29: Cuéntame tus deseos
De siete de la mañana a cuatro de la tarde. ¿O los sábados era hasta el mediodía? Debí haberle prestado más atención cuando me explicó, pero estaba más ocupada pensando en que por fin la tenía y en su manera de comer muffins. Me arrepiento, quizás si lo hubiera hecho no estaría en este enredo.
No puedo evitar temblar de pies a cabeza. Nadie jamás lo ha mencionado, pero estoy segura de que entrar en cualquiera de Las Academias tiene que estar prohibido.
Me harta tener que seguir reglas sin sentido.
Recuerdo la expresión de Marco, las gotas a mi alrededor a punto de atacarlo. Inhalo, pienso en lo que me dijo en Karma. Exhalo, no quiero recordar.
Me cuesta aceptar que después de todo este tiempo, Los Vigilantes han velado por protegerlos a ellos.
¡De nosotros!, seres pacíficos, conectados con la naturaleza.
Me pongo a pensar en la posibilidad de que esa sea la razón por la que los compañeros de Mirella la molesten, ¿habremos hecho daño a algún humano antes? Nunca, en toda mi vida, he sabido de un avin peligroso.
«¿Será eso lo que aprenderán en sus clases?»
Cruzo el umbral de la puerta armada de valor, en este momento todos deben estar encerrados en sus cubículos personales de estudio. Pensé que sonarían alarmas, sirenas, se encenderían luces y vendría la policía a apresarme.
Pero no, Panorama es tan indiferente a mí como el resto de ese mundo en el que estoy inmiscuyéndome sin saber cuál será el resultado. Duele, pero intento no pensar en eso. Fallo con creces.
Me recibe un pasillo estrecho, claustrofóbico. Sofás a los lados, cuadros modernos colgados de las paredes, casi pareciera que flotan. Sigo caminando hasta dar con una sala grande, espaciosa, con un librero y más sofás. Veo sillas puf y me imagino a Ella tirada en una de ellas, dibujando, aunque de momento no haya nadie.
No tengo idea de donde encontrarla, miro la cartelera en la pared e intento buscar su nombre.
«¿Cuál era su apellido?
Mi sirena de plata, D'Argento.»
Unos números que no comprendo la acompañan en la lista, algunos en negro, la gran mayoría en rojo.
«¿Qué quiere decir?»
Un sonido me roba la concentración, pasos se acercan por las escaleras a mi izquierda. Las puertas del elevador a mi derecha se abren y veo como algunos estudiantes se lanzan a las sillas o salen disparados por un pasillo que no tengo idea a donde dirige. Yo, en cambio, intento esconderme detrás de una columna.
Dos ojos marrones me petrifican, descubro a la archienemiga de mi sirena acomodando el pañuelo que tiene alrededor de su cuello.
Se dirige a mí y sé que no puedo esconder mi expresión de pánico. Me dirá algo, lo sé, porque no se supone que alguien como yo esté aquí. Estoy invadiendo su centro de estudio, su privacidad. No soy bienvenida y lo sé. Cuando me preparo para oír lo peor, tan solo sigue de largo. Me ignora, así como todos los que se acercan a mí y luego se desvían.
Ni siquiera me miran a los ojos, estoy paralizada, casi preferiría que me dijeran algo. Les doy asco, lo sé, siempre lo he sabido. A Mirko le va bien cuidando niños humanos porque ellos no tienen prejuicios, pero cuando crecen...
«Cuando crecen se convierten en Demetria y Maurizio.»
La parálisis desaparece y entro al elevador. Saco la botella de mi mochila y mi amiga resplandece dentro de ella. Cada vez más parece que tiene consciencia propia.
«Cuando llegue tu desafío de vida, también llegarán tus herramientas.»
Me ahogo. ¿Cómo podía haberme olvidado de esas palabras? De pronto no parece coincidencia que se apareciera un día en mi ventana, que solo se comporte mansa conmigo. Quizás los dolores en el pecho no fueron el desafío que necesitaba pasar para obtener el derecho de mi rito de pasaje, ¡sino esta barrera entre Mirella y yo!
«Entonces, ¿eres tú mi herramienta?»
Le pregunto a la botella, y ella reluce. El elevador comienza a subir, y se detiene en casi todos los pisos, hay más adolescentes aquí que los que había en Karma cuando estaba repleto.
Ninguno me mira.
Pisos diez, trece, diecisiete. Veinticinco, parece infinito, siento que no puedo respirar, ¿serán los nervios?
Cuando llego al cuarenta y dos, mi nueva amiga comienza a agitarse y forma un remolino que casi termina por destrozar la botella. Miro a mi alrededor, pero ningún humano parece intrigado por ella. Las puertas se abren y dejan entrar el aroma a sal marina al que estoy acostumbrada.
Persigo el dolor y me siento ligera, como si flotara. Miro a todos lados, a las puertas abiertas, a las ventanas que me confiesan que los cubículos no son individuales. Veo las sillas alrededor de las mesas rectangulares, algunas computadoras mal puestas en escritorios. Rezagados que se han quedado platicando.
Entonces noto unos mechones marrones enredados, intentando bailar al son de la brisa que entra por una de las ventanas. Ondas apretadas, me llaman, hablan y yo sonrío. Me asomo por la puerta y quedo petrificada. Sus ojos sonríen incluso más que sus labios, miro el perfil de una nariz pequeña, con la punta levantada rodeada por la maraña de cabello que he notado antes. Sus mechones casi se unen con los de ella, si no llegaran hasta sus hombros lo habrían hecho.
Hablan, pero no puedo escuchar lo que dicen, no quiero hacerlo. Mirella se recuesta de la mesa, mientras el chico con el que habla ríe y gesticula de manera exagerada. Su sonrisa aumenta y siento una puñalada en el pecho. Ella también ríe y me parte el corazón. Tengo que controlar las arcadas que me atacan.
Un collar guinda de su cuello y resplandece. Un pequeño frasco se balancea, por dentro algunas gotas de agua teñida con colorante azul se revuelve, turbia.
—¡Alessio, basta! —Es, quizás, el nombre más horrible que he escuchado en mi vida. Y me duele que ella lo pronuncie con tanta delicia.
Justo cuando mi garganta también empieza a doler, ocurre algo que termina de romperme por dentro. Sus ojos viajan de los de él para posarse en los míos.
Sonrío, de pronto las esperanzas aumentan. Todo fue una equivocación, se acercará y me presentará. Está bien que tenga amigos, eso no quiere decir que yo haya dejado de ser parte de su vida, ¿no es así?
Pero cierra los suyos, agita la cabeza y se enfoca más en él. Me ignora adrede, acaba de verme, sabe que estoy aquí.
Decide pretender que no existo, que no soy digna de su atención, como los demás.
Del 1 al 10, ¿qué tan triste te pusiste?
¿Quién es Alessio?
¿Por qué Mirella ignoró a Elara?
¿Qué opinan de la nueva amiga acuosa de Elara? ¿Por qué la ayuda?
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