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Capítulo 13. El cadáver

—Las aurículas tienen paredes finas y están constituidas de fuera hacia dentro por el pericardio, la hoja interna o miocardio y una capa muy delgada o endocardio. Esta última capa reviste toda la superficie interna del órgano...

El doctor explicaba con gran elocuencia y yo no podía dejar de pensar en el beso de Gastón, justo en mi carótida. Palmeé mis mejillas con suavidad para concentrarme en mi clase de cardiología. Nora y Janis se encontraban a mi lado, anotando y prestando atención a las imágenes que eran expuestas por el proyector en la sala que tenían en el hospital para impartir clases.

Mi móvil vibró desde el bolsillo de mi bata y con mucho cuidado revisé de quién se trataba. Una llamada de un número desconocido. Preferí que entrara a buzón.

Seguí con mis deberes en el hospital, ayudé con los pacientes lo que restaba del turno para luego pasarme a las clases en la universidad. Janis y Nora se mantenían un tanto distantes conmigo y eso me afectaba demasiado. Sabía que lo del señor Le Revna les había causado una enorme sorpresa—incluyéndome—y el mantenerlo en secreto les molestaba.

No podía decirles mucho, no me perdonaría si algo les pasara por mi culpa.

Al salir de la cafetería con mi segundo café mi móvil volvió a vibrar con ese mismo número. Tuve un mal presentimiento y podía deberse a que fuera el número de Gastón intentando comunicarse conmigo. Aunque, de ser ese el problema hubiese optado por mandarme un mensaje, regañándome por no contestar sus llamadas.

Desgraciado dominante.

Pero algo me decía que debía tomarla.

Bebí un sorbo largo de mi café y antes de que volviera a ser llamada perdida, descolgué.

—Diga.

—¿Me comunico con la señorita Madeleine Harrington?

Me detuve por el pasillo, alarmada.

Dudé.

—Eh... sí, ella habla.

—Señorita Harrington, hablo del departamento de criminología de la policía de la ciudad. Lamento informarle que a su padre, el señor Elliot Harrington se le encontró sin vida, fue... un suicidio, todo indica que se ahorcó.

No supe en qué momento, pero mi café se estrelló en el suelo. Mi mundo giró de golpe y no tuve de otra que sostenerme de la pared con toda la fuerza que podía.

Mi padre muerto...

—¿Cuándo pasó?

Mi voz sonó demasiado seca, incrédula, esto tenía que ser una maldita broma.

El cadáver se encontró hace unas horas, y los resultados de la autopsia arrojaron que estuvo sin vida más de veinticuatro horas. Lo lamento, pero tiene que venir a identificar el cadáver como parte del procedimiento para llevarse el cuerpo.

Entendía la falta de tacto de su parte, joder, yo también daba malas noticias cuando un paciente fallecía. Sin embargo, no era nada sencillo estar en ninguno de los dos lados; por una parte, decir las noticias con las palabras más suaves—no había—era todo un reto por la reacción de los familiares, y recibir la notificación de la muerte de algún ser querido era doloroso, indescriptible. No se podía elegir bando.

—Bien.

No supe cómo dirigirme, era como si hubiese perdido la habilidad del habla, no me cabía en la cabeza tantos golpes que estaba recibiendo. Me desestabilicé, apenas podía encontrar algo de paz estando en el hospital y resulta que mi siguiente paso es identificar el cadáver de mi padre.

A estas alturas no sabía cómo seguía respirando, mi estómago se comprimió. Colgué y corrí al baño para encerrarme en uno de los cubículos. Mis manos temblaban, volví a tener cinco años cuando gritaba desde mi habitación en las madrugas por ver una enorme sombra en una esquina que me observaba. Papá entraba a toda prisa y detrás de él venía Max.

Me quebré, mi padre estaba muerto, ¡Muerto!

Cuando les conté a mis amigas lo que había sucedido hace diez minutos con esa llamada, me abrazaron, olvidándose de la ley de hielo. El consuelo no me era suficiente y aún no le contaba a Max.

—Yo puedo hablar con él —se ofreció Janis, sin dejar de acariciarme el cabello—, iremos juntas, no te dejaremos en esto sola.

Me sentía ida, apenas escuchaba las palabras de mis amigas.

—Maddy tú decides cuando ir y ahí estaremos para ti. ¿Quieres que le hablemos al señor Le Revna? Él podría acompañarnos.

Cuando escuché ese apellido fue como un golpe a mi cruda realidad, había olvidado a Gastón. No quería hablarle para esto, es más, no creo que le interesara nada que tuviera que ver con sus clientes.

—No —escupí definitivamente y tuve que pensar rápido—. Él está trabajando —tragué saliva, en realidad no sabía lo que hacía ese vampiro asqueroso—, no quiero molestarlo.

—Es tu prometido, va a querer estar contigo en estos momentos —argumentó Janis con muy buen punto.

Se supone que eso hacían las parejas, pero Le Revna y yo no éramos eso, ni si quiera sabía qué éramos, ¿Simples aliados para el bien común?

Carajo.

—Yo le hablaré —dije al final sin más remedio.

—Tenemos dos horas libres antes de irnos a la universidad, podemos aprovecharlas para ir, claro, si tú te sientes preparada, Maddy.

¿Cómo se estaba preparada para algo así?

—No sé.

—No hay prisa —agregó Janis, apretando mi mano como parte de su manera de reconfortarme.

Asentí.

Ni si quiera podía soltar una maldita lágrima, estaba bloqueada.

¿Cómo podía comunicarme con el señor Le Revna? Ni si quiera tenía su número de móvil, si les decía eso a mis amigas sospecharían cosas y lo que menos quería ahora era entrar a otro de sus intensos interrogatorios.

Lo que sí hice fue marcarle a mi hermano.

Maddy, joder, justo estaba pensando en ti ¿Cómo estás, preciosa?

Tragué saliva. El fresco clima del día me daba esa fuerza que necesitaba para pronunciar las siguientes palabras.

—Max, ha pasado algo terrible.

No me asustes, Mad ¿Qué pasó?

El tono alegre de su voz desapareció de un plomazo para darme entrada a uno preocupante.

Los autos pasaban frente a mis ojos, aparcaban en el lujoso estacionamiento del hospital o salían.

—Me hablaron hace unas horas, la policía... —tomé aire, no podía ordenar bien mis palabras—, eh... es sobre papá, él...

Maddy ¿Qué ha ocurrido con papá?

Le dijo papá...

Yo sabía que a pesar de que Max estuviera peleado con nuestro padre, él le guardaba un cariño que no se atrevía a admitir. Fueron años de estar juntos, no obstante, sus desacuerdos y sus peleas constantes terminaron por alejarlos. Max era un chico sano y muy centrado en sus metas y papá no le ayudaba con tantas deudas y adicciones, prefirió alejarse de la toxicidad de nuestro padre antes de que fuera demasiado tarde. Nunca lo culpé por dejarme con él.

—Me dijeron que... lo encontraron muerto, Max —mi voz se quebró—. Parece que se trató de un suicidio, se colgó, papá se colgó.

Tardó en responderme.

Carajo...

Escuché que removía unas cosas, papeles y quién sabe qué otras cosas más.

Tomaré un vuelo a Minnesota.

—Pero, Max, tu trabajo.

Eso no importa, Maddy. Entenderán, ya me las arreglaré, no puedo dejarte con esa carga.

Mi hermano era el mejor.

—Gracias, Max.

Llegaré en unas horas, ya estoy viendo los vuelos. No vayas a reconocer el cadáver, eso déjamelo a mí.

Lo amo.

—Perdón, Max. No soy tan fuerte.

Lo eres, pequeña. Nos veremos en unas horas.

Colgué, al fin vería a mi hermano después de casi un año de no vernos. Hacíamos videollamadas por no era lo mismo, lo tendría de frente y lo abrazaría con todas mis fuerzas.

Hubiese preferido otro motivo para su visita, pero las cosas no son siempre como uno desea. Ahora teníamos resolver esta situación como adultos.

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