Capítulo 22. Votos inusiales
Janis subió el zíper de mi vestido mientras que Nora acomodaba la tiara en mi cabello que sostendría el velo. Terminé por colocarme los aretes de perla y cerré los ojos para soltar un enorme suspiro.
—Estás hermosa, Maddy —dijo Janis, aleteando sus manos cerca de sus ojos para no derramar las lágrimas que arruinarían su maquillaje.
—El vestido te queda precioso, eres la novia más bonita.
Sonreí muy a mi pesar, me sentía muerta por dentro, como si una lluvia torrencial no parara su tempestad desde lo más recóndito de mis entrañas.
—¿Y Max?
Preferí no seguirles los comentarios que para mí no significaban nada a pesar de que los decían con la mejor intención, pero yo no lo veía de ese modo.
Me estaba casando con un ser cruel y asesino. ni si quiera tenía sangre en las venas y en el momento en el que ya no le sirviera me mataría.
—Espera por ti afuera, se ve muy guapo con el traje —señaló Janis muy risueña. Mostraba mucho entusiasmo por ver a mi hermano en traje de gala.
Nora y yo sabíamos que Janis babeaba por mi hermano desde que tenemos uso de razón, pero Max andaba tan concentrado en su trabajo y en crear un patrimonio que en lo que menos pensaba era en tener una relación con alguien, igual que yo. Por esa razón a él se le hizo rara mi inesperada decisión de casamiento.
De pronto el sonido de la puerta me hizo volver a mi cruel realidad, alguien tocaba y Nora fue a abrir.
—De seguro es Max.
En cuanto descubrimos de quién se trataba, Janis me empujó hacia el biombo negro.
—¡Gastón! Es de mala suerte ver a la novia antes de la boda.
—Quiero unos minutos a solas con ella. Es para nuestros votos personales.
¿Votos? Yo no preparé ningunos votos personales. Miré a Janis y ella sonrió.
—Está detrás del biombo, los dejamos unos minutos.
—Gracias.
La puerta se cerró y la atmosfera se enfrió. Mi corazón latía con mucha intensidad. Escuché sus pasos acercándose y atisbé la sombra a través de los cristales negros donde solo se apreciaba la silueta difuminada.
—Descuida, no alcancé a verte de novia, y... supongo que los votos son algo importante, hice los míos.
Torcí mis labios.
—Qué detalle —ironicé—, yo no preparé nada.
—Improvísalos.
Resoplé y me pegué al biombo cuando escuché que desdoblaba un papel.
Carraspeó y agudicé mi oído.
—Madeleine.
—Vampirito.
Escuché una tenue risa ronca del otro lado. Reprimí una sonrisa.
—Mi futura esposa.
—Mi maldito amo.
—Prometo intentar no matarte.
—Yo prometo aprovechar los momentos para hacerlo. Me refiero a matarte.
Su risa sonó más fuerte y mi respiración se descontroló.
—Te cuidaré.
—Te odiaré.
Chitó y yo me mordí el labio para evitar soltar la risa.
—Seré paciente contigo.
—Yo te sacaré de tus casillas las veces necesarias.
—Seré buen compañero.
—Yo un cadillo.
Silencio sepulcro y vi su sombra moverse hacia la orilla del biombo. No tenía donde esconderme, pero él no dio un paso más.
—Lo intentaré, Maddy.
Me detuve a pensar eso último.
—No prometo nada. Aunque... quiero hacerte una pregunta.
—Hazla.
Quería morderme las uñas, pero mi manicure se arruinaría y Nora acabaría conmigo.
—¿Querías que encontrara ese pañuelo en el departamento de mi papá?
Crudo silencio.
—No. Larson, uno de mis subordinados cometió ese error. Se supone que no tenías que enterarte, pero eso ya no puedo cambiarlo.
Me llevé una mano al pecho.
—No creo poder...
—Puedo dártelo todo, Madeleine, si no te interesa quererme, entonces puedes aprovechar tus ventajas de esposa, piénsalo. Tal vez podamos llegar a un mejor pacto.
Antes de responder fuimos interrumpidos por otro sonido de puerta.
—Adelante.
Escuché unas zapatillas correr.
—Es hora, nos dijeron que el juez llegaría a las diez y son las nueve con cincuenta, tienes que salir Gastón —anunció Nora—, muévete, Janis, y no olvides los ramos.
—Ya voy, ya voy.
Gastón desapareció y yo me asomé aún con la garganta seca y a poco de sufrir una conmoción.
Max entró y mis amigas salieron. Mi hermano abrió la boca de solo verme y yo fingí estar radiando de felicidad por mi boda, la cual era muy pequeña y con invitados que no conocía.
—De verdad que no me lo creo. Mad, estás preciosa.
Me abrazó y yo me aferré a su abrazo.
—Gracias, Max. Estoy muy nerviosa.
—Gastón ya está esperando, pero antes... —del bolsillo de su pantalón sacó una pulsera que él usaba en el tobillo desde hace tiempo, era azul, un azul muy desgastado—. Es viejo, azul y prestado —se rio y yo igual—. Me pareció lo más apropiado.
—Max —chillé de la emoción.
Levanté mi vestido para que colocara la delgada cadena de plata con piedritas azules, la abrochó y dejé caer la tela.
—Maddy es la última vez que te lo pregunto, ¿De verdad quieres casarte?
Fruncí el ceño, detestaba mentirle, no me gustaba la idea de fingir amor por un ser que nunca amaría realmente.
—Claro, Max —merecía un Oscar—, amo a Gastón y muero por estar casada con él.
Mi hermano tardó en asentir, después me ofreció su brazo para tomarlo y salir.
El personal de Gastón corría por todos lados. La organizadora de bodas me indicó mi posición para entrar junto con Max. Había alrededor de cincuenta invitados y no conocía a nadie, todos eran amigos o colegas de trabajo de Gastón. Matrimonios que sabrá Dios qué eran en realidad.
Mis amigas estaban hasta el frente y me puse firme, ignoré que mis piernas me temblaban y me agarré más fuerte de Max.
Bloqueé las sensaciones de miedo y me obligué a sonreír para dar mi mejor imagen ante la sociedad.
—Bien, señorita Madeleine a mi señal, entran.
Asentí. La voz no me salía.
La música empezó a sonar y toda la gente se levantó. Nos cubrían carpas blancas con decoraciones de focos y flores del mismo tono que caían delicadamente como cascadas, una preciosa alfombra blanca con pétalos, asientos de madera con adornos blancos. Todo era precioso.
Perfecto.
Solo que el novio y yo no lo éramos.
Max y yo entramos, caminamos juntos sonriendo para los desconocidos. Mordí mi labio por un momento y al levantar mi vista directo al altar lleno de rosas blancas y preciosas velas, encontré a Gastón.
Llevaba un traje negro a la medida, se había rebajado el cabello y la palidez de su piel lo hacía lucir muy guapo, atractivo y seductor.
Bajo esa sonrisa que parecía adorarme guardaba el secreto de estarse mofando de mí. Lo odiaba, incluso con ese traje de príncipe no podía dejar de lado todas las atrocidades que ha cometido.
Llegamos. Max me entregó y Gastón sujetó mi mano para ayudarme con el vestido.
Intenté sonreír cuando él me sonreía, maldito mentiroso.
La ceremonia me pareció eterna hasta que dimos nuestros votos correspondientes y colocamos las argollas de cada uno. Sin duda cometí un terrible pecado, casarme con alguien a quien no amaba y ese alguien era un muerto, un demonio.
Era un vampiro que jugaba y se burlaba del sacramento del matrimonio. No era muy apegada a la iglesia y a sus ideologías, pero desde pequeña siempre creí que me casaría feliz y enamorada.
Las palabras fueron dichas, el acepto que nos uniría para siempre. El juez nos declaró marido y mujer ante los ojos de la sociedad y nos dio foco verde para darnos el beso como sello de nuestro amor.
Gastón me tomó de la cintura y me atrajo a él, por un momento sus ojos me penetraron al punto de necesitar ser besada. La seducción que emanaba era atrayente, sin embargo, solo era una víctima más de su juego macabro.
Unimos nuestros labios al igual que nuestras vidas. Gastón me besó con suavidad y delicadeza, hasta me sujetó para inclinarme hacia atrás con esa icónica y romántica postura. Hubo un sinfín de aplausos que hicieron avivar todo el ambiente.
Me casé.
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Estoy enlazada con un monstruo hasta que él decida matarme. Después de la fiesta—la cual ya no soportaba—llegué a mi habitación; tantas despedidas me dejaron agotada. Bailar con Gastón, mis amigas y Max me sacarían ampollas.
Quería quitarme el maldito vestido y dormir unas veinte horas sin que me despertaran.
Cuando intenté bajar la cremallera de mi vestido forcejeé porque se había quedado atascado el zíper entre la tela.
—Con un carajo, costaste quince mil dólares ¿Por qué haces esto?
La puerta se abrió y yo me puse firme como soldado. Gastón entró con su saco colgando de sus dedos por la espalda y después cerró. Lanzó la prenda al sofá y fue deshaciendo el nudo de su moño.
—Estuviste perfecta, sin duda brillaste como la novia del año.
—Es una vida muy ajena a mí —el cierre no cedía.
—Madeleine esto es parte del pacto, teníamos que vernos de lo más normales y enamorados.
Puse los ojos en blanco.
—Pues ya está. Por fin estamos casados, tienes el estatus que querías y... yo seguiré estudiando, y no le harás nada a mis amigos.
—Viajaremos a Alemania en unos meses.
Me quedé inmóvil.
—¿Qué?
—Tómalo como una luna de miel y el siguiente paso de mi plan. No interferiré en tus estudios así que te avisaré cuando tengas que estar lista.
Ya no me importaba el mugroso zíper.
—Gastón ¿Qué haremos en Alemania?
—Conocerás mi lugar de origen, Madeleine.
Hubo un silencio que me provocó escalofríos, joder, iríamos al lugar donde alguna vez vivió. Sus ojos no dejaban de analizarme, me ponía de nervios que me mirara de la forma en lo que lo hacía en este momento.
—Te ayudo con el vestido —se acercó.
Me dio la vuelta y sin problema fue bajando el cierre lentamente. Sus manos tocaron en el interior y me atrajo a él hasta pegarme a su cuerpo. Tan pronto como hizo ese movimiento mi entrepierna reaccionó.
Mi corazón palpitó más rápido cuando sus manos llenaron mis pechos y apretaron. Me acaloré. Me fue encaminando a la cama.
—¿Qué haces, Gastón?
—Es nuestra noche de bodas —murmuró.
No, no podía ser. Con mis antebrazos sostenía el vestido para que no cayera.
—Es que... esto no es parte del contrato.
—Lo es, Madeleine, tienes que cumplir tus deberes de esposa y yo mis deberes de esposo.
Frené con mis tacones para evitar llegar a la cama y me giré para enfrentarlo.
—Gastón... no, no estoy lista.
Ladeó su cabeza y frunció el ceño.
—Yo creí que querías que te cumpliera con el sexo.
Tomé aire.
—No te amo, Gastón.
Sus ojos brillaron con intensidad. Sus manos alcanzaron mis muñecas y las separó con suavidad del vestido para que este se deslizara por mi cuerpo, mostrando la lencería blanca que Janis y Nora me obligaron a comprar para mi querido esposo.
Arqueó una ceja.
—Pues... te preparaste muy bien para mí.
—Fue idea de mis amigas, ellas insistieron.
—Claro, Madeleine. Pondré de mi parte para satisfacerte, solo déjate llevar.
Me sentía atraída por lo atractivo y masculino que se veía entre la oscuridad. Mi entrepierna insistía, relamió sus labios y yo me acerqué, era hipnótico cada movimiento que él realizaba.
Mis manos tocaron sus pectorales, y desabroché unos cuantos botones para verlos mejor.
—Gastón... yo no lo he hecho. Creo en el amor y en entregarme estando enamorada —tragué saliva—. Me sentiría obligada si lo hago contigo en este momento.
Su rostro se endureció, mi sinceridad le calaba como hielo en los huesos.
Retrocedió, sus movimientos fueron fríos y percibí sus ganas de trozarme el cuello por lo testadura que era. Pero me consideraba alguien firme a sus convicciones y no cedería tan fácil. No amaba a Gastón y esa era la verdad con la que él viviría.
—Bien. No volveré a tocarte, no haré nada más que usarte como papel de esposa.
Salió hecho una furia, azotando la puerta, haciendo temblar la pared de cristal y los cuadros que colgaban de las paredes. Eso me provocó un mal presentimiento.
Las cosas se pondrían peor.
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