el hijo de una persona muy influyente que compró a la policía para librar a su hijo de la cárcel. —No podía dar crédito a lo que oía.

—¿Pero cómo es posible eso? Las leyes no...—Carol me interrumpió. —La justicia y las leyes que estudiaste son una cosa, pero en la realidad todo se rige por las normas del dinero—. Decidió cambiar de tema. —Bianca, ¿cómo te las estás arreglando sin Circe y Malena? Aun no entiendo cómo te ha dado por mudarte de repente. Circe no me ha dado muchas explicaciones y, ya sé que eres mayorcita para hacer lo que quieras, pero tus circunstancias son especiales y no me quedo tranquila hasta que no sepa que estás bien.

Me dolía mentirle a Carol, pero no me quedaba otra alternativa que decirle la versión oficial.

—Llevo un tiempo saliendo con alguien y hemos decidido irnos a vivir juntos. La casa es grande y la compartimos con algunos amigos. Todos me ayudan mucho, especialmente mi chico. Estoy ahorrando para poder contratar a un asistente personal.

—Entiendo... ¿Y cuánto tiempo pensabas seguir ocultándolo? Ya estás tardando en traerlo a casa a cenar en familia. Queremos conocerlo—. Carol me interrogó durante un buen rato sobre mi supuesto novio y cuando estuvo satisfecha colgamos. Me recordaba a los interrogatorios de Circe. En este sentido, madre e hija eran iguales.

Retomé el estudio de las cosas que me había dejado la abuela en la caja. Las llaves, que me resultaban familiares, eran las que abrían la puerta de la casa donde había pasado gran parte de mi infancia con mis padres. La dejé a un lado y hojeé los documentos. Eran los últimos contratos de trabajo que habían firmado mis padres el día en que murieron. La empresa de aparatos tecnológicos para la que iban a trabajar me resultaba conocida, pero no recordaba donde había leído sobre ella. Intenté descifrar el nombre del empresario, pero la letra era ininteligible porque la tinta de la impresora se había corrido. Suspiré con frustración.

Cogí la bolsita de terciopelo rojo y deshice el lazo que lo mantenía cerrado. Un medallón del tamaño de una nuez salió de su interior. La joya era liviana a pesar del gran rubí rojo incrustado en el centro. Estaba decorada con pequeños detalles dorados y una pequeña cadena que permitía usarla de colgante. A simple vista podía pensar que se trataba de una simple joya, pero algo me decía que no lo era. Y mis sospechas se confirmaron al leer las fotocopias. La abuela había fotocopiado información sobre el medallón. Era una joya encantada que servía como escudo mágico y protegía a la persona que lo llevara. También tenía la capacidad de absorber poderes y otras implicaciones mágicas que fui incapaz de entender. En una de las fotocopias había una nota al margen con la letra de la abuela: "A partir de ahora deberías llevar el medallón puesto hasta que pase todo".

Tras revisar todo, metí las cosas en la caja y la guardé bajo llave en un cajón del escritorio. Cogí otra galleta de mantequilla y me fui a la biblioteca donde tenía mi portátil cargándose. Quería investigar la empresa para la que iban a trabajar mis padres, me resultaba muy familiar y estaba convencida de que podía obtener alguna pista. La estancia estaba desierta por lo que pude concentrarme sin problemas. Tras un tiempo de búsqueda sin resultados satisfactorios, di con algo interesante. La empresa en cuestión se había iniciado como una pequeña empresa familiar que, poco a poco, fue prosperando hasta que la crisis económica puso en peligro el negocio y estuvieron a punto de quebrar. Un tiempo más tarde el grupo Eternity apostó por el futuro de esta empresa tecnológica comprándola y conservando a sus empleados. Sin embargo, la información se contradecía en cuanto a la fecha en que Eternity adquirió esta empresa. Esperaba que el propio fundador del grupo pudiera aclararme esta cuestión en persona.

Antes de que pudiera ir en busca de Dimitri, recibí una llamada.

—Hola pelirroja, ya he cumplido con tu encargo y tengo novedades. Agárrate de la silla porque es sorprendente lo que tengo que contarte —dijo Malena al otro lado de la línea.

— ¿Qué has averiguado? No me pongas nerviosa— respondí.

—Más te vale venir a mi cumpleaños y hacerme un buen regalo porque he tenido que movilizar medio banco para averiguar quién abrió esa cuenta. Escucha con atención porque es bastante lioso— hizo una pequeña pausa y continuó— primero busqué el número de cuenta en nuestra base de datos y me salieron todos los datos menos la identidad de la persona que abrió la cuenta. Era algo extraño porque, por regla general, es obligatorio poner el nombre. Le consulté a mi jefe y volvió a comprobarlo, tampoco le salía el nombre. Entonces decidimos buscar en los archivos donde guardamos la información en papel. Encontramos el documento donde se emitió la orden para abrir la cuenta con la cantidad de un millón y medio de dólares donde se establecía algunas cláusulas a petición de la persona que abrió la cuenta. Te resumo las cláusulas porque son interesantes: esta cuenta será utilizada exclusivamente por la Sra. Calíope Griffin, en calidad de autorizada, para la compra de la vivienda sita en la calle Birmingham, 7. Además, la Sra. Calíope Griffin también dispondrá de esta cuenta exclusivamente para cubrir todas las necesidades de la menor de edad Bianca Morello hasta que se agote la cantidad depositada en este número de cuenta. En el caso de que la menor Bianca Morello falleciera, la Sra. Calíope Griffin tendrá la obligación de comunicarlo a este banco y la cantidad restante de la cuenta se destinará a fines benéficos. En el caso de que la Sra. Calíope Griffin falleciera, la causante estará obligada a indicar en su testamento que la Sra. Bianca Morello recibirá en herencia la cantidad que reste en este número de cuenta y la vivienda sita en la calle Birmingham, 7.

—También dice que tu abuela tiene que mantener la vivienda en buen estado después de adquirirla y que si no cumple ninguna de las cláusulas, la cuenta se bloqueará y será utilizada por la persona que designe el titular de la cuenta con los fines mencionados en las cláusulas. La persona designada fue Vladimir Petrov. ¿Entiendes algo de todo esto? —preguntó Malena confundida.

—No sé quién es ese Vladimir Petrov, pero esa vivienda la conozco. La casa perteneció a mis padres y sé que antes de morir tenían avisos de embargo de la casa por impago de deudas acumuladas. ¿Quién el titular de la cuenta?

—Ahora viene la segunda parte de la historia: otra de las cláusulas establece que si tu abuela fallece y eres mayor de edad tú pasarás a ser la titular exclusiva de la cuenta y el anterior titular dejará de tener acceso a la cuenta con efectos inmediatos desde que se emita la orden. La orden se emitió la semana pasada y fue el mismo Vladimir Petrov quien vino. Un compañero hizo las gestiones y me dijo que también fue Petrov quien abrió la cuenta hace 15 años actuando en nombre de su cliente. Por lo visto es un abogado retirado que solo ejerce para la misteriosa persona. Actualmente, Vladimir Petrov se dedica a otras cosas. He conseguido su número por si quieres ponerte en contacto con él. En cuanto a la identidad de tu benefactor, es información clasificada y solo tiene acceso a ella el director del Banco. Le comenté tu interés y se negó rotundamente. Dice que ni siquiera tú tienes derecho a saber su identidad por órdenes directas del cliente. No sé tú pero tanto secreto me da miedo.

— Tengo una teoría al respecto: creo que la persona que está detrás de todo esto es alguien influyente y muy conocido en la sociedad. Por eso se toma tantas molestias en ocultar su identidad, quiere evitar a toda costa que la prensa descubra cualquier tipo de relación que pueda tener conmigo, sea cual sea—. Puede que la abuela tuviera razón. La persona que me dejó un millón y medio de dólares tuvo que ser alguno de los jefes de mis padres porque conocían las dificultades económicas que atravesaban, pero, ¿cuál de ellos? También cabía la posibilidad de que hubiera sido la persona que provocó el accidente para librarse de la culpa.

—Tiene lógica tu teoría, pero aun así me da mal rollo. Por cierto, mi más sincera enhorabuena: eres millonaria y propietaria de una casa. La cuenta se ha usado, pero queda muchísima pasta. ¿Qué vas a hacer con todo eso?

—No lo sé, en principio solo quiero respuestas. Luego ya veré qué hago—respondí.

—Por ahora vas a venir a mi cumple y puedes venir con tu chico y sus amigos. Circe también vendrá. Les viene bien después de todo lo que ha pasado.

Prometí que hablaría con Dimitri y los chicos. Le agradecí la ayuda y apunté el número de Vladimir Petrov, la persona que sabía quién era mi benefactor anónimo. Ya lo llamaría al día siguiente. Ahora tenía otras cosas que hacer.


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—¿Me estaba espiando, Sr. Vampiro? —ella abrió la puerta de la biblioteca y me miró con una ceja enarcada y una sonrisa torcida. Luego su gesto se transformó en preocupación. Supe que se acababa de dar cuenta de que llevaba varios días sin alimentarme de ella.

—No. Estaba esperando a que terminaras la llamada, no quería molestarte—.Sin querer, había escuchado parte de su conversión. Tenía una idea de lo que significaba aquello.

Vi que se colocó como hacía siempre que la iba a morder, frente al sofá. Esta vez decidí hacerlo de otra forma. Al ver mi sonrisa, ella me observó como si yo tuviera un plan malvado en mente y la verdad es que no iba mal desencaminada.

Era consciente de que el beso la había afectado de alguna manera. Podía verlo en su timidez repentina cuando me encontraba cerca, en sus mejillas sonrojadas y en su forma de mirarme cuando fingía no mirarme. También sabía que ella tenía dudas sobre si aquello tenía algún significado. Yo me repetía esa misma pregunta hasta hacía un par de horas.

Debería sentirme culpable por haberme atrevido a besarla. Debería sentirme arrepentido por cada vez que recordaba el sabor de sus labios. Debería culparme por estar incumpliendo la promesa que hice años atrás.

Sin embargo, ningún atisbo de culpa acudía a mi consciencia. Al contrario, quería continuar con aquello que había comenzado esa noche en la cocina. Y deseaba que ella sintiera lo mismo.

Me acerqué despacio hasta el sofá, la debilidad de mi cuerpo no me permitía ir más rápido. Lo que tenía planeado hacer debía posponerlo hasta que hubiera recobrado algo de fuerzas. En vez de sentarme en el sofá, me arrodillé en el suelo a la altura de Bianca y aparté con cuidado su melena pelirroja, dejando al descubierto la piel pálida de su cuello. Tras pedirle permiso, hinqué los colmillos intentando no hacerle daño.

La sangre fluía con fuerza y pronto sentí sus característicos sabores y aromas invadiendo mis sentidos. Poco a poco notaba cómo el valioso líquido revitalizaba mi cuerpo, haciéndome recuperar algo de fuerzas. Seguí absorbiendo de forma cautelosa, no quería que ella sufriera ni se desmayara. De su garganta salió un suave gemido y la abracé con fuerza, apretándola contra mi torso. Pude sentir los latidos rápidos de su corazón y cómo su temperatura corporal subía unos cuantos grados. Enseguida supe que no era dolor lo que sentía, sino todo lo contrario. A medida que el vínculo entre un vampiro y su cáliz se iba fortaleciendo, este tipo de reacción era cada vez más frecuente e intenso.

—¿Pero qué...?—Bianca se asustó cuando, sin previo aviso, la cogí en brazos y la senté en la gran mesa de la biblioteca. Ya me sentía con fuerzas para hacer lo que tenía en mente.

La sangre, que aún manaba de la herida que habían dejado mis afilados colmillos en su cuello, estaba manchando su camiseta blanca.

—Me debes una camiseta nueva—dijo con una mirada de reproche en su rostro.

—Claro, sin problemas. ¿La quieres blanca con ositos, unicornios, piñas o aguacates? A lo mejor encuentro una con murciélagos...—. Su respuesta fue poner los ojos en blanco.

Con una sonrisa en los labios, me apresuré a pasar la lengua por la herida para cortar el sangrado, mi saliva tenía poderes curativos. También lamí el recorrido que había dejado la sangre por su cuello y su hombro para limpiarlo. Sentí cómo se estremecía. Antes de retirarme, dejé un tierno beso en su cuello.

Sin moverme de mi sitio, a escasos centímetros de ella, la observé fijamente.

—Bianca, tenemos una conversación pendiente—ella me miró sin comprender. —Es sobre lo que pasó la otra noche entre nosotros...—acaricié sus labios con la punta de mis dedos. Percibí cierto temor en su mirada. Algo que yo también había experimentado. Tenía miedo a ser rechazada.

—Desde que has llegado aquí, has puesto mi vida patas arriba, en el buen sentido. Al principio no sabía cómo lidiar contigo, pero con el tiempo, te he ido conociendo y hemos sabido superar nuestras diferencias. Has llenado de luz mis días oscuros y, como una brisa fresca de verano, has renovado mis ganas de vivir, a pesar de estar atrapado en esta eternidad—coloqué un mechón rebelde detrás de su oreja.

—Sé que entre tú y yo las cosas están cambiando y me da igual si es debido al vínculo o no. Solo sé que me gusta el rumbo que está tomando esto y me gustaría que las cosas siguieran su cauce natural.

—¿A qué te refieres con esto? —preguntó dubitativa.

—A que no me arrepiento de haberte besado—acerqué mi boca a su oído y susurré— y tampoco me voy a arrepentir por lo que quiero hacer ahora.

Una sonrisa se dibujó en su rostro.

—Yo tampoco me arrepiento de lo que pasa entre nosotros—sus palabras llenaron mi muerto corazón de una calidez que nunca había experimentado.

Me aproximé para besarla, pero antes de que pudiera reaccionar, sentí que tiraban de mi corbata, haciendo que nuestros labios chocaran torpemente. Me aparté sorprendido.

—Lo siento, creo que tiré demasiado fuerte. —Sus mejillas estaban rojas como su cabello y trataba de huir de mi mirada escondiendo su rostro en mi pecho. Acaricié su cabeza con una sonrisa.

—No te preocupes, tienes todo el tiempo del mundo para mejorar la técnica.

Alcé su rostro avergonzado y, sin más dilación, la besé. Al principio despacio, pero pronto, nuestro beso se volvió apasionado. Sus manos se aferraron a mi cuello y mis dedos enguantados se perdieron en su cabello. Nuestras bocas se reclamaban una y otra vez, como si llevaran demasiado tiempo deseando hacerlo, y nuestros corazones latían desbocados. Nos separamos para recuperar el aliento.

La observé y me gustó la visión que tenía ante mí. Su pelo estaba todo revuelto, sus labios enrojecidos e hinchados y sus ojos brillaban más de lo habitual.

—Eres lo mejor que me ha pasado en la vida, Bianca Morello.

Volvimos a perdernos entre besos y abrazos y el tiempo pasó sin que nos diéramos cuenta.


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