35: No te lleves mi neblina
Tiemblo, tanto que siento que me voy a deshacer. La puerta está cerrada, pero la ventana no. Entro por ella ayudándome con el agua; caigo al suelo pero Verdad me ataja, amortigua la caída. Escucho ruidos en la cocina, una voz masculina tarareando, más me vale no acercarme a Francesco hasta que todo se solucione.
«¿Habrá hablado con él? ¿Habrán hecho las paces?»
No puedo dejar de pensar que él es lo único que tiene ahora mi pobre sirena.
Y ella, lo único que tengo yo.
Prefiero creer que no me mintió, sino que solo me ocultó la verdad. Al menos ella no me siguió, no fingió ser otra persona, no me engañó. Ni siquiera sé si creer lo que ellos dijeron.
«¿Cómo, una niña como Ella, podría haber destrozado una comunidad avin entera? ¿Una isla? ¿Por qué la habrá seguido una avin mal de la cabeza? ¿Por qué Marco querría acabar con ella? ¿Por qué Mirko habría llegado hasta tal extremo para separarnos? ¿Para ocultar sus libros prohibidos?»
Necesito su verdad, es la única que me interesa. Sus palabras, que me explique. Yo sí le voy a dar la oportunidad de que me hable, de acomodar las cosas. Si decidió volver a casa y conversar con su padre, dudo mucho que me quiera seguir ocultando lo que hizo.
Quizás fue demasiado doloroso lo que ocurrió, a mí tampoco me gusta recordar esos momentos.
«Mirella, yo sé que al final seguiremos juntas. Pase lo que pase.»
Cuando estoy a punto de subir las escaleras hacia su habitación, escucho voces en la sala. Una femenina, una masculina. Reconozco a mi sirena y a alguien más. No es su padre. No quiero interrumpir pero me asomo por la puerta, Ella está sentada en el sofá, abrazando una almohada, descalza. Frente a ella, en una silla, un hombre con anteojos y una libreta en la mano.
—Permiso. —susurro. No quiero interrumpir, pero no puedo evitarlo.
—Muchos niños se sienten atraídos hacia esas cosas, Mirella. Forma parte de su crecimiento, de su curiosidad. —Habla como si fuera un profesor, la mira a los ojos aunque ella no le corresponda—. Y por lo que me has demostrado, tienes una imaginación exorbitante.
—Pero, es que sirvió. —Ella tiene la mirada perdida, muerde su labio inferior con tanta fuerza que quizás saldrá sangre—. Sirvió las dos veces
Aclaro mi garganta y ella se estremece, él ni se inmuta. Doy un paso hacia adelante y cierra los ojos.
—Ella, necesito hablar contigo. —Digo, ignorando por completo al hombre que habla con ella.
—Por favor, no. No de nuevo. —Cubre su rostro con las manos y niega con la cabeza. Ahora es él quien se aclara la garganta.
—¿Qué ocurre? —pregunta, volteo a mirarlo. Se inclina hacia adelante, curioso.
—¿Podría disculparnos? —Intento sonar con algún tipo de autoridad, pero es inútil, estoy muy débil para ello.
Mirella empieza a llorar, salta hacia la mesa de café frente a ella y toma el mismo frasco de pastillas que vi la última vez.
—No tomé las de la mañana, debe ser eso, eso es todo. —Habla, pero algo me dice que no es para mí, ni para él.
Verdad tiene miedo, de pronto. Rodea mi pecho, como si quisiera escuchar los latidos de mi corazón, protegerme de algún peligro invisible.
—¿Está aquí? —El hombre se endereza y acomoda el cuello de su camisa— ¿La estás viendo?
Mirella me mira a los ojos y luego hace lo mismo con él, asiente, entre lágrimas.
Frunzo el seño, ¿qué está pasando? Escucho como mi sirena traga y mientras las pastillas bajan por su garganta siento una puntada en la cabeza, como si me electrocutaran. Chillo, ella hace lo mismo.
—Mirella, recuerda lo que hablamos. —Él sigue en calma, como si nada ocurriera—. Nada de eso existe.
Ella asiente, llorando.
—Tu madre se enfermó por causas naturales. —Continúa, yo me siento incómoda por razones que van más allá de mí. Cada vez entiendo menos.
—Ahí ocurría algo extraño. Los niños desaparecían, había gente muerta. —Intentó explicar Mirella—. Si buscas en internet...
—Si buscas Santa Eloísa en internet, no existe nada más que blogs de chiquillos y teorías conspirativas sin ningún tipo de base.
—Pero es real —intenta decir, ambos me ignoran.
—¿De qué están hablando? ¿Qué ocurre? —pregunto, Mirella reacciona como si mi voz la hiriera físicamente.
Él finge que no escucha mi voz, solo mira a Ella, negando con la cabeza.
—¿Qué ocurre? —pregunta también, como si estuviera más perdido que yo. Me acerco para tocarlo y se endereza antes de que mi mano lo alcance.
«¿Estará asqueado como todos los humanos?
¿Por qué me ignora si me tiene a centímetros de sí?»
—Elara... —susurra ella ahora, mirándome. En sus ojos hay dolor, más del que he visto en toda mi vida.
—¿Qué es Santa Eloisa? ¿Por qué escuché a Madre diciendo que destruiste una comunidad? ¿Que has hecho cosas malas? —Me alejo de él y me acerco a ella, tomo sus hombros, la sacudo. Sigue llorando, cada vez más fuerte.
Afuera la lluvia aumenta.
—Allí vivía —Habla como si fuera un robot, en automático—. Fue mi culpa, yo no quería hacerlo. Pensaba que todos eran iguales, y quería amigos...
—¿Qué te dice? —El hombre ha vuelto a estar serio, pronuncia las palabras con lentitud y autoridad. Yo estoy a punto de darle un golpe.
—¡¿No ves que estás interrumpiendo?! —grito, dándome la vuelta.
Las gotas de lluvia comienzan a golpear la ventana, como si intentaran entrar. Un escalofrío visible recorre el cuerpo del hombre, por primera vez me doy cuenta de que tiene un nombre grabado en su chaqueta blanca.
"Dr. Giusti".
«Pero ¿doctor de qué?»
—Que no entiende. ¡Le juro que no es mentira! —responde mi pobre Ella, por lo bajo, entre lágrimas. También tiembla, extiende una mano para tocarme, pero se arrepiente en el último segundo— Dice que la está interrumpiendo.
—Pensé que las pastillas te habían hecho bien —susurra el hombre, más para sí que para ninguna de nosotras—. Elara —dice, mirando a un punto fijo en la pared. ¡Si va a hablarme que al menos tenga la decencia de verme a los ojos!— Por favor, ¿podrías marcharte?
—¡No! —¿Qué le ocurre a este tipo?
—Pero es mi amiga —A este punto Mirella es más ovillo que persona, y yo culpo al desgraciado por eso.
La ventana se resquebraja, la presión del agua es demasiado fuerte. Lo veo preocupado, viendo hacia ella y luego a su reloj.
—Piensa en tus verdaderos amigos, Mirella. —Dice, y pienso que solo lo hace para sacarme de mis casillas—. Lívia, Alessio. Piensa en tu padre. ¿Significan algo para ti?
—Sí —responde, casi sin querer.
—Ellos están preocupados, tus profesores están preocupados.
—Yo estoy bien.
—Si estuvieras bien, no andarías diciendo esas cosas. —La calma en su voz flaquea, es casi como si tuviera que hacer un esfuerzo descomunal por no abofetearla.— Sé que viviste un evento traumático, pero debes comenzar a sanar.
Casi como el esfuerzo descomunal que estoy haciendo yo para no abofetearlo a él.
Pero no puedo más.
Me inclino hacia el hombre imbécil que está destrozando a mi amiga. Tiene el cabello negro repleto de gel, estirado hacia atrás. Sus lentes aumentan el tamaño de sus ojos verdes, como fruta podrida. Levanto mi mano, Verdad se aferra a mi muñeca, ella tampoco quiere que lo toque. ¿Cuáles serán las consecuencias de golpear a un humano? Supongo que estoy a punto de descubrirlo.
—Mirella, repite conmigo. —susurra, con calma.
Todo está en silencio.
La lluvia deja de arremeter contra la ventana por unos segundos.
Mi mano se congela en el aire.
—Los amigos imaginarios no existen.
Mi corazón se detiene.
Mi mano se hace añicos.
Ya Mirella no llora.
—Los amigos imaginarios no existen.
Mi pecho arde, mi cabeza late con fuerza.
Me desplomo en el suelo.
Desde allí veo el frasco naranja con pastillas adentro.
Intento enderezarme. La alarma en el reloj del doctor suena y él se pone de pie. Mirella lo sigue y lo acompaña hacia la puerta. Dicen algo, pero no puedo escucharlos, el mundo se oscurece.
Intento aferrarme de su pie, pero ella se sacude de mi agarre. Pasa sobre mí, casi pisándome.
Como si no existiera.
Lo siento.
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