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10: Charcos azucarados


El cielo está naranja y se va haciendo hora de despedirnos. Ella no quiere volver a casa y yo no quiero volver a estar sola. La última vez que tuvimos un día como este teníamos once años, y a pesar de ello parecen no haber pasado más de veinticuatro horas desde ese momento. Extrañaba correr entre las ramas de los árboles mientras ella me perseguía en el suelo, entrar a escondidas a los invernaderos y comer la miel fresca sin que nos descubrieran.

Quisiera comprar helado y jugar en la terraza como antes, pero algo me dice que no sería muy buena idea entrar a su casa, después tanto tiempo, así como así.

De todos modos estoy cayéndome del sueño y, por lo visto, ella también. Se apoya de mi hombro mientras caminamos bajo los techos salidos de los locales por los que vamos pasando, apenas llovizna.

Nuestros pasos cada vez son más lentos, pero ni eso ha podido evitar que lleguemos a la esquina en la que comienzan las colinas antes de que anochezca. Recuerdo su casa en la cima de la tercera, los ladrillos y el techo oscuro, el kiosko en el jardín y el olor de la barbacoa los tres veranos que pasamos juntas. Comenzamos a subir sin quererlo, agotadas. Otra cosa que no ha cambiado, es que nunca es suficiente para nosotras.

Sí, ha sido uno de los mejores días de mi vida, pero no puedo tolerar que tenga que acabarse.

En un intento por alargar unos segundos más esta experiencia perfecta, salto sobre uno de los charcos que están formándose en el suelo junto a nosotras y empapo a Mirella. Ella grita, me mira con ojos de rabia fingida y luego me devuelve el favor.

Ya no hay techo, de todas formas habríamos quedado empapadas.

Aprovecho para tomar ventaja y saltar sobre las gotas, termino en un balcón y Ella gritándome que me baje de allí, mirando a los lados para cuidarse de si alguien se asoma, muerta de la risa. A este punto me sacudo de nuevo los miedos, dentro de un par de horas de todos modos volverán.

De momento me limito a pensar que mañana después de las cuatro la cosa seguirá igual, porque es cierto, no es como si su Academia fuera a cambiar algo.

Supongo que mi subida de ánimos es evidente, su sonrisa esta vez no desaparece.

Me lanza una piedrita para obligarme a bajar y no puedo hacer más que desviarla con algunas gotas. Estoy segura de que ha enloquecido, sabe que habría podido romper la ventana. El volumen de su risa incrementa y por unos segundos la encuentro con la mirada perdida, pero se sacude y regresa a la normalidad.

—¿Por qué comienzas clases un viernes? —pregunto cuando retomamos nuestro camino— No llevas ni tres días acá y se supone que la semana comienza el lunes. —Me parece injusto que me quieran quitar a mi amiga después de solo un día de poder disfrutarla. Eso no está bien.

—Dicen que así podré conocer a mis compañeros con un poco de antelación, tengo entendido que los viernes son los días menos intensos —responde, no está enfadada, pero sé que no le ha gustado que toque el tema.

Intenté evitarlo durante todo el día, así como el acantilado o su partida sin ninguna explicación; pero hay cosas que no pueden esperar más tiempo.

La miro, tiene los brazos cruzados y los ojos fijos en sus botas, no hace falta ser superdotado para comprender que no quiere ir. Las Academias deben estar entre las peores cosas que pueden existir en el mundo, si no, no entiendo por qué Ella habría hecho lo que hizo justo el día anterior a comenzar a estudiar en una de ellas.

—No sé por qué me obligan, yo no quiero conocer a nadie —Ella sigue hablando, aunque parece que estuviera pensando en voz alta en lugar de conversando conmigo—. Se supone que voy a estudiar, —continúa, hace una pausa y toma mi mano—; ya tengo todos los amigos que necesito. —Me mira y le sonrío, se ve adorable con sus ondas alisadas por la lluvia.

Caminamos en silencio, Mirella está temblando.

«Desearía haber nacido con el don de sentir los pensamientos o de ser capaz de escudriñar en el pasado de los demás.»

No haría nada malo con eso, me ahorraría unas cuantas dudas y el engorroso proceso de hacer preguntas incómodas.

Me abraza sin soltar mi mano y yo hago lo mismo, hace ademán de separarse, duda y luego me abraza más fuerte. Hundo mi nariz en su cabello empapado y su fragancia me hace suspirar. Puedo ver su casa, cerca pero no tanto, y sé que es el momento de decir adiós.

En ese instante no pienso más nada, la aprieto como si no la fuera a volver a ver aunque sepa que apenas pasarán horas hasta nuestro nuevo encuentro.

Beso su mejilla, ella besa la mía y sonrío para evitar ponerla peor. Su rostro está tan cerca del mío que puedo ver a la perfección las manchas oscuras bajo sus ojos. Llora, tiembla.

—Gracias —susurra y se desprende a regañadientes.

Me quedo de pie viéndola cruzar la calle a trote justo antes de que un auto pase por el mismo punto segundos después. Pienso que podría haberla arrollado y siento un mal sabor en la boca.

«¿Por qué no ve a ambos lados antes de cruzar?»

Grito un "adiós" opacado por la lluvia que ya arrecia, pero a estas alturas ya está atravesando la verja. Quiero entrar con ella y dudo, pero no puedo seguirla, ha pasado demasiado tiempo y ni siquiera sé si sus padres me recuerden.

No me quedo a esperar a que se encienda la luz del porche, camino de vuelta sin pensarlo dos veces; en estos momentos ni flotar sobre las gotas suena atractivo.

La realidad me abruma, el sueño me pesa y ya no puedo más.

Estoy exhausta, feliz, un millón de emociones se arremolinan sobre mí y terminan acumulándose en una masa de agua que no aguanta más y me empapa.

Llevo el día entero perdida, sin saber de nada ni nadie, y no me importa en lo más mínimo.

«De todos modos no es la primera vez que hago algo similar.»

No quiero pensar en mis obligaciones, así que me aferro a las palabras que Ella y yo intercambiamos desde el segundo en que juré que era un fantasma.

Ha cambiado, como yo, es lógico e inexplicable a la vez.

Por segundos pienso que quizás no es más que mi imaginación. Y sin embargo, si solo hubiera ocurrido en mi mente Mirella seguiría siendo la misma niñita pecosa que era el último día que nos vimos.

No, tiene que ser real.

«¿Por qué me costaba tanto recordarla antes del día de hoy?»

Es como si mi cerebro me hubiera estado protegiendo del vacío inexplicable de su ausencia.

Río más que nunca, y escucho la mayor parte del sonido quedándose en mi garganta. Doy vueltas en la acera y me tropiezo con una pareja que me mira con lástima, les sonrío con mayor convicción y me tambaleo casi dormida, sin importarme estar en la zona humana.

«Porque estoy feliz, ¡estoy feliz! Y de nada sirve pensar otra cosa.»

No tengo idea de la hora y no me molesto en averiguarlo. Compro un jugo de naranja para intentar espabilarme, no creo que sea buena idea quedarme durmiendo en una banca en el parque.

Poco a poco salgo de la ciudad y me acerco a nuestra comunidad. «¿Qué día es hoy? ¿Habrán cancelado la reunión de la fogata por la lluvia?

¿El viento siempre se ha sentido de esta manera?»

No tengo idea de cuándo las gotas dejaron de caer, ni del tiempo que llevo caminando. Creo que en vez de parpadear estoy cerrando los ojos. Reconozco la casa de Mirko, con las luces apagadas. La cafetería, el Edificio Principal.

«¿Por qué tenían que asignarme una vivienda tan apartada de la zona humana?»

Abro los ojos y estoy acercándome a la verja, los cierro.

Los vuelvo a abrir y aparezco detrás de la cerca, se cierran solos.

Mi puerta aparece frente a mí la tercera vez, las llaves en mi mano. Entro.

Sin pensarlo abro el grifo de la cocina y cierro los ojos, dejo que mi mente somnolienta guíe a las gotas y que estas me depositen en la cama. Bostezo y cuando siento la tela de las sábanas rozar mi rostro y saco mi teléfono semi-empapado del bolsillo de mi vestido. Lo conecto al enchufe junto a mi cama, la pantalla se enciende, no me interesa.

Me doy la vuelta, más dormida que despierta, pensando en Ella y en como siento que mi vida cambiará a partir de hoy.

«No.

¡No!»

Un sonido infernal se burla de mí y suelto un grito hace que caiga al suelo. Ni siquiera en un día tan perfecto puedo salvarme de las llamadas a medianoche.

¿Pensaste que todo era demasiado bueno para ser real?

¿Te habías olvidado ya de las llamadas?

¿Qué hará Elara ahora con todos estos problemas y ahora Mirella en su vida?

¿Te hubiera gustado que Elara entrara en casa de Mirella?

¿Por qué no cree que sea buena idea ver a sus padres después de tanto tiempo?

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