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9: Migajas del pasado


Podrían haber pasado siete siglos, y todavía recordaría su manera característica de comer muffins. Siempre desde abajo, engulléndolos de adentro hacia afuera, porque afirma que la parte superior es mucho más rica. No se lo refuto. Yo me como el mío de manera normal mientras intento recordar la última vez que me sentí tan llena de vida, y ni siquiera se me cruza por la mente.

Está cambiada y a la vez es igual, su cabello es kilómetros más largo que antes, y es más alta y ancha, pero sus mejillas infladas son las mismas, también sus ojos. Su voz, su sonrisa. ¡Todavía no puedo creer que esté viéndola frente a mí, en carne y hueso!

Por momentos pensé que era un sueño, una ilusión de algo que había podido llegar a existir si no me hubiera dejado.

Pero no, Mirella es real y está aquí frente a mí comiéndose su muffin al revés. Sentada en un columpio mientras lo mece con sus pies apoyados en el suelo y me ve como si tuviera algo raro en la cara.

Todo es real, desde su acento hasta la punta de sus pestañas. Ya no está húmeda, pero sigue con el vestido pegado al cuerpo. Todavía lleva el collar, no lo ha tocado desde que se dio cuenta de que yo era yo, y yo me di cuenta de que ella era ella.

—Deberíamos aprovechar que hoy es mi último día libre —Interrumpe mis pensamientos, sé que estaba hablando antes, pero andaba muy ocupada tratando de creerme lo que está ocurriendo.

—¿Último día? No entiendo. —La miro extrañada y siento un nudo en el estómago, esa palabra no me gusta y la realidad me da una bofetada. Demasiado hermosa para ser verdad.

—Mañana empiezo clases, a las siete.

—¿Clases? ¿En Las Academias? —Estoy apunto de devolver lo que acabo de comer.

—En una de ellas, Panorama.

He visto los edificios varias veces, creo que es el blanco. No sé qué hacen ahí dentro, nunca antes me había interesado. Sé lo del estrés que generan y lo mucho que los humanos las detestan. Pensar que Ella tendrá que lidiar con eso me molesta. ¿Lo sabrá ella?

—Se supone que brinda preparación extra y tiene acuerdos con varias universidades para entrar sin hacer examen de admisión —Aparenta estar feliz, pero tiene cara de niño regañado; entonces suspira—. De todos modos no es como si me interesara demasiado. —confiesa al final. Claro que no, por eso se lanzó de un acantilado antes de comenzar.

—¿A qué hora vas a salir? ¿Cuántas veces tienes que ir? —Mi corazón late con fuerza, recién recupero la única amistad verdadera que he tenido en mi vida y ya hay signos de que podría perderla de nuevo.

—A las cuatro, de lunes a viernes y dos sábados durante el mes —me contesta y se encoge de hombros, quizás para ella esas cosas son evidentes.

Me pongo de pie de un salto, porque entonces no hay tiempo que perder. Termino mi muffin, tomo su mano y la halo. El columpio sale disparado hacia atrás y casi golpea en sus piernas, río. Ella también termina de comer y luego se limpia las migajas de su vestido, las cuales solo viajan hasta sus botas negras y se estancan ahí. Las entiendo, yo tampoco quisiera marcharme si fuera ellas.

Hay algo extraño en todo esto, no han pasado muchas horas desde que la encontré y todavía no ha dicho una palabra respecto a lo que ocurrió anoche. Está aquí, actuando como si nada. Supongo que podría decir lo mismo de mí, porque incluso me siento renovada, como si no hubiera pasado un día sin verla.

«Tal vez sea mejor dejar las charlas negativas para otro día.»

El sol ha comenzado a brillar con fuerza, por suerte el bosque nos mantiene frescas.

Bostezo e intento sacarme el sueño de la cabeza, Mirella tiene razón, tenemos que aprovechar este día como si no existiera ningún otro, y al diablo lo demás.

Desecho todo, todo lo que no es importante, todo lo que no es relevante. Luego lo retomaré, sí, pero sé cuáles son mis prioridades. No tiene sentido hablarle de los pensamientos horribles que rondan mi cabeza. ¿Para qué? Si ya está bien, estamos juntas, eso es lo único que existe en este momento.

Me cuenta más sobre su vida, la que comenzó cuando desapareció de la mía. Resulta ser que en Las Américas las cosas son distintas, la gente es diferente y los edificios dejaron de tener colores hace años. Su acento es una mezcla entre los varios países en los que vivió, pisó al menos una vez cada América y sabe hablar dos idiomas más.

Allá también existen escuelas humanas, como acá. Me reconforta saber que ella no tuvo que asistir a una hasta hace tres años. Sonrío, porque sé que entonces logró disfrutar un poco más de su niñez que la mayoría.

Ella ha sido especial toda su vida. Quizás la razón por la que nos llevamos tan bien es porque yo siempre he sido un poco más humana que el resto de los avins, y ella es un poco más avin que el resto de los humanos.

Incluso ahora, después de años sin haberla visto, siento como la magia única que la rodea me rodea a mí también. Parece una neblina muy fina y casi visible a la vista que nos conecta de una manera que nadie más entendería.

Esa sensación que siempre estuvo presente, ese hilo misterioso que nos ató desde el segundo en que comenzamos a existir. Quiero contarle todo, pero me guardo el dolor, porque con ella de nuevo en mi vida, lo malo es algo del pasado.

Le hablo de los rituales y de Los Grandes. Describo los platos exóticos que Anastasia cocina cada vez que viene a reunirse con Madre, de lo dulce que es ella con todos. Su mirada está perdida en algún punto tras de mí. Cuando empiezo a contarle de sus estrellas y de aquella vez que bajó el cielo hasta el observatorio me interrumpe.

—¿Sabías que si utilizas tinta azul es mucho más probable que memorices lo que escribas? —me dice, la miro extrañada.

—¿Uh?

—Sí, es cierto. Lo leí en un blog y comencé a hacerlo —Luce orgullosa, como si acabara de descubrir algo trascendental—. Gracias a eso logré entrar en Panorama.

Río, ella también, es tan absurdo y cómico que no podemos hacer algo más. Pronto me olvido de las estrellas y de Madre, los pensamientos sobre nosotros dejan mi cerebro y me enfoco en ella.

«¿Será verdad eso de la tinta azul?»

Me da fastidio pensar en tener que memorizar cosas solo para entrar a un lugar en el que me van a hacer memorizar más. Suena casi como un ritual peor que el nuestro, aunque al menos se preparan con mucha más antelación.

Odio admitirlo, pero Mirko tenía razón, como siempre; ser humano sí que debe ser complicado.

Y aun así no puedo evitar pensar en todas las aventuras que ha vivido, una más increíble que la otra. Mientras yo he estado aquí, sola. Un sabor agridulce llena mi boca, y estoy segura de que no tiene nada que ver con el muffin que me comí hace un rato.

«Será mejor no pensar demasiado en eso.»

Prefiero enfocarme en su mano y lo cálida que es, lo bien que encaja en la mía. Siento su sangre bombeando a través de su muñeca y me hace sentir viva. Su fragancia, nunca antes había olido algo así. No puedo dejar de reír y sonreír como estúpida porque todavía me cuesta procesar lo suertuda que soy al tenerla en mi vida de nuevo. ¿Acaso ella lo sabrá?

—... y allá la playa es distinta, porque a veces está tan fría que se convierte en hielo. — Sus palabras me devuelven a la realidad.

—¿Es esa la razón por la que te marchaste? —Niega con la cabeza y parece que va a vomitar.

Aprieta sus labios e inhala, su sonrisa se ensancha y sus ojos se abren mucho más de lo que pensé posible. Niega con la cabeza y aclara su garganta.

—¡Ya sé! ¿Sabes qué sería super genial? —Es casi como si también estuviera tratando de olvidar algo.

—¿Ir el viejo arroyo a ver lo que ha lanzado la gente?

—¡Ir al viejo arroyo a ver lo que ha lanzado la gente!

Lo decimos al mismo tiempo y reímos con tanta fuerza que tenemos que detenernos a respirar por unos segundos.

Cuando estábamos pequeñas solíamos recolectar cualquier cantidad de tesoros que nos encontráramos allí.

Es como si estuviéramos volviendo a vivir todas esas experiencias mientras caminamos, sin hablar, solo sonriendo.

Y sé que ella piensa lo mismo.

Los humanos en Aldoba tienen el hábito espantoso de lanzar cosas en el río, solo para verlas flotar lejos mientras se alejan. Jamás he vuelto al arroyo en donde todo termina acumulado.

Solíamos encontrar relojes y muñecas, páginas de cuadernos con la tinta demasiado corrida como para comprender lo que decía. Una vez incluso un anillo de matrimonio con un diamante muy pequeño.

Ella me contó que su madre le dijo que muchos hacían eso para liberarse de malos recuerdos. Su padre, en cambio, decía que todos eran supersticiosos en un pueblo como Aldoba. Yo a veces veía esos pequeños tesoros e intentaba comprenderlos, darles la oportunidad que sus dueños no les dieron. Verlos con ojos distintos.

En parte me siento identificada con ellos, siendo alejada de todo y de todos en contra de mi voluntad, intentando que me den una oportunidad.

Volteo y la veo, está callada y cuando se da cuenta de que la estoy viendo toma mi mano otra vez, y me dedica la sonrisa más pura que he visto en mi vida. El arroyo está justo bajo nosotras y al pensar en todas las maravillas que podemos encontrar me doy cuenta de que yo también tenía un recuerdo perdido.

Pero ha vuelto.

Algo tan especial, un lazo tan fuerte que nadie jamás podría romper. Sus ojos me dicen lo mismo.

El mundo es un lugar mejor ahora que estamos juntas.

Muffins: también conocidos como ponqués, tortas o magdalenas.


¿Qué opinas de la amistad de Elara y Mirella?

¿Cómo comes tú los muffins?

¿Hay algo que lanzarías al arroyo?

¿Te gustaría estudiar en Las Academias?

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