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Capítulo único


Corrió desde la puerta del baño hasta el espejo y saltó justo frente a él.

—¡Sí, acepto! —exclamó con excesiva emoción.

Hizo una pequeña mueca al escucharse y suspiró blanqueando los ojos.

Su voz había sido demasiado aguda, chillona, quizá debería probar con algo más suave y calmado.

Intentó una vez más.

—Ajá, sí tu quieres; acepto —pronunció indiferente, mirando fijamente su reflejo.

Una vez más, resopló al oírse.

Tomó la brocha de polvo y retomó su maquillaje, tratando de calmar su ansiosa mente y encontrar las palabras correctas y, sobre todo, el tono correcto para la ocasión que se avecinaba.

Respiró profundo y sujetó la brocha con ambas manos apretándola sobre su pecho.

—Adrien, claro que quiero pasar el resto de mi vida a tu lado — soltó de sopetón, en voz mimosa y demasiado dulce.

Gruñó para sus adentros.

Chloé se encontraba en el baño frente al espejo, a medio maquillar, con el cabello recogido desprolijamente y vestida con una bata esponjosa y demasiado grande para su menudo cuerpo. Aunque su aspecto era lo menos que le importaba en ese minuto, su mente no dejaba de ensayar las palabras correctas para el momento ideal. Había imaginado cualquier escenario posible y ejercitado desde hace varios días cuál debía ser la postura correcta sobre el asunto, pero al igual que en ese momento, nunca llegaba realmente a nada.

Como pocas veces en su vida, ni siquiera charlar en voz alta y probar cada uno de los ambientes donde podía ocurrir el suceso que marcaría un antes y después, le ayudaba demasiado a dejar ir la ansiedad que, para su desgracia, con cada minuto que pasaba aumentaba de forma peligrosa. Pues, bien sabía que un compromiso no era un asunto que debía tomarse a la ligera y que cada momento antes, durante y después, era de suma importancia.

Dejó escapar un pesado suspiro mientras se miraba con atención al espejo.

Su mente, no pudo evitar divagar en el pesado y muy extraño episodio que había visto hace unos días y que ahora le estaba volviendo un poco más loca. Se mordió la esquina del labio de forma inconsciente cuando el recuerdo de su novio, saliendo de una de las exquisitas tiendas de joyería de la ciudad, vino a su memoria. No podía negar que todo tipo de posibilidades se había abierto en su mente cuando lo observó salir con una pequeña bolsa de ese lugar. Y aunque tuvo la clara intención de ir detrás de él, llevada por el puro impulso de saber que había comprado, se había mantenido a la distancia con los tacones clavados en la acera.

Trató de encontrarle lógica, una muy alejada a la caprichosa idea que se coló sin permiso, pero aunque lo intentó varias veces, el éxito fue nulo.

Su aniversario de noviazgo había pasado hace algunas semanas, para un nuevo San Valentín aún quedaban varios meses y el cumpleaños de Nathalie, la madrastra de Adrien, ya había pasado. Y, si mal no recordaba, su novio le había obsequiado una exquisita pulsera de oro blanco que había ganado la admiración de varios en la fiesta por tal detalle que para los más cercanos a la verdadera historia de amor que se había ocultado por años, era especial.

Ninguno de los dos estaba de cumpleaños y, aunque había aceptado que en la vida de su novio existía presente más de una mujer (debido a su trabajo como modelo) sabía, o más bien ponía fe, en que a él no le se le ocurría por nada del mundo obsequiarle a ninguna de ellas una joya costosa... o al menos eso quería pensar.

Entonces, luego de haber enumerado cada una de las razones, todas cada vez más loca que la anterior, llegó a la conclusión de que su cotizado novio por fin (y luego de largos años) había decidido dar el paso. Uno que había esperado que diera hace largo tiempo atrás, y aunque en primera instancia trató de no ilusionarse demasiado rápido, cuando hace un par de noches él le había pedido una cita, su corazón no puedo evitar exaltarse de felicidad. Llevaba enamorada de ese hombre desde que era una niña. Era realmente una locura pensar todos los años que se había mantenido a su lado, siendo su amiga, confidente, compañera de juego y luego de escuela, animándole en silencio cuando incluso él salía con otras chicas y, luego, siendo simplemente una desconocida cuando por un breve tiempo sus caminos se habían separado. Ahora eran novios y lo habían sido durante algunos años, bastantes dificultades y un montón de malos entendidos. Y aunque era un poco egoísta pensarlo, la paciencia de aquella relación tan larga, al fin estaba surtiendo frutos. Unos que había comenzado, lentamente, a recolectar hace año y medio atrás cuando había decidido ir a vivir juntos.

Dejó la brocha de polvo sobre la encimera del lavabo y frunció el ceño estudiando su reflejo.

Había estado practicando largas horas su respuesta para el momento clave de la velada, quería que todo fuera sumamente perfecto.

Pero o los nervios le fallaban y no emitía palabra alguna o de plano era demasiado excesiva a la hora de responder. Cualquiera fuera el caso, cada alternativa terminaba en desastre.

Señaló con un dedo el espejo y dijo sus palabras en un tono tosco, brusco e intimidante.

—¡Hey, tú! ¡Cásate conmigo, ahora!

—¿Qué haces? — la voz de su novio le hizo sobresaltar y soltar un pequeño gritito agudo.

Se llevó las manos al pecho dónde su corazón latía desenfrenado producto del susto. Sus mejillas no tardaron en tomar el color de la vergüenza de ser pillada infraganti. Había metido la pata hasta el fondo y la única alternativa que veía como una salida, era tomar la mejor actitud natural que pudiera, ante la bochornosa situación en la que se había metido ella solita.

Se limitó a sonreír y mirar a través del espejo el reflejo de su hermoso novio recargado en el umbral de la puerta del baño con los brazos cruzados y sumamente relajado. La chispa en sus ojos verdes y la sonrisa irónica en sus labios, le transmitía justo lo que temía: la había escuchado perfectamente. Pero la pregunta era ¿qué tanto lo había hecho?

—No hago nada en particular — mintió y extrajo un lápiz gloss de su neceser para aplicarlo en los labios—. Solo me preparo para esta noche.

—Mmm... Ya veo — musitó, enigmático y burlón, desde la puerta —. ¿No tendrás alguna rara idea para esta tarde, cierto?

La mano de Chloé titubeó mientras aplicaba el brillo en sus labios. Tragó nerviosa y se obligó a sonreír y a mentir, otra vez.

—Claro que no —contestó rápido y a la defensiva. Juntó los labios para esparcir el gloss cereza y bajó la mirada a su neceser para buscar un delineador. Aprovechó esa pequeña instancia dónde no lo veía y se atrevió a preguntar —, ¿y tú?

—Para nada, solo es una noche normal —respondió Adrien con voz segura.

Chloé sintió la decepción invadirla, pero no hizo caso al sentimiento y decidió pensar positivo. No era como si se destacara en pensar realmente cosas buenas todo el tiempo, pero el momento ameritaba sus mejores buenos pensamientos.

—¿Qué te pondrás hoy? — la pregunta le hizo volver al presente y levantar la cabeza para unir su mirada azulada con la verdosa de su novio.

—Aún no estoy segura —respondió, encogiéndose de hombro y haciendo hasta lo imposible en sonar normal —. Ni siquiera me has dicho dónde iremos.

—No te arregles tanto, hoy iremos en una aventura. Es mejor que vayas cómoda — informó, sonriente.

Le guiñó un ojo con coquetería y se fue, dejando una vez más a Chloé con sus pensamientos.

¿Es que acaso quería volverla aún más demente?

«Quizá solo era juego» pensó, mirándose al espejo y dándose aliento a sí misma. Si él, por un solo minuto pensaba que estar de todo desbaratada para la que juraba, sería la mejor noche de su vida, estaba muy equivocado. «De seguro solo bromea» sacudió la cabeza armándose de paciencia «¿De verdad piensa que el mejor (y tan anhelado) día, estaría de todo menos perfecta?»

Resopló divertida. ¡Ja! Como si eso fuera una opción.


***


Caminó descalza por el pasillo que daba a la sala principal. En sus manos sostenía un par de coquetos tacones plateados y brillantes, y en la otra, un diminuto bolso de fantasía. Se había dedicado a elegir cuidadosamente su vestuario esa noche. Y aunque había tardado media hora más de lo acostumbrado, luego de escarbar hasta el final de su grandioso armario, había hallado el vestido perfecto para aquella especial situación. Se sentía bonita, elegante y femenina. Radiante, para la noche que estaba segura definiría su vida.

Llegó hasta la sala y dejó las cosas que traía entre las manos sobre un sofá cercano. En el salón no había rastro de Adrien y de fondo, sólo podía oír las dulces notas y la grata voz de Nat King Cole.

Dirigió sus pasos hasta la cocina tarareando «Fascination» de forma susurrada y distraída, pero se detuvo a unas cuantas zancadas antes de llegar cuando escuchó la voz de su novio

—Oye, tranquilo, no sospecha nada — lo oyó susurrar, como si se esforzara por hacerse escuchar pero también por no ser oído. Se mordió el labio inconsciente y dejó que la emoción floreciera con ímpetu—. Está todo listo. Dejé todo preparado: las velas, las rosas, una deliciosa cena y un pianista que interpretará su canciones favoritas.

Hubo un pequeño silencio de parte del hombre, que supuso era para escuchar a la otra persona al otro lado de la línea del teléfono.

Mientras tanto ella misma se controlaba por no saltar cómo colegiala por todo el lugar de la emoción ante las palabras de su novio.

—Corte princesa —volvió a murmurar, Adrien—, con pequeños destellos en su color favorito.

Chloé se llevó la palma de la mano a la boca, tratando de ahogar un grito. Pero fue demasiado tarde y realmente inútil, el chillido emocionado ya había escapado de sus labios.

—Debo colgar, creo que...

No escuchó lo último. Empezó a dar pasos atrás de espaldas, aún con las emoción a flor de piel.

Sintió los pasos de su novio aproximarse y corrió hasta el sofá, tirándose sobre el como si su vida dependiera de ello. Se sentó con rapidez y acomodó su vestido lo mejor que pudo.

Tomó uno de los tacones y se lo puso, justo a tiempo para cuándo Adrien apareció en la sala.

—¿Por casualidad no has ido a la cocina? —preguntó dudoso.

—No, para nada —contestó, sin mirarle y enfocando su atención en ponerse el otro tacón. Tratando por todos los medios de reprimir una sonrisa —. Acabo de llegar a la sala, estaba a punto de ir a buscarte una vez terminara con los zapatos.

Chloé se levantó del sofá, aún sin querer mirarle y pasó las manos por la cinturilla de su vestido negro. Estaba realmente nerviosa y le temblaban un poco las manos. Le costó un par de segundo calmar su agitación y mirar a su novio.

—¿Cómo me veo? —preguntó con tiento y algo de timidez.

—Preciosa —respondió él, con una mirada afable y una sonrisa tierna en los labios —. Como siempre, cielo.

Chloé sonrió al escucharle.

—Y tú te ves... —dejó la frase a medias al fijarse en la ropa de su novio y su sonrisa titubeo —... casual e informal.

Terminó al final sin saber cómo sentirse a lo que recién se había percatado. Frunció en ceño, confundida. Se supone que esa noche le haría una proposición, no qué estarían listos para vagar por la calles de la ciudad en zapatillas, jeans y sudadera.

—¿Qué? ¿No me veo bien? — inquirió de forma bufona

Estaba desconcertada.

—Maravilloso —balbuceó —. Pero, ¿no vamos a cenar?

Le señaló con la mano la ropa.

—Claro que sí —declaró. Se acercó hasta ella y posó las manos sobre sus hombros—. No te preocupes, que dónde vamos la etiqueta no es importante.

La decepción se abrió paso de forma abismal. Casi como si, de repente, un balde enorme de agua fría le hubiera sido arrojado.

Se separó de sus manos y encaminó sus pasos en dirección al pasillo.

—En ese caso, es mejor que me cambie—musitó con tono desencantado.

Se sintió ligeramente tonta y un tanto ilusa.

—No hay tiempo — él la alcanzó, la volteó por los hombros y la instó a caminar hasta la puerta.

—Pero juntos, no pegamos ni con cliché —alegó, tratando de zafarse de su agarre y volver a la habitación.

Con suerte podría meterse a la cama, taparse sobre capas y capas de cobijas para ocultar su bochorno y su tonta ilusión. ¿De verdad iba en serio sus palabras en el baño? ¿Y si lo había confundido todo y realmente él no quería nada con ella? ¿O sí se había arrepentido de comprometerse luego de escucharla?

Adrien soltó una ligera risa, ante el pequeño forcejeó y el ceño fruncido y confuso que le dedicaba.

—Jamás te ha interesado lo que digan los demás, ¿por qué este cambio de actitud?

Chloé se mantuvo en silencio. Por una vez en su vida, no sabía qué decir.

Hace un par de minutos estaba a punto de dar saltitos de alegría por todo el lugar ¿y ahora? estaba confundida, totalmente desencantada y sintiéndose realmente tonta.

Fue arrastrada hasta la salida y, el nerviosismo junto con la pregunta grande e indiscreta, se volvía a colar en su mente: ¿Y si de verdad lo había malinterpretado absolutamente todo?

La ansiedad caló y en un vano intento de mantenerse cuerda, se sostuvo a la única vocecilla de esperanza que gritaba con un pequeño altavoz que no perdiera la fe en esa noche, pues si la conversación de teléfono que había escuchado a hurtadillas no hubiera significado nada, él no lo hubiera ocultado.


***


Cuándo había mencionado una cena, se imaginaba un restaurante bonito, un lugar tranquilo, con copas de vino caro, velas, flores y claro: el bendito pianista que interpretaría sus canciones favoritas.

En cambio, ahora estaban en medio de Champ de Mars, con un centenar de personas a su alrededor, sentados en el mullido césped sobre una manta de vellón estilo escocés con una pequeña cesta haciéndoles de compañía. La voz de esperanza se hallaba desfallecida en algún lugar al lado de su tontailusión. Jamás, en toda su vida, había estado tan decepcionada. Y eso, que junto al hombre que se hallaba sentado a su lado, había pasado bastantes cosas juntos.

El bullicio de la gente empezaba a molestarla con cada minuto que pasaba. Le irritaba tener a todos merodeando por todos lados, con sus voces desmedidas, sus canciones horribles, los llantos y pataletas de algunos niños y el griterío de algunas niñatas que cuchicheaban y discutían con energía tratando de estúpidamente de atraer la atención de un grupo de jóvenes que se hallaban un tanto lejos de ellas. Familias, amigos, parejas, todos hablando al mismo tiempo, aumentando el cuchicheo, su disgusto, la irritación que se acrecentaba con cada minuto y la gran decepción de esa noche. El frío era lo que menos le importaba en ese momento, estaba tan aireada y desilusionada, que incluso la brisa amena pasaba desapercibida. Aún así, recibió cada uva, queso o pan que Adrien le ofreció.

—¿Todo bien? —preguntó él, viendo a su (a veces), charlatana novia tan callada y cabizbaja.

—Todo perfecto —mintió, dándole un sorbo a su copa de vino y desviando la mirada.

Se removió incómoda, por el momento y por su pregunta. Y aún más, cuando no muy lejos un par de personas parecieron reconocerlos a ambos y, sin disimulo alguno sacaron sus teléfonos celulares y le hicieron fotografías, no hizo comentario alguno.

—¿No te parece una bonita noche? — inquirió él, tratando de hacerle conversación.

—Ajá.

Los hombros de Chloé se removieron unos milímetros en respuesta. Su respuesta acotada decía lo necesario.

—Chloé — la llamó con suavidad.

Hizo una mueca tristona, sin que él la viera, y se dio ánimos mentales para hacerle frente. Ignorando con todas sus fuerzas a las personas a la distancia que no dejaban de capturar lo que ocurría. Sabía que en un par de horas cada fotografía estaría merodeando en internet.

—¿Qué pa...?

Se volvió, pero lo que tenía frente a ella la detuvo a media frase.

Su mirada pasó de la cajita de terciopelo azul que sostenía Adrien entre sus manos, a los ojos de su amado con rapidez. Sintió el nudo crecer en su garganta de la emoción y los ojos anegarse en lágrimas. La inevitable esperanza, que se encontraba desmayada en alguna parte de su mente, de pronto despertó más energética que nunca.

—Me preguntaba si tú...

—¡Sí! — chilló con los sentimientos a flor de piel. Sin poder controlarse en lo absoluto y sin pensarlo demasiado.

Estaba en una nube y se arrojó a los brazos de Adrien llevada por la emoción. Poco le importó los ojos inquisidores y curiosos que los observaban y atrás quedaron los largos ensayos para dar una respuesta elegante. Solo disparó lo que su mente pensó y no se frenó en ser una bomba de afecto en brazos de su novio.

Lo besó por todo el rostro extasiada y le dio varios besos cortos en los labios.

—¡Acepto! ¡Acepto! ¡Acepto! — respondió en la pausa de cada toque de labios.

Adrien frunció el ceño ante las palabras de Chloé. Retiró el rostro sujeto por la manos de su novia.

—No sabía que te iba a gustar tanto ayudarme, cariño — apostilló sonriendo ante la emoción que ella había demostrado.

Chloé detuvo se ataque a medio centímetro de los labios de su novio y, sin poder evitarlo, frunció profundamente el ceño. Su esperanza y ella, se mostraron confundidas ante tales palabras.

—¿Ayudarte? ¿En qué?

Adrien sonrió y volvió a mostrarle la cajita de terciopelo.

—Ha decidir sí a Nathalie le gustará el anillo que mi padre le encargó — explicó. El rostro se Chloé se retrajo de la absoluta felicidad a la decepción —. Me pidió cuidarlo unos días hasta que decida dárselo como regalo de su décimo aniversario de matrimonio.

—Ah — emitió, retirándose del regazo de su novio y fingiendo una sonrisa.

No sabía qué más decir o cómo reaccionar. Se sentía humillada y avergonzada. Sin contar que las fotografías que había sido tomadas, levantarian un montón de escándalos por aquí y por allá.

Adrien abrió la caja y mostró un anillo bonito, precioso, que no era para ella.

—¿Pasa algo malo? — inquirió él, al ver el cambio de actitud de Chloé. Ahora estaba casi taciturna.

—Nada — mintió y le quitó la caja de las manos, para ver el anillo que había roto su ilusión más de cerca —. Es bonito.

Agregó sin sinceridad alguna. Cerró la caja de golpe y se la devolvió de mala gana. Volvió a su puesto original y evitó mirarlo. Observó a su alrededor con la fantasía de que algo ocurría y su presente bochorno se borraría por algún milagro.

—¿Segura que estás bien? — cuestionó.

—Estoy perfectamente — replicó seca y dedicándole una sonrisa forzada.

Adrien contuvo la diversión al mirarla.

—Cariño, no habrás pensado que yo...

—¡No pensé nada! — escupió a la defensiva y se puso de pie con rapidez —. Es más, estoy cansada, me quiero ir a casa. Le dices a tu padre que el anillo es bonito y que a Nathalie le encantará.

Adrien apretó los labios al verla.

Chloé se dio la vuelta para darle la espalda y marcharse con el poco decoro que le quedaba, pero su apuro no fue bien calculado y su cuerpo terminó siendo impactado contra una señora de edad considerable que llevaba una bandeja repleta de vasos plásticos. Ahogó un grito cuando el líquido frío se derramó sobre su vestido.

Adrien, unos pasos por detrás de su novia, reprimió la risa al ver el pasmo del momento.

La mujer anciana trató de disculparse con la joven afectada, mientras ésta trataba, con la punta de los dedos crespos y el rostro estoico, separar la tela mojada de su piel en un intento de evitar la sensación tan desagradable.

Chloé la miró furiosa. Y al ver las rojas mejillas de su novia, Adrien intervino en la oración de disculpas de la pobre anciana, antes de que fuera demasiado tarde y se armara un escándalo.

Sin embargo, cuando ella había pensado que su velada estaba más que arruinada y que su noche no podía ser peor, trastabilló de forma torpe con su pies y terminó de cara al suelo en medio de Champ de Mars. El mundo quedó en silencio un segundo y, al otro, varias personas comenzaron a reírse.

Intentó ponerse de pie manteniendo un poco de dignidad, la poca que le quedaba, pero su mala suerte presente hizo que su mano fuera a parar a un trozo de pastel que yacía en el plato de una pareja, que convenientemente (según pensó con amargura) lo habían puesto cerca.

Aguantó la respiración y escupió por lo bajo un insulto.

Adrien se mordió el labio al ver divertido la situación. Se acercó para ayudarla, pero Chloé lo rechazó y con toda la integridad que le quedaba, se levantó sola.

No dio más de dos pasos cuando un crujido horrible la hizo caer sobre sus rodillas, contuvo una mueca de dolor, pero no así los improperios que escaparon de sus labios. El tacón de uno de sus zapatos se había partido.

—Esto es... perfecto — masculló, sentándose en el piso y quitándose el zapato roto de mala gana.

Le dio una mirada rápida y luego se puso de pie.

Cogió con un solo tacón puesto, mientras llevaba el otro en la mano. Tenía muchas miradas sobre ellas. Algunas más divertidas que preocupadas y ya podía imaginarse los tabloides de mañana: Chloé Bourgeois pierde el glamour y se humilla delante de centenares de personas.

Se sentía avergonzada de pies a cabeza, pero siempre mantuvo el mentón en alto.

—Cariño, déjame ayudarte — dijo, Adrien, tomándola de la cintura.

Se lo quitó de encima de malas.

—Estoy bien — contestó, sintiéndose una verdadera estúpida.

Había malinterpretado todo. Todos los detalles y cada pensamiento... y el bochornoso presente lo demostraba. Primero que nada; sus atuendos no pegaban ni con cola. Se veían contrarios el uno del otro y aunque ese era el menor de sus males, el que aquel anillo no fuera para ella, fue lo que rebasó el vaso de la noche tan patosa y poco ortodoxa de cómo se había imaginado una velada ideal, que por supuesto, no fue más que su propia ilusión.

Algunas lágrimas de humillación ardieron en sus ojos, pero no lloró. Había tenido suficiente por una noche. Demostrar aún más, no iba con ella.

Él caminó por unos pasos por detrás, viendo su postura recta y su cojera graciosa. Y por supuesto, omitiendo cualquier comentario sobre lo que había ocurrido. Su mente comenzó a maquinar con rapidez mientras la observaba alejarse. Y, una vez ambos se subieron al automóvil en el más frío de los silencios, es qué decidió jugar sus cartas.


***


Después de un corto viaje, más que nada cortado por las canciones de la radio que sintonizó Chloé para evitar a toda costa hablar con Adrien, es que aparcaron cerca de Pont Notre-Dame.

Ella, que iba más absorta en sus pensamientos que nunca, solo se dio cuenta que habían parado cuando la puerta a su lado se abrió.

—Vamos a dar un paseo — pidió Adrien, con un pequeña sonrisa.

Chloé trató de cerrar la puerta y se excusó.

—No tengo zapatos, ¿recuerdas? Es mejor que vayamos a casa. Estoy cansada.

Él sonrió con diversión ante el gesto molesto de su chica.

—No importa, utiliza los míos — se quitó las zapatillas y en un acto rápido, se las puso en esos pequeños pies.

Ella, en un acto rebelde, trató de evitarlo. Aunque no tuvo éxito alguno. Él era rápido y eficaz. En un momento estaba descalza y al otro con un nuevo, y para nada ortodoxo calzado.

—Perfecta — declaró al verla con sus zapatillas. Vestido y zapatillas, en ella se veían bien. Pero no había que darle crédito a la ropa, ella por sí sola era estupenda—. Afuera, señorita.

Chloé hizo una mueca al salir del carro. No había mentido del todo cuando había dicho que estaba cansada. Las emociones de esa noche había sido una maldita montaña rusa, que había terminado con ella mucho más que abochornada y, estaba segura, con unas vergonzosas fotografías en la red que recaerían sobre sus hombros mañana.

Contuvo un suspiro.

Ya nada podía salir peor. El desánimo y la molestia estaba presente, pero aún así caminó a su lado en silencio, evitando su mirada y conteniendo las lágrimas de disgusto.

Luego de unos minutos de mutismo entre ambos, ella se atrevió a hablar.

—¿Qué hacemos aquí?

Él contuvo una sonrisa y dejó escapar un largo suspiro. En respuesta, contestó con una pregunta que la desconcertó un poco.

—¿Chloé, que esperabas de esta noche?

Paró a medio paso y no puedo evitar tensarse. Mantuvo la mirada al frente, sin atreverse a mirarlo nuevamente, y con un poco de titubeo, prosiguió caminando.

«¡Que me pidieras matrimonio!» gritó en su interior.

—Nada — mintió.

Ella lo escuchó reír por lo bajo, y antes de preguntar la gracia que no veía por ninguna parte, él se adelantó justo frente a ella, haciendo que sus pasos frenaran.

Chloé tragó con nerviosismo cuando reunió su mirada con la de ese hombre. Y, aunque miró alrededor en un intento de distracción, agradeció que las personas que paseaban y se encontraban en ese lugar, parecían no reconocerlo.

Unas manos cálidas, grandes y familiares, tomaron las suyas e hicieron volver la atención. Levantó la mirada y observó cómo los ojos de ese hombre se mantenían gachos, observando sus manos unidas y jugando ligeramente con ellas.

Su estómago se apretó de la ansiedad.

—Yo te diré lo que esperabas... — susurró en voz baja, levantando la mirada de sopetón. Se quedó sin aliento —; Tú, mi dulce niña, esperabas un anillo parecido al de Nathalie y una propuesta, ¿no es así?

Abrió los ojos con desmesura por sus palabras, que si bien eran ciertas, no pensaba que podían ser más vergonzosas. Se sonrojo sutilmente y guardó silencio. Pero, la espera de su respuesta le obligó a abrir la boca.

—Yo... no... es que, no... — balbuceo algo avergonzada.

Adrien sonrió. Separó una de las manos y tomó del mentón a Chloé para que enfrentara su mirada, cuando ella la desvió.

—No tienes porque sentir pudor— murmuró.

Chloé tragó, con nerviosismo.

—Yo creí que tú... ya sabes, que tú... — empezó a balbucear de nuevo, pero luego guardó silencio. Quizá si decía sus deseos en voz alta, Adrien se espantaría. Nada le daba más miedo que asustarlo. Ya había pasado por esa inseguridad una vez, y si bien las cosas había acabado de una excelente forma, no podía arriesgarse a cometer un error que podría destruirlo todo —. Nada. Yo no creí ni pensé nada — zanjó el tema —. Esto es absurdo. Es mejor que nos vayamos a casa.

No se lo iba a decir, no iba a aceptar el hecho que era una tonta ilusa con aires de princesa de cuento buscando su «Y vivieron felices por siempre». Ya se sentía demasiado idiota como para qué además todo se volviera incómodo.

Estaba visto qué Adrien aún no daría el paso, al menos no con ella ni en ese instante.

Se soltó de sus manos y dio la vuelta para escapar de aquella noche absurda y más que patosa, pero en un movimiento rápido Adrien la hizo voltearse de nuevo.

—¿Lo hacemos de la forma convencional? — inquirió con una sonrisa burlona, postrando una rodilla en el suelo.

A Chloé se le cortó la respiración y empezó a temblar como una gelatina, con un enorme nudo en el estómago. Aquel acto le había tomado por sorpresa.

—Chloé Bourgeois — pronunció con calma—, eres muy dramática y muchas veces creas películas en tu mente que son del todo extrañas.

Hizo una mueca divertida al decir lo último y Chloé frunció el ceño al oírlo.

Sí se trataba de otra ingenua ilusión se arrojaría al Sena.

Miró a su alrededor un segundo: un par de parejas habían frenado su paseo para observarlos. El tirón sútil de Adrien, la hizo volver a verlo.

—Pero te adoro — sentenció. Y a ella, se le cortó la respiración —. Es por eso que hoy quiero entregarte esto en señal de mi amor hacia a ti.

La soltó por un instantes y sacó de su pantalón una caja rectangular de gamuza roja.

Mientras abría la caja con lentitud, a Chloé se le aceleró el corazón y se llevó las manos a la boca conteniendo la emoción y las lágrimas. ¿En verdad eso estaba ocurriendo?

Sin embargo, cuando en lugar de un anillo encontró una pulsera de plata, su ánimo cayó por los suelos. Esto debía tratarse de una broma.

Le dio la espalda a Adrien.

—¿A dónde vas? — preguntó al verla alejarse.

—Si me permites, tengo que tirarme al río — contestó sin mirarle.

Adrien se levantó del piso y se largó a reír. Era una risa fuerte e incontrolable. Algo que por supuesto llamó la atención de Chloé. Las personas que habían observado la escena unos segundos, siguieron su camino ignorándoles.

—¿Por qué te ríes? — inquirió devolviéndose un par de pasos y esquivando a un grupo de personas para poder mirarlo.

Adrien negó con suavidad y alzó las manos a sus costados señalado el lugar.

—¿Crees que te traje precisamente a este lugar solo para esto? — sacudió la caja roja que aún sujetaba.

Chloé frunció el ceño y se cruzó de brazos.

Susto, molestia e irritación, encabezanban la lista de sus confusos sentimientos por tan momento.

—Sí. Al igual que solo me llevaste a los Campos de Marte para colapsarme de ruido — replicó airada.

—Eres tonta a veces, Chloé — apostilló, mirándole con una sonrisa dulce en los labios. Iba a replicar, pero él se adelantó —. ¿No crees que traerte al lugar dónde nos conocimos es para mucho más que para entregarte una pulsera?

No dijo nada y se dedicó a mirarlo a la espera de que continuara. No estaba dispuesta a abrir la boca y ilusionarse otra vez con algo que no sucedería. Había aprendido la lección, lamentablemente, en múltiples ocasiones esa noche.

—Chloé Bourgeois — volvió a repetir caminando hasta ella —, este lugar fue testigo de nuestro primer encuentro, nuestro primer beso, nuestra primera pelea y nuestra posterior ruptura.

No apartó la mirada ni un solo momento mientras acortaba la distancia.

—Pero también fue testigo de nuestro reencuentro, parte de nuestra reconciliación — pronunció de forma pícara alzando una ceja y Chloé se sonrojó— y, nuestro primera confesión de amor...

Se mordió el labio y se inclinó un poco para que su nariz tocara la de ella.

Chloé aguantó la respiración y sintió la respiración de Adrien calentarle el rostro.

—Hoy quiero que sea testigo de otra primera vez — continuó en un susurro. Ahogando su mirada con la mujer que amaba —. Quiero estar contigo siempre, cariño. No hay duda que me has robado el corazón y estoy más que seguro que esto es lo correcto.

—¿Esto? — balbuceó, con torpeza.

Adrien sonrió. Le dio un corto beso en los labios y luego volvió a postrar una rodilla en el suelo.

Chloé ahogó un exclamación.

—No es la pedida de mano ideal y debo de confesar que tenía algo mucho mejor preparado para mañana en la noche. Pero visto que hoy no ha sido la noche más perfecta, y por consecuencia, para nada buena: me arriesgaré a por todo — se excusó un poco avergonzado.

Reprimió las nuevas lágrimas asomándose con descaro y contuvo la respiración. No puedo evitar morder su labio con fuerza y observó con una mezcla de recelo y desconcierto, como la cajita roja era reemplazada por una aún más pequeña de color negro. En su interior, el pensamiento de aprehensión tomó lugar y prometió, que si esa naciente e insistente ilusión que Adrien acababa de dar rienda suelta, era falsa: Lo lanzaría a él de cara al río y no se arrepentiría.

Sin embargo, tan pronto como su cautela se había colado en su desbaratada mente, se esfumó de un plumazo cuando él extrajo un precioso y delicado anillo de la caja.

Se llevó una mano a la boca y exhaló una bocanada de aire por la sorpresa. Sin pensarlo demasiado, asintió de manera automática y con fervor, reteniendo las lágrimas que amenazaban con más fuerza que nunca en asomarse.

—Espera un segundo— interrumpió Adrien, con una sonrisa divertida. Chloé frenó de sopetón y le miró con desconfianza. Si salía con otra bromita de camino, cumpliría su promesa —. Tengo que hacerlo de la manera correcta.

Se inclinó para tomar la mano de Chloé y le besó el dorso con delicadeza.

El corazón le iba a una velocidad alucinante y peligrosa en el pecho y los labios le temblaban, reteniendo las palabras.

Varias personas que por allí pasaban se quedaron contemplando la escena conmovidos. Y algunos pocos que los reconocieron, sacaron los celulares para filmar el momento.

—Nos conocimos por accidente cuando éramos niños, nos enamoramos producto de un incidente y rompimos por una contrariedad — declaró. Luego se dio un segundo para tomar aliento al darse cuenta que la voz empezaba a fallarle por los nerviosismos que se apoderaban de él y que ver los ojos cristalizados en lágrimas de su novia, estaban provocando que también quisiera llorar —. Hoy quiero hacerlo distinto; No te diré lo mucho que te amo, porque aquellas palabras jamás podrán abarcar todo lo que siento por ti.

Las primeras lágrimas corrieron por las mejillas de Chloé al escucharlo y Adrien se conmovió.

En el fondo se escuchó un par de suspiros ilusionados de parte del público que empezaba a rodearlos. El centro de atención estaba completamente en ellos y, por una vez esa noche, a ella le dio completamente igual

—No te diré que te prometeré estrellas, cuando puede que en nuestra vida haya momentos oscuros y sin ellas — prosiguió nervioso —. Tampoco juraré amarte solo en esta vida, cuando te amaré incluso más allá de ella — tragó un nudo para poder continuar —. Pero si prometo estar contigo siempre. Quererte más con cada día que pase y adorarte eternamente. Por qué no sé qué sería mi vida sin ti. Es por esto, que está en mi confesión de amor; extraña y descabellada. Una confesión descomunal, al igual de lo que siento por ti, cielo... — tomó una bocanada de aire para darse valor —. Asique, despues de todo lo que he dicho... Chloé Bourgeois, ¿me concederías el honor de ser mi esposa y permitirme amarte durante todos los días que nos quedan juntos?

Todo el mundo enmudeció alrededor esperando la respuesta.

Adrien se removió nerviosos a pesar de sonreír.

El rostro de Chloé se volvió serio por un segundo.

—No... — contestó y el mundo de Adrien cayó. Sin embargo, antes de que pudiera desmoronarse por completo por tal rechazó, ella rió por lo bajo al verle el rostro y agregó —; No me has dejado ni prepararme bien para todo esto.

Señaló su ropa manchada y las zapatillas, por no mencionar su cabello que para esa hora era un desastre. Le dedicó una sonrisa ladina, casi burlesca. Era darle una dosis de su propia medicina, al ilusionarla unas cuantas veces aquella noche. Aunque, en realidad ella misma se había ilusionado sola. Sin embargo, su lado vengativo quería darse un pequeño regocijo de venganza al ver la cara alarmada de su novio.

Un suspiro colectivo llenó el ambiente y Adrien lo acompañó con otro de alivio. Se levantó del suelo, pero antes de ponerle el anillo buscó una afirmación.

—¿Eso es un sí? — preguntó por las dudas.

—Sí. Es un definitivo — sonrío —, completo y rotundo sí. Acepto casarme contigo.

Esta vez, el mundo a su alrededor explotó en una hilera de aplausos de felicitación.

Adrien le puso el anillo a Chloé con una sonrisa emocionada y antes de que la besara como Dios manda, Chloé se adelantó llena de fervor. Se puso de puntillas sobre las zapatillas y tomó el rostro de su -ahora- prometido y le dio un beso apasionado en los labios dejando en aquel, toda la felicidad del momento que sentía.

Era verdad no había sido la propuesta más ideal en el momento más adecuado, pero lo mismo le dio. No importaba la ropa, las velas, el vino o la música, solo importaba él. Su promesa, su propuesta y su emoción... Y el amor que sentían el uno por el otro. Que por supuesto, no era solo una tonta ilusión. Era una verdad concreta y real, que le desbordó el corazón.

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Espero les haya agradado este pequeño y patoso relato. No es perfecto, pero se hace el intento.
Si les sacó al menos una sonrisa, aunque sea mínima, mi trabajo esta hecho :)

Se despide, con mucho cariño,

Sami😘

-Publicado originalmente el 21 de Abril de 2018
-Corregido el 2 de Septiembre de 2018
-Re-corregido el 21 de Noviembre de 2019
-Re-Re-corregido en 12 de Abril de 2020

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