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El vigilante

   Lee era demasiado ostentoso, generoso y cometía muchas macanas. Trataba de lidiar con él en el trabajo solo para seguir adelante. Furioso, intentaba ignorar su presencia en la trastienda. Todas mis energías estaban puestas en ganar guita. Rápidamente fui ganando confianza con Kyon y ella me invitaba a diario a almorzar una sopa de pescado en unos cuencos hondos.

La anciana me invitó a su casa para cenar. Había patos y pavos reales caminando por los jardines llenos de flores exóticas muy coloridas. Me parecía algo tan extraño que una anciana asiática se la pase fregando todo el día si su casa estaba llena de lujos extravagantes. Comimos paté de langosta con unas croquetas de arroz, chuletas de cerdo con champagne. De postre comimos dulce de sauco con helado de menta y pistacho y quinotos agridulces con nueces.

Sentía una felicidad que no había sentido antes. Todo parecía una ilusión. Con gran deleite comencé a observar sus adornos y los portarretratos que estaban en una mesita de vidrio biselado.

—Oohh, oohh —dijo de repente Lee.

—Esto está de más —dije con firmeza—. ¿Qué ocurre y por qué estás aquí?

Dicho esto, Kyon empujó la puerta del comedor y pude ver que el muchacho hizo una mueca de disgusto.

—Mi propiedad tiene comunicación con la casa de mi hijo, ¿lo ves? —dijo la anciana mientras me regalaba una dulce sonrisa.

—¡Abuela, es suficiente! —gritó, empujando la puerta como si fuera una vuelta de tuerca.

El joven nos miró con una mirada inquisitiva.

—¡Sí!, cálmate —chilló su abuela, un tanto aturdida por los nervios de su nieto—. ¿Por qué estás a la defensiva con el muchacho?

—Abuelita tú no lo conoces, puede ser bandido disfrazado de humilde cordero —dijo con la mirada hostil.

—Claro que no —repuso, pasando su mano por sus mejillas rosadas—. A veces solo nos queda confiar...

—Oh, bueno, abuela —dijo con un tono de resignación.

—Algunas veces —manifestó la anciana— pasan cosas que no podemos ver con claridad a simple vista, particularmente cuando alguien siente apego emocional.

—Debo creer, supongo, que ustedes me están gastando una complicada broma pesada; pero en realidad no, ustedes dos no pueden ser amigos ni colegas. Ustedes están dementes, ¿por qué lo trajiste hoy a casa?

—No lo sé —afirmó Kyon—. Quizás todos vivimos con un miedo infundado.

Lee prosiguió:

—Ya lo sé. ¡Fíjese en lo que hace! La gente buena puede cambiar a mala en un tris. Así como cambian los políticos a una nueva dirección según le convenga —dijo su nieto con la voz teatral y afectada.

Lee parecía incrédulo viéndonos limpiando la mesa.

—No creo que mi papá pueda pensar que usted ahora mismo no está en una posición inequívoca —retrucó el nieto.

—Tu padre no se va a oponer. Es mi hijo y lo conozco —dijo la anciana con la voz pícara.

—¿Te refieres a que no tengo alcurnia?  —susurré.

—¡Bah, bah, bah! —exclamó su abuela mientras trataba de evadir los reclamos de su nieto.

—Yo necesito irme a mi casa a dormir, ahora. Cuando despierte dentro de algunas horas, yo espero que esta discusión haya sido un mal sueño —dije, mientras pasaba un trapo húmedo por la mesa.






A la mañana siguiente, estaba preparando un mate con mi madre y mi tío Jethro en la cocina de mi casa. Chismorreamos sobre lo que había ocurrido la noche anterior.

—Vaya, vaya, comiste como un rey... —mi tío se quedó perplejo mirando la pava en el fuego.

—¡Jethro, el agua del mate! —chilló mamá.

—¿Qué?

—¡El agua rompió hervor! —exclamé.

—Lo siento. Es que estaba pensando en los acontecimientos de tu cena... —inquirió.

—Bueno, en mi opinión no deberías darle tanta bolilla a ese niño ingrato —repuso mamá— ahora parece que está mucho más celoso que antes.

—Vaya victoria. Antes ese oriental era problemático por causa de Meteora y ahora es problemático porque hablás con tu abuela —dijo mi tío—. ¿Quién lo entiende?

—Pareciera que él siente rabia porque estoy en su terreno. Pero hablamos e hicimos un trato —expliqué—.Yo le dejaba el camino libre con Meteora y él me dejaba trabajar en paz.

—Hijo, me produce un alivio espiritual el saber que tenés tu primer empleo —dijo mi madre mientras cortaba las rebanadas de pan para ponerlas en la tostadora.

—Bien, el problema es que en mi interior yo jamás renuncié a Meteora —agregué— solo acepté la propuesta para que me deje de joder.

—¿Meteora lo sabe? —dijo mi madre, susurrante.

—No, es una estrategia por ahora.

Me acerqué a la ventana y contemplé a Meteora mientras salía y entraba de su casa con cajas y perchas con ropa.

—¿Qué está haciendo esa chica? —exclamó mamá mientras la veía ir y venir con su camisón de ribetes amarillos y sus chancletas de plástico transparentes.

—Seguramente están haciendo la mudanza —aclaré—, me parece que se van a vivir a la casona de la Vanderpump.

—Por supuesto, lo había olvidado.

—Saben, lo que me gustaría tomar no es un mate si no una copita de moscatel —dijo mi tío con la voz seca.

Permanezco en silencio mientras veo pasar a Meteora cargando unos libros.

—Debo irme. Ya casi es la hora de irme a trabajar —continúe. Sin dudas ustedes se están preguntando: ¿Por qué no ayudo a la pelinegra con la mudanza?

—¿Y qué hacés?... ¡Dale! —me gritó mi tío.

—Esperá, tío, ¡qué apuro hay! No puedo ir afuera, tal vez Lee está ahí afuera: después pierdo el laburo y ¿qué hago? ¿Vos no sabés como son los orientales?...

—La puta mad... ¿ahora te tiene vigilado? —dijo mi tío con la voz ronca.

—Qué se yo... ni idea, no quiero más quilombos. En dos semanas cobraré mi primer sueldo y quiero ver que se siente —expliqué.

—Hijo, es muy temprano. A lo mejor ese muchachito está en su casa desayunando —dijo mi madre.

Estaba por contestarle algo pero miré el reloj y faltaban diez minutos para que pasara el colectivo por la parada. Agarré las monedas que estaban adentro de una lata de leche en polvo y corrí para no perder el bus.

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