━ one: the death in his eyes
LA MUERTE EN SUS OJOS
❨ capítulo uno ❩
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La vida puede dar muchas vueltas y eso Valeska Valentine lo tenía muy claro. En un momento estaba en el techo de un edificio apuntando a un hombre con un arma, y al otro tomando un avión hacia Bucarest con intenciones de huir de los hombres de su madre.
La mayoría de las personas de 26 años estaban trabajando, estudiando, de fiesta con sus amigos o incluso formando su propia familia. Pero Valeska no hacia nada de eso. Después de todo, ¿que podía hacer una persona que había sido manipulada por su madre adoptiva desde los ocho años?
¿Cómo había pasado eso? Simple... Bueno, no tanto. Valeska y sus padres habían tenido un accidente de auto durante una noche que iban al cine. Sus padres murieron pero ella pudo sobrevivir, aunque por poco. Las dos semanas siguientes las pasó en un orfanato hasta que una mujer muy elegante la adoptó. Los primeros meses fueron tranquilos y no hubo nada raro. Ivayla Volkovitch la había tratado verdaderamente como a una hija. Pero apenas Valeska dejó de llorar por sus padres, fue cuando todo comenzó a cambiar.
Su "madre" se había encargado de convertirla en toda una señorita, pero también en una mujer capaz de matar sin sentir remordimiento alguno. Le había dicho que "la belleza era el arma más fuerte contra un hombre", así que a Valeska jamás se le dificultó nada, pues Ivayla la había convencido de que era hermosa hasta que ella jamás dudó de su atractivo.
Pero tarde o temprano todos se acaba, y Valeska debía saber que la suerte no siempre estaría de su lado. Durante una de sus misiones fue atrapada y por poco asesinada. Y durante esos segundos en que la bala pasaba frente a ella, toda su vida se reprodujo en su mente como una película, y al fin pareció ser consiente las cosas malas que había hecho.
Y claro, lo más sensato que podía hacer era huir. Así que lo hizo.
Quería comenzar una nueva vida. Una donde ella tomara sus propias decisiones, sin asesinos, sin personas malas, sin recibir órdenes. Solo importaba ella y nadie más.
O así fue por algún tiempo.
Habían pasado apenas tres meses desde que Valeska consiguió un departamento en Bucarest. No era tan grande, pero si lo suficiente para una persona. Tampoco tenía muchas cosas, sus muebles consistían en una pequeña cama en una esquina, una mesa con tres sillas, un pequeño sofá individual, un televisor, estufa, refrigerador y alacena, claro, además del estante con algunos libros y el mueble donde guardaba su ropa. No era tan cómodo y ni de cerca se asemejaba al lujoso modo de vida que llevaba meses atrás, pero era mejor que no tener nada. Además, considerando que estaba huyendo, Valeska no podía permitirse establecerse en un lugar en caso de que tuviera que escapar nuevamente.
Agradecía haber tomado el dinero de la caja fuerte de su madre antes de huir. Era lo suficiente para mantenerse algunos años, pues Ivayla no era precisamente una persona escasa de dinero. No había sentido remordimiento, no era la primera vez que lo hacía.
Aquel día había sido normal. Al menos lo normal que podía ser un día en la vida de Valeska. No hubo problemas ni pesadillas. Le fue bien en el trabajo, compró una bolsa de chocolates de camino al departamento y pudo terminar de ver la película que había estado posponiendo desde hacía días. No podía pedir nada más.
Tal parecía que sería una noche tranquila para ella.
Desde la cama, levantó la cabeza para ver el reloj que colgaba de la pared. Suspiró. Era casi la una de la mañana y no podía conciliar el sueño. Se dijo mentalmente que la próxima no comería tanto dulce.
El silencio solo fue roto cuando, al cabo de unos diez minutos más, un golpe proveniente del departamento de al lado se escuchó, seguido de pequeños gritos. Valeska suspiró. No era la primera vez que escuchaba aquello, su vecino solía ser muy ruidoso.
No lo conocía de nada, y la única vez que lo había visto de frente fue un sábado en la tarde que él llegó, solo con una mochila en los hombros, para ocupar el departamento de al lado que hasta ese momento había estado vacío. No había vuelto a verlo desde entonces, excepto cuando se lo topaba de vez en cuando en las mañanas que se iba a trabajar. Pero jamás habían cruzado palabras. Los primeros días ella lo saludaba, pero él no escuchaba o tal vez si pero prefería ignorarla, así que con el paso de los días dejó de hacerlo.
Apenas una semana después de que él llegó, las noches de Valeska comenzaron a ser interrumpidas por los gritos y golpes al otro lado de la pared. Los primeros días consideró ir a preguntar si estaba bien, pero él parecía no querer relacionarse con nadie, así que se contuvo, y con el tiempo dejó de importarle.
Pero aquella noche fue diferente.
Siempre parecía que él ahogaba sus gritos con algo, pero esa noche estos se escucharon más fuerte que los demás. Luego vinieron los golpes y el sonido de cosas al caer, y cuando Valeska verdaderamente se preocupó, fue cuando los gritos cesaron y el sonido de golpes paró.
Tal vez no estaba solo. Tal vez había alguien más.
Con la duda envolviendo su ser, Valeska se puso de pie, sin molestarse en ponerse zapatos, tomó una daga que tenía en su mesita de noche como precaución, y salió del departamento para dirigirse a la puerta de al lado.
—¿Hola? —dió tres toques a la puerta, sin recibir respuesta alguna. Dentro de escuchaba una respiración agitada—. Oye, ¿estás bien?
Nuevamente, no hubo respuesta. En cambio, escuchó a alguien arrastrarse y luego el sonido de algo de cristal romperse.
—Okey, voy a entrar.
Puso la punta de la daga en donde se supone debe ir una llave, y luego de un par de segundo escuchó un click que indicaba que el seguro había sido retirado. Cuando abrió la puerta, todo estaba completamente oscuro así que tanteó hasta encontrar en interruptor de la luz. Al encenderla, se encontró con que había unas cosas tiradas en el piso y varios vidrios también. En una esquina estaba un colchón pequeño, y al lado de este un hombre.
Valeska se asustó.
Y no, no fue por el hecho de que el brazo izquierdo del hombre había sido reemplazado por uno de metal junto a las cicatrices en su hombros donde este se unía con la carne. No. La razón de que se asustara fue verlo hecho un ovillo en el piso, temblando y sin poder respirar bien. Valeska lo entendió a la perfección, no porque hubiera visto a personas pasar por eso antes, sino porque ella misma sufría aquello desde hacía algunos años.
Estaba teniendo un ataque de ansiedad.
Soltó la daga, que hizo un sonido al caer al piso, y se apresuró a rodear las cosas tiradas para acercarse a él.
—Oye, ¿estás bien? —al instante se sintió estúpida por aquella pregunta, era obvio que no estaba bien—. No, lo siento. Obviamente no lo estás.
Valeska se puso nerviosa conforme pasaban los segundos, sin saber que hacer. Jamás había tranquilizado a nadie más, ni siquiera ella misma sabía lo que hacía para hranquilizarse.
—Respira —dijo suavemente—. Inhala, exhala —le hizo una demostración.
Pero él siguió temblando, con las manos en su cabeza y luchando por tomar aire. Desde donde estaba, Valeska podía escuchar su corazón latiendo descontrolado.
—Okey, okey —balbuceó. Puso ambas manos en los brazos del hombre, sintiendo la frialdad que desprendía en brazo izquierdo—. Tranquilízate, ¿si? Cuenta del uno al diez, ¿podrías hacer eso por mi?
Lo miró con nerviosismo. Al no obtener respuesta, se arrodilló frente a él, quitándole el cabello que tenía pegado a la frente por el sudor, y lo miró a los ojos. Pero al hacerlo se dio cuenta de lo mal que estaba. Estos estaban casi vacíos, reflejando solo sufrimiento... y muerte. Y Valeska lo sabía porque era lo mismo que veía ella cuando estaba frente al espejo. Así que, como último recurso, lo rodeó con sus brazos y lo atrajo hasta su pecho.
Él se tensó, pero no se alejó. Valeska supuso que estaba demasiado sumido en las horribles sensaciones como para empujarla lejos.
—Shh... —susurró cuando escuchó su respiración agitada. Lo atrajo más cerca de si, pegando su cabeza justo en la zona de su corazón—. Escucha mis latidos, solo concéntrate en ellos.
Mientras él trataba de hacer lo pedido, Valeska acaricio su cabello y comenzó a tararear una suave canción. Recordaba vagamente que su madre se la cantaba en las noches, cuando era niña. Aquellos años en que sus preocupaciones sólo eran comer y salir a jugar con los demás niños, cuando no debía estar alerta por una posible amenaza y en lugar lo estaba por saber cuando pasaría el carro de los helados. Esos años en que Valeska era una niña, normal y feliz.
Y luego, cuando la respiración del hombre se tranquilizó y lo sintió dormido en su pecho, supo que no eran tan distintos. No lo conocía de nada, pero con tan solo ver el terror en su mirada sabía que tenían más en común de lo que podía imaginar.
Estiró el brazo para tomar una manta que estaba cerca y como pudo la puso sobre el cuerpo del hombre. Siguió tarareando suavemente, como si quisiera tranquilizarlo a pesar de saber que ya estaba dormido.
Y mientras el sueño le ganaba, Valeska prometió quedarse cerca de él. No le importaba si no se conocían, no le importaba si ella no le agradaba o si había huido con la esperanza de tener una vida tranquila sin ningún tipo de problemas. Valeska se quedaría, y juraba cuidarlo con todo su ser.
Porque no era más que un hombre asustado que, al igual que ella, buscaba algo a lo que aferrarse.
Porque le habría gustado que alguien hubiese hecho lo mismo por ella.
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