Capitulo 17: Hijo mío.
Advertencia:
Capitulo increíblemente largo y lleno de texto sobre el pasado de Alejandro Magno.
No es históricamente cierto al 100% pero todos sabemos que Shuumatsu no es del todo correcto con la historia. Así que me tomé libertades artísticas.
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Alejandro Magno dejó caer su cuerpo al suelo, con ambas piernas semi extendidas y con su torso inclinado hacía adelante por el cansancio extremo que estaba sintiendo.
Tenía un poco de sed, irónico pues hace un par de minutos estaba en su camerino bebiendo y disfrutando de un gran festín junto a su gente y esa hermosa chica Oni..."¿Cómo estará ella ahora?" Se preguntaba en su mente.
Dicha Oni miraba con horror la pantalla donde se transmitía el combate, en apenas poco tiempo, ese arrogante y orgulloso humano se había ganado un lugar en su corazón. Le dolía en el alma verlo de esa manera, y más le dolía concebir la idea de que tal vez no saldría ganador de este combate tan agresivo.
— ¡Ambos rivales han tomado asiento el uno enfrente del otro, una pausa luego de tremenda demostración de poder y brutalidad! — Las palabras de Heimdall lo confundieron, pues no estaba equivocado, Set también tomó asiento enfrente de Alejandro.
El destructor dibujo en el suelo varias líneas derechas y algunas cruzadas, dibujando luego una "X" en uno de los extremos del cuadro, Alejandro aceptó este duelo, gustoso y aliviado de que su rival también haya decidido pausar. Sin sus piernas, esta sería una batalla que tal vez no podría ganar.
— ¿Por qué estás aquí? — Preguntó Set, y Alejandro tuvo un ligero Deja-vu.— ¿Por qué fuiste elegido como Einhenjer?
— En vida fuí un emperador y un conquistador de renombre, hasta el día de hoy sigo siendo venerado por la humanidad como el más grande de todos los tiempos.— Respondió él, mientras dibujaba un círculo en otro de los extremos del cuadro, cortando el siguiente paso de Set.— Estuve en muchas batallas y fuí elegido como gobernante de diversos reinos, entre ellos, Egipto.
Set sonrió y miró a los ojos a su rival, quién también sostuvo la mirada.— Me siento orgulloso, se que habrías sido un excelente gobernador, más que mi hermano o mi sobrino Horus.
— Él tiene razón, fué uno de los hombres más poderosos del antiguo mundo...— Habló un Dios con piel oscura, largas barbas y cabellos. Iba semidesnudo, solamente cubierto por algunas telas y joyas preciosas en su cuerpo.
Se trataba del mayor rival y enemigo que Alejandro tuvo en vida, Jerjes.
— ¡Señor Jerjes! ¿A qué se refiere? — Preguntó un Dios sirviente del Monarca Persa.
— Alejandro Magno y yo nos enfrentamos en la tierra...bueno, se enfrentó a uno de mis Avatares.— Respondió vagamente.
— ¿Avatares? —
— Sabía que no podía bajar a la tierra así como así, pues tendría que recibir la aprobación del Consejo y durante esa época algunos Dioses teníamos un limitado acceso al mundo mortal. Por eso elegí a varios humanos y lo maneje como un títeres a mi voluntad, haciendo y deshaciendo una y otra vez para preservar la grandeza de mi reino.
» Entonces, Alejandro Magno era apenas un joven Emperador que había comenzado sus planes de conquista y el reino de Media y Persia serían en principal blanco de su irá; eventualmente pudo derrotarme y conquistar mi reino.
— ¿¡EHH!? ¡E-Eso seguramente fue por suerte! —
— No lo creo...ese maldito, enserio tenía un gran don.— Fueron las últimas palabras de Jerjes antes de romper su trono en pedazos luego de ponerse de pie con furia.— ¡Maldito humano, espero que tu cabeza ruede en este combate! — Gritó lleno de furia.
En el suelo, Alejandro Magno no pudo evitar esbozar una sonrisa pequeña y pasajera.
— Ught... Macedonia ser reino curioso, pero enserio tener un excelente gobernante y emperador.— Exclamó Monteczuma alzando la voz en una fuerte exclamación.— ¡Ganar a Set! ¡Alejandro Magno! —
— ¡GYAAAHAHAHAHAHA! — Una risa porcina y poderosa resonó de las gradas humanas. Un hombre gordo y con largas barbas y bigotes sostenía una de metal con varios pollos asados clavados en él.— ¡Más te vale ganar, maldito! ¡Tú y yo tenemos una batalla pendiente! — Se trataba de poderoso y temido líder Temuyin o mejor conocido como Gengis Khan*.
*Nota del autor: En la primera versión de este fanfic, Gengis Khan era un Einhenjer y el rival de Marte en la primera ronda.
Un Romano de porte dominante y grandes músculos también suspiró y emitió una ligera risa. Se traba de Julio César.— ¡El legendario Alejandro Magno, jamás perderá ante nadie! — Gruñó.
— Oi Oi, Alejandro-Sama...he apostado mucho dinero a tu nombre, más te vale no dejarme mal.— Oda Nobunaga también hizo sonar su voz en las gradas de la humanidad.
Set soltó una ligera carcajada ante la aparición de los nombrados anteriormente, pues consideraba muy adorable el que los humanos se unieran para apoyar a su representante en esta batalla encarnizada por la supervivencia.
Alejandro Magno se sentía muy bien en ese momento, se sentía lleno de vida pese a su estado físico actual.
— Sabes, Set... Durante todo el combate estuve alardeando y pregonando que yo era un verdadero y auténtico Dios entre humanos y Dioses. Que no había nadie sobre la tierra más digno del título de deidad que yo mismo y que en todo momento, el sol brillaría sobre mí.
»Pero... ¿Sabes algo?
— ¿Huh? —
— Los humanos son mejores que los Dioses.
[...]
[Macedonia - muchos años atrás]
— ¡Todo el mundo al suelo, es Búcefalo! —
— ¡Búcefalo ha perdido el control, todos alejense! — Gritaban todos llenos de terror.
Búcefalo era un enorme y poderoso semental de color marrón con algunas manchas y de gran musculatura. Era tratado como un ser demoníaco puesto que nadie nunca había logrado domarlo y siempre era dejado en los campos, dónde mayormente estaba tranquilo siempre que no tuviese que salir al sol.
Esa mañana, uno de los comandantes de Rey Filipo II quiso probar suerte con Búcefalo e intentar domarlo. Pero el tiro le salió por la culata, pues Búcefalo se deshizo de él con suma facilidad logrando tirarlo de su espalda con un solo movimiento.
En ese entonces, el corcel enfurecido se liberó de sus cadenas y comenzó a formar un desastre en aquel campo, dónde estaba ubicado el campamento militar de Filipo.
La mujeres corrían despavoridas y los hombres buscaban tontamente detener a Búcefalo. Algunos usaban cuerdas pero el corcel las rompía con sus dientes y otros pensaron en usar cadenas pero era inútil, Búcefalo podía romperlas de un tirón y el latigazo de la cadena podía dañar a alguien de gravedad.
Matarlo era una opción, pero ni un arquero podia darle con tanto movimiento.
— ¡No podemos seguir en esto! ¡Corten su cuello! — Gritaba uno de los capitanes.
— ¡No podemos acercarnos, hay que matarlo de un disparo! — Vociferó otro de ellos.
— No será necesario, yo puedo hacerme cargo de esto.— Dijo una tercera voz desconocida.
Se trataba de Alejandro Magno, quién tenía unos 17 años de edad en ese momento. Emprendió la carrera hacía Búcefalo con una cuerda en su mano y la percepción de la realidad completamente alterada, jurando por su vida y su trono que él sería capaz de tomar a la bestia como su mascota personal.
Cuándo lo estuvo lo suficientemente cerca, saltó sobre el lomo de Búcefalo y con su cuerda, atrapó el hocico del animal.
— ¿¡Que demonios...!?
— ¡Majestad, no haga eso! —
Pero Alejandro no escuchaba a nadie, se aferró a la cuerda y montó a Búcefalo con firmeza y fuerza. Con su talón dió un golpe en el costado del cabello quién de encabritó y lanzó un fuerte relincho ensordecedor, sus patas delanteras se alzaron y la gallarda y majestuosa figura de Magno hizo sombra entre los hombres y mujeres del campamento.
El príncipe aprovechó el momento para hacer girar el cuerpo del caballo, dándole la cara al sol y evitando que el corcel pudiese ver su propia sombra. En eso, Alejandro Magno había logrado su cometido, había logrado hacer que Búcefalo calmara su temperamento.
— ¡I-Imposible...!
— Búcefalo debe ser más pesado que un león promedio y... Alejandro lo está guiando a su voluntad, su fuerza no es humana.
Cuando Búcefalo cayó, Alejandro había logrado domarlo con éxito y sin perder la cuerda de sus manos. Evitó que Búcefalo mordiera la cuerda y golpe en el costado evitó que siguiera brincando y estremeciéndose como un demonio, por ende aprovechó la oportunidad para darle la vuelta y hacer que volviera su cara al sol.
— ¿Era por eso que estabas tan furioso, le tienes miedo a tu propia sombra? — Le preguntó Alejandro y la mirada fría y animal de Búcefalo transmitió el mensaje.
Búcefalo era un caballo sin familia ni manada, creció como un caballo salvaje y agresivo con los humanos que intentaron domarlo y controlarlo debido a su grandioso porte y majestuosa gallardía. Por culpa se su apariencia monstruosa, era incapaz de ver su propia sombra sin perder la cabeza así que se limitó a vivir en la oscuridad y nunca dándole la espalda al sol.
Cuándo llegó al campamento, solamente quería descansar y comer algo, pero al percibir las intenciones hostiles de los soldados, perdió el control y al ver su propia sombra simplemente se volvió loco.
Pero Alejandro no mostraba enojo, furia o dominancia hacía él, sino igualdad. A pesar de que él era un semental y Alejandro un humano, ellos eran iguales.
Y al haber detectado su molestia y la razón por la que estaba tan enojado, Alejandro pudo darle la vuelta y cambiar las tornas del acontecimiento.
— Tranquilo, nadie te hará daño y yo te ayudaré a perder el miedo a tu sombra, te lo prometo.— Y con estás palabras, Alejandro se bajó de Búcefalo de un salto y acarició su cuello como pudo.
— ¡Alteza, Dios mío alteza! ¡Eso fue peligroso! — Exclamó un hombre de cara graciosa, Alejandro no podía recordar su nombre.
— ¡Este mendigo caballo del demonio debería ser sacrificado! — Gritó uno de los capitanes.
— ¡Claro que no! Solamente tenía hambre y estaba cansado, no es malo, solamente odia que traten de controlarlo y domarlo.— Lo defendió Alejandro, quién puso su mano en el cuello del animal para darle unas caricias.— Además, le tiene miedo a su sombra y está en su época de celo, deberían darle una yegua y evitar que le dé la espalda al sol para que no pierda la cabeza de nuevo.
De entre las personas, un hombre anciano y encorvado apareció con un bastón y acariciando sus barbas mientras soltaba una risa jovial y alegre. Se trata de Aristóteles, el maestro íntimo y cercano de Magno.
— ¡Zijijijiji! ¡Por supuesto que sí, alteza! — Exclamó abrazando y besando las mejillas de Magno, algo extraño y que jamás había sucedido antes.— Las señoritas de servicio llevarán a Búcefalo a darse un baño y le darán a la mejor yegua del reino, con sumo cuidado.
Dos mujeres de cuerpos y atributos prominentes se acercó a Búcefalo y una sujetó suavemente la cuerda que tenía el animal en la boca mientras la otra acarició el pelaje del animal. Estaban sonrojadas y su cuerpo temblaba de manera extraña, parecía estar totalmente excitadas.
— Será un placer atender al semental del principe, muchas gracias por el honor alteza.— Musitó ella haciendo una reverencia honorífica.
— Le daremos una limpieza y le haremos dejar salir todo su estrés y molestia.~ — Dijo la otra. Alejandro estaba en blanco y ni hablar de Aristóteles.
— Ehm... Si, si eso. Ellas se encargarán de atenderlo.— Fue todo lo que el anciano maestro pudo decir.
— Ah...bueno, ve con ellas Búcefalo.— Fue lo que dijo Alejandro al ver que el animal ponía una cara muy graciosa de espanto y molestia al ver a la extraña mujer humana.— No te preocupes, estarás bien, prometo ir a verte después.
Y con esto, las dos mujeres se fueron directo a los establos reales con el semental, sin dejar que viera directamente su propia sombra, dejando a Alejandro, Aristóteles y al capitán del ejército en el campo.
Todos estaban realmente desconcertados.
— Capitán Leónidas*, El entrenamiento físico del principe ha concluido así que puede dejarlo en mis manos ahora mismo. El ejército debe moverse a las puertas principales del reino pues Filipo y Olimpia volverán hoy al reino.— Solicitó Aristóteles, dándole una profunda pero amable mirada al capitán.
(Nota del autor: No sé trata del mismo Leónidas que participó en el Ragnarök. Es otra persona menos relevante)
— Maestro Aristóteles, con todo respeto le informo que no haré caso de sus palabras pues Alejandro se ha saltado su entrenamiento y es la tercera vez esta semana que lo hace.— Gruñó Leónidas, viendo con mala cara a Magno.
— ¿Es eso cierto, alumno? — Inquirió Aristóteles.
— B-Bueno...si pero yo-- — Y fue interrumpido en el momento.
— ¡Zijijijiji! Por supuesto que es cierto, los jóvenes son muy irresponsables y enérgicos a estas edades; maestro Leónidas, por favor déjelo en mis manos.— Y ante esa petición, Leónidas gruñó con fastidio y bufó.
— Como quiera, solamente porque hoy regresan el rey y la reina.— Y dando pasos de piedra, se fué de ahí.
Alejandro Magno suspiró, pero su maestro le dedicó una mala mirada. Sabía lo que significaba esto y no podría salvarse de su inminente castigo.
Ambos comenzaron a caminar por los campos, mientras se mantenían en silencio y miraban todo a su alrededor; fauna y flora, el viento y el paso del tiempo que no se detenía ni un momento.
— ¿Por qué? — Preguntó Aristóteles.
— ¿De que habla, maestro? — Devolvió él sin entender, dándose rápidamente la vuelta para verlos.
Aristóteles se sentó sobre una piedra y volvió a preguntar.— ¿Por qué?
Alejandro repitió la acción, sentándose en el suelo, quedando mucho más abajo que Aristóteles. Soltó el aire que están conteniendo y respondió.— Ya no quería entrenar con el maestro Leónidas, sus pruebas no tienen ningún sentido y soy infinitamente superior al resto de sus alumnos.
— ¿Por qué? —
— He entrenado desde que nací, he luchado y vencido a todos sin ayuda ni esfuerzo alguno, no hay un día en que no tenga la victoria y no hay gloria que no posea ya.— Contestó con sinceridad.— Ya no tiene sentido que entrene con el maestro Leónidas, ha lo he aprendido todo y lo superado todo, no hay nada para mí ahí.
— ¿Por qué? —
— ¡Porque soy el más grande Dios que ha existido! — Respondió alzando la voz, aunque de inmediato se arrodilló y bajo la cabeza en señal de disculpa.
— ¿Crees que eres un Dios? ¿Insinuas poseer la sabiduría, el poder y la misericordia de un ser divino? — Interrogó Aristóteles.— Un Dios no arriesga a su vida para controlar a una bestia salvaje, menos aún si tiene un pueblo que depende de él y lo necesita; los Dioses ven el camino, buscando entre la tierra y encuentran la mejor solución y el mejor camino hacía la meta, hacía el objetivo sin perder de vista el recorrido.
— P-Pero existen muchísimos tipos de Dioses y usted me ha contado sobre los guerreros.— Se excusó torpemente el príncipe.
— ¿Hablas del gran Hércules, quién viajó por el mundo cumpliendo los trabajos y luchando contra monstruos para salvar a la humanidad? Déjame decirte una cosa, Hércules lucho por la humanidad y sin él, la humanidad habría perecido; Alejandro eres un gran chico y un príncipe excepcional pero nunca llegarás a la cima si no piensas antes de actuar.
» Pensar, razonar, y actuar de manera coordinada te garantiza la posibilidad de la victoria, te dará la certeza de que podrás ganar y la victoria asegurará una mejor vida para ti y tu reino.
Alejandro Magno estaba tan impactado y avergonzado de sus acciones, que ni siquiera fue capaz de levantar la cabeza y ver a los ojos a su maestro. Se había dejado llevar por el orgullo al saltar sobre Búcefalo e intentar domarlo, ¿Y si no lo hubiese logrado? ¿Y si hubiese muerto en ese momento? ¿Y si Búcefalo hubiese herido a alguien?
— Nuestra mente es nuestra mejor amiga pero también nuestra más brutal y mortífera bestia, cada uno de tus pasos, cada respiración, cada movimiento debe ser pensado al extremo y meditado hasta el último segundo; debes ser capaz de dominarte y controlarle hasta el último momento.
— ¡Si maestro, usted tiene razón! — Exclamó él con fuerza.
—Asi que debes pedirle una disculpa al capitán Leónidas y retomar tu entrenamiento lo más pronto posible.—
— ¡Si! —
Al cabo de unas cuantas horas, Alejandro Magno estaba preparado, limpio y vestido para recibir a su padre quién entró junto con su ejército por las puertas principales del palacio. Una lluvia de flores, alabanzas y gritos de júbilo y alegría sonaban por cada rincón.
Los ciudadanos amaban a Filipo y a la reina Olimpia, pues era la más hermosa y feliz pareja real que el mundo hubiera conocido jamás, y fruto de su amor, nació el heredero Alejandro Magno.
— ¡Papá, mamá! ¡finalmente llegaron!
— ¡Hijo mío! — Gritó Filipo.
Cuándo el caballo de Filipo llegó a las faldas del palacio, Alejandro Magno corrió al encuentro con su padre quién abrió sus brazo y lo abrazó con todo su amor y cariño.
— ¡Es el príncipe! —
— ¡La familia real es tan perfecta y hermosa! —
— ¡Larga vida a la familia real! — Gritaron todos.
Filipo alzó su hijo como si nada y lo abrazó en el aire, poco después se unió Olimpia que también abrazó a su amado hijo junto con su esposo.
— ¡Estoy tan feliz de que hayan regresado! — Exclamó él, con lágrimas en los ojos.
— ¡Nosotros estamos felices de estar aquí, te extrañamos muchísimo! — Y Olimpia no podía estar más de acuerdo con su esposo.
— Tienes que contarnos todo lo que ha sucedido en el reino mientras no estábamos. Vayamos adentro.— Y con esto, el recibiendo y la cabalgata real concluyó, aunque no la celebración.
El reino entero estaba sumido en una gran y poderosa fiesta de celebración, mientras que la familia real estaba en el palacio disfrutando y devorando un enorme banquete de celebración.
Filipo y Olimpia habían acudido a una reunión importante con los reyes de Media y Persia, así como también con los reyes de Grecia y Roma. Una reunión diplomática que culminó con el cese de las guerras por la conquista de los territorios y marcando una importante victoria para el pueblo Macedonio.
— Entonces lo tomé del cuello y le dije: "¡Repite esas palabras, te reto!" Y que las repitió el muy maldito.— Chillo Alejandro con la boca llena y subiéndose en la mesa mientras su padre lo escuchaba atentamente.
— ¡Majestad tenga cuidado! —
— Alejandro, no hables con boca llena y no te subas en la mesa por favor.— Regañó su madre quien comía con calma y elegancia.
Alejandro se bajó, pero Filipo no perdía su cara de asombro y su sonrisa infantil y estúpida.— ¿¡Y que sucedió luego!? — Quería saber cómo terminaba el relato de Alejandro.
— Y que el muy tarado me contesta y repite sus palabras ofensivas y groseras hacía el trono, los guardias se metieron para reprenderlo pero yo no lo permitiría, tomé mi espada y lo desafié a una pelea hasta la muerte.
» ¡Tomó su espada y me atacó justo al cuello pero lo esquivé con facilidad y le respondí con una patada a la tibia y dejé una abolladura al protector que tenía en ese lugar. Cayó al suelo pero no sé detuvo, me atacó con un acuchillada directo a mi estómago pero la bloqueé con mi espada y respondí rasgando su pecho y su brazo para hacerlo soltar su espada!
— ¡No puedo creerlo! ¿¡Enserio sucedió eso!? — Exclamó Filipo tan sorprendido como emocionado.
— Si papá, eso pasó y entonces cuándo se rindió apunté mi espada a su pecho pero le simplemente le dije: "Soy un príncipe misericordioso, así que tú vida será perdonada pero no vuelvas a blasfemar contra el rey!" Y luego vinieron los soldados y se lo llevaron al calabozo que está fuera de la ciudad.— Y con eso concluyó su épico relato y acto seguido su padre le aplaudió con fuerza.
— ¡Bravo, bravo, eres el mejor príncipe que ha existido nunca y si sigues por ese camino, serás el mejor Emperador que Macedonia ha tenido jamás! — Exclamó.
— Zijiji y eso que aún no se ha enterado de lo que aconteció hoy en la mañana.— La voz de Aristóteles hizo presencia y acto seguido, el rey se levantó para dar una reverencia ante él.
— ¡Maestro! Es un honor tenerlo en la mesa de la familia — Exclamó, Aristóteles solamente le dió un golpe con su bastón por inclinarse ante él.
— ¿A qué se refiere con eso, maestro? — Preguntó Olimpia, quién se acercó a limpiar la boca de su hijo.
Aristóteles tomó un jarrón de agua y lleno una copa hasta el límite con ella, para luego beberla a sorbos muy pequeños y casi sin mover el vidrio.
— Alejandro Magno ha domado a Búcefalo, solo y sin ninguna ayuda.— Soltó la noticia y la cara de asombro del rey fue suficiente para hacerlo reír.— Zijijiji, bueno...más bien sucedió que Alejandro abandonó su entrenamiento con el capitán Leónidas, corrió hasta Búcefalo y saltó sobre él sin ningún tipo de protección, cuidado ni prevención por su vida y sin saber si su plan e idea iban a funcionar.—
— ¡P-Pero al final lo logré...! Logré domar a Búcefalo.— Trató de excusarse.
— Alejandro, por más que te haya salido bien, eso no quita que haz cometido una imprudencia y que eso pudo haberte lastimado o haberte costado la vida.— Regaño severamente su madre quien no se veía nada contenta.
— Pero mamá...—
— ¡A callar! ¡No vuelva a saltarte tus clases con el maestro Leónidas y no vuelvas a cometer una locura de ese calibre! ¡Haz preocupado a tus maestros y eso es algo terrible! — Exclamó Olimpia, mientras Filipo acariciaba sus barbas lentamente.
El rey puso una mano en el hombro del principe, y le regaló una sonrisa comprensiva.
Alejandro sintió su pecho latir con muchísima fuerza, sus ojos abrirse y su cuerpo temblar ligeramente.
— Tu madre tiene razón, Alejandro, no puedes hacer esas cosas sin pensar en las consecuencias o en los riesgos, no es algo que un emperador debería hacer; un verdadero rey piensa en el bienestar de su pueblo antes que el suyo propio y si tú caes por una imprudencia, tu pueblo no tendrá a su pilar más importante.
» Eres un joven y no quieres perder el vigor y la valentía de tú edad y eso es entendible, pero Macedonia es tu hogar y no puedes dejarlos solos.
— Papá...—
— Aunque... habiendo dominado a Búcefalo, a quién ni los más grandes guerreros han podido controlar, entonces te sugiero que mejor hagas otra cosa...
» Búscate otro reino, hijo mío, Macedonia no es lo suficientemente grande para tí.
Luego de la cena, los reyes abandonaron su comodidad para ir a atender los asuntos más importantes del momento, pues pese a poner un alto a la guerra y mantener la batalla contra Persia, aún había muchas cosas que finiquitar de manera interna.
Normalmente Alejandro estaría en en dichas reuniones, pero esa noche, su maestro lo llamó a una lección nocturna por los jardines del palacio.
Dando varias vueltas alrededor del castillo, Aristóteles dejó solo al príncipe, pues él tenía mucho sueño y quería descansar lo suficiente para sus clases de mañana, por lo que Alejandro se quedó solo en los jardines.
— Wuaaa...que día ta largo, no puedo creer que ya se vaya a terminar, desearía que no fuese así.— Suspiró, mientras se tiraba en el suelo con sus brazos abiertos.
— Nunca llegarás a tu cometido si este día no termina...— La melodiosa y dulce voz de su madre flotó en el aire hasta sus oídos, ella venía acercándose a él desde la entrada principal al jardín del palacio.— Mi niño~ —
Alejandro se puso se pie y corrió hasta su mamá para abrazarla, hundiendo su cara en el cuello de su progenitora y disfrutando el dulce aroma natural que desprendía. Olimpia no tardó en rodear el cuerpo musculoso de su hijo y acariciar su cabello rizado.
Alejandro era un portento físico muy visible, era alto para su edad y su físico bien cuidado era fruto de sus arduos entrenamientos, su cabello mayormente lo llevaba largo y recogido y siempre iba vestido con sus túnicas casuales que usaba en los entrenamientos y en las caminatas con su maestro.
Alejandro era la viva copia de Olimpia, quién también tenía un largo cabello rizado de color café, una piel blanca y una nariz perfilada y curveada ligeramente a la izquierda. Ella también era de cuerpo grueso y prominente, su gran tamaño de caderas garantizó que pudiese dar a luz de manera óptima al príncipe de Macedonia.
Su cara era sencillamente hermosa, con rasgos suaves y lindo que harían derretir a cualquier hombre o mujer.
— ¿Te haz quedado solo aquí? — Preguntó ella al no vislumbrar al maestro Aristóteles.
— Si, mamá, el maestro fue a descansar y yo estaba por ir a darme una ducha para dormir igualmente; mañana tengo clases y saldré con el escuadrón de papá a recorrer el reino.— Respondió él.
El rostro que Olimpia le devolvió fue algo extraño, tenía una expresión indescriptible pero a la vez una mueca de alivio. Ella tomó suavemente la mano de Magno y le propuso dar una caminata juntos por los jardines.
Estuvieron un rato charlando y riendo los dos, pues mayormente era Filipo quién paseaba con Alejandro, pero ahora los papeles se invirtieron.
Una madre también quiere pasar tiempo a solas con su amado hijo, después de todo, ella era quien mayormente pasaba el tiempo con él cuando era apenas un pequeño bebé.
Aún podía recordar el día en que Alejandro Magno fué presentado al reino, su primera acción fue alzar su brazo el cielo y tratar de tocar a su gente. Una historia que pasaría a la posteridad como la mejor presentación de la historia.
— El pequeño príncipe tiene razón, la vida de un monarca es sumamente atareada...— Y la voz de un hombre hizo sobresaltar a Olimpia quién rápidamente escondió a su hijo detrás de ella.
Un hombre de tez oscura y largos cabellos salió de la oscuridad y se acercó a ls familia, vestido solo con una larga túnica y un par de joyas alrededor de su cuerpo fornido y marcado con cientos de cicatrices.
El hombre sostenía un bastón y se acercó a Olimpia a Magno, este último trataba de moverse pues no quería estar tras su madre, pues él tenía que defenderla de cualquier peligro.
— Nectanebo...— Susurró Olimpia.
— Olimpia, tanto tiempo sin vernos querida~ — Dijo él con toda normalidad.
— ¿Quién eres tú? Jamás te había visto por aquí, identifícate o llamaré a los guardias.— Alejandro jamás visto a ese hombre pero algo en él le resultaba muy... familiar.
Nectanebo II fué en antaño, un faraón de Egipto quién había sido considerado un mago debido a sus conocimientos y fué tratado como la personificación del Dios Amón del Panteón Egipcio.
Su reino fue invadido por los Persas y esto lo llevó a huir y vivir en Macedonia como un ciudadano corriente.
Pero había desaparecido y nadie sabía absolutamente nada de él. Eso decían los libros de historia que Magno leía, pero se suponía que Nectanebo debía estar muerto o desaparecido, no en el castillo de Macedonia.
El Egipcio se acercó cada vez más hasta estar lo suficientemente cerca, en esa zona había un largo pozo vacío que estaba siendo reconstruido por los hombres de Filipo.
Olimpia hizo todo su esfuerzo por detener a Magno quién logró zafarse y ponerse delante de su mamá.
— ¡Mírate, haz crecido muchísimo! Eres un hombre tan fuerte y valiente...mi querido hijo.— Y estas palabras fueron suficientes para despertar la furia de Olimpia.
— ¡Basta, no voy a tolerar esto! ¡Guardias, un intruso a entrado al palacio! — Gritó Olimpia, pero fué Alejandro quién se había llevado el golpe más fuerte.
¿Hijo? ¿Acaso él...? ¿Lo llamó...hijo?
Alejandro cambió su semblante, estaba blanco y atónito como un papel. Si esto era una broma, colgaría a ese hombre por haberle faltado al respeto de esta manera tan osada.
Pero Nectanebo no parecía bromear, se veía genuinamente feliz por esto e incluso intentaba acercarse.
— Estás enorme, tan grande y poderoso como el más fuerte león de Esparta.— Seguía diciendo cosas estúpidas y sin sentido.
— ¿Cómo osas llamarme de esa manera? ¿Estas insinuando que mi madre es una prostituta que ha sido infiel a su esposo? ¡Eres hombre muerto! — Gritó, ahora estaba rojo de ira.— ¡Mi padre es Filipo II de Macedonia! —
Ante estás palabras, Nectanebo cambió su semblante a uno de lastima, pues era obvio que Olimpia no había confesado la verdad a su hijo amado.
Aunque no estaba sorprendido por esto, pero era la cara de Olimpia la que había confesado absolutamente todo; estaba al borde de las lágrimas y temblando de impotencia por esto.
Nectanebo suspiró y abrió sus brazos al principe.— Alejandro, tú eres mi hijo, Olimpia te ha mentido toda tu vida; es duro pero es la verdad.
Ahora Alejandro era quién tenía la cara en blanco, como un pedazo de papel y una mirada perdida. No podía ser posible, no podía ser cierto, no era verdad.
Se tambaleó, pero recuperó la postura después de tragar saliva de manera silenciosa.
— ¡Nectanebo, eres un bastardo! ¡Dejarte vivir fué un acto de misericordia y amabilidad, pero esto no tiene perdón alguno! — Vociferó Olimpia acercándose a al Egipcio.
Él se ofendió y se alejó de la reina con una clara expresión de molestia.— ¿Amabilidad? ¿Acaso olvidaste que esto fué nuestro plan? ¿Planeabas mentirle toda la vida, privando a nuestro hijo de todo lo que pudo haber logrado? Eres una egoísta y una hipócrita.
— ¡Tu no tienes nada que darle, eres un falso y un mentiroso! —
Pero Alejandro había dejado de oírlos...estaba devastado, destruido por dentro. ¿Todo había sido mentira? ¿Filipo no era su padre? Tantos recuerdos, tantos momentos unidos como padre e hijo...
« — ¡Alejandro! ¡Alejandro mirá, tu papá es el rey más alto! — »
Ese día, Filipo estrenaba un nuevo trono mucho mas alto que el anterior. No quería que Alejandro creyese que no era lo suficientemente grande.
« — ¡No no no! Hijo, tienes que alejar la espada de tu cuerpo o podría dañarte — »
Ese día, Filipo le enseñó a Alejandro como usar una espada. Ese día se cortó tres veces y su papá también lo hizo para no dejarlo solo en su dolor.
« — ¡Ven aquí, hijo mío! ¡Ven con papá! — »
Alejandro daba sus primeros pasos, jamás pensó que esos recuerdos estuvieran tan frescos en su memoria.
Todo eso...¿No era real?
Los guardias entraron rápidamente en el jardín y rodearon a Nectanebo, Olimpia y Alejandro quién miraba al Egipcio con todo el odio de su ser.
El hombre fue apuntado por las armas de los soldados, en amenaza para que evitar que se moviera.
— Cometes un error, Olimpia...—
— Está loco, saquen a este borracho loco de aquí.— Ordenó la reina.
Pero Nectanebo cometió un grave error, hablar.— ¡El hijo de Filipo es un bastardo! ¡Yo soy su verdadero padre!
Esa fué la gota que colmó el vaso.
Alejandro corrió hacía Nectanebo hecho una furia y lo agarró de la ropa con toda su fuerza para alzarlo por el aire. Ambos siguieron el camino rápidamente hasta que la espalda de Nectanebo chocó contra el pozo en construcción.
— ¡Alejandro! — Gritó Olimpia corriendo al rescate de su hijo.
— ¡Mi señora, tenga cuidado! — Pero un guardia la detuvo en seco.
— ¡Majestad por favor alejese del pozo! — Ordenó otro de los hombres. Pero Alejandro estaba hecho una furia.
Nectanebo le dedicó una última mirada al príncipe de Macedonia, y una pequeña sonrisa sé dibujo en su cara, una sonrisa arrogante y de victoria, de orgullo y satisfacción.
Y Alejandro pudo verlo, Alejandro pudo reconocer de manera inconsciente eso que había intentado negar hasta el último momento.
Ellos realmente eran parientes. Y Alejandro lo odiaba, lo lanzó por el pozo y Nectanebo murió en el acto al tocar el fondo.
...
La noticia de la infidelidad de Olimpia se regó como la pólvora en el reino, Filipo se enteró de ello y una profunda depresión llegó a su vida.
Devastado, humillado y destruído completamente. Los guardias reales no podían verlo a la cara, Alejandro quería arrancarse la piel y llorar hasta morir y Olimpia dejó de sonreír desde ese día en adelante.
El palacio que siempre estaba lleno de la alegría de un padre hablando con su mayor orgullo, ahora estaba callado y pese a la cantidad de gente...estaba increíblemente vacío.
Filipo II condenó a Olimpia de Epiro al exilio y con ella, Alejandro Magno fué destituido de su cargo como principe y también fue exiliado.
Filipo nunca en su vida, lloró tanto como en ese momento, nunca en su vida, fué tan miserable y patético como esa mañana en la que su mayor amor, lo dejó para siempre.
Días pasaron, Alejandro no podía dormir, apenas comía, bebía agua o se duchaba; se había convertido en una sombra de lo que alguna vez pudo llegar a ser.
Olimpia tampoco volvió a ser la misma, durante su viaje de vuelta a Epiro, no dijo ni una sola palabra y no derramó ni una sola lágrima.
Alejandro también fué a Epiro, con la idea de seguir con su vida ahora como un hombre común y corriente, pero esa no era su mayor inquietud. Sino la pregunta que no lo dejaba descansar por las noches, la pregunta que iba a matarlo: “¿Por qué?”
¿Por qué su madre le fue infiel a Filipo? No, no era esa la mayor duda.
¿Por qué Nectanebo II buscó a Olimpia y que relación tenían? No, tampoco.
¿Por qué había nacido él, cuál era la razón de su existencia? Siempre pensó que su motivo de vivir era ser un emperador y llevar la sangre de Filipo, pero eso era ahora una asquerosa mentira y un engaño.
¿Por qué? ¿Por qué?
Alejandro se bajó del caballo de un salto, haciendo detener a toda la caballería de Filipo que los escoltaria a Epiro. Los capitanes lo vieron pararse en medio del camino y comenzar a caminar hacía algún lugar desconocido. Ni él mismo sabía a dónde se dirigía, pero le dió totalmente igual, él quería estar solo por un rato.
Olimpia suspiró, mientras veía a su hijo alejarse. La armada de Filipo no estaba muy complacida con esto, pero le concedieron a la Ex reina y al Ex principe una hora, después de ese tiempo, serían dejados a la deriva a mitad de camino.
Olimpia también descendió de su caballo y caminó hasta encontrar a su hijo sentado en una piedra, con la vista perdida hacía el horizonte. No le tomó mucho tiempo encontrarlo, pues pudo oír el desgarrador de furia y dolor que habia lanzado al aire, un grito tan poderoso que amenazó con desgarrar la garganta del joven y romperle la cuerdas vocales.
Pero aún así, siguió gritando hasta cansarse.
Su espada estaba tirada un par de metros de distancia, sus puños estaban fuertemente apretados y sus nudillos sangraban al igual que su labio. Sus ojos no estaban rojos, como lo habían estado hace un par de noches, cuando estaba solo y lloraba a mares. Ante todo, Alejandro Magno era un hombre tradicional y él jamás iba a llorar enfrente de nadie, podría haber perdido su reino, pero nunca su orgullo y dignidad.
— ¿Por qué tiraste tu espada? — Preguntó, y nunca en su vida esperó la respuesta que su hijo le dió.
— No tuve el valor para hacerlo.— A buen entendedor, pocas palabras.
Olimpia quiso acercarse, pero la mirada de odio puro que Alejandro Magno le dedicó fue suficiente para hacerla detenerse en seco. Era lo mismo que ver a los ojos a un león hambriento y lleno de furia.
Ella se quedó parada a un par de metros, los suficientes como para poder oírse mutuamente.
— Alejandro, yo...— Trató de decir, pero no podía encontrar las palabras correctas.— Jamás quise que est--.— Fue cortada en seco por su hijo.
— ¿Por qué lo hiciste? — Demandó saber, y no era algo que Olimpia pudiese evadir o ignorar.
La mujer suspiró y limpió las pequeñas lágrimas que corrieron de su rostro, como llorar y suplicar por su vida eran las respuestas biológicas que su cuerpo estaba intentando forzar, pero ella tampoco podía verse débil ante su hijo, pese a que este la estuviera mirando con los ojos del mismísimo demonio.
— Nectanebo apareció en la noche de bodas, me encontró en los jardines y me pidió que hablasemos en privado; era un refugiado de Egipto, después de que el Imperio Persa conquistara su tierra y destruyera su imperio.
» Dijo que era un poderoso mago, un hombre de influencia entre los Dioses y se llamó a si mismo: "La reencarnación de Amón"... El equivalente a Zeus en Grecia.— Explicó al ver la cara de confusión de su hijo.— Me dijo que había tenido una visión y con su magia logró compartirme sus memorias, me mostró el futuro y me dijo que debiamos engendrar a un hijo para mantener la supremacía de Macedonia, un hijo mestizo que llevara la sangre de Amón y la sangre de Grecia en sus venas.
Me habló con argucias y mentiras, me dijo cualquier cantidad de cosas que sonaban creíbles y me enamoró con su magia y yo... accedí, nosotros te concebimos esa noche.
Alejandro no podía dar créditos a sus oídos, pues la historia que estaba oyendo era tan extraña como difícil de tragar. Pero no se iba a detener por estás cosas, no iba a sobrpensar la situación.
Olimpia continúo.— Cuándo acabamos, usó su magia para confirmar, y fue exitosa, la genética de Nectanebo fué superior a la de Filipo y tú fuiste el espécimen más apto para nacer, heredaste su gallardía y su poderío y aunque no quieras aceptarlo, todas tus cualidades físicas, pese a que eres idéntico a mí; vienen de él.
Y Alejandro Magno sintió tanto asco que pudo sentir como sus alimentos subían por su garganta, sentía su sangre arder y lo único en lo que pensaba era en cortarse el cuello y dejar correr toda esa asquerosa sangre impura.
Pero su cara era otra historia, escuchó atento, estoico y firme como una montaña.
— Después de esa noche, desapareció completamente y jamás lo volví a ver en mi vida. Lloré al sentirme usada y engañada, tirada como un pedazo de carne vieja y sucia.— Olimpia comenzó a llorar con más histeria.— P-Pero... cuando n-naciste, estuve tan felíz...tanto que mis ganas de vivir volvieron a mí.
» Filipo te tomó en sus brazos y te alzó ante el pueblo, te llamaban "Emperador del mundo" cuando apenas eras un bebé recién nacido.
Recuerdo que Filipo jamás se aparto de tu lado las primeras noches, jamás dejó de verte y no dejaba de llorar cuándo te veía a los ojos; te amaba como nunca amó a nadie antes o después de eso.
Yo también te amaba, verte a ti y a Filipo me dió las fuerzas suficientes para continuar viviendo, para seguir siendo tu madre y para poder mantener está mentira por muchos años, estaba dispuesta a cargar con el peso de ser una mujer impura si eso aseguraba tu felicidad y la de Filipo.
Yo amaba a tu pa... A Filipo con todo mi corazón, me enamoré de él y juré delante de los dioses jamás abandonarlo o abandonarte.
Creciste fuerte y poderoso, un descendiente perfecto para Filipo y un perfecto emperador, Macedonia era muy pequeña para tí. Así que abandoné cualquier tipo de lazo y vínculo con Nectanebo y me dediqué enteramente a ser la feliz y cariñosa esposa y madre de Filipo.
Hasta que llegó ese día, en que Nectanebo cometió el error de aparecer enfrente de tí. Supongo que esperó un encuentro emotivo y un mar de lágrimas de felicidad y aceptación, fué muy estúpido al creer eso.
— Lo maté, yo maté a ese hombre.— Murmuró Alejandro Magno bajando la cabeza.— Lo tiré del pozo y lo maté, pese a que dices que era un mago habilidoso.
— Se veía tan patético y raquítico, no era ni la sombra de lo que llegó a ser en el pasado. No me extraña que hubiese muerto tan fácilmente por algo como caer de un pozo.— Respondió ella.— Entiendo que me odies, que no quieras volver a verme jamás en tu vida, pero merecías oír la verdad de la voz de la culpable, Filipo la oyó y tomó su decisión.
— ¿Cómo estás tan segura que es mi padre? Filipo y tu estuvieron juntos esa misma noche, puede tratarse de un error.— Y este argumento tenía bastante lógica, pero lamentablemente no tenía una respuesta tangible y científica.
Hoy en día, bastaría con hacerme sencillas pruebas médicas, pero en aquel entonces, solamente tenían las palabras, lo cuál dejaba muchas incógnitas en el aire.
Olimpia se encogió de hombros y sencillamente, respondió lo único que había en su mente en ese instante:
— No lo sé...— Y ante esto, Magno estaba mucho más confundido y con las emociones más revueltas que antes.— Él usó su magia para confirmar mi embarazo y garantizar su semilla, pero lastimosamente esa es la única respuesta; tal vez él sea tu padre, tal vez Filipo sea tu padre pero te diré una cosa, yo estuve con ese hombre y ese hecho, es suficiente que la incógnita y las probabilidades existan.
»Mientras el hecho exista, jamás dejará de existir la probabilidad.
Esas fueron las últimas palabras que Olimpia le dió a Alejandro Magno. La ex-emperatriz de Macedonia regresó a Epiro y nunca en su vida, volvió a ver a Filipo ni a Alejandro.
Alejandro vagó por las calles desoladas y los enormes campos de Epiro como un alma errante, como un viajero indómito que iba y venía con el viento.
La adolescencia se convirtió en adultez, y Alejandro Magno nunca dejó de entrenar, durante día y noche él entrenó su mente y cuerpo, su valentía y su temple, su voluntad y su perseverancia, siguiendo siempre las enseñanzas de su maestro Aristóteles.
Todos y cada uno de sus pasos, movimientos, estrategias y movimientos estuvieron fríamente y totalmente calculados y pensados para alcanzar la victoria en cada uno de sus encuentros.
Hasta que finalmente, una tarde tomó una decisión que cambiaría su vida para siempre.
Con su espada en su cinto, encima de un caballo blanco y ataviado de capuchas y túnicas emprendió un viaje. A Macedonia, a su antiguo hogar.
[...]
— ¡Los humanos somos mejores que los Dioses! — Repitió con fuerza Alejandro Magno y junto a él, el rugido de toda Macedonia unida.
Guerreros, aldeanos, nobles, reyes y señores del todo el mundo alzaron la voz y gritaron junto con Alejandro. Pese la destrucción del campo de batalla, pese a las ruinas y pese a los humanos heridos y lastimados con el derrumbe, nadie perdía la voluntad y el fuego.
— ¡GYAAAHAHA! ¡Así se habla Alejandro! — Gritó Genghis Khan con fuerza, junto con su ejército.
— ¿Hmm? ¿Los humanos somos mejores? Pensé que eso había quedado claro.~ — Dijo la voz juguetona y altanera de Napoleón Bonaparte.
— ¡Humanos matar Dioses! ¡Humanos! — Gritó Monteczuma, y junto a él todo el imperio Mexica.
— ¡Bien, el león de Grecia ha despertado! — Grito igualmente Julio César con una gran sonrisa.
— ¡Más te vale ganar, Alejandro-Sama! — Exclamó Oda Nobunaga.
La humanidad se unió ante un solo clamor, un solo grito de guerra y un solo grito de poder y orgullo.
En las gradas, Gëir no podía creer todo lo que veía, como el segundo combate despertaba emociones y alegrías tan grandes en la humanidad.
Leónidas, como rey y gobernante no pudo evitar sonreír también, así como Tesla tampoco pudo evitar chillar y silbar de la alegría.
— Vaya que Alejandro supo hacerse con el amor de la humanidad...— Murmuró Ares con desdén.
En ese momento, Hermes ingresó por la puerta principal del palco, deteniéndose justo detrás del sillón de Dionisio y Ares. Su mirada impasible y calmada no dejaban ver su enorme preocupación por la vida de su tío y por la conversación tenida con él, hace un par de minutos con anterioridad.
Pero si que había algo que lo impresionó, y fue la destrucción que alcanzó el combate, pues desde la habitación de tu tío pudo sentir los temblores y durante todo el camino, tuvo que saltar escombros, trozos de pared o techo que casi caían sobre su cabeza de no ser por su gran velocidad.
Y supo que no era una tontería, el campo si estaba considerablemente destruido, destrozado y roto.
— Ha habido un combate interesante en mi ausencia, puedo notar — Murmuró él, captando la atención de sus hermanos.
Ares rápidamente se giró a verlo, pero no dijo nada, no tenía realmente nada que decir. Dionisio era otra historia, no se callaba ni por un segundo.
— ¡Alejandro y Set han mostrado todo su poder en el combate, el choque de ambos ha causado estos destrozos! — Contestó con energía, por no decir que estaba cerca de entrar en una borrachera.
Y después de eso, Hermes se fijó que no iba a abandonar el palco o a sus hermanos en lo que quedaba de Ragnarök, pues era obvio que Apollo tenia a sus sirvientes y otras cosas en las que no necesitaba a su hermano.
En el palco Nórdico, Thor también acababa de entrar en el palco que estaba a nada de carse a pedazos, afortunadamente, nadie había sido herido de gravedad.
Su esposa, Lady Syf estaba como si nada, viendo el campo de batalla cuándo notó la presencia de Thor.
— Cariño, finalmente regresas.— Dijo ella con una sonrisa, dejando su pequeña taza de Chai* a un lado para recibir a su esposo.
— ¿Que demonios ocurrió? — Exigió saber el Berserker.
Y Syf apenas notó que la ropa de Thor tenía motas de polvo y algunas rasgaduras, asumió que fué por wld derrumbe.
— Esos dos se excedieron y ahora están ahí tirados hablando.— Respondió ella con simpleza.— Los simios humanos perdieron la cabeza completamente.— Para nadie era un secreto, que Syf era increíblemente despectiva con los humanos y aún más cuando Odin murió.
Thor se sentó, sin dejar de mirar la taza de Chai, sabía que había sido un regalo de parte de la India, pero no supo descifrar de parte de quién y con que intenciones.
Pues el representante de la India es... Un poco mujeriego.
Set esbozo una sonrisa y miró por un momento al apartado de los Dioses, más concretamente a dónde se supone que deberían estarlos viendo y solamente pudo ver a Neftis, pues Khepris estaba oculto entre las gradas e Isis aún no habia llegado hasta las gradas.
El Dios de la destrucción miró hacía el cielo, dónde pudo vislumbrar unas cuantas estrellas, pese a ser completamente de día, pudo ver galaxias y constelaciones en el cielo azúl.
Parecían ser alucinaciones, pues solamente él podía verlas en ese lugar.
Como si una parte de su alma, alucinara y pensara en la bóveda celeste.
— ¡Un Dios nunca se rinde, un Dios no duda, un Dios no teme a nada, un Dios pelea hasta el final, un Dios cuida a su gente, un Dios protege, guía y guarda a quienes ama! — Exclamó Alejandro Magno con poder y arrogancia, poniéndose de pie a duras penas (ya que tenía los pies destruidos), y sujetando fuertemente su espada.
— ¡Así es, Alejandro Magno es un verdadero Díos! —
— ¡Larga vida al Dios Alejandro! —
— ¡ALEJANDRO, ALEJANDRO!
— ¡ALEJANDRO!
Y aunque sintió ganas de caer, la voces de toda la humanidad hicieron que de alguna manera, pudiese mantenerse de pie. Como si las voces se convirtieran en una ráfaga de viento tan gruesa y fuerte que pudieran hacerlo mantenerse de pie.
Como si todos fuesen su pilar en ese momento.
— ¿Huh?...Jajajaja — Set río suavemente, como si reír le doliera.— Es curioso...ella solía decir lo mismo.
— ¿E-Ella...? — Alejandro no entendió.
— Nut, la bóveda celeste...mi madre.~
SNVLOR.
— Chai*: literalmente significa "té" en Indio. Muy famoso por la reciente película de Spiderman.
Una enorme disculpa por la tardanza, dentro de unas pocas horas traeré el capítulo de Set.
Preparaos para lo bueno ^^
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