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CAPÍTULO 10: La niña risueña

Desperté con el recuerdo de nuestro beso. Todavía podía sentir la calidez de sus labios sobre los míos, como una huella invisible. No sabía si aquello había sido fruto de nuestro vínculo vampiro-cáliz o si tenía algún otro significado.

Sentí movimiento fuera de mi habitación por lo que decidí levantarme y enterarme de lo que habían dicho en la reunión después de que me fuera. Vi mi móvil olvidado en la mesita de noche y recordé que tenía varios mensajes. Abrí primero el de mi mejor amiga.

Bianca, la abuela nos ha dejado. Aún no me lo creo, siempre la veía tan invencible que nunca pensé que algún día podría irse para siempre. Llámame en cuanto leas esto, necesito hablar contigo. C.

Las lágrimas caían silenciosas por mis mejillas mientras atinaba a llamar a Circe.

—Hola—dije ahogando un sollozo.

—Bianca, esto es horrible. Estoy aquí y la siento por todos los rincones de la casa. Me da la impresión de que en cualquier momento puede aparecer con el té y las galletas recién horneadas.

—Ojalá hubiera podido estar ahí contigo apoyándote en este momento tan difícil, como hiciste tú conmigo—musité.

—Ya lo haces, aunque sea a través de un teléfono—afirmó—Siempre has estado para mí, así que no te preocupes por eso. ¿Cómo lo llevas con tanta testosterona a tu alrededor? —preguntó acompañada por una pequeña risa.

—Bien, me están ayudando mucho, sobretodo Azael. Dice que alguien lo ha amenazado con lesionar sus partes nobles si no se porta bien conmigo—mi amiga estalló en carcajadas.

—¿Has podido hablar con Dimitri sobre los mensajes? ¿Te ha llegado alguno más?

—Sí, ya hablamos. Al principio se lo tomó mal por habérselo ocultado durante tanto tiempo. Dice que va a tomar cartas en el asunto—lo cierto es que no llegamos a concretar nada sobre qué hacer, estábamos distraídos con otras cosas. Sentí mis mejillas ruborizarse.

—Espero que todo se resuelva pronto—un suspiro sonó al otro lado—Hoy apareció el notario por aquí con el testamento de la abuela. Me dejó en herencia su casa y su negocio. Me voy a quedar aquí un tiempo hasta que me aclare y decida qué hacer con mi vida. Me temo que vas a tener que arreglártelas sola—dijo con cierta culpabilidad.

—No te culpes por querer tomar las riendas de tu vida. Además, ya sabíamos que no te ibas a quedar para siempre. Tranquila, sobreviviré.

—Ten mucho cuidado, ¿me lo prometes? No quiero quedarme sin hermana postiza.

—Prometido—afirmé con determinación.

—Antes de que me olvide, la abuela dejó en su testamento algo para ti, por lo visto te pertenecía. Lo recibirás por correo a lo largo de la semana—el corazón me dio un vuelco. No tenía ni idea de qué era. La abuela Calíope era una caja de sorpresas y de ella podías esperarte cualquier cosa.

Colgamos cuando Circe tuvo que recibir visitas de las amigas de la abuela. Por suerte, hoy era día festivo y no me tocaba trabajar. Me tomé un tiempo para tranquilizarme y limpiar el reguero de lágrimas que tenía en el rostro. Aproveché para ponerme al día con los mensajes. Tenía uno de Malena, mi antigua compañera de piso, que me invitaba a su cumpleaños a finales de mes y otro del número oculto.

Abrí el mensaje temiendo lo peor. Habían varias fotografías de nuestra casa y otra donde salíamos Dimitri y yo hablando frente a la puerta de entrada. Las fotos se habían tomado desde hacía varios días. También había un mensaje:

YA SABEMOS TU SECRETO. DIMITE Y ALÉJATE DE DIMITRI IVANOV O TODOS LOS QUE VIVEN EN ESTA CASA MORIRÁN.

Un temblor se adueñó de mi cuerpo. Sin pensarlo, salí de la habitación y fui en busca de Dimitri. Supuse que estaba en su habitación. Antes de que pudiera tocar, la puerta se abrió.

—Te sentí llegar. Entra—dijo sin dudar. Abrió del todo la puerta y se movió hacia un lado. Me miró, esperando alguna reacción por mi parte. Al ver que no hacía nada, puso los ojos en blanco. Nunca había entrado en su habitación y después de lo que había pasado entre nosotros, tampoco sabía cómo reaccionar.

—Supongo que si has venido hasta aquí es porque necesitas hablar. Entra, no tengo todo el día—. Dimitri se adentró en la habitación, yo lo seguí vacilante y me quedé parada cerca de la puerta. Al ver que dudaba, se giró hacia mí. Una sonrisa pícara apareció en su rostro.

—No temas, no tengo previsto comerte hoy—. Sentí mis mejillas arder.

Antes de que viera mi cara, observé la habitación con detenimiento. Tuve la sensación de entrar en un museo y dar un paso atrás en el tiempo. El dormitorio estaba decorado al estilo victoriano. Las paredes, cubiertas con papel pintado rojo y detalles dorados, tenían recuerdos de toda una larga vida. Recorrí con la mirada las diversas instantáneas de la familia Ivanov, del Grupo Eternity en sus inicios y cuadros con paisajes de diferentes países hasta que mis ojos se posaron en una fotografía en blanco y negro.

En ella, un joven posaba para la cámara con un porte elegante y aristocrático. Vestía con un caftán largo hasta las rodillas, una chaqueta interior y unas largas botas. Su cuello estaba oculto por un pañuelo y sobre la cabeza tenía un ushanka, un gorro típico de Rusia. Sus manos reposaban sobre un bastón, cuya empuñadura tenía adornos plateados. Era una versión más joven del Dimitri que conocía.

Me giré y vi al vampiro agachado frente a la gran cama con dosel que presidía la estancia. Parecía estar guardando cosas en un viejo y desgastado baúl. Me percaté de que en el suelo habían dos fotografías. Una estaba encima de otra. En la de arriba se apreciaba a una niña risueña y con una gran sonrisa en el rostro que sostenía entre sus brazos un conejito de felpa. Lucía un vestido de época lleno de lazos y volantes. La fotografía era antigua y estaba arrugada por los bordes, como si la hubieran tocado mucho.

La fotografía de debajo apenas podía verla, estaba oculta por la otra. Solo podía apreciar parte de un coche antiguo y lo que parecía ser un mechón de pelo rojizo. Tenía curiosidad por verla entera. Era una fotografía a color y más reciente.

—Se te cayeron unas fotos—le dije señalando el suelo.

—Oh, gracias.

Me pareció percibir nerviosismo en su voz y en sus gestos cuando las recogió. Una de ellas la guardó rápidamente en el baúl y la otra la observó con una triste sonrisa en su rostro. Era la niña del peluche.

—¿Quién es? — Mi curiosidad habló por mí. Era un defecto incorregible que tenía. Dimitri me dirigió una mirada de reproche.

—Por lo que veo hay cosas que nunca cambian, ¿verdad, Risitas?

«Risitas». Al oírle llamarme así otra vez, mi corazón dio un vuelco. Ya había oído eso antes, pero no recordaba dónde. Volví a prestar atención al vampiro. Me estaba echando un sermón sobre lo peligrosa que podía ser la curiosidad en algunas situaciones.

—Que sí, lo que tú digas, pero no es mi culpa que haya visto la foto y quiera saber quién es—respondí. —Cualquiera diría que es hija tuya porque se parece muchísimo a ti. A lo mejor en tu época de libertinaje, dejaste embarazada a alguna muchacha y tuviste una hija secreta.

—Tienes una imaginación prodigiosa—. Dimitri se sentó en la cama y se echó a reír. Luego me miró. —Es mi hermana pequeña, Irina Ivanov.

Me indicó que me acercara y me mostró la imagen. Sus rasgos me resultaban familiares, no solo por el evidente parecido con su hermano; había algo más. A pesar de su enorme sonrisa, pude apreciar ojeras bajo sus ojos que le daban cierto aspecto enfermizo.

—Yo tendría unos quince años cuando ella nació. Recuerdo que era la niña más feliz del mundo. Siempre tenía una sonrisa en la cara, incluso cuando estaba enferma —hizo una pequeña pausa para ordenar sus ideas.—Irina siempre tuvo una salud muy delicada y, a menudo, caía enferma durante largos meses. Mis padres removieron cielo y tierra en busca de los mejores médicos que pudieran curar a Irina, pero ninguno sabía cómo tratarla. A medida que mi hermana fue creciendo y viendo que nunca sería como las demás ni que tendría una vida normal, algo fue muriendo dentro de ella.

—Conozco esa sensación—afirmé.—Saber que nunca encajarás en ningún lugar y que, por culpa de una enfermedad, te perderás muchas cosas.

—Supongo que en cierto modo ella se sentía así. Su sonrisa desapareció con el paso de los años y se fue volviendo fría y distante—una sonrisa triste se dibujó en su rostro. —Mis padres fueron muy sobreprotectores con ella. Apenas la dejaban estar sola, siempre debía estar acompañada por si le ocurría algo. Tampoco podía hacer grandes esfuerzos porque enfermaba más si lo hacía. Mi madre, preocupada por la reputación de la familia Ivanov, organizaba fiestas y bailes en casa donde mi hermana fuera la protagonista para evitar las habladurías de que tenía una hija enfermiza.

—¿Y a ella no le molestaba el motivo de las fiestas?

—Al principio le era indiferente, pero pronto supo sacar provecho de la situación y encontrar un entretenimiento. Muchos hombres se sentían atraídos por la belleza de Irina. La agasajaban con exóticos regalos y ella fingía interesarse en ellos hasta que obtenía lo que quería de los hombres o ellos descubrían que estaba enferma y huían. Lo que realmente le molestaba era que casi no la dejaban salir de casa. Varias veces se escapó de casa para dar un paseo ella sola. Para evitar que volviera a hacerlo, llegué a un acuerdo con ella: le permitía acompañarme a hacer recados y luego íbamos a dónde ella quisiera. Funcionó durante un tiempo, pero luego las cosas se complicaron—dijo con un deje de culpabilidad en su voz.

—¿Qué ocurrió? —pregunté.

—Mi hermana, que ya era una hermosa joven, conoció a un granjero pobre y ambos se enamoraron perdidamente. Llegaron a prometerse en matrimonio a escondidas de las familias. Mi padre se enteró y sobornó al joven para que se alejara. El granjero huyó del país con el dinero y mi hermana dejó de hablarnos durante un tiempo—Dimitri dejó escapar un suspiro—En una noche de juergas a las que solía asistir, con más frecuencia de la que me gustaría admitir, conocí a un famoso médico inglés que vino a Rusia a dar una conferencia. Vino acompañado por su hijo, también médico, que seguía los pasos de su padre. Les comenté la enfermedad de Irina y enseguida mostraron mucho interés en conocerla. Organizamos una cena en casa al día siguiente. Mis padres se mostraron escépticos al principio, pero el médico nos explicó un nuevo tratamiento pionero que estaba teniendo mucho éxito. Mis padres recuperaron la esperanza e Irina mostró cierto interés. Los médicos prolongaron su estancia en nuestro país y poco a poco, se fueron integrando en nuestra vida. También hicieron avances con la enfermedad de Irina, pronto notamos mejoría en su salud. Al cabo de un tiempo, los médicos se marcharon.

El vampiro me miró con nerviosismo y con algo de miedo, como si temiera que lo juzgara. Se aclaró la garganta y siguió con la historia.

—Por aquel entonces, las cosas se estaban volviendo difíciles: revueltas políticas, crisis económica, la guerra estaba a punto de estallar y nuestra situación financiera era preocupante. Mis padres insistieron en que la solución era que yo me casara con una joven de alta alcurnia y con una importante fortuna familiar. Yo, por supuesto, me negué. Mi orgullo y egoísmo era elevado, por lo que no sirvieron de nada sus súplicas. Casi para que me dejaran en paz, propuse casar a mi hermana Irina con algún hombre influyente. Se me ocurrieron absurdos argumentos y, para mi sorpresa, todos se mostraron de acuerdo. Irina no sabía nada, pero supuse que algo sospechaba. A partir de ahí, todo se redujo a bailes y presentaciones en sociedad con la burguesía más influyente del país. Mi hermana tuvo una docena de pretendientes y todos fueron rechazados. Cuando estábamos convencidos de que iríamos a la ruina, apareció el hijo del médico que había tratado a mi hermana. Había logrado amasar una fortuna en Inglaterra y vino a pedir la mano de Irina, se había enamorado de ella. Ella aceptó. Organizamos una boda sencilla y pronto se mudaron a tierras inglesas. A partir de ahí nunca más supe de ella y el resto, ya sabes la historia—dijo con tristeza.

Una vez comentó que, tras la maldición que lo transformó en vampiro, recorrió gran parte del mundo buscando a su hermana y que nunca dio con su paradero. Supuso que había muerto.

—Bueno, ya basta de hablar de mí. ¿Qué querías contarme?

—He recibido otro mensaje. ¡Han estado aquí! —le di el móvil y vio las fotografías y el mensaje.

—Con esto ya podemos confirmar que lo ocurrido ayer está relacionado con las amenazas que recibes. Te prometo que llegaremos al fondo del asunto y que haré todo lo posible por mantenerte a salvo—dijo mientras acariciaba mi mejilla.

—¿Qué hacemos ahora?

—Reunirnos y decidir qué medidas adoptamos para protegernos. Pero antes de ir con los demás, tengo que decirte algo—lo miré expectante. —Las personas que te amenazan son un hombre que no es del todo humano y una mujer vampiresa. Einar y Robin lo confirmaron anoche.

—Creía que ustedes eran los únicos vampiros que quedaban...

—Los únicos no, sabíamos que habían algunos repartidos por todo el planeta. Nos establecimos aquí estando casi seguros de que no había ningún vampiro. Somos muy territoriales y no nos gusta que otros vampiros invadan nuestra zona.

Reunimos a los chicos en la biblioteca. Todos estábamos sentados alrededor de la mesa. Dimitri presidía la cabecera de la mesa y yo ocupaba un asiento a su derecha.

—Siempre que hay algo gordo el señor empresario nos reúne aquí, ¿qué ha pasado ahora? —preguntó Einar.

—En vista de los acontecimientos recientes, y no me refiero solo al de ayer, he considerado oportuno reunirnos para decidir qué medidas adoptamos para protegernos. Pero, antes que nada, vamos a ponernos al día con las novedades—Dimitri me hizo un gesto para que empezara a hablar.

Volví a repetir lo que le había explicado a mi vampiro el día anterior. Los chicos escuchaban atentamente y, de vez en cuando, hacían alguna observación. Llegué a la parte que no pude contarle a Dimitri porque nos distrajimos un poco.

—La última vez que vi a la Sra. Perry, tuvo un cambio brusco de personalidad delante de mí. Esta vez fue diferente, me pareció que era más fuerte lo que le ocurría. Recuerdo que le dolía mucho la cabeza hasta el punto de gritar por el dolor. Durante un momento me pareció que ella trataba de luchar contra algo y, al final, consiguió decirme esto: Bianca, haz caso, tienes que irte y todo habrá terminado. No lo hagas más difícil. ¡VETE YA! —sus palabras se habían quedado grabadas a fuego en mi mente.

Los vampiros intercambiaban miradas de impotencia, enfado y tristeza por la situación de la mujer.

—Está claro que lo que le sucede a esta mujer ha sido obra de un vampiro—afirmó Aless. —He conocido a vampiros que utilizaban la hipnosis a niveles profundos para manipular o torturar a sus víctimas. Si no hay causas médicas que den respuesta a los síntomas, diría que la pérdida de memoria, los dolores de cabeza prolongados y el malestar en general son síntomas de una larga exposición a la influencia de un vampiro. —Aless hizo una pausa y prosiguió dirigiéndose a Dimitri y a mí—Esta mujer lleva meses siendo manipulada por un vampiro y estoy seguro de que está trabajando en la compañía porque este tipo de hipnosis requiere cercanía física e interacción continua con la víctima.

—¿Qué pretende conseguir manipulando a esa mujer? —preguntó Azael.

—Causarme problemas en el trabajo para que me aburra y presente la dimisión—respondí.

—Y eso no es todo—dijo Dimitri, llamando la atención de todos.—La última novedad es que han enviado fotografías nuestras y de esta casa. Sabe quiénes somos e irán a por todos nosotros si no hacemos lo que quieren.

—¿Y qué quieren exactamente? —inquirió Robin.

—Que deje el trabajo y me aleje de Dimitri, es lo único en lo que insisten.

—Me parece que se toman demasiadas molestias para querer eso solo...—dijo Einar pensativo. —Señor empresario, ¿le has roto el corazón a alguna vampiresa en el pasado?

—No he tenido ningún affaire con vampiresas—afirmó. La mirada inquisitiva de Einar se posó en mí.

—No sabía que existían los vampiros hasta que los conocí a ustedes—admití.

—Algo habrá que hacer, las vampiresas pueden ser bastante peligrosas—comentó Azael—Nunca querrán un enfrentamiento con una, se los aseguro.

—Si el problema es con ustedes dos, arréglenselas, pero no nos arrastren a los demás. Como si echamos al cáliz de esta casa—resolvió Einar con sarcasmo. —Desde que llegó esta, solo hay problemas aquí y, para colmo, hubo que meter a otra humana. Hubiera sido mejor que muriera desangrada en el callejón aquella noche.

Antes de que pudiera reaccionar, un grito de horror escapó de mi garganta. Dimitri se levantó bruscamente derribando la silla y se apoyó con ambas manos en la mesa, dirigiéndole una mirada amenazadora.

—No pienso tolerar que le faltes el respeto, ella tiene nombre y es Bianca. Es víctima de un desafortunado accidente y no tiene la culpa de que estemos en peligro. —Su voz fría me sorprendió. —Y no me arrepiento para nada de haberla salvado, lo habría hecho de nuevo sin ninguna duda.

Sus últimas palabras hicieron que mi corazón latiera frenéticamente. Azael me miró con una pequeña sonrisa en la cara.

—Como no vamos a solucionar nada echando culpas, creo que deberíamos ver qué medidas tomamos para reforzar nuestra seguridad—dijo Aless tratando de romper el mal ambiente. —¿Tienes alguna propuesta, Dimitri?

—De hecho, sí. Sugiero que de ahora en adelante salgamos en parejas para ayudarnos mutuamente si pasara algo. También propongo vigilar los alrededores con más frecuencia y...—El vampiro hizo una pausa mirándome a los ojos—Lo siento Bianca, pero no vas a poder salir hasta que esto se resuelva. Tú corres más peligro que nadie porque no puedes defenderte sola.


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