7: Esmeraldas escondidas
La naranja del coctel huele delicioso y le agradezco al cantinero con una sonrisa, él asiente sin prestarme mucha atención. No está teniendo casi trabajo, y es que es extraño que existan lugares en los que los avins y humanos respiren el mismo aire.
Nuestra zona está relegada a solo unas cuantas mesas en una esquina que no se limpia demasiado bien, pero no me molesta. Mirko me señala al otro empleado con la cabeza, ajetreado preparando tragos para un grupo considerable de humanos.
Al menos no están armando un escándalo, como he visto que ocurre en otros bares de acá. La mayoría solo bebe, habla y ríe. Es agradable, a pesar del recelo que existe entre especies, tener la oportunidad de observarlos en un estado más relajado, natural.
Nos sentamos y las tensiones comienzan a disiparse, hablamos de cosas triviales y de la gente que nos rodea. Mirko, tan poco discreto como siempre, hace comentarios sobre humanos que no se encuentran tan lejos de nosotros. Algunos ruedan los ojos y fingen no escucharlo, esa actitud hace aún más evidente la separación que existe entre nosotros, pero a él no le importa.
Un grupo de chicos entra en algún momento de la noche, una de ellos, de cabello oscurísimo y ojos del mismo color, parece que los guía. Actúan como si fueran dueños del lugar, y los empleados los tratan como tal.
Mirko nota que los estoy viendo y señala sus ropas. Accesorios y telas con bordados que llaman la atención y destellan cuando la luz les pega. Las comparo con las de los demás, mucho más sencillas; y comprendo que ese pequeño grupo está aún más apartado del resto que nosotros.
Una sensación molesta me invade, es que incluso sus propios peinados parecen de una calidad superior a los otros, la manera en la que miran a los demás termina de volverlo claro para mí.
Es extraño que gente así esté en Karma, y no en Aqua o el Club Supernova.
–Es bonita.
–¿La chica de cabello corto? –Asiente y se encoge de hombros, como si no fuera relevante– Tú también lo eres. –Eso me hace reír, al menos intenta animarme.
–Sí, pero es diferente.
–¿Porque su cabello es oscuro? –Suelta una carcajada, yo pongo los ojos en blanco.
–No, tonto. Porque todos la miran como si quisieran ser ella.
–Supongo que está bien, para ser humana.
Yo siempre he querido encajar, ser aceptada. No pido mucho, solo cordialidad en la mayoría de las ocasiones. Con eso sería suficiente.
No puedo dejar de mirarlos, en especial a la chica. Hay algo en ella que no sé qué es, pero hace que mis ojos se vean dirigidos hacia sus movimientos, como si fuera un imán.
No solo encaja, sobresale de una manera tan increíble que por un segundo dudo de si siquiera es humana. Aunque, claro que lo es, un avin jamás sería tratado con tanto respeto.
Sus dientes brillan y la manera en la que el cabello enmarca su rostro hace parecer como si se tratara de una pintura viviente. Se me eriza la piel y me doy cuenta de que estoy enfadada con ella. ¿Por qué? Si ni siquiera la conozco.
–Ellie, ¿por qué los sigues viendo? –Sus palabras me devuelven a la realidad.
Tiene razón, teniendo tantas cosas encima no creo que sea el momento para añadirle más leña a las brasas. Tomo un sorbo del coctel y dejo de verlos, no vale la pena. De seguro no me los cruce más, y ya han dejado claro que están alejados de la realidad de cualquiera, incluso de sus compañeros de especie.
Este es el turno de Mirko de pedir las bebidas y, por consiguiente, de tener que lidiar con un cantinero que ni siquiera quisiera estar ahí en primer lugar. Y es que el sitio no está tan lleno como para tener dos, otra razón por la que la división entre "nosotros" y "ellos" es absurda. Le hago una mueca a mi amigo mientras espera, mostrándole la lengua, y eso me ayuda a subirme el ánimo.
«¡¿Por qué mi teléfono no puede dejar de vibrar?!»
Aprovecho que él no me ve para revisarlo. Está hirviendo y la batería se ha desgastado, y tiene sentido, las llamadas perdidas de esta noche ya han superado la veintena. Es mejor apagarlo, de todos modos casi no lo utilizo, y lo guardo justo a tiempo para encontrar otro vaso frente a mí.
–¿Sigues pensando en esa chica? –pregunta y por dentro suspiro de alivio, supongo que no se dio cuenta de lo que estaba haciendo.
–No, claro que no –La respuesta sale más falsa de lo que espero, lo miro y noto su cabello volverse rubio, como el mío.
–Sé que intentas no relacionarte con... nadie, pero yo sí lo hago. –Abro la boca sorprendida. De hecho, ofendida.
–¿A qué se supone que viene eso? Si te estoy diciendo que me tienen alienada, ¡no voy a rogarles que me acepten! –Me cruzo de brazos y lo miro todavía incrédula, él agita sus manos frente a sí y niega con su cabeza.
–No, no lo digo en ese sentido, es bueno que no te metas en los asuntos de nadie –Su sonrisa se ensancha, de seguro está incómodo y quiere ver cómo logra librarse de mi ira–. Mira, conozco ese estilo de personas, y sé que no te gustaría ser así.
Pocas veces lo veo hablar de esa manera, esta es una de ellas. Sus ojos se oscurecen, como cada vez que intenta que alguien lo tome en serio, y en realidad parece un par de años mayor.
–He escuchado que existe mucha presión en los humanos de nuestra edad, también que algunos terminan perdiendo la cabeza.
–Porque no pueden hacer nada, ¿no es así? –Algo he oído del tema, aunque con solo verlos en las calles es notable que algo les ocurre. Mirko asiente.
–Tú sientes presión por no haber pasado por un rito de pasaje que se realiza una vez en la vida, yo por mis trabajos. Ellos tienen sus clases y sus padres, el estrés les llega desde pequeños. Ni siquiera los niños a los que cuido se salvan de eso.
–Sí, pero luego tienen todo mucho más fácil, se supone que han pasado la mitad de sus vidas planeando en qué harán en el futuro. –Sé que los humanos tienden a pensar en ellos mismos, no están forzados a poner a su comunidad por delante.
–Elara, por favor, míralos bien. ¿Te parece que alguno está mejor que nosotros?
Le hago caso y trato de ver el rostro de todos los que nos rodean, los comparo con los pocos avins, que lucen mucho más frescos y vivaces.
Parece como si el alma se les estuviera escapando, tienen miedo, y me hacen pensar en mi reflejo todas las mañanas. Sus ojos están vacíos, sus risas se sienten forzadas en muchas ocasiones. Recuerdo lo que he escuchado, de los exámenes y las dichosas universidades, las terribles Academias.
–Quizás deberíamos acercarnos a hablarles –susurro, para que no me escuchen los que están sentados más cerca de la línea divisoria–, a lo mejor podemos ayudarlos.
Sin esperar una respuesta, me pongo de pie y siento como su mano se cierra alrededor de mi muñeca. Lo miro confundida, no entiendo qué tiene de malo todo el asunto.
Jamás me había preguntado la posición de Mirko ante la división, supongo que ya no necesito hacerlo.
–Tú también, ¿no?
Él no dice nada, pero tampoco suelta mi muñeca. Intento zafarme y cualquier rastro de blanco de sus ojos se esfuma, dándole una apariencia demoníaca. Nunca lo he visto así.
«Entre todos los avins que conozco, se supone que él era el que me entendía.»
¿Qué tiene de malo ir a hablarle a un par de humanos? Después de todo, él también se les había quedado mirando. Me duele saber que es como los demás, mi pecho se contrae.
–Vámonos –Me hala hacia él.
–Me estás haciendo daño
–Vámonos, dije.
Parece como si estuviera lidiando con otra persona. Tiene los dientes apretados y su mano está temblando, ha comenzado a sudar.
Da la impresión de estar luchando contra sí mismo. Mira a su alrededor y me doy cuenta de que los avins que nos rodean tienen los ojos fijos en él, juzgándolo. ¿Es presión lo que siente? Una silla cruje cuando un hombre con parche se pone de pie, lo veo de reojo y no necesito detallarlo para saber que es uno de Los Vigilantes.
«¡¿Qué está pasando?!»
Le lanzo una última mirada a la chica de cabello corto y dientes preciosos. Sujeta su trago, ajena a todo, hablando con un chico con la piel oscura y brillante y una con nariz perfecta. Mirko me hala, no de manera brusca, pero lo suficiente para hacer que voltee a verlo.
–¿Qué? –pregunto mirándolo a los ojos, temblando, porque es la primera vez en mi vida que me da miedo.
Él abre su boca, pero las palabras no salen de sus labios. Niega con la cabeza y sus ojos poco a poco vuelven a la normalidad. Me suelta y mira hacia abajo.
–¡¿Qué?! –insisto, agitando mis manos frente a él.
Sé que los nuestros nos están viendo, ¡pero no me importa! Es absurdo que actúen de esa manera, ¿a qué le temen? ¿Es lástima lo que veo en sus miradas?
–No puedo –susurra entre dientes. Ya no me ve a los ojos, no se atreve.
–¿Me quieres explicar qué ocurre? –Intento no subir la voz, a pesar de estar tan alterada como lo estoy.
–¡Que no puedo! ¡¿Está bien?!
Lo veo perpleja, pero en vez de contestar tomo mis cosas y salgo de allí, sin mirar atrás.
¿También te parece una locura la separación entre humanos y avins?
¿Por qué crees que ocurrió?
¿Has visto alguna vez un grupo que se comporte como el que se encontraron Elara y Mirko hoy?
¿Por qué Mirko está actuando tan extraño?
¿Qué piensas que es lo que no puede decirle a Elara?
¿Qué crees que va a hacer Elara ahora?
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