Capítulo 12. Caricia
El lunes por la mañana acomodé mi cabello en una coleta alta, pasé mis manos una y otra vez por mi traje quirúrgico de un tono azul rey, mi favorito. Mis tenis blancos lucían inmaculados, todo lo tenía en mi mochila y solo agarré mi bata junto con mi identificación de estudiante para irme al hospital. Ahí tendría mi primera clase.
Al salir de mi habitación caminé por el pasillo oscuro. El fin de semana voló y por lo visto, pasar estos últimos días aquí hizo que mi vista se adaptara a la atmosfera en penumbras. Bajé por las escaleras imperiales y me encaminé a la entrada.
—Madeleine.
Me paré en seco y giré sobre mis tales de mala gana. Abrí mis ojos pasmada por la imagen perfecta del ser inmortal que se acercaba. Llevaba un traje gris oscuro impecable, a la medida, la barba apenas le estaba creciendo y le daba un toque masculino y atractivo como nunca había visto. El desgraciado era magníficamente atractivo, un imán para atraer y quedar hipnotizada bajo la belleza que poseía.
No, esto no estaba bien.
Aparté la mirada furiosa, recordando que debía detestarlo por su imponencia ante mi libertad.
—Debo ir al hospital —carraspeé para olvidar lo guapo que me pareció verlo. Su cabello rubio iba bien peinado hacia atrás y acentuaba los rasgos masculinos que enmarcaban su rostro.
—Estamos muy lejos como para que te vayas caminando —metió sus manos a los bolsillos de sus pantalones como regularmente lo hacía.
No podía evitar darme cuenta de eso porque me parecía una postura atractiva y característica de él.
Y en cuanto a su comentario, lo prefería antes que irme con él.
—Estaré bien.
Se negó.
—¿Sabes manejar?
—Sí, pero...
Enarcó una ceja como señal de advertencia por usar esa palabra que tanto le enfurecía. Ni si quiera me dejaba expresarme a mis anchas.
—Tengo tiempo de no usar auto, así que prefiero ir en autobús.
Me miró con el ceño fruncido.
—No vas a exponerte, aún no es de día y quieres irte sola y caminando.
Probablemente lo que me encuentre sea menos peligroso que él.
—Tengo que irme muy temprano para llegar al hospital antes de que empiecen mis clases, Gastón. Soy una estudiante responsable.
Descendió su penetrante mirada por todo mi cuerpo, y la detuvo justo donde creí que lo haría.
—No te quites el anillo, podrías morir.
Me estremecí por su falta de tacto y su manera tan cruda de decir algo como eso. Una naturalidad espeluznante.
—Gastón, en cirugía no debo llevar joyerías, es parte del protocolo. Me estás limitando.
—Te advertí que no era necesario que siguieras estudiando y preferiste retarme.
Le di un golpe al piso por la frustración que me provocaba hablar con este hombre de las cavernas.
—Pues... si tengo que morir para cumplir con mis deberes como estudiante de medicina, que así sea. Al menos eso me librará de ti —di media vuelta y caminé rumbo a la entrada.
Escuché un gruñido animal y unos pasos que se acercaban.
Antes de voltear para seguir con la pelea ya me tenía agarrada del brazo para llevarme con él.
—Gastón no soy una niñita, déjame en paz.
—No eres una niñita sino un dolor de cabeza.
—Suéltame.
—Voy a llevarte.
—No puedes, no tienes que hacer esto.
—Sí puedo, después de todo seré tu esposo.
Recorrimos unos metros afuera de la mansión para llegar a lo que parecía una enorme cochera. Gastón activó las puertas eléctricas para que estas fueran abriéndose. Me quedé sin palabras al ver la colección de autos deportivos que tenía.
Joder.
Los juguetes de un maldito tipo que se pudría en dinero. Se acercó a una pared con un sinfín de llaves y tomó una. Quitó la alarma de un Aston Martin gris oscuro y me miró.
—Anda.
—Gastón, solo... déjame cerca de alguna parada de autobús.
El vampiro refunfuñó y volvió a sujetar mi brazo, abrió la puerta del auto para mí y me metió con facilidad.
—Eres muy brusco.
—No lo sería si no me provocaras tanto, Madeleine.
—Vaya futuro y moderno esposo —ironicé en un tono amargo.
Cerró la puerta y pude notar de reojo como sus ojos brillaron del enfado que yo misma incitaba en él. Era la verdad, nada de lo que hiciera cambiaría el hecho de que lo odiaba, y si el sentimiento era mutuo, mejor.
Busqué mi móvil para comunicarme con mis amigas y... Max. Mi pobre hermano se había quedado preocupado que incluso ya planeaba venir a verme un fin de semana. Me tomé el tiempo de hablar con Max para decirle que las cosas acá andaban algo extrañas y, que cambiaría una parte de mi vida muy pronto.
Evidentemente no lo dejé tranquilo, pero aún no tenía las agallas para contarle que tenía un pacto con un vampiro para casarme a la fuerza con él.
Si alguien me escuchara decir eso en voz alta me mandaría al psiquiátrico. Janis me llevaría a que me hicieran una limpia y Nora me golpearía hasta que reaccionara.
Me coloqué el cinturón cuando él entró y encendió el auto.
—Voy a llevarte hasta el hospital ¿A cuál vas?
Parpadeé hastiada porque hacía su voluntad.
—Te he dicho...
—Sé —levantó su tono dos octavas y fingió tomar aire para controlarse—. Sé muy bien tus demandas, pero no quiero hacerlo. Así que dime de una maldita vez el nombre del hospital y te llevaré.
Ambos estábamos de muy mal humor y apenas eran las cinco cuarenta de la mañana.
—Gastón, entro hasta las ocho, me levanté temprano para irme caminando.
—No desayunaste.
—Lo haré en el hospital.
Rodó los ojos con fastidio y me miró como si fuera lo más asqueroso que hubieran visto sus ojos. Ya somos dos.
—Te llevaré a desayunar y de ahí al hospital.
—Gastón.
—Cállate y obedéceme.
Resoplé con todas mis fuerzas y me hundí en el asiento. No estaba acostumbrada a que me dijeran qué hacer, a menos que fueran mis superiores en el hospital o mis catedráticos en la universidad. Gastón era un tipo muy dominante.
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Llegamos a una preciosa cafetería que contaba con una terraza en un tercer piso, jamás había venido a este lugar porque sobrepasaba lo que podría pagar para mis comidas durante el semestre. Aparte pagar renta, transporte, cosas personales, libros, material médico, servicios del departamento, comida, ¡Uf! La vida de estudiante era muy cara y pesada.
Corrí al tercer piso para agarrar una de las mesas de la orilla y tener la preciosa vista de la ciudad.
Gastón apenas iba subiendo con su aura oscura y sus pasos que derrochaban elegancia. Le di un vistazo al extenso y generoso menú de desayunos y sonreí, todo se miraba delicioso. El vampiro malhumorado llegó a la mesa para tomar asiento frente a mí y le dediqué una mirada cautelosa.
—Jamás había venido aquí.
—Se nota —respondió sin un ápice de interés.
—¿No crees que sospechen algo? —lo miré por encima del menú y él me observaba curioso—. Ya sabes... por tus preferencias de comida.
Sangre... carajo, el tipo se alimentaba de sangre.
—Agradezco tu pésimo intento de preocupación, pero ya me abastecí lo suficiente. Hambre no tengo por el momento.
La piel se me puso de gallina.
—Prefiero no enterarme de eso.
Me atreví a mirarlo y me encontré con un rostro lleno de malicia y perversidad.
—Créeme que no vas a querer saberlo.
Me removí en mi asiento y en eso una camarera se acercó con una radiante sonrisa.
—Buen día ¿Ya saben qué van a pedir?
Gastón en total silencio me señaló con su mano para pedir primero. Me ruboricé con ese solo gesto y me dirigí a la señorita con una sonrisa más suave.
—Quiero el desayuno de huevos estrellados con tocino y pan tostado, y un jugo grande de naranja.
—¿Café?
Miré a Gastón e hizo un asentimiento.
—Sí, muy cargado por favor.
—Claro —apuntó en la Tablet y después giró su cabeza para dirigirse a mi temido acompañante—, ¿Qué va a pedir usted?
—Nada, gracias.
La señorita hizo un ligero gesto de desconcierto, yo la entendía muy bien.
—De acuerdo. Enseguida le traigo su orden, señorita.
Le dediqué una última sonrisa y se marchó. Me inquietaba la presencia del señor Le Revna e intenté ver a cualquier otra parte que al frente, donde estaba segura de que me perforaba con la mirada. Me crucé de brazos sobre la mesa, esforzándome por verme absorta en mis pensamientos.
—¿Por qué no me miras?
Se me empequeñecieron los ojos, delatándome con mis intenciones de ignorarlo. La pregunta se quedó en el aire y me recargué en mi silla.
—Porque no quiero.
—Tendrás que acostumbrarte.
—No eres muy reconfortante.
—Madeleine, tenemos un trato.
Esta vez lo miré.
—No acordamos en llevarnos bien, y tú sabes perfectamente la razón por la que no voy a verte como un ser amigable.
Era un hombre muerto, pero pude ver como movía sus hombros de arriba abajo en señal de una respiración errática que lo estaba sacando de sus casillas; su temperamento era para temerle, no se sabía cómo reaccionaría cuando alguien le contestaba de la manera en que yo lo hacía.
—Después de todo a quien debes de odiar es al pobre diablo de tu progenitor, él fue quien aceptó ponerte de garantía en dado caso de no saldar sus deudas conmigo.
Dio en un blanco, también lo odiaba por eso.
—¿Quién dice que no lo odio? Tú eres un ser cruel que se aprovecha de la debilidad del ser humano, y mi padre un bastardo que no le importa poner en riesgo a su propia sangre con tal de salvar su pellejo, ambos son igual de miserables —me crucé de brazos, fastidiada de ese tema.
Ahora estaba atada a este abusivo sanguinario.
—Mantenme informado de tus pasos —ordenó como parte de un cambio de tema muy radical—. Al ser mi prometida puede haber ciertos contratiempos.
Arqueé una ceja muy atenta a lo que dijo.
—Se claro por favor.
—Tengo negocios... ocultos, Madeleine, y por lo tanto enemigos que se darán cuenta de que tengo una esposa.
Eso no me gustaba para nada.
—Gastón ¿Estaré en peligro? ¿Solo por ser tu esposa?
Asintió sin remordimiento. Esto ponía las cosas en un peor panorama.
—Estás arruinándome la vida —solté muy frustrada.
Tapé mi rostro con ambas manos para ocultar mis lágrimas.
Odiaba que me vieran llorar, no soportaba mostrar la sensibilidad tan grande que tenía, pero esta situación me sobrepasaba demasiado. No creía en estas cosas, en que hubiera vampiros entre nosotros, criaturas inmortales con fuerza y habilidades sobrenaturales que los hacían superiores al ser humano promedio.
¿Cómo pelear contra algo así? ¿Cómo derrotarlo? ¿Cómo escapar?
Estaba en un mar de problemas y ni si quiera llevaba chaleco salvavidas con el cual dar pelea.
De repente, un toque helado se colgó de mi muñeca, una de sus manos me alcanzó para obligarme a verlo.
—Basta, deja de hacer espectáculos, Madeleine. Lo que me falta es que me señalen de ser violento con una mujer en público.
No estaría tan lejos de la realidad.
—Suéltame —pedí en un hilo de voz y guardando la calma.
—Levántate y siéntate en mis piernas.
Se me cortó la respiración y parpadeé muy desconcertada, pero en su rostro solo vi decisión y tranquilidad. Fingía reconfortarme.
—Estás loco.
—Nos miran, ven y siéntate en mis piernas —acariciaba mi mano mientras pronunciaba esas palabras con una voz ronca y con toques seductores—, hazlo.
No podía creer lo que estaba a punto de hacer, me levanté lentamente de mi silla y rodeé la mesa circular. Él se hizo hacia atrás para darme espacio y con cuidado me senté en su regazo. Sus enormes brazos me rodearon la cintura con cuidado y de una manera posesiva que me dio una sacudida descomunal de sensaciones extrañas.
La gente nos miraba, al principio parecían extrañados por mi llanto y poco a poco fueron perdiendo el interés. Olvidándose de nosotros.
—Bien —susurró, esa voz vibrante y dominante me hizo cerrar los ojos—, te daré un beso en el cuello.
Mierda, ¿Por qué en el lugar exacto donde les apetecía a los vampiros morder? Fue acercándose, su nariz rozaba la curva de mi cuello, justo donde se encontraba esa vena que enloquecía a los vampiros para perforar.
A pesar de ser un muerto, sus labios eran carnosos y extrañamente suaves, helados. El tiempo transcurrió tan lento que no supe cuánto tardó en alejarse de mi cuello, era como si no soportara la idea de no poder morderme por exponerse a que lo vieran.
Sus brazos se pusieron rígidos y se alejó.
—Lo haces bien —agarró mi cabello para pasarlo entre sus dedos, después acunó mi rostro con una mano para acercarme a él y darme un beso en mi quijada—, ya no nos miran.
Luego de su abyecto en el agua hace unos días ahora me acariciaba y besaba por conveniencia, que patán.
—Has perdido el juicio.
—Por morderte, hueles delicioso.
Me paralicé. Deseaba morderme.
No supe qué decirle a eso último que confesó. Escuché que alguien a mi espalda carraspeó y del susto volteé a ver a la camarera que había dejado mi desayuno en la mesa.
—Disculpen la interrupción.
—Para nada —agregó Gastón muy quitado de la pena—, ¿Ya estás mejor, cariño?
Ese cariño sonó tan... precioso de su voz.
Solo me limité a asentí.
—Sí... —susurré.
Me ayudó a ponerme de pie como todo un caballero y tomé asiento en mi silla. Me sentía acalorada y me enfoqué en el desayuno. No quería ni ver a Gastón, sentía mucha pena por el numerito que se le ocurrió montar y preferí borrar todo eso de mi mente. No podía darle espacio a las relaciones, mucho menos a una forzada y por si fuera poco, con un vampiro.
No.
Definitivamente no.
Y no.
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