8: Caracoles en tu cabello
No es momento de volver a casa, al menos no lo siento así. No comprendo cómo, de pronto, todos parecen estar en mi contra. No creo haber hecho nada malo, distinto a lo usual; pero aún así las cosas han cambiado de la noche a la mañana, sin explicación.
«Y quiero llorar de nuevo.»
Intento recordar la última vez que estuve aquí, pero se me hace imposible. De pequeña, buscaba cualquier excusa para ir al acantilado y poder mirar la ciudad desde la cima, el punto más elevado de ella. Se me había olvidado cuánto extrañaba la brisa del mar, el sonido de las olas, sobre todo a estas horas. Queda lejos y sé que no estoy acostumbrada a caminar tanto, pero no tengo apuro en volver a casa.
De nuevo las imágenes que no entiendo vuelven a mi mente, recuerdos de una Elara feliz que no sé si llegó a existir. Una vida menos complicada, en la que no me sentía tan sola.
Camino por la orilla, pisando las olas, deteniendo la espuma de mar entre mis dedos y devolviéndola a su dueño antes de que llegue a tocar mi piel. Me pregunto si seré la única de nosotros que pasa por una situación parecida, que no está feliz todo el tiempo. Y mientras más pienso, más me doy cuenta de que me parezco menos a los míos y más a ellos.
«Ellos, con más preocupaciones que horas en el día.
Nosotros, con nuestra pequeña comunidad perfecta y sonriente.
¿En cuál encajo más?»
Suspiro porque no me gusta pensar en ello, en que quizás la creación se equivocó conmigo. Mientras las olas retumban en mis oídos cierro mis ojos y trato de dejar esa actitud a un lado, ¿por qué tiene todo que ser blanco o negro siempre?
Aprovecho de balancearme y sentir la sal en mi rostro. Esta vez no me ocupo de apartar las gotas, me reconfortan. Me descalzo y comienzo a caminar hacia adelante, solo lo necesario para empaparme hasta los tobillos.
«Quizás un poco más.»
Abro los ojos, cada vez hay menos oscuridad, a pesar de que el mundo siga en penumbra. El silencio que reina abrumaría a cualquiera, pero a mí me agrada. Las olas chocando contra las rocas, las hojas de los árboles moviéndose con la brisa, el latido de mi corazón y un lloriqueo que trae el viento.
Inhalo el salitre y estoy a punto de sentarme en la arena cuando asimilo lo que ocurre. Miro a mi alrededor, pero no hay señales de vida.
«¿Me he vuelto loca?»
Quizás es solo eso, el viento, como en las películas que ve Mirko.
«En ellas siempre hay algo más, escondido entre las sombras.»
El llanto es lejano y apenas distingo las siluetas de lo que me rodea, comienzo a caminar por el borde de la playa de nuevo, intentando acercarme a su fuente.
Me duele la cabeza, y el pecho.
He escuchado las historias que cuentan algunos de los chicos por las noches, cuando piensan que no los oigo. ¿Y si andar sola todo el tiempo no es tan buena idea como yo pensaba?
«Tal vez un alma en pena, o una trampa.
Estoy comenzando a sonar tan paranoica como él.»
El llanto que trae el viento se comienza a definir cada vez más y, sin darme cuenta, llevo la mitad del trayecto hacia la pequeña casa abandonada al borde del acantilado.
«Esa suma de elementos no parece prometedora.»
Cada rama que piso, cada ola rompiendo contra las piedras, suenan como aullidos fantasmagóricos provenientes del más allá. En cierto modo, me encanta, porque nunca me ocurre nada emocionante.
El llanto se apaga con lentitud y todavía no me atrevo a pronunciar palabra.
«¿Qué se supone que es lo primero que tienes que decirle a un ser sobrenatural? Más aún, ¿a uno que llora?»
Aguanto la respiración, porque los fantasmas sienten lo que hay a su alrededor. Por alguna razón mi cerebro me dice que puede olerme, saber el temor que me inunda en este momento. Quizás me entienda, comprenda la rabia que aún tengo contenida, sin necesidad de explicarle por qué.
Porque ni yo misma estoy segura.
Y quizás, solo quizás, si en realidad me topo con un espíritu, me pueda ayudar a entender lo que está ocurriendo.
Pero no.
«Si a mí nunca me pasa nada interesante, ¿por qué eso cambiaría justo ahora?»
Parece como si las olas creyeran lo contrario, porque se aferran a mis tobillos casi suplicándome que no siga caminando. Intentan rasgar las mangas del suéter que llevo colgando en la mano. El viento me hala el cabello, como comandado por ellas, y pareciera que la naturaleza también se opusiera a cualquier decisión que tome. Así que apresuro el paso, y subo la colina hasta llegar a la casa.
Es espeluznante.
La madera se ha podrido por el salitre y las ventanas no tienen vidrio desde que tengo memoria. Veo como las tablas sueltas se mecen con el viento y por un segundo dudo de mí misma, porque podría ser ese el sonido que escuché. De todos modos, y quizás por la rebeldía que me da la frustración de sentir que el universo está en mi contra, entro por el orificio que alguna vez fue puerta.
Atenta a lo que pueda encontrarme, preguntándome si habré estado exagerando. El corazón casi se me sale del pecho, que no ha dejado de doler desde que toqué la arena con mis pies descalzos.
La cabeza me da vueltas y tengo ganas de vomitar. Quiero llorar, pero me da pánico que lo que sea que ha hecho ese sonido me escuche. Siento como si taladraran mi esternón y me quedo inmóvil, viendo el interior del lugar.
Una salita de estar separada por una media pared de algo que pudo ser una cocina, todo normal.
«Un paso, luego otro.»
Sí, las tablas crujen bajo mis pies y todo rastro del llanto ha desaparecido. La oscuridad se come las esquinas y termina por guiarme hasta un pasillo largo que esconde las habitaciones que de seguro llevan décadas sin utilizarse. La casa está vieja, pero no sucia, casi como si una fuerza sobrenatural la mantuviera estable, decente.
Por la ventana al final del pasillo pasa una sombra y salto hacia una puerta, escondiéndome en lo que quizás fue un baño. Estoy temblando.
«¿Y si estoy haciendo una locura y es peligroso?
¿Es Aldoba tan segura como pienso?»
Este es el lugar perfecto para esconderse después de quién sabe qué fechorías. Y yo estoy sola, asustada, cansada y no tengo fuerza ni para aplastar el dedo pequeño del pie de cualquiera.
No soy muy difícil de hallar cuando todo está oscuro, mi blancura me delata y me hace un blanco casi tan perfecto como Mirko brillando en la penumbra.
«¿Y si no escuché un espíritu sino a un humano despiadado? ¿Extremista? ¿Loco?»
A veces he espiado las noticias mientras Madre las ve, sé que entre ellos hay asesinos y criminales de horrible calaña. Nunca ha pasado nada grave aquí pero... ¿Será porque son demasiado cuidadosos?
Ahí está la sombra, se ve menuda, camina desorientada. No flota, como me imaginé que harían los espíritus. Pasa de largo, muy rápido, y solo veo la estela que deja atrás su cabello. Escucho su respiración agitada.
No suena como un asesino sino, más bien, como su víctima.
«Es un alma en pena, ¡es real!»
Cierro los ojos para oír mejor, escucho sus pasos fuera de la casa, me acerco a la puerta trasera, está susurrando.
–No tiene sentido seguir –Aguanto la respiración para que no me oiga–, ya no quiero más, no puedo soportarlo.
Su voz fina está quebrándose. Intento escuchar con más atención, pero no distingo ningún otro sonido. Si alguien estaba persiguiéndola, ha logrado escapársele. Un escalofrío me recorre la espalda, no dejo de sentir peligro inminente, y me aterra. Ahora estoy temblando como ella.
Abro la puerta y ahí está, de espaldas de mí, con los pies al borde del abismo. Tiene un vestido corto y oscuro y mira nerviosa algo en sus manos. Comienza a llorar de nuevo e intento acercarme un poco más.
No es traslúcida, como imaginé. Tiembla y siento que si el viento sopla muy fuerte va a romperla en dos, o a lanzarla hacia el vacío. Me acerco y su perfil se dibuja entre las sombras, parece ajena a mí, a todo lo que la rodea.
–Perdóname. Nos vemos pronto –susurra y por un segundo creo que es conmigo, hasta que noto que besa el dije que está sujetando, brilla con la luz de las estrellas plateadas.
«Como la voz de Madre.»
Dicho esto, se inclina hacia adelante. El mundo parece haberse puesto en cámara lenta. Todo lo que ha ocurrido desde que llegué a la playa me hace sentir que me transporté a otra realidad. Es tan raro, tan surreal, que no reacciono.
No reacciono hasta que cae.
En silencio.
Tiene peso, no flota, no vuela.
Cae, como caen las cosas cuando están vivas.
«Acabo de ver a una chica viva, lanzándose de un acantilado.
¡Acabo de ver a una chica lanzándose de un acantilado!»
No lo pienso, porque suelo ser mala al hacer esas cosas, y me lanzo tras ella.
Todo ocurre muy rápido, demasiado, apenas tengo tiempo de hacer que una ola se eleve y se la lleve, y con ella, todas mis energías. Se me olvidó cómo respirar y siento que mi pecho esta vez sí se abrirá por la mitad. Es tan desesperante la sensación que quiero gritar, pero el sonido nunca escapa mi garganta.
No tengo idea de a qué dirección la he enviado, solo puedo esperar que el agua sea más prudente que yo y no la haya mandado a las rocas que quería evitar. Justo cuando caigo, me doy cuenta de que el dolor se ha detenido.
Me hundo por un par de segundos, luego floto y trato de buscar otro cuerpo a mi alrededor. Por suerte, la ola la alejó del borde, del peligro, pero el hecho de que esté boca abajo y no quiera voltearse no me da buena espina.
Gateo hacia ella por encima del agua y la tomo entre mis brazos, tiene los ojos cerrados, parece una ilusión.
Supongo que tarda unos segundos comprender que hay alguien más ahí, y entonces entra en pánico y grita.
–¿Estoy muerta? —me pregunta, su voz suena como si viniera de otra galaxia, el mar se calla apenas abre la boca. Me estremezco.
–No, por suerte –respondo, señalando las rocas contra las que ha estado a punto de partirse la frente.
–¿De dónde saliste tú? –Suena casi desilusionada, noto que habla de manera extraña, distinta a todos los que conozco.
–Estaba haciendo un sacrificio a la diosa luna y me has interrumpido –bromeo. Por suerte, escucho su risa.
«Es magnífica.»
–Oh, quizás te sirva la sangre de una virgen, o el cabello... o lo que sea –Intenta sonreír, pero termina dirigiéndome una mueca extraña.
Señala mis piernas o, mejor dicho, el hecho de que esté sentada encima del agua. Yo asiento y me encojo de hombros, le ofrezco mi mano y ella la acepta. Tiene miedo, lo sé, he visto antes esa expresión.
Entonces, con más esfuerzo del que dispongo, hago que las gotas bajo ella soporten su peso. La reacción que esperaba era de sorpresa, miedo, alegría, pero a cambio recibo lágrimas. No entiendo nada.
–¿De dónde vienes? –pregunto, colocando una mano en su espalda, mordiendo el interior de mi mejilla– ¿Por qué quieres morir?
Ella me mira aterrada, limpia las lágrimas de sus ojos y comienza a darse palmadas en la mejilla.
–¿Qué clase de broma es esta? –Pierdo mi concentración y cae de nuevo al agua, ya me siento mareada por el esfuerzo. Tengo náuseas.– Oh, por favor, sí que me estoy volviendo loca. –Dicho esto, empieza a nadar lejos de mí.
La sigo, caminando tras ella, guardando la distancia hasta que llego a la orilla. Ahí está, tumbada sobre la arena, con un par de caracoles de mar enmarañados en su cabello.
Es curiosa, extraña, bonita.
Parece una sirena, o al menos así es como deberían ser.
–No puedo creer que esto esté pasando –Habla consigo misma, con los ojos cerrados–. Nunca pensé que me volvería loca de verdad.
–Bueno, quizás puedas pensar que estás loca por querer morir, pero yo no te voy a juzgar por eso –Intento animarla, me siento junto a ella y toco su hombro con un dedo, con cierto temor.
Abre los ojos y me mira, ya hemos entrado en el limbo de la madrugada y los primeros vestigios de neblina empiezan a danzar a nuestro alrededor. Me recorre de pies a cabeza, yo hago lo mismo.
Coloca su mano en mi rodilla y presiona sobre ella, como si quisiera traspasarla. Mira el mar, luego mi rostro y se frota los ojos. Lleva una mano a su sien y comienza a hiperventilar. Yo sigo acariciando su espalda, sin saber qué se supone que tengo que hacer en una situación como esta.
Entonces corta el silencio de la forma que menos podría imaginar.
–¿Elara?
Se acerca con lentitud y toma una de mis manos, luego la otra. Su sonrisa comienza a ensancharse hasta que suelta un ataque histérico de risas y llanto. Un segundo después tengo una sirena encima, abrazándome y gritando mi nombre, llorando, besando mis mejillas, acariciando mi cabello. Los caracoles en el suyo me arañan los hombros, pero ahora mismo tengo otra cosa en mente. A mí todavía me está costando razonar, me aparto de ella y aprovecho la cercanía para detallar sus facciones.
La manera en la que habla, no puede ser de acá. Y sin embargo, su voz me parece conocida.
Su risa, esa risa.
Más aún, su sonrisa, sus ojos.
«No.
Esto no puede estar pasando.»
La alejo de mí y me mira con lágrimas en los ojos. Mueve la cabeza, asintiendo, intentando demostrarme en silencio que lo que estoy pensando es real.
«Pero, ¿cómo?»
Y sí, esto está pasando.
Las imágenes en mi cabeza comienzan volverse nítidas.
Su rostro es distinto, su voz ha cambiado, pero aun así su aura la delata.
La pieza que me faltaba, que he extrañado desde hace años. No sé cómo, y nunca lo había imaginado, pero mi otra mitad ha vuelto a casa.
Le devuelvo el abrazo y caemos las dos en el agua, chapoteando estúpidamente, sin darnos cuenta, las dos estamos llorando.
A partir de ahora es cuando nuestra historia comienza, cuando todo empieza a cobrar sentido (o a perderlo, también).
¿De dónde crees que viene la chica?
¿Tú también has escuchado llantos lúgubres de noche?
¿Qué habrías hecho si estuvieras en el lugar de Elara?
¿Crees que esto esté relacionado con las cosas extrañas que Elara ha estado viviendo?
Dejo por aquí también una de mis ilustraciones favoritas de toda la vida y la razón por la que este capítulo se llama de esta manera.
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