32: Susurra verdades opacas
—¿A dónde vamos? —pregunto con miedo, jamás he visto a Ella tan descontrolada. Conduce con lágrimas en los ojos, mira a su alrededor y niega con su cabeza.
Siento que vamos a tener un accidente y terminaremos plantándonos de golpe contra algún poste. No tiene idea de qué hacer ni de dónde ir. Está desesperada y la silueta se ha marchado. ¿O sigue ahí? Una luz se enciende en el tejado de una casa, una figura brillando en la oscuridad que se mueve tan rápido como los superhéroes que Mirko adora. Y, sin pensarlo, grito.
—¡Hacia allá! —señalo la dirección que ha tomado y Ella da un respingo, pero me presta atención.
—¿Allá? ¿Qué hay allá? —Está más confundida que antes, pero al menos ahora se enfoca en el camino que le muestro.
—¿No lo ves? —Se ha marchado, solo ha quedado la estela luminosa.
—¿Qué? ¿Qué te pasa, Elara? —grita más de lo que debería, la rabia sigue hirviendo en su sangre, pero sé que es en contra de su padre.
Del pobre hombre que solo quería hablar con ella. El infeliz que no permite que estemos juntas.
—¡Las llamadas de las que traté de hablarte! Lleva semanas acosándome y quemó la casa de Mirko. ¡Estaba allí! —Las palabras salen atropelladas de mis labios, ella grita.
—¡¿A dónde?! ¡¿En mi casa?! —Acelera y ahora sí siento que nos va a matar.— ¡¿Qué hace un acosador tuyo en mi casa?!
Inhalo, pienso en qué contestarle, y exhalo. Veo un destello de luz y sé que ahí está, señalo la calle por la que ha ido y abro la boca. Sé que cuando comience no podré parar, pero he pasado demasiado tiempo ahuyentando la idea de mi cerebro.
Así que le cuento todo lo que creo, lo que ha ocurrido. Desde la destrucción de los libros en casa de Mirko hasta nuestras hipótesis de que la ha seguido es a ella.
Comienza a temblar, ¡claro que teme! Yo ni siquiera estoy en su lugar y me aterra solo pensarlo. Le cuento que las llamadas venían de Las Américas cuando ella estaba allí, de como Theo las rastreó, de mi teléfono destrozado por el virus justo me llamó.
Salimos de su conjunto residencial, es más difícil seguirlo con los edificios cubriéndonos la visión. Comienza a lloviznar y Ella se aterra, confía en mí con plenitud para decirle por dónde ha ido, teme que si se pone a buscarlo la camioneta patine y se salga de control.
«Como ella, como yo, como toda la situación que estamos viviendo en este instante.»
—¿Quién, en su sano juicio, me querría seguir desde allá? —Está susurrando, hablando para sí misma.
Veo pánico en sus ojos, como si un montón de recuerdos pasaran galopando por su mente. Abre la boca, pasmada. Quizás incluso escucho el clic en su cabeza cuando las cosas encajan, y es como si sus ojos se iluminaran y todo tuviera sentido para ella.
Lo sé, lo reconozco, la conozco. Pero cuando se lo pregunto, lo niega.
—¿Estás segura de que no te confundes? ¿De que no es alguien más? —pregunta, intentando ignorar el proceso mental por el que acaba de pasar.
Las gotas golpean el vidrio con fuerza, aunque estén afuera comienzo a desviarlas antes de que lo hagan, el sonido no me deja pensar.
—¿Qué hiciste?
Hemos recorrido toda la ciudad en media hora. Miro a mi alrededor, estamos llegando a mi comunidad y Ella luce aterrada. La lluvia arrecia, las gotas nos atacan con furia. Me duele el pecho, el cuello, los hombros y la cabeza. Siento escalofríos, pero estoy sudando. Lo que me preocupa no es haber perdido el rastro de la silueta brillante, sino que haya desaparecido justo al llegar aquí.
—¿Qué es este lugar? —Mira a su alrededor como si estuviera en otro planeta, ahora soy yo quien empieza a temblar.
—Es la entrada principal de la comunidad, siempre te pido que te vayas por el camino largo para que no te vean —susurro, siento arcadas. ¿Por qué? ¿Por qué?— Mirella, ¿qué hiciste?
—¿Quiénes? ¿Tus amigos? —Ignora por completo mi pregunta, adrede, pero no se va a salir con la suya esta vez. Asiento y la miro, las gotas golpean la carrocería con más fuerza.— Algo malo. —responde, por fin. Pero no dice nada más, es incapaz de siquiera abrir la boca.
Ahora soy yo quien no puede, al menos no con tanto.
«¿Por qué el acosador de Mirella ha desaparecido justo frente al Edificio Principal?
¿Qué ha podido hacer ella que haya sido tan malo como para merecer que alguien la siga y le destroce la vida, junto con los que la conocen?»
La vibración de un teléfono nos saca de nuestro estado de shock, ella da un respingo y lo lanza al suelo, como si estuviera hecho de hierba venenosa. Yo lo recojo y miro la pantalla, es él, su padre. Ahora es ella quien tiene llamadas perdidas, quince, y estoy presenciando la decimosexta. Cuatro mensajes de voz, veinte de texto. El hombre está desesperado, yo también lo estaría.
—Es un idiota.
—Ella, sé que me odia, pero se preocupa por ti.
Aunque no quiera aceptarlo, es la verdad. Así como sé que le importo a Madre. Recuerdo la mirada de Francesco, el dolor en su voz cuando le suplicó a Ella que le hablara, que le contara qué ocurría. Sé como se siente, porque los últimos días ha estado tan cerrada que hasta a mí me ha afectado.
Y si él la ama al menos tanto como su madre la amaba, sé que le está partiendo el corazón. Y aunque me odie, no puedo dejar que la situación continúe así.
Cierro los ojos y apoyo mi cabeza en el tablero, desbloqueo su teléfono y ella me mira con cara de querer matarme.
—No, no. No voy a hablar con él.
El móvil suena de nuevo y yo atiendo a la primera, ella intenta lanzarse sobre mí y colgar, pero ya es muy tarde y pongo el altavoz. La voz de Franceso se escucha en el fondo, todo rastro de gritos e ira se ha disuelto en lágrimas. Mi corazón se parte en mil pedazos, incluso la lluvia se calla, como si también sintiera pena por él.
—Yeya. ¿Dónde estás? —dice, sorbiéndose la nariz.
Yo la miro, ella se niega a contestarle, pero veo como los músculos de su rostro dejan de estar tensos. Sus ojos se llenan de lágrimas. Sé que también le duele. Cuando estaba pequeña, y él siempre trabajaba, solía decirme que quería que él estuviera allí. Que viera los dibujos que ella hacía de él, que reconociera que había una razón en llenar las paredes de su habitación de pintura.
—Hijita, por favor ven a casa. —Tiene la voz quebrada, suena desesperado—. Dime algo. Yo sé que no soy tu madre, y nunca he sido el mejor padre, pero lo estoy intentando.
Y ahora él es lo único que le queda. Tatiana no volverá a prepararle galletas ni comprarle acuarelas, a dibujar con ella ni enseñarle idiomas.
Yo no sé qué haría si perdiera a los que quiero, a Ella, a Mirko, a Madre; pero seguro intentaría acercarme más a los que quedan. El dolor en mi pecho se intensifica y me recuerda a las otras veces, mi sirena comienza a llorar y sé que su padre la escucha.
Le tiendo el teléfono y lo agarra, derrotada, dolida. Lo coloca en su oreja y empieza a hablar con él, al principio lo culpa de mil cosas, está a la defensiva, pero poco a poco se calma.
Logro escuchar que él le dice que la va a buscar, que no quiere que le pase nada con esta tormenta, pero ella al final cede y admite que es mejor ir a casa.
Y entre mi confusión y dolor, miro a mi alrededor. Al edificio con las luces encendidas, sin saber si tan tarde habrá alguien allí. No puedo más, no quiero más mentiras y me niego a que me ocurra lo mismo con mi propia Madre.
La silueta luminosa se ha esfumado en alguna parte cerca de acá, pero se acabaron mis intentos de encontrarla sola. Necesito ayuda de la avin más sabia que conozco, incluso quizás de la mejor adivina que hemos podido tener. Y si hay alguien dentro todavía, de seguro son ellas dos.
Cuando se despide me da un abrazo capaz de unir todos los pedazos de mi corazón que se habían roto. Sé que tenemos una conversación pendiente, inacabada, pero no es momento de confrontarla cuando está tratando de reconciliarse con su padre.
Estoy de pie frente a la puerta, con las gotas rodeándome sin tocarme, como un remolino. No sé en qué clase de batalla me he metido, pero intentar afrontarlo sola ha sido una idea ridícula. Y por más que Madre quiera separar nuestro contacto con los humanos, sé que si Mirella o yo estamos en peligro, nos ayudará a resolverlo. Las estrellas le dan la fuerza para ser así, tan buena, para amar tanto.
Y necesito su ayuda, yo también estoy llorando.
Las luces de adentro están encendidas, pero yo no veo a nadie. Subo las escaleras hasta su oficina y escucho un ruido, a alguien moviéndose en alguna parte. El eco de sus pasos. ¿La silueta que había visto era humana? Ni siquiera logro recordarlo, pero me aterra pensar en que esté adentro.
Subo las escaleras lo más rápido que puedo, el edificio no está tan vacío como suponía. Algunos avins siguen aquí, estarían afuera si la lluvia no arreciara. Y aun así, todo parece estar en silencio.
Justo cuando me planto en frente de la puerta de la oficina de Madre, escucho voces que vienen desde adentro.
Y recuerdo algo que mi cerebro no había querido reconocer.
Mirko brilla en la oscuridad.
Siempre hay más de lo que los otros muestran a simple vista.
¿Qué opinas de la revelación?
¿Piensas que es la única sorpresa que te llevarás en estos últimos capítulos?
Estamos en la recta final, y la torre de naipes se está desmoronando.
¿Te caerás con ella?
Hoy hagamos algo distinto, dedícale este capítulo a alguien especial, alguien que lo necesite.
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