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14: Mar afuera


«Hoy es el día de hacer quedar mal a Elara, sin lugar a dudas.»

Justo hoy, sabiendo que nunca hay nadie en la playa —y mucho menos un viernes en la tarde—, un grupito de adolescentes idiotas decide plantarse aquí mismo justo antes de que llegáramos.

Mi cabeza da vueltas con tanta información, me encantaría poder tener tiempo para pensar y digerirla con calma, pero Ella no quiere dejar de hablar. Luego está esa gente sobrante, ideal para acabar con mi agotamiento.

«¡Yo también quería un poco de paz!»

Y estaría más tranquila si, a pesar de todo lo que me ha contado Mirella, no hubiera obviado lo más importante.

No se me ocurre por qué no ha querido mencionar nada acerca del lugar donde vivía, mucho menos de Panorama. Cada vez que toco el tema lo ignora, quisiera saber qué le pasa, poder ayudarla.

Está esquiva, mucho, y eso me causa terror. No puedo negar que algo anda mal, pero me da pánico intentar insistir sobre cosas un poco más personales. Actúa como si quisiera alejarse de todo lo que pueda estar atado a ella.

Quizás sí la está pasando mal y desea olvidarlo, intentando depurar esa información mientras estamos juntas.

«Yo soy su escape, siempre lo he sido, tanto como ella el mío.»

La miro, sus ojos brillan, tiene los labios resecos por hablar demasiado y aún así sonríe antes de tomar otro sorbo de su termo.

Entrelaza sus dedos con los míos y me lleva de la mano hacia la orilla, ignorando a los demás. Yo no puedo dejar de mirarla y un pensamiento fugaz se cruza por mi mente: cada segundo que pasa, está más hermosa.

Sonrío, me transporto a años anteriores y Ella se encoge dentro de mi mente, yo misma lo hago; somos niñas de nuevo.

Comenzamos a caminar por la orilla, echándonos agua y recogiendo caracoles. Escucho las voces al fondo e intento ignorarlas, pero se me clavan en el tímpano como avispas. No tienen derecho a interrumpir este momento, esta playa siempre ha sido de las dos, me niego a aceptar lo contrario.

—¿Sabías que las manzanas cumplen un mejor trabajo en despertarte que el café? —dice entre una cosa y otra—. Esta mañana lo probé y me ha funcionado. Todavía no entiendo cómo puede existir gente esclavizada a él si las manzanas son más sabrosas.

—¿Por qué? —pregunto, de pronto estoy alerta— ¿No dormiste bien anoche?

—¿Oh? —duda, parece sorprendida por escucharlo.

—¿Dormiste bien anoche? —pregunto de nuevo—. ¿Hola? —Esta vez le lanzo un chorro de agua, y reímos.

—Ah, sí. Me quedé leyendo hasta tarde —contesta.

La conozco demasiado, su mentira me sabe amarga, pero tengo cuidado en no demostrárselo.

—Se debe sentir bien no tener a tu madre gritando cada vez que tienes las luces encendidas a medianoche —comento, siguiendo la corriente y recordando lo que ella me contaba antes—. Porque ya no lo hace, ¿o sí?

—No, ya no —miente otra vez. ¿Habrá olvidado lo bien que la conozco?—Intenté probar con una naranja hace unos días, pero el efecto no es el mismo. —Cambia el tema de vuelta al inicio, y yo entiendo la indirecta.

Después de un rato decidimos sentarnos en la arena, dejando que las olas laman la parte de abajo de nuestras piernas. Siento algo en mi bolsillo clavándose en mi muslo y recuerdo lo que todo el día he tratado de evitar. Tomo el móvil y lo enciendo, apenas hay un par de llamadas perdidas de la mañana, a este punto eso no es nada. Antes de que pueda decir algo, Ella lo toma emocionada.

—¡Pero qué lindo es! —exclama, examinándolo como si fuera una piedra preciosa— ¿Cómo has logrado hacer que las gotas se queden ahí y no se muevan?

—Son algas —le explico, río mientras paso la mano sobre las gotitas suspendidas en los bordes del teléfono—, le he pedido a otra avin que las envuelva en ellas. Ya sabes, ella también puede manipular cierta parte de la naturaleza.

No tiene por qué saber que le supliqué a Mirko que lo hiciera por mí, porque me daba pavor acercarme a Estela.

«¿Dónde estará? Tengo casi siglos que no la veo.

Que no veo a muchos otros, de hecho.»

El semblante de Mirella cambia, y me devuelve a lo que es importante. Sigue revisando el celular, yo no entiendo por qué lo hace.

—Ella —digo acercándome un poco más a ella y colocando mi mano sobre la suya—, ¿puedo preguntarte algo?

—Claro —responde y voltea a mirarme, sus ojos son como el café que tanto odia. Siento cada uno de los vellos de mi piel erizarse.

—Es que he estado recibiendo unas llamadas...

—¿Como esas de telemercadeo? ¡Son un horror! Bloquea el número, es más fácil. —Rueda los ojos y ríe; yo no sé a lo que se refiere, pero no es momento de otra lección de vida.

—No, no. Son de alguien específico —explico con calma— Todas de la misma persona.

—¿Y quién es? —Se asoma para ver mejor la pantalla.

—No, no. ¡Yo nunca haría eso! —A lo lejos hay otra conversación, escucho una voz grave y femenina— Son ellos los que están locos por obligarnos a convivir con personas así.

La ignoro, cierro mis ojos para concentrarme y busco el historial de llamadas.

«Algo no anda bien.»

Mirella está esperando confundida.

Y es que la última llamada que muestra es la de Mirko hace días, todos los números los tengo guardados. Sigo bajando, nada. Ella está tensa.

—Deja a los locos con su locura, Demi. Hay gente que no puede socializar y por eso termina haciendo el ridículo. —Otra persona, esta vez de un chico. Agito mi cabeza, provocan que pierda la concentración.

—¿Estás bien? —La calidez de Ella me relaja un poco, pero sigo contrariada. No entiendo nada.

—Es que las llamadas... —susurro sin poder creerlo, es imposible que se eliminaran solas— No están.

«¿Y si Theo lo hizo cuando yo no estaba viendo?»

Pero ¿por qué? Y en ese caso no podría haber eliminado las que acabo de ver. ¡Es que estaban ahí hace medio segundo!

—A lo mejor es un glitch, Lara —dice con cariño, rodeándome con un brazo— Son cosas que pasan.

Se me cae el teléfono al agua, lo suspendo sobre ella antes de que llegue a mojarse. No debo tener buena cara.

—¿Cuánto tiempo creen que resista? —Ahí va el grupito de nuevo, cada vez más cerca de nosotros.

Volteo a verlos, incluso en la playa actúan como si estuvieran por sobre cualquier otro ser viviente.

—¡No te acerques mucho! ¡Se me pega lo lunático! —Es ella, la chica bonita que vi en Karma. Ahora me parece repugnante.

—O puede ser el telemercadeo que te digo, me han llamado mil veces para ofrecerme una tarjeta de crédito —continúa Ella, intenta ignorar que los otros existen, pero también está irritada.

Cierra sus ojos y respira profundo, la punta de sus dedos tiemblan, como si quisiera hacer algo.

—Venían desde el otro lado del mundo, al menos hasta hace poco... —Ya no quiero hablar de esto, porque me preocupa como el grupo está haciendo que Ella reaccione.

—¿Por qué una empresa de telemercadeo iría de un país a otro? —Su tono es condescendiente, de nuevo me siento tonta.

—No es una empresa, ¡es alguien!

—¿Y cómo lo sabes? —pregunta, entre curiosa y preocupada. Está intentando respirar con normalidad, cubre una de sus orejas con su cabello y, aunque trata de ser disimulada, sé que es para no escucharlos.

—¡Es que la gente se inventa cada tontería! —Vuelven a llegar fragmentos de conversación a mis oídos.

Ella sacude su cabeza y comienza a hacer algo en mi teléfono. La miro, pestañeando. Guarda un número y se toma una fotografía, con la sonrisa de comercial más rápida que he visto en la vida. Siento escalofríos de solo pensar cómo puede cambiar de un segundo a otro.

—Listo, ahora si te vuelven a fastidiar, me llamas y ya está. ¿Cuál era la extensión? —No sé de qué me habla, ella se arma de paciencia— Los números que le siguen al signo de suma, esos indican de qué país viene.

—Ah, era cincuenta y cuatro. —Lo tengo grabado en la memoria, podría repetírselo todo si quisiera.

Las risas de los otros son cada vez más escandalosas, a este punto casi no podemos hablar sin ser molestadas.

Ella me mira por unos segundos y suspira, todo su cuerpo tiembla como si estuviera sobrecargado. Sus labios se mueven con lentitud, repitiendo las palabras que acabo de decir. Luego niega con su cabeza, cierra los ojos y susurra algo que no logro entender.

En una milésima de segundo una sonrisa estira su rostro, se siente tan forzada como mis intentos por entender la mitad de las cosas que me dice. Me hiere no saber por qué está así, pero más aún que no quiera decirme.

—¿Por qué no regresamos ya? —susurra en un tono tan bajo que me cuesta oírla. Apenas moviendo los labios.

Y entonces comienza a caminar a grandes zancadas, dándole la espalda al mar, a la arena, y al grupo de tarados que acaba de arruinar nuestra tarde.


Poco a poco vamos conociendo más sobre Mirella, ¿qué te parece que oculta?

¿Quiénes son las personas que estaban molestándolas en la playa?

¿Reconocen la extensión del número que estaba llamando a Elara?

¿Por qué desaparecieron las llamadas en su teléfono de repente?

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