12: Aleteo de mariposa
La enfermería es luminosa y sé que debería sentir paz al estar aquí, pero solo quiero huir. No recuerdo la última vez que pisé este lugar y, a decir verdad, me tiene sin cuidado.
«¿Es normal que haya tantas cortinas cerradas?
¿Quiénes están tras ellas?»
La voz de Cutler llega a mis oídos a lo lejos, pero yo me separo de la realidad jugando con mi cabello mientras recuerdo la fragancia del de Ella.
—... descanso es lo primordial. Elara, ¿me estás escuchando? —Niego con la cabeza y Cutler suspira—. Que descanses y no te alejes mucho de la comunidad.
—¿Qué tiene que ver eso con los dolores en el pecho?
—No sabes qué enfermedades tengan los humanos que puedan pegarte —dice Mirko y el enfermero le lanza una mirada que no estoy demasiado segura de lo que significa.
—Kariye trabaja entre ellos y tú también, y los veo bien —Me cruzo de brazos mientras balanceo las piernas.
«¿Qué hora es?»
—Tu sistema inmunológico está deteriorado. —No quiero seguir escuchando sus regaños.— Tienes que cuidarte más, Elara. Por favor. —Casi me lo implora, yo suspiro.
Ya no me importan los dolores, ni las pesadillas, ni las ojeras. Sé que todo estará bien cuando vea a Ella de nuevo. Ahora parece tan simple, tan obvio. Su risa era lo que me faltaba para vivir, su ausencia lo que me estaba enfermando. Quizás mi desafío de vida era permanecer tanto tiempo sin ella, y ahora que he vuelto, por fin podré sentirme completa.
Asiento cada vez que hablan y cuando Mirko toma de mi mano para irnos, lo sigo sin entender lo que ocurre. Es como si estuviera bajo el agua, o viendo todo desde una burbuja fuera de mí misma. Sé que sonrío cuando él lo hace, pero que sus ojos notan que algo ha cambiado.
«¿Cómo podría seguir con mi vida, pretendiendo que no hay nada más allá, después de ayer?»
Por más que me encante la mermelada de menta, no logro concentrarme en su sabor. Llevan rato hablándome, pero no tengo idea de qué es lo que me han dicho ni de cuándo me senté en la mesa. Sonrío y, aunque consigo engañar a Theo, Mirko me conoce demasiado bien como para ello.
—Sé que piensas que nadie se dio cuenta de que te escapaste —Intenta reprenderme, parece triste— Pero nosotros sí, porque somos tus amigos.
—Yo solo estoy aquí por las llamadas —interviene el enorme tecnópata, aclarando su garganta con incomodidad.
—Exacto, ¿fue por eso? ¿Ocurrió algo más?
—Necesitaba tiempo para mí después de nuestra última conversación —respondo, aún distraída.
Mi amigo baja la mirada y se sonroja, y por primera vez en el día logro enfocarme en lo que está ocurriendo. Había olvidado lo mal que quedaron las cosas entre nosotros, lo molesta que estaba con él. Pero sé que él no, y ahora todo lo que intentó decirme en nuestra caminata hasta acá tiene más sentido.
No le guardo rencor, no tengo tiempo para ello.
Ahora me siento mal por tocar el tema, pero es que ni siquiera se me había pasado por la cabeza ese pequeño detalle. Mis labios saben amargos y dejo la comida a un lado. Theo solo nos mira incómodo, yo sonrío y trato de restarle importancia, no quiero estar peleada con él cuando mi vida comienza a brillar con colores nuevos.
—Pero aquí estoy, ¡y ya todo está en orden! —Intento parecer alguien con energía, con ganas, aunque esté demasiado tensa.
Mirko lo nota, me conoce muy bien y sabe cuando miento.
—¿Lo está? —Ahí va de nuevo, intenta sonsacarme alguna información que de seguro no tengo.
—¿Qué quieres decir? —le pregunto, porque otra vez no entiendo nada.
—Sé que tienes miedo —Coloca una mano en mi hombro, me estremezco—, pero estoy aquí para ayudarte —Voltea a ver a su amigo—; Theo también.
—Puedo cambiar tu número sin necesidad de que compres otro móvil —confirma el chico, ajustando el moño que tiene en el cabello—. Y si piensas que alguien te está siguiendo...
Pareciera que, desde la última vez que los vi, ambos hicieron un maratón de películas policíacas. La tensión en el ambiente se disipa y río, porque Mirko fija sus ojos violetas en los míos los oscurece a la fuerza.
—¿Qué hora es?
Ambos me miran como si acabara de cometer un crimen, me encojo de hombros y me chupo los dedos, saboreando los restos de mermelada. Siguen viéndome.
«¿Tendré algo en la cara?»
—Chicos, ¿qué hora es? —repito, por si acaso no me escucharon la primera vez.
—¿Eso es todo? —pregunta Mirko, yo asiento y me encojo de hombros. Él suspira—. Son las dos y quince, ¿por qué? —responde, dándose por vencido y mirando su reloj. Tiene el cabello despeinado, pero luce más calmado que antes
Son las dos, todavía falta medio siglo para las cuatro y quizás no sea muy buena idea aparecerme por allí con tanta antelación. No deberíamos mezclarnos en primer lugar, a menos de que estemos de paso. Nunca he escuchado de ningún avin que haya entrado a Las Academias, ¿estará prohibido?
Estoy inquieta y esta vez es el tecnópata quien lo nota.
—Elara, tu pecho —me dice, señalándome con dos dedos de la mano que tiene apoyada en el hombro de Mirko.
—¿Mi pecho? —En ese momento el otro reacciona y asiente con firmeza.
—Sí, claro. Cutler ha dicho que no es grave, ¿no? —Sonríe, yo asiento.
«Si tomo el camino más largo podría tardar casi una hora y media, tiempo suficiente para llegar justo cuando terminen las clases. Podría llevar otro sandwich de mermelada de menta, creo recordar que a Ella le gusta, aunque me parece que...»
—¿En dónde estás? —pregunta mi amigo, exasperado.
—Aquí —Mis palabras suenan de todo, menos convincentes—. ¡En serio!
Tengo que ignorar el hecho de que anoche también dolió, y que mis ojos se hunden cada vez más. Ahora tengo unas ganas de vivir que, comparadas con la indiferencia de antes, me hacen sentir renovada.
—Hay algo que te preocupa —Las palabras de Theo salen con precaución de sus labios, tiene miedo de cruzar una línea—, no quiero meterme mucho en tu vida, pero ¿por qué sigues cargando con él?
—¿Con qué? —El chico señala mi bolso y yo asiento. Por supuesto, siendo como es, debe sentir la presencia del aparato—. No lo sé, supongo que es costumbre. A veces Mirko me llama, o Madre, pero casi no lo utilizo.
«Necesito que todos dejen de recordarme las cosas malas de la vida.
¿Cuánto falta para las cuatro?»
—Mirko piensa que tienes un acosador—Mi amigo le da un codazo, pero él ríe a modo de disculpa y se encoge de hombros— La última llamada que rastreamos estaba en el continente, no suena tan descabellado.
Suspiro y le doy el móvil a Theo, no me sirve de nada seguir huyendo de la realidad. Agarro un mechón de cabello, luego tamborileo con mis dedos, tomo la muñeca de Mirko y miro la hora. Dos y media.
«¿Por qué el tiempo pasa tan lento?»
—¿Hay algún sitio en donde tengas que estar? —Me pregunta él, yo niego con la cabeza, luego afirmo, luego vuelvo a negar.
—Órdenes del doctor, tengo que descansar —Le saco la lengua y él ríe, tal parece que esa pequeña visita médica me acaba de regalar excusas perfectas.
Mirko se me queda mirando, pero no dice nada, no puedo identificar qué piensa por su expresión. Sé que me conoce, y no me cree, aunque sonría y se vea más relajado. La voz de Theo lo ataja.
—Sí, la llamada de anoche viene de Aldoba —confirma, antes de que alguno de nosotros pueda decir algo más.
Yo quedo pasmada. Los hechos comienzan a encajar en mi mente, poco a poco. Los veo nítidos, como si fueran una maraña que estuviera siendo separada por dos imanes inmensos.
Las llamadas venían de Las Américas.
Hace unos días esa persona llegó a Europa.
Ahora está acá.
«Puede que tengan razón y que sea alguien peligroso.»
Ella tenía miedo, estaba triste, decía que no podía soportarlo más. Ella se lanzó de un acantilado por razones que aún no quiere decirme.
«¿Y si a quien están siguiendo es a ella?»
Tiemblo, de pronto estoy sudando frío. Intento irme y me atajan, saben que hay algo que me estoy guardando. Pueden preocuparse todo lo que quieran, yo no haré nada hasta hablar con ella.
¿Qué tal te ha parecido hasta ahora?
¿Qué harías tú si estuvieras en los zapatos de Elara?
¿Te guardarías la existencia de Mirella o se lo contarías a Mirko?
También quiero aprovechar de dejar este lindo manip de las dos chicas que hice hace tiempo. ¿Qué opinas?
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