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24: Descubre caricias de algodón

Mi pecho arde, no sé cómo logramos llegar a la playa. El auto serpentea y la música en la radio suena a todo volumen. No me molesta el dolor de cabeza, ni las náuseas, lo que me preocupa es ver a Ella manejando en este estado, con una botella en la mano.

No sé si somos nosotras las que damos vueltas, o es el mundo que se ha convertido en una montaña rusa. Estamos estacionadas frente a la casa abandonada y una sensación de haber vivido ya este momento me inunda, bebo otro trago de la botella que descubro que estoy sosteniendo para que se me pase.

La radio sigue sonando, aunque el motor no lo esté haciendo.

Ella sonríe, pero tiene las mejillas demasiado contraídas, los ojos demasiado achinados.

Casi pareciera que alguien desde atrás está estirándole la comisura de los labios, no se ve normal. Quizás debería dejar de preocuparme de esas cosas, mejor tomo otro trago.

—Esos dos son unos imbéciles. —La voz de Ella tiembla, como sus manos.

—No deberías hacerles caso, ¡claro que lo son! —Mi propia voz suena extraña lejana.

Ella camina a la casa y yo la sigo después de tomar la bolsa con el resto de las botellas del asiento trasero. Creo que hay otra dentro, pero está muy oscuro como para asegurarme; además, que ya tenemos suficientes.

—Tú eres mejor que todos ellos juntos —Toma mis manos, sigue riéndose, se ve hermosa—, si te conocieran lo sabrían.

—¿Es por mi culpa que te molestan? —Ella se encoge de hombros y me suelta.

Toma su celular y de nuevo estamos rodeadas de música. Baila con los ojos cerrados mientras termina de beber el contenido de la botella, la inclina en vertical y saca la lengua, intentando atrapar cada gota que cae. Ríe de nuevo y se endereza, dejándola tirada por ahí. Me mira y camina hacia mí, yo no puedo concentrarme por alguna razón, mi mente flota poco a poco y tengo que fijar la vista para que no se me vaya.

—Ellos molestan gente porque son idiotas —Se mueve de lado a lado mientras se acerca, baila—. Dejemos de hablar de eso, ¿qué te pasa a ti?

—No me gusta verte llorar.

«¿Por qué estoy nerviosa?»

Tengo la boca seca, los ojos pesados. Mi risa hace eco de la suya, aun así no me atrevo a moverme, siento los pies engrapados al suelo, y este se mueve como una de las olas que están rompiendo en el acantilado bajo nosotras. El mismo en donde nos reencontramos.

«Las olas que lamen las piedras contra las que Ella estuvo a punto de partirse la cabeza.»

—Ya no estoy llorando, te pasa algo más —Una de mis manos acerca la botella a mis labios, es Mirella ayudándola a moverse—. Anda, bebe un poco, necesitas relajarte.

Doy un sorbo, luego un trago, y otro. El líquido me quema la garganta cada vez menos, el ardor en mi pecho comienza a sentirse bien, se transforma en calidez. Asiento y río de nuevo, la canción cambia y mis caderas empiezan a moverse solas. Ella aplaude y se sube a una de las mesas podridas, que podría romperse en cualquier momento.

Otro trago, ¿ya se terminó la botella? Voy por otra, la abro y le tiendo una a ella. El sabor ya no me desagrada, se ha vuelto dulce.

«¿Es lo mismo que estaba bebiendo hacía un rato?»

Empiezo a tararear, porque no me sé la letra de la canción que está sonando, ella hace lo mismo, las botellas son nuestros micrófonos. Se quita los zapatos, salta de un mueble a otro y escucho como crujen, la acompaño y siento astillas clavándose en mis pies.

La música me pregunta si creo en el destino y grito que sí lo hago, escucho la risa que me hace temblar cada vez y mis piernas flaquean. ¿Desde cuándo está lloviendo? Dejo que algunas gotas se cuelen por la ventana rota y las hago danzar junto a nosotras.

Me apresuro a terminar esta botella y dejo que caiga en donde le apetezca, tomo las manos mi sirena y la obligo a descender de la mesa de noche en la que brinca. Su piel es suave, más que de costumbre. Su risa es más sonora, su sonrisa más brillante y sus ojos más profundos que nunca.

Nos tambaleamos juntas, mirándonos, sin soltarnos. Nos golpeamos contra la pared, algo rasguña mi pierna, mi vestido. Sus pies se enredan con los míos, ¿acabo de pisarla? Nada importa, seguimos riéndonos como si el mundo no estuviera destrozándonos.

Adoro tenerla cerca, sentir su respiración pegando en mi piel. Sus manos me toman por la cintura, el cabello le cubre un trozo del rostro. Las gotas que se habían colado han llegado a parar a sus mejillas.

«No. Está llorando de nuevo.»

Pero sonríe y no la entiendo.

Podría hacer que sus lágrimas desaparecieran sin mover un dedo, aunque prefiero sentir su piel. El interior de mi cuerpo está ardiendo, mis preocupaciones por pensar qué hacer a continuación están desapareciendo, porque las consecuencias no me importan. Mi sangre burbujea, algo me llama, me atrae como un imán.

Acaricio su rostro y sus manos bailan sobre mi espalda, siento escalofríos, me pego más a ella. La luna se refleja en sus pestañas, juraría ver escamas en sus párpados. Mi sirena perfecta, hermosa.

«Cuánto te amo, Mirella.»

—¿Estás bien? —pregunto, se me escapan las palabras. Ella traga mis suspiros y sonríe.

—No, pero tú haces que lo olvide —Su aliento me empaña los labios, sabe a agua salada.

Mis manos viajan hasta su cuello y ella se aferra de mi cintura.

Yo también cierro los ojos, y cuando nuestros labios se rozan me doy cuenta de que estoy llorando. Mi espalda choca contra una pared, sus manos viajan hasta mis mejillas y acercan mi rostro más al suyo. La abrazo, enredo mis dedos detrás de su cintura.

Su corazón late junto al mío, sus labios son tan suaves, su tacto es celestial. Necesito más, ahogarme en ella. La aprieto fuerte contra mi cuerpo, busco entrelazar mis piernas con las suyas, no puedo dejar de besarla. Sus lágrimas caen sobre nuestros labios y las limpio con mis dedos, desesperada.

—Prométeme que nunca vas a volver a dejarme. —suplica, entre suspiro y suspiro.

—Nunca, jamás. —le aseguro.

—Prométeme que vamos a estar juntas.

—Te lo prometo, te lo juro.

«¿Cuándo nos caímos? ¿Por qué se siente tan suave el suelo?»

La tela se enreda entre mis piernas, es el vestido de Mirella.

Su cabello cae sobre mi rostro, abro mis ojos y allí está, más hermosa que nunca. Su silueta recortada contra la luz de la luna, jadeando, sin aire.

No puedo soportar un segundo sin estar cerca de ella, cada milímetro que nos separa se siente como una estaca clavándose en mi pecho. La halo hacia mí, ambas reímos de nuevo, me colma de besos y yo hago lo mismo.

Ya no siento necesidad de respirar, ella es todo el oxígeno que me hace falta para vivir.

El tiempo se vuelve un mito, porque se deshace cuando estamos juntas, lo puedo medir en caricias sobre su piel y escalofríos en mi nuca. Está temblando, la abrazo contra mi pecho y recorre mi costado con sus dedos, siento su peso sobre mí, es asfixiante, me encanta.

Elara y Mirella se cansaron del slow burn. ¿Crees que fue buena idea que se pusieran a tomar de esa manera?

¿Te parece que Mirella está bien?

¿Adivinabas que la noche terminaría así?

¿También estabas esperando con ansias este momento?

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