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Capítulo 4. Encontrada

Los días transcurrieron con una normalidad tormentosa. En las noches no lograba conciliar el sueño porque solo miraba esos verdes y malvados ojos que me acechaban, mis ojeras se acentuaron y esta ocasión no era por culpa de medicina o Mark.

Salí de mi habitación con rumbo a la cocina para preparar un poco de café. Janis apareció al instante y tomó su taza azul de costumbre.

—¿Qué carajos pasa contigo, Maddy? Tus ojeras están peor.

—Gracias, es una dulzura de tu parte.

—Mi preciosa, pelirroja —rodeó mis hombros con un brazo—, algo te trae mal desde hace días y no nos lo has contado ¿Qué pasa? El chisme en esta casa es como una tradición respetable.

Mi amiga Janis era una preciosa chica con ascendencia japonesa, su padre era americano y nació meses después de que sus padres se casaran. Sus ojos rasgados los heredó por parte de su madre, quien nos trataba de maravilla cada vez que la visitábamos.

—No es nada, ya se me pasará.

—Es que no es normal verte así, Maddy, eres la luz de esta casa y te ves apagada. Sabes que puedes contarnos todo ¿Verdad?

Asentí.

En eso, mi móvil vibró en mi bolsillo y lo saqué. Max.

—Es Max.

—Adelante, salúdame al guapo de tu hermano.

Le dediqué una mirada pícara a Janis y ella chilló como una chiflada. Con la taza de café en mi mano me fui a mi habitación. Después de haber escuchado su buzón de voz aquella espantosa tarde, Max se comunicó conmigo al paso de una hora y le conté todo entre lágrimas.

—Hermano.

Mi Maddy ¿Cómo siguen las cosas? Lo he pensado y creo que sería bueno pasar una temporada allá, ese tipo podría estar cerca y...

—Hasta eso no lo he visto —interrumpí—, tal vez se lo pensó bien y decidió mejor arreglar las cosas con mi padre.

Max resopló al otro lado de la línea, incrédulo.

—Hasta crees, Mad. No estoy tranquilo y quiero asegurarme de que estés bien.

—Max... —mi voz se quebró—, ¿Cómo pudo hacerme algo así? No me lo creo.

Un suspiro fue lo que escuché de su parte. Estaba furioso, conocía bien a mi hermano para saber cada sonido que emitía incluso estando a la distancia. El tono con el que producía sus sonidos eran inconfundibles para mí.

Maddy, entonces deja todo y vente a Seattle.

—¿Qué dices? No dejaré mi carrera, y menos cuando estoy por cursar el último año.

Puedo acomodarte aquí, en la empresa donde trabajo he logrado conseguir buenos contactos, incluso mi jefe me debe algunos favores, podríamos hacer que funcione.

Me negué.

—No quiero ser una carga.

Eres mi hermanita, claro que lo eres —soltó y yo me eché a reír—. Pero hablo en serio, Maddy, puedes venir cuando quieras, lo sabes.

Enjugué mis lágrimas.

—Max, tengo miedo.

Carajo, Mad. Iré por ti.

—Espera, no. Tienes tu vida, yo arreglaré la mía. Tengo veintitrés años y soy autosuficiente.

Y yo soy el poderosísimo Zeus. Maddy, entiendo que quieras arreglar tus problemas como adulto, pero aún eres algo joven e ingenua, déjame ayudarte. Esto no es algo sencillo, es delicado y Elliot ha cometido un terrible error.

Max había perdido todo el respeto que le tenía a mi papá, escuchar que le hablara por su nombre era extraño todavía, pero con eso dejó claro que no quería tener nada que ver con ese hombre al que llamábamos papá.

Enfurecí.

—Seguiré con mi vida, Max, esto... esto pasará.

Ese tal Le Revna, no es un tipo cualquiera, Maddy. Hasta donde sé tiene mucho poder, si quiere desaparecer una puta ciudad lo haría con solo chasquear los dedos.

La piel se me erizó.

—Creo que exageras.

No lo hago. Te hablo en serio, Le Revna es de mucho cuidado, por eso temo por ti, porque si ese sujeto se ha obsesionado contigo, no se detendrá.

Mi respiración se aceleró.

—Me volveré una hormiga.

Y él una lupa. Maddy, por favor, vente conmigo. Piénsalo.

Asentí.

—Bien, lo pensaré.

Háblame cuando quieras, sabes que devuelvo las llamadas y mensajes cuando pueda.

Volví a asentir.

—Gracias, Max.

Te amo.

—Te amo más.

Colgué. Mi café ya se había enfriado y ni si quiera le di un sorbo.

════ ∘◦❁◦∘ ════

No quise salir en lo que restaba de la semana. Nora y Janis cada vez estaban más insoportables debido a mi comportamiento ermitaño, pero prefería dejarlas fuera de toda la mierda que me sucedía. Como deseaba volver al pub donde el alcohol me funcionaba como anestesia para olvidarme de los problemas, y... ese frío toque embriagador de aquel hombre.

Muchas noches me imaginaba sus manos tocándome, besándome; carajo, nunca había recibido un beso tan salvaje y placentero como el que me dio ese desconocido. Me tocaba mientras mi imaginación volaba a ese momento lleno de felicidad y lujuria, creo que ha sido el instante más erótico de toda mi vida y deseaba revivirlo.

En la ocasión en la que me animé a salir fue para ir a Walmart a comprar unas toallas sanitarias y algunas bolsas de Sabritas, estando en mis días me daban muchos antojos de chatarra y era algo imparable. Necesitaba consentirme después de la amargura que viví.

Mi padre intentaba contactarse conmigo, lo sabía, números desconocidos aparecían como llamadas pérdidas en mi móvil, no contestaba porque esta situación ha sido reciente y lo más seguro es que se trataba de él.

Llegué al departamento, me quité la gorra y el saco. Fui al baño para cambiarme la toalla sanitaria y después en un tazón enorme mezclé las bolsas de papitas fritas, con mucha salsa picante.

Perdón estómago, luego me encargo de ti.

Nora y Janis me mandaron un mensaje para decirme que estaban en la manicura y que regresarían a las seis. Contesté con emoticones y les deseé que disfrutaran su tarde de amigas.

Yo prefería encerrarme, por precaución. Entré a mi habitación para mi cita con mi cama y Netflix. Dejé mi móvil sobre un estante para desconectarme del mundo y dejarme llevar por mi lado más flojo.

Me detuve a unos centímetros de mi cama cuando un extraño y gélido aire me paralizó.

Todo fue tan repentino que tiré el tazón al suelo, me sujetaba por detrás con tanta fuerza que pensé que me rompería un brazo. Ese aroma penetrante y por la estatura, supe que se trataba de él, me había encontrado.

Me lanzó a la cama con tanta agilidad que caí justo en el centro, mi cuerpo se puso tieso y nuestras miradas se encontraron.

—Me pones difícil el trabajo, Madeleine —su voz amedrantada me heló aún más—. Basta de jueguitos infantiles.

No podía moverme, un aroma irreconocible invadía mis fosas nasales, algún liquido paralizante, no lo sé. A estas alturas mi mente volaba con cualquier posibilidad y el miedo me dominaba. El señor Le Revna me escudriñaba y sus ojos se pasearon por todo mi cuerpo, una mano se detuvo justo en mi vientre.

—Estás en tu período.

Abrí mis ojos en grande ¿Cómo carajos sabía eso? Quería gritar, quería salir corriendo para esconderme. Deseaba volverme una rata y entrar en cualquier lugar para mantenerme alejada de este monstruo.

—No suelo ser un hombre de paciencia, y tú la has agotado —el peso de su cuerpo se sostenía sobre el mío y me enseñó la pantalla de su móvil con una foto de la persona a quien más amaba—. Maximilian Harrington, un chico bastante inteligente y excepcional en su trabajo, un ciudadano ejemplar —dijo en un tono admirable—, no quiero hacerle daño, Madeleine.

—No —solté con todas mis fuerzas hasta que poco a poco pude sentir como volvía la voluntad a mi cuerpo—, no vas a tocar a mi hermano.

Ladeó su cabeza al tiempo que arqueaba una ceja.

—Entonces déjate de juegos y ven conmigo. Tú. Me. Perteneces.

Podía ver ese maldito brillo verde en sus ojos, no era normal, no era algo que sucediera en las personas normales, él no era humano.

—Por favor... —susurré—, no le hagas daño.

—Por supuesto que no, Madeleine, pero todo apunta a que entiendes con amenazas.

Asentí.

—Sí, tú ganas —me carcomía la lengua al decir esas palabras—, tú ganas.

Una de sus enormes manos atenazó mi rostro con hostilidad para mirarlo fijamente a los ojos. Lo tenía cerca, un aroma que solo conocían mis sueños se coló por mi nariz y pensé en fantasías que antes había soñado.

No... no...

—Quiero que lo digas.

Tragué saliva.

—Di que me perteneces.

Apretó mis mejillas, se acercó más, su mirada me perforaban el alma. El miedo no era nada para lo que sentía.

—Dilo, Madeleine.

Quería morderme la lengua, cortarla, no deseaba pronunciar esas asquerosas palabras, sin embargo, lo último que quería era hacerlo enfadar y que se desquitara con mi hermano.

—Te... pertenezco. Te pertenezco.

Sonrió de una manera perturbadora y victoriosa. Y en contra de mi voluntad colocó una especie de anillo en mi dedo anular, apenas atisbé un destelló verdoso que venía del objeto. Me congelé y me jaló hacía él. La joya estaba helada, y por alguna razón me parecía algo que no iba a poder quitarme con facilidad.

Me cargó en sus brazos, en sus fuertes y largos brazos.

—Mis... cosas. Mis amigas.

—Eso no es importante. Quien debe importante de ahora en adelante soy yo.

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