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11. Culpable


Emily

Ese día llegué a casa llorando desconsoladamente y mamá me recibió sin preguntar. Más tarde cuando ya estaba más calmada, le conté todo lo que había escuchado.

—No quiero volver —dije entre sollozos.

—Aunque me encantaría tenerte de vuelta —dijo con nostalgia— no creo que debas hacer eso.

—Pero yo misma los escuché —dije irritada— pagaron para que me cambiaran con James, no me quieren.

—Todo debe tener una explicación razonable —acariciaba mis mejillas consolándome— déjame hablar con ellos, ¿sí? Déjame hablar con Solveig.

—Tu puedes hacerlo, yo no lo haré —dije firmemente decidida.

Ya era jueves, habían pasado dos días e ignoraba toda clase de llamadas, no revisaba el chat de ninguno de los grupos, me encerré parcialmente en mi vieja habitación. Mi vida había vuelto a como era antes de mudarme, ayudaba a mamá con el aseo, leía sin parar para despejar mi mente y evitar volver a pensar en lo ocurrido. A las 11 de la mañana Pipe llegó a mi casa, lo trajo Albert, cosa que me hizo pensar que había sido enviado por Jonathan.

—Hola Em —saludo tímido, raro en él— ¿podemos hablar?

—Si te mandó Jonathan no —contesté mirando de reojo a Albert, quien esperaba fuera.

—Vine por mi cuenta —sonrió.

Lo deje pasar al estudio, saludo animadamente a Andrés y a mamá, papá no se encontraba. Me senté justo en frente de él, tal y como lo había hecho la primera vez que Jonathan vino a verme. Sacudí ese recuerdo de mi cabeza, no quería pensar en él, no ahora.

— ¿Cómo estás? —se veía preocupado.

—Bien —mentí.

—Sé que estas mintiendo —se acercó arrodillándose frente a mí— solo dime la verdad, soy tu amigo, seas hija de quien seas, he aprendido a quererte como mi amiga. Puedes confiar en mí.

Sus palabras me sorprendieron y conmovieron tanto, que me lance a abrazarlo y llorar sin control. Correspondió a mi abrazo fuerte y protector, susurrando frases alentadoras a mi oído. Cuando me tranquilicé, nos sentamos juntos en el mismo sofá, aún abrazados en silencio. Varios minutos después, yo tomé la iniciativa.

— ¿Cómo está mi madre? —pregunté con voz ahogada.

—Muy triste en realidad —dijo con suma sinceridad— no es por hacerte sentir mal ni nada, pero le dolió mucho lo que dijiste antes de irte.

—Estaba enfadada —dije sollozando— la escuché hablar con ese hombre, él dijo que no fue un accidente, quisieron cambiarme.

—No soy quién para darte esas explicaciones, pero solo puedo aconsejarte que hables con ella. Deja que te dé su versión de lo ocurrido.

—Pero... no sé qué hacer, que decir, ya ni sé en qué creer...

—Puedes creerle a Jonathan —hizo una pausa— él te quiere mucho y nunca te mentiría.

Deshice nuestro abrazo para mirarlo fijamente a los ojos, su afirmación me dio a entender muchas cosas.

— ¿Que te dijo Jonathan? —pregunté con cautela

—Todo —dijo en un suspiro— Absolutamente todo.

Me quedé muda, casi petrificada. No esperaba que Jonathan confesara nuestro desliz, o esperaba que ese "TODO" no lo incluya. Antes de que pudiese decir una palabra, Pipe continuó.

—Tranquila —dijo condescendiente— no te juzgo por eso. Desde antes yo sabía lo que Jonathan sentía por ti, y sospeche lo mismo de ti. Trate de aconsejarlo, pero fue inútil.

—No creo que sea prudente regresar —dije con un nudo en la garganta— y menos después de eso.

—Sería lo más sensato —sopeso mi sugerencia— pero ¿qué pensará tu madre? Creerá que la odias, que no quieres volver por eso que escuchaste.

—Hablaré con ella, puedo...

—Que le dirás —interrumpió un poco brusco— ¿qué te enamoraste de tu hermano y por eso no regresarás?

—Claro que no —dije apresuradamente— le diré, que... que...

—No sabes que decirle —dijo calmadamente— no hay nada que puedas decirle para justificarte, nada más que la verdad, pero no puede enterarse de eso tampoco.

—Entonces que debería hacer, ¿eh? —Dije frustrada— regresar y tener que ver todos los días a la persona que amo si poder estar realmente con él, porque el simple hecho de ser mi hermano, ¿eso?

—Sí, suena muy cruel, pero no tienes otra opción —hizo una pausa— Jonathan te extraña.

Sonreí ante la mención de su nombre, una sonrisa triste, desvié la mirada de Pipe para que no se diera cuenta de las emociones que reflejaban mis ojos.

—Está bien —dije con voz decaída— regresaré.

—Pero primero... —dijo emocionado— hay que levantarte el ánimo. ¿Quieres sushi?

"¿Es en serio? ¿Llevo semanas pidiendo sushi y ahora es que me lo van a dar? Esta gente me cae mal" pensé con una sonrisa en mi rostro. Solo él es capaz de salir con algo así en un momento como este para hacerme reír, y eso era algo que le agradecía profundamente.

— ¿Estás hablando en serio? —pregunté un poco escéptica.

— ¡Claro porque no! —dijo burlándose de mí— Pediré domicilio.

Nuestra orden de sushi llego con sorpresa. Al escuchar que tocaron la puerta, yo misma fui a abrir totalmente convencida de que sería mi comida, valla sorpresa me llevé al ver a Jonathan cargando dos bolsas de un restaurante chino.

— ¿Sushi? —dijo con los ojos aguados.

Al verlo tan vulnerable frente a mí, con esperanza y dolor reflejándose en sus bellos ojos me di cuenta de algo: amo a este chico más de lo que me había imaginado y eso me rompía el corazón. Toda la rabia que sentí, toda la tristeza y el sentimiento de rechazo se esfumaron, reemplazados por un arrepentimiento genuino. Lo abracé con todas mis fuerzas y mis lágrimas tomaron control de mis ojos, el por su parte hizo a un lado las bolsas y correspondió de la misma forma.

—Lo siento —dije sollozando— no quise decir todo eso, en serio. No tengo justificación para lo que dije.

Acunó mi rostro lloroso entre sus manos, limpiando lágrimas con los pulgares, me dio un suave y largo beso en la frente y me miró fijamente a los ojos, también lloraba, pero en ese momento sonreía lleno de alivio.

—No seas chillona —dijo en una mezcla de risa y sollozo— ya estás vieja.

—No me simpatizas —dije riendo.

Volvió a abrazarme fuertemente, me encanta sentirlo tan cerca de mí, poder oler su fragancia, sentir su calor.

—Te extrañe demasiado —susurró a mi oído— y mamá también.

Deshice el abrazo para fijarme que detrás de él estaba nuestra madre llorando, me sentí tan culpable en ese momento que quise darme 247 golpes fatales. Sé que no hace mucho me enteré que es mi verdadera progenitora, pero ya estaba aprendiendo a quererla, y como todo buen hijo me dolía verla llorar, más sabiendo que era mi culpa. Dejé que Jonathan entrara y salí al encuentro con mi madre.

—Mami, yo... —me interrumpió con un fuerte abrazo.

—Lo siento mucho cariño —dijo en medio del llanto— no pude hacer nada por ti ni por James. De verdad lo siento.

—Yo debería ser quien se disculpe —dije tratando de consolarla— fui muy grosera ese día, no debí decir lo que dije. Aceptaré cualquier castigo, sin quejarme.

—Que ocurrencias dices —se separó de mi abrazo y vi que reía— no te voy a castigar. No has hecho nada malo, y te disculpaste con tu hermano. Además, quisiera darte las gracias.

— ¿A mí? —Pregunté sorprendida— ¿por qué?

—Es la primera vez que me dices mamá en voz alta —se veía feliz, de verdad— Ahora entremos, tengo hambre.

Me dio un beso en la mejilla y entro a la casa, dejándome sorprendida, sonrojada y con Albert. Al darme cuenta que él estaba ahí nos miramos fijamente, en silencio. Hasta que yo saludé primero.

—Hola Albert —dije saludando enérgicamente con la mano.

—Hola Em —contestó con una amplia sonrisa.

— ¿Me extrañaste? —usé mi característico tono burlón.

—Claro que si —contestó de la misma manera.

—Me alegro —señalé la entrada a mi casa— bienvenido, mi casa es tu casa.

—Cariño, literalmente vivo en tu casa.

Y entramos, ambos riéndonos a carcajadas.

****

Jonathan

Después que Emily se marchó de casa me sentí perdido, devastado. Me arrepentí cada segundo de haber dicho lo que dije, estaba molesto por su repentino cambio, no entendía absolutamente nada. Al saber el motivo, el alma se me calló a los pies y temí lo peor: que no quisiera volver jamás. Culpé mil veces a papá por todo esto, era el responsable de haber separado a dos niños de sus verdaderos hogares, viviendo en un engaño.

Mamá estaba peor, se culpaba por no haberse dado cuenta de ello, por no haberlo evitado. Lloraba casi a toda hora, se encerraba en la habitación de Emily huyendo de la suya porque le traía recuerdos de un hombre despiadado, egoísta e interesado solo por sus propias cosas. Y lo odie por eso. Detestaba ver a mamá así, deprimida. Intenté llamar a Emily, le mandé mensajes de texto, mandé mensajes al grupo, le pedí ayuda a Sara y Pipe, pero nada funcionaba. Ella no quería saber nada de nosotros.

El jueves a medio día, mi corazón vio un rayo de esperanza en forma de mensaje de texto. Pipe había ido a la casa de Emily e intercedió por nosotros, no sé qué habrá hecho, pero al parecer podíamos intentar hablar con ella.

"Jonathan, si después de esto no me amas te pediré el divorcio y me llevaré la mitad de tus bienes. Después de salir de tu casa le pedí a Albert que me trajera a la de Emily, está más calmada así que deben aprovechar y venir a hablar con ella. Trae sushi, será tu boleta de entrada.

Pd: trae para todos, yo también tengo hambre, y quiero rollo California."

Inmediatamente le avise a mamá, se emocionó al saber que tenía una nueva oportunidad. Nos alistamos rápidamente, pasamos por el mejor restaurante de comida china y pedimos un orden grande de todos los tipos de sushi que tuvieran, y en media hora más ya estábamos aparcando en la entrada de la casa de los Mendoza. Me sentía nervioso, pero mamá estaba al borde del pánico, las manos le temblaban visiblemente. Las tome entre mis propias manos para tranquilizarla.

—Si quieres voy yo primero —sugerí— de todos modos, fue conmigo que discutió.

Asintió y ambos bajamos del auto, me acerqué a la puerta y toque, sujetando dos bolsas de comida china. Al poco tiempo la puerta se abrió, Emily me miraba sorprendida, tenía los ojos rojos por el llanto.

— ¿Sushi? —dije colocando toda mi esperanza en esa única palabra.

Y mi alma descansó de alivio al sentirla entre mis brazos, la abracé fuerte y no pude evitar llorar de felicidad. Temía que nos odiara, que me tirara la puerta en la cara. Pero gracias al cielo no fue así. Sentí ganas desesperadas por besarla, volver a probar el elixir de su boca, la suavidad de sus labios y el calor de su lengua. Pero eso tendría que esperar, por ahora me conforme con un beso en la frente.

—Lo siento —dijo sollozando— no quise decir todo eso, en serio. No tengo justificación para lo que dije.

Limpié varias de sus lágrimas y miré esos ojos que tanto me gustan.

—No seas chillona —se me escapó un sollozo— ya estás vieja.

—No me simpatizas —dijo entre risas.

La envolví en otro abrazo.

—Te extrañé demasiado —susurré, solo ella me escuchó— y mamá también.

Miró detrás de mí y se dio cuenta con sorpresa, algo de culpa, que mamá estaba ahí. Entré para dejarlas hablar a solas, limpié mi rostro surcado en lágrimas para evitar el bullying por parte de Pipe. Salude a todos los presentes, primero a la señora Martha disculpándome por lo que había ocurrido, había sido mi culpa la discusión, la presione mucho en el peor momento. Andrés me recibió con un golpe en la cabeza con un periódico enrollado, al estilo "castiga al perro malo", aunque después me abrazó. Medio contradictorio, pero bueno... Por último, le agradecía a Pipe por habernos avisado.

—Gracias hermano —dije con enorme gratitud— te debo la vida.

—Estaremos a mano si trajiste lo que te pide —demandó autoritariamente pero divertido.

—Claro, el rollo California es mi favorito.

Nos reunimos todos en el comedor, entre mamá y la señora Martha sirvieron la comida equitativamente para que probaran un poco de cada tipo de sushi. Emily fue la primera en probarlo, era la más interesada en comerlo después de todo. Lo mastico lentamente, pero después de un par de segundos se levantó de su puesto y lo tiro en la caneca de la cocina. Regresó como si nada a su asiento, y dijo.

— ¡Ta rico! —dijo saboreándose y arrugando la cara tiernamente, a lo que todos respondieron con carcajadas.

— ¿Ese era tu escándalo con el sushi? —se burló Andrés.

—Señor, cayese —lo amenazo con un tenedor.

—Prueba este —le di un rollo California en la boca.

Primero dudo, pero accedió. Al masticarlo abrió los ojos con sorpresa, este si le había gustado. De la misma manera probó uno de cada clase, y todos le encantaron, menos el primero.

— ¿Por qué todos te gustaron menos el primero? —preguntó Pipe.

—Ese tenía caviar —anuncié.

— ¡Iuu! —Emily hizo un adorable gesto de desagrado— con razón, eso es horrible.

— ¿Ya lo habías probado? —pregunto extrañada la señora Martha.

—Una vez, en una salida de campo mientras esperábamos el transporte en la playa —relato Emily— lo compramos en un restaurante cercano. A nadie le gustó, fue un desperdicio de dinero, con eso pudimos haber comprado Salchipapa.

Terminamos de comer, riéndonos con el recuerdo del primer bocado de sushi de Emily. Nos reposamos un rato viendo la TV en la sala, pero mamá estaba aún preocupada por lo que pensara Emily de ella.

—Emily cariño —llamó mamá— aún te debemos una explicación. Deben escucharla todos, también les concierne.

Nos acomodamos alrededor de mamá, todos a la expectativa.

—Aquel hombre que oíste hablar conmigo —dijo mamá nerviosa— era el detective Jones, a quien habíamos contratado para buscarte. Cuando me dio la noticia de que te había encontrado, me dijo que aún había algo que no lograba entender por lo que seguiría investigando. Ese día me dio los detalles que había averiguado, dijo que en ese tiempo aquella enfermera enfrentaba una crisis económica fuerte, estaba en pleno divorcio y su trabajo no le daba lo suficiente para pagar todo además de la colegiatura de su pequeña hija. No sabe aún como se dio cuenta John, tu padre, pero lo uso a su favor. Se aprovechó de su situación para sobornarla, le pagó mucho dinero para que hiciera el cambio. Ella no tuvo de otra más que aceptar, por su hija. Yo no sabía nada, nunca sospeché. Lo siento mucho Martha, pero no pude hacer nada. Cuando ella nació me desmayé por el esfuerzo del parto, por eso no pude verla inmediatamente, así tal vez hubiese notado la diferencia.

—Solveig —consoló la señora Martha con un apretón de manos— no te preocupes, no es tu culpa.

—Cierto má —dije— la culpa es de papá, de más nadie.

—Lo sé —dijo sollozando, quería llorar— no es que quiera justificarlo, pero él siempre quiso tener varones, aunque eso me molesto. Tuve un par de discusiones con él por su comportamiento machista, pero nunca fue un mal hombre.

—No te preocupes por eso —dijo Emily con una sonrisa— eso ya queda en el pasado.

Mamá la abrazó totalmente conmovida por sus palabras. El resto del día fueron charlas animadas, risas y mucho bullying. La tristeza había quedado exiliada, y yo sólo esperaba el momento de estar a solas con ella. A las 7 de la noche ya nos íbamos, aún sin saber si Emily regresará con nosotros.

—Nosotros ya nos vamos —anunció mamá dirigiéndose a Emily— no es necesario que regreses aún, si quieres puedes quedarte.

— ¿Y la reunión de Mañana? —preguntó nerviosa.

—No hay afán en ello —hizo un gesto de indiferencia para no darle importancia— a menos que quieras dar la noticia.

—Pues... —contestó pensativa— depende. ¿De ahora en adelante me perseguirán los periodistas?

—No pueden —aseguró mamá— sería acoso, además, si aún quieres ir la zona de la cabaña está bien protegida así que no podrán acercarse.

—Genial, espérenme un tantito, voy con ustedes.

Nos despedimos de todos y regresamos a nuestro hogar, felices por el regreso de Emily. Al llegar Melanie la recibió con un fuerte abrazo, y le preparó si bocadillo favorito de bienvenida. Al terminar nos fuimos a nuestras habitaciones para prepararnos para dormir, me duché y vestí para luego ir a la habitación de Emily. Al entrar, la vi con su pijama de Stitch dudando entre dos vestidos de gala.

— ¿Cuál crees que se verá mejor? —Preguntó colocando ambos vestidos enfrente de ella— el azul o el morado.

Ambos eran vestidos de color oscuro brillante, largos hasta la rodilla, de falda acampanada.

—Le preguntas a la persona equivocada —contesté entre risas— para mi te ves hermosa hasta en pijama.

Vi cómo se sonrojaba, fue a guardar nuevamente los vestidos en el closet, y al darse la vuelta se sobresaltó por la sorpresa. La envolví en mis brazos pegándole a mi cuerpo, mantuve una mano en su espalda y con la otra acariciaba su rostro.

—Creí que nunca volverías —susurré— me dolió verte partir. No me vuelvas a hacer esto por favor.

—Lo siento —contestó con arrepentimiento y deseo en sus ojos.

Recorrí su cuello con pequeños besos y sin dejar de acariciar su espalda.

—¿Qué haces? —susurró entrecortadamente.

—Saciando mi necesidad de ti.

No pude contener las ganas, la besé con ansias. Rebosante de deseo, sintiendo el calor de su cuerpo, el sabor de sus labios y la suavidad de su lengua. Mientras más duraba el beso más se intensificaba. Nos separamos brevemente sólo para tomar aire y continuamos devorando nuestras bocas con desesperación. Con esto me di cuenta de cuál débil soy, y que ella es más fuerte de lo que pensé. Me empujó suavemente para separarnos, ambos sin aliento.

—Debes irte —dijo entrecortadamente.

— ¿Por qué? —me queje.

—Porque si —me saco de la habitación, cerrando la puerta en mis narices.

****

Emily

La reunión fue más aburrida de lo que pensé, había mucha gente de gala, bastante elegantes. Las mujeres de vestidos brillantes y largos y los hombres con esmoquin. No podía negarlo, Jonathan se veía muy sexy con su traje de pingüino. Aunque claro está, no se lo dije. Tome un poco de champaña, me presentaron a un montón de gente, me tomaron una cantidad abrumadora de fotos que casi me quedo ciega por los flashes. ¿Y todo para qué? Escogieron la peor foto posible para publicarla en el diario del día siguiente. La sección de sociales se había tornado interesante para muchos. Empezaron a llegarme solicitudes de amistad en todas las redes sociales, me llegaban montones de mensajes de texto, algunas llamadas y más. Recién soy famosa y ya estoy aburrida.

Lo único que evitaba que me durmiera en medio de la "fiesta", era recordar los labios de Jonathan sobre los míos. Me sorprendió que me basará de esa manera tan repentinamente, me encantó, pero es algo que no debe repetirse. Además, había pensado que sólo fue un desliz producto de la situación, que se había dejado llevar por no—se—que—cosa. En realidad, ni siquiera sabía que pensar, sólo quería imaginar que no fue intencional, que fue sólo un error, y que no volverá a suceder. Y así debería ser.

Pero es lo más difícil que haré en mi vida, en realidad amo a ese hombre. "¿Que hice para merecer este castigo?" Pensé. Me queda un largo camino por recorrer, y espero que Jonathan colabore con la causa.

****

John Montiel, 03/12/2000

El amanecer había sido espléndido como siempre, los tonos azul oscuro de la noche se mezclaban con el blanco y resplandeciente luz del nuevo día. Me emocionaba saber que cada vez que pasaba uno, significaba un día menos de espera. Faltaba poco para que recibiremos en nuestro hogar a nuestro segundo hijo, mi niño. Porque eso esperaba, que sea niño, siempre lo he deseado y soñaba con que Dios me concediera ese regalo. No quisimos saber el sexo mediante las ecografías, queríamos que fuese una sorpresa. Vivir la emoción en el instante.

Esperaba con tantas ansias que me quede mudo, casi en shock al recibir la llamada de nuestra mucama, mi esposa Solveig ya estaba en proceso de parto. Cancelé todas mis reuniones del día, salí corriendo rumbo al hospital y entre directo a la sala de parto. Me preocupé al ver el rostro pálido y sudoroso de Solveig, el esfuerzo le estaba consumiendo todas sus energías. Tome su mano para alentarla.

—Tranquila cariño —susurré con dulzura— todo estará bien, ya estoy aquí.

Después de 30 minutos de dolor, nació una niña. Maldije por dentro, me llene de ira, odie a Solveig por no ser capaz de darme un niño. Detestaba esto. Estaba tan absorto en mi furia que no me di cuenta que mi esposa había perdido el conocimiento enseguida termino el parto, sólo vi que una enfermera se llevaba a la niña para limpiarla.

La seguí instintivamente dejando a Solveig inconsciente a cargo de otra enfermera, entró a una habitación y al cabo de 10 minutos salieron rumbo a la sala de los recién nacidos, donde los colocaban en pequeñas cunas y los padres podrían verlos a través de una enorme ventana cristal.

Cuando la enfermera salió note algo, su rostro estaba crispado de dolor y preocupación, estaba al borde de las lágrimas. Salió y recibió una llamada, escuché fingiendo estar distraído viendo a la niña. Hablaba con voz baja y melancólica, al parecer tenía serios problemas económicos. En Ese instante mi mente refugia de emoción, rebosante de ideas. Era una oportunidad única que no debía desaprovechar.

—Disculpé señorita —dije con tono amable— no quiero ser entrometido, pero escuché su conversación.

— ¿Quién es usted? —dijo mientras secaba una lágrima de su rostro.

—John Montiel —estreché su mano cordialmente— tengo una propuesta para usted.

— ¿De qué se trata? —su mirada relucía con esperanzas.

—Puedo pagarle una buena suma de dinero si me hace un pequeño favor —dije en voz baja— pero debe quedar sólo entre nosotros, nadie debe enterarse jamás de esto.

Dudo por un segundo, vi claramente la indecisión y el miedo en sus ojos.

—No creo que tenga otra opción —anuncie confiado, necesitaba convencerla como sea.

— ¿Que tengo que hacer? —dijo con firmeza.

—Es simple —dije con una sonrisa tranquilizadora— ¿ve la pequeña niña en la tercera fila puesto 5?

—Sí, acabo de dejarla ahí.

—Bien, sólo debe hacer un pequeño cambio —hice una pausa— busqué un niño cuyos padres aún no sepan el sexo y cámbielo con mi hija.

— ¿Que? —Tapó su boca ocultando un grito de estupefacción— ¿está loco?

—No puedo darle ningún motivo —dije ignorando su réplica— sólo que le voy a pagar 10 millones si lo hace.

Estaba tan asombrada que casi se le desencaja la quijada, su horror era casi palpable.

—Es usted un hombre despreciable —escupió las palabras con asco.

— ¿Quiere o no el dinero?

Lo sopesa por unos largos segundos, pero acepto.

—El bebé que está a dos puestos a la izquierda de su hija —señaló a un pequeño niño que lloraba a todo pulmón— la madre llegó sola y el padre viene en camino, pero aún ni saben el sexo, no quiso saberlo hasta que llegará el esposo.

—Perfecto —dije sonriendo— haga el cambio y en media hora quiero ver a mi hijo, vendrá alguien a registrarlo. En seguida le traigo el dinero, sólo espere unos minutos.

Y así fue, después de media hora Solveig ya había despertado. La enfermera ya había recibido su dinero y yo a mi hijo, tal cual siempre quise. Sólo espero que jamás se enteren, y de ser lo contrario que algún día puedan perdonarme.

Me deje llevar por mi egoísmo y mi gran ego, sé que hice mal, pero no podía evitarlo, de alguna forma el apellido Montiel debe pasar a las siguientes generaciones como hasta ahora había sido.

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