Miércoles por la tarde y tal y como es siempre, el día esta precioso. Con el cielo despejado y cuajado de rasgadas nubes blancas. Insultantemente azul, insultantemente brillante. El eco del reloj que indica que es la hora de marcharse se aleja a cada paso que da. Su mirada aburrida, enfadada y algo austera tropieza con una hoja que corretea sin control por el pavimento. Sigue su rastro hasta que esta cae dentro de una de las canaletas llenas de agua sucia que dan a una alcantarilla al lado de la acera. Entonces, da giros rápidos y se pierde en su oscuridad.

Y él se le queda viendo más de la cuenta. Se imagina a sí mismo como un ser diminuto que navega sobre la hoja, incapaz de obtener el control, incapaz de escapar. Cae estrepitosamente a las profundidades malolientes de la cuneta y la oscuridad misma lo devora. Aun en sus últimos momentos de vida, mira a la bestia que lo ha estado atormentando todas estas semanas, a su enorme boca negra, a sus afilados dientes y los chillidos de otros que han perecido bajo su existencia. Grita, más su voz es ahogada por el agua negra del desagüe que no deja de entrar a cantaros. Entonces la bestia se lo traga y hace trizas su cuerpo.

Tiene una imagen mental perfecta de como ocurre, así que sacude la cabeza y un escalofrío le recorre la columna vertebral. No debería pensar en eso, en absoluto que no debería, más no puede evitarlo. Muchas veces se dijo a si mismo que allí no había nadie, que era su imaginación jugándole una mala pasada y ya. Quizá fuese el hecho espeluznante de que casi nadie caminara por allí, o por los intimidantes edificios de oficinas que abarcaban todo el cielo y no dejaban ver nada.

Pero no podía ser cierto, todo lo que sentía era tan real ...

El miedo era real, incluso si la criatura no lo fuese.

Para su mala suerte, ese no fue el caso.