| 23. La noche perfecta |
Henry Jonh.
Cuando salimos de la universidad, Leah parecía un poco diferente. Paró un taxi y nos subimos. Le dio una dirección al conductor y se acomodó a mi lado, regalándome una sonrisa misteriosa.
—¿Qué estás tramando? —le pregunté, pero no obtuve respuesta. Volví a insistir—. ¿Acaso me estás secuestrando?
Ella se rió, y su risa me tranquilizó un poco. Después de unos veinte minutos, el taxi se detuvo frente a una casa. ¿Me había traído a su casa? Le pagué al conductor y nos bajamos. La miré, sin entender nada.
—¿Por qué me trajiste hasta aquí? —le pregunté, confundido.
Leah me miró con una sonrisa juguetona y respondió:
—Ven, te lo mostraré.—me tomó de la mano.
Nos acercamos a la puerta y, aún sin entender, la seguí. Ella se detuvo un momento y me miró con una expresión más seria.
—Mis padres no estarán hasta mañana —dijo, con una sonrisa tímida—. Tengo una sorpresa para ti.
Mi corazón empezó a latir más rápido. Estaba nervioso, pero la seguí mientras ella me guiaba hacia adentro.
¿Una sorpresa para mí?
Cuando entramos a la casa, me sorprendió ver una mesa bellamente decorada en el comedor. Había velas encendidas que iluminaban suavemente el ambiente, y la mesa estaba cubierta con un mantel blanco, platos elegantes y copas de vino. Leah me miró con una sonrisa traviesa.
—¿Te gusta? —preguntó.
—Es increíble —respondí, aún asombrado—. ¿Cómo hiciste todo esto?
—Tuve un poco de ayuda —dijo, guiñándome un ojo antes de dirigirse a la cocina.
Mientras Leah estaba en la cocina, aproveché para explorar un poco. Caminé por la sala, observando los detalles, hasta que encontré una flor roja en un florero. La tomé y me dirigí a la cocina, donde Leah estaba concentrada en los preparativos. Me acerqué por detrás de ella y le susurré al oído en francés.
—Tu es la plus belle fleur de toutes.
Leah sonrió y se giró para mirarme.
—¿De dónde sacaste eso? —preguntó, divertida.
—Hice un poco de magia —respondí, tratando de sonar romántico y elevé mí barbilla.
Ella rió y me dio un suave golpe en el brazo.
—No es cierto, ¿verdad?
—No, la robé de un florero —admití, riendo también.
Leah negó con la cabeza, pero su sonrisa no desapareció.
—Eres un tonto —dijo, pero su tono era cariñoso.
—Solo por y para ti —respondí, acercándome más.
Leah me miró con ternura y luego volvió a sus tareas en la cocina, mientras yo me quedaba a su lado, disfrutando de cada momento juntos. Cada tanto la ayudaba y la molestaba.
Después de terminar de cenar, me levanté y extendí mi mano hacia Leah. Ella la tomó con una sonrisa curiosa.
—¿Te gustaría bailar conmigo? —le pregunté.
—Claro, aunque no hay música —respondió divertida.
La tomé de la cintura, acercándola más a mí. Le susurré al oído.
—¿Te acuerdas cuando cantamos "Perfect" en el karaoke?
Ella asintió con la cabeza, sus ojos brillando con el recuerdo. Empecé a cantarle suavemente al oído algunas partes de la canción mientras nos movíamos lentamente. Leah rió, apoyando su cabeza en mi pecho.
—Eres increíble —le dije, acariciando su espalda.
—Tú también lo eres —respondió, levantando la mirada para encontrarse con la mía.
Seguimos moviéndonos al ritmo de nuestra propia música imaginaria, disfrutando de la cercanía y la intimidad del momento. Cada susurro y cada risa hacían que la noche fuera aún más especial.
Mientras seguíamos bailando, ella levantó la cabeza y me miró con una sonrisa traviesa.
—¿Te acuerdas cuando eras un odioso conmigo y no querías saber nada de mí? —preguntó, con un tono juguetón.
Sonreí, recordando esos primeros días.
—Sí, lo recuerdo —admití—. Era un idiota, ¿verdad?
Leah rió suavemente y asintió.
—Un poco, sí. Pero míranos ahora.
La miré a los ojos, sintiendo una oleada de cariño.
—Cuando apareciste en mi vida, todo cambió —dije, con sinceridad—. Tú fuiste la razón para que yo quisiera ser mejor, para cambiar.
Leah se sonrojó ligeramente y apoyó su cabeza en mi pecho de nuevo.
—Nunca pensé que dirías algo así —murmuró.
—Es la verdad —respondí, acariciando su cabello—. Al principio, no sabía cómo manejar lo que sentía. Pero tú, con tu paciencia y tu cariño, me mostraste que podía ser alguien mejor.
Leah levantó la cabeza de nuevo, sus ojos brillando con emoción.
—Y ahora, aquí estamos, bailando en mi casa, sin música —dijo, riendo suavemente.
—Y no podría estar más feliz —respondí, acercándola aún más.
Nos quedamos en silencio por un momento, disfrutando de la cercanía y el calor del otro. Finalmente, Leah rompió el silencio.
—¿Sabes? Siempre supe que había algo especial en ti, incluso cuando eras un odioso.
Reí y la besé suavemente en la frente.
—Gracias por no rendirte conmigo —dije, mirándola fijamente a los ojos.
—Nunca lo haría —respondió ella, con una sonrisa—. Porque sabía que valía la pena.
Seguimos bailando, moviéndonos lentamente, mientras el mundo exterior desaparecía y solo existíamos nosotros dos en ese momento perfecto.
Por un momento beso a Leah con suavidad mientras mis manos tiemblan al sentir su piel. Acaricio su espalda baja y luego la subo lentamente, me pongo nervioso al sentir tocar su sostén. Ella deja de besarme y me mira fijamente a los ojos.
Nunca he visto esta versión de Leah tan apasionada. Luego desabrocha los botones de mí camisa.
—Estás muy tenso, Henry... —eleva la comisura de sus labios en una sonrisa traviesa.
—No es cierto... —miento, no quiero parecer un idiota frente a ella.
—Sí lo estás, tranquilo... —me agarra de ambas mejillas y me besa de nuevo.
Sus besos son una tentación, sus suaves labios carnosos me enloquecen. Luego hace que choque torpemente con la pared.
—Eres muy guapo... — Va deslizando la yema de su dedo índice sobre mi pecho suavemente—. Qué lindos lunares tienes —dice con voz suave, acariciando mi abdomen—. Amm... Je... si, je veux être à tui... no, lo siento, toi.
—¿Cómo has dicho? —me enternece que esté aprendiendo francés, seguramente mi hermana le está enseñando. Me vuelvo loco—. Dímelo otra vez y lo haré —la sostengo de la cintura y la miro con admiración, mientras le sonrío de costado.
—Dije que... je veux être à toi... —no la dejé terminar, la giro para que ella quede pegada a la pared esta vez.
—Tu me rends complètement fou —ella me mira sin entender, pero no le doy tiempo a responder y la beso como nunca lo he hecho antes.
Nos fuimos hasta su habitación, seguimos con los besos y caricias hasta que me sentí otra vez nervioso.
Ella me dice que esté tranquilo mientras me da besos en el cuello, pero la verdad es que hasta mis manos me sudan. ¿Estoy quedando como un idiota? Por Dios. Vamos, yo puedo hacerlo, solo...
—Leah... no sé cómo... —mi voz tiembla mientras intento encontrar las palabras, pero ella me interrumpe y me mira a los ojos.
—Calla, sí sabes hacerlo —me tomó de la mano y la colocó suavemente debajo de su espalda—. Tranquilo, solo relájate, ¿sí? No haremos nada que tú no quieras.
Me siento un completo idiota. Humedezco mis labios y la beso, agarrándola suavemente del cuello, pero otra vez vuelvo a parar y me detengo y la miro, mi corazón latiendo con fuerza.
—No quiero lastimarte, ni arruinarte esta noche. De verdad quiero hacerlo contigo —le digo, mi voz apenas un susurro.
Ella me mira atenta y me da una media sonrisa, sus ojos llenos de comprensión y ternura.
Siento que mi corazón late aún más rápido, pero trato de calmarme. Respiro hondo y dejo que mis manos exploren su espalda nuevamente, sintiendo la suavidad de su piel bajo mis dedos.
—¿Así está bien? —pregunto, mi voz apenas un susurro.
—Perfecto —responde ella, su voz suave y tranquilizadora. Sus manos acarician mi rostro, y siento que mis nervios comienzan a desvanecerse poco a poco.
Nos besamos de nuevo, esta vez con más confianza. Sus labios son cálidos y reconfortantes, y me pierdo en el momento. Mis manos se mueven con más seguridad, explorando cada rincón de su cuerpo con delicadeza.
—Te quiero —le digo entre besos, mis palabras llenas de sinceridad.
—Y yo a ti —respondió ella, sus ojos brillando con emoción.
Seguí besándola mientras la agarraba entre el cuello y su mejilla, mi mano era bastante grande, fui llevándola hacia su cama, bajo una tira de su vestido y le doy pequeños besos en su cuello y hombro, ella saca mí camisa y yo su vestido lentamente.
De repente, en un intento de acercarme más, accidentalmente derribo una lámpara de la mesita de noche. El ruido nos sobresalta y ambos nos echamos a reír.
—¡Lo siento! —digo, mis mejillas ardiendo de vergüenza.
—No te preocupes —responde ella, aún riendo—. Es solo una lámpara.
Nos miramos a los ojos, y la risa se convierte en una sonrisa cómplice. La tensión se disipa por completo. Después de reírnos seguimos, ella estaba debajo de mí, la miro a los ojos y después trato de querer acomodar una almohada para que se sintiera más cómoda pero sin querer golpeo la cabeza de ella con mí codo y nos empezamos a reír de nuevo.
—¡Lo siento! De verdad lo siento, estoy siendo muy torpe.—me reí y le acaricié la cabeza suavemente.
—No te preocupes.—dice riendo.—creo que necesitábamos algo de humor esta noche.
Después de ese gran momento con ella nos quedamos dormidos completamente.
Me desperté lentamente, sintiendo el calor de Leah acurrucada contra mi pecho. Su respiración era suave y rítmica, y no pude evitar sonreír al verla dormir tan plácidamente. Con cuidado, le di un beso en la cabeza, tratando de no despertarla mientras me deslizaba lentamente fuera de la cama.
La noche anterior había sido increíble, llena de risas y momentos que nunca olvidaré. Me levanté con pasos lentos y silenciosos, dirigiéndome al baño. Al mirarme en el espejo, vi mi cabello desordenado y lo peiné con la mano. Sentí un leve ardor en mi espalda y, al girarme, noté unas pequeñas líneas marcadas. No le di mucha importancia y continué con lo que tenía que hacer.
¿Acaso eran rasguños?. Ya que.
Me lavé las manos y, al darme cuenta de que había olvidado mi cepillo de dientes, hice un buche de agua y pasta dental. Al salir del baño, vi a Leah moverse ligeramente, pero no se despertó. Empecé a explorar su habitación con curiosidad, mientras me ponía mí camisa. Había un estante lleno de libros y cuadros con fotos de ella cuando era pequeña. Sonreí con ternura al ver esas imágenes y seguí observando sus cosas.
Caminé lentamente por un corto pasillo, mirando algunos cuadros que colgaban en la pared, desde su infancia hasta su graduación. Pensaba en lo mucho que había crecido y en lo orgulloso que debía estar su familia. Llegué a un pequeño living donde había más libros y objetos de decoración. Algo llamó mi atención: un álbum de fotos. Lo tomé y empecé a hojearlo, perdiéndome en los recuerdos capturados en esas imágenes.
De repente, una voz seria rompió el silencio, haciendo que el álbum cayera de mis manos.
—¿Qué estás haciendo aquí?.—preguntó un señor supongo que es el padre de Leah, con una expresión severa en su rostro. Sentí un nudo en el estómago y respondí nervioso.
—Lo siento, solo estaba mirando algunas fotos.
Él me miró fijamente y comenzó a hacerme varias preguntas.—¿Cuánto tiempo llevas con Leah? ¿Cuáles son tus intenciones con mi hija? ¿Eres un buen chico?.—Cada pregunta aumentaba mi nerviosismo, por dios, ahora ya sé a quien salió Leah con hacer tantas preguntas y traté de responder lo mejor que pude.
—Llevamos un tiempo juntos, señor. Mis intenciones son serias, realmente me importa Leah. Sí, creo que soy un buen chico.
Por ahora si lo soy o eso creo.
Después de un momento de tensión, él sonrió con malicia.—Tranquilo, solo era una broma.—fruncí el ceño.
vaya qué cómico el señor casi me dió un infarto. Que se note el sarcasmo.
—No soy de esos padres celosos. Solo quiero ver a mi hija feliz.—dijo, mientras relajaba su expresión.
Respiré aliviado y sonreí tímidamente.—Gracias, señor. Leah me ha hablado mucho de usted.
—Espero que solo cosas buenas.— respondió él con una sonrisa.—Veo que estabas interesado en el álbum de fotos.
—Sí, veía las fotos antiguas. Es fascinante ver cómo las personas cambian con el tiempo.—respondí, tratando de mantener la conversación.
—Leah siempre ha sido muy fotogénica.—comentó él, mirando el álbum en el suelo.
—Y aún lo sigue siendo.—digo en un murmuro.
Pasaron unos minutos y en ese momento, Leah, aún algo dormida, se levantó y nos vio desayunando. Al ver a su padre, abrió los ojos grandes y sonrió inocente. Su padre la miró con una ceja arqueada mientras ella se sentaba a mi lado, dándome un beso en la mejilla antes de prepararse el desayuno.
—Buenos días, papá.—dijo ella con una sonrisa.
—Buenos días, cariño.—respondió él, aún con una expresión seria.—¿Dormiste bien?
—Sí, muy bien.—respondió Leah, mirando a su padre con curiosidad.—¿Qué haces aquí tan temprano?
—Se adelantó el vuelvo y entonces llegamos en la madrugada y me encontré con este joven, Henry, ya hemos tenido una conversación.
Leah sonrió y me miró.—Espero que no te haya asustado demasiado.
La miré con una sonrisa nerviosa.
—Papá, no seas tan duro con él.—dijo Leah, riendo suavemente.—Henry es un buen chico.
—Lo sé, lo sé.—dijo su padre, finalmente sonriendo.—Solo quería asegurarme de que mi hija esté en buenas manos.
—Gracias, señor.—respondí, sintiéndome más relajado.—Haré todo lo posible para que su hija sea feliz.
—Eso es todo lo que pido.—dijo su padre.—Y no me digas señor por favor, soy Liam.
En ese momento, la madre de Leah entró a la cocina, sorprendida al ver a un chico tan temprano.—Oh, buenos días.—dijo con una sonrisa, claramente sorprendida.
Yo estaba justo con una tostada en la boca y, avergonzado, me limpié las comisuras y las manos antes de levantarme para saludarla. —Buenos días, señora.—dije, tratando de sonar lo más educado posible.
Ella me devolvió la sonrisa, un poco apenada por el momento.—Buenos días, joven. Soy la madre de Leah. ¿Y tú eres...?.
—Henry, señora.—respondí, extendiendo la mano.
—Oh, con que tú eres Henry..—asentí con la cabeza.—El gusto es mío, Soy Mery.—dijo ella, estrechando mi mano.—Leah ha hablado mucho de ti.
—Espero cosas buenas.—le di una media sonrisa.
—Si, ya sabemos casi toda tu vida más o menos.
—Mamá..—susurró avergonzada.
Su madre le da una sonrisa. El desayuno siguió entre risas, anécdotas de Leah cuando era una niña, podría decir que ellos me están haciendo sentir cómodo y no un chico invisible.
¿será que cada muralla al rededor de mí corazón ha sido destruida del todo?.
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