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O17.

❝ 𝘽𝙤𝙘𝙚𝙩𝙤𝙨 𝙙𝙚 𝙪𝙣
𝘼𝙢𝙤𝙧 𝘾𝙖𝙡𝙡𝙖𝙙𝙤 ❞

            —Gracias. —Aurora susurró mientras miraba al frente de nuevo.

            Milo quedó quieto, no se lo había esperado. Pero le quedó la sensación de que estaba flotando.

            Solo cuando los autos detrás de él empezaron a tocar la bocina, pudo reaccionar y darse cuenta de que el semáforo ya había cambiado a verde varios segundos atrás.

[•••]

            Sus manos aún estaban tensas en el volante, y aunque intentaba concentrarse en la carretera, su mente seguía enredada.

            Se arriesgó a mirarla de reojo de nuevo. Aurora seguía con la vista al frente, aparentemente tranquila, pero el rubor en sus mejillas la delataba.

            Milo sintió una punzada de ternura. Quería decir algo, cualquier cosa, pero no encontraba las palabras correctas, así que prefirió mantenerse callado el resto del viaje.

[•••]

            En su edificio, Milo siguió ayudando a Aurora con su maleta de mano y subió con ella al ascensor. Estaban solos, seguía siendo temprano.

            Aurora aprovechó para llamar a su familia y avisarles que ya estaba en su edificio.

            En un momento a medio de la llamada, la chica pareció totalmente avergonzada, pero puso el teléfono en altavoz porque su mamá quería hablar con Milo y agradecerle por llevar a su hija a casa.

            —¿Hola? ¿Sí? ¿Ya estoy en altavoz? —se escuchó la voz de la mujer.

            —Sí, mamá, Milo ya te está escuchando. —Contestó Aurora algo penosa.

            —Buenos días, señora. —Habló Milo educadamente, acercándose al teléfono de la castaña para que su voz se escuchara mejor a través de la línea.

            —Qué gusto escucharte, muchacho. Solo quería darte las gracias por haber recogido a mi hijita. Me hubiera preocupado que regresara en taxi o algo así, pero me hace sentir muy segura saber que está contigo. —Agradeció la mujer con su tono amable y alegre.

            —No es nada, señora Alcott. Aurora y yo somos amigos, lo hubiera hecho de todas formas. —Contestó Milo sinceramente.

            —Muchas gracias, Milo. Por favor, recuerda que las puertas de esta casa están abiertas en cualquier momento, así vengas sólo o con mi Aurorita. —Recalcó amablemente—. Cuídense mucho, por favor. Y, por si pasa cualquier emergencia, dile a Aurora que te pase mi número.

            Después de eso, y de una despedida que se sintió cálida a pesar de ser por teléfono, la llamada terminó.

            Pero Milo no pudo evitar pensar otra vez en lo preciosa que era la familia de Aurora. En todo sentido, incluyendo a Mónica, porque solo quería proteger a su hermana desde un lugar que reflejaba amor por ella.

            Mientras seguían en el ascensor, Aurora, obedeciendo a su madre, le pasó el número de la misma a Milo. La mujer tenía razón, si pasaba una emergencia con Aurora, él era quien estaba más cerca.

            Además, con la promesa sobreentendida que quedó entre ellos de que Aurora no volvería a ocultar ese tipo de cosas importantes por no "incomodarlo", todo estaría mucho mejor.

[•••]

            Ya en el pasillo del séptimo piso, el pelinegro no quiso despedirse aún. Le preocupaba que Aurora estuviera sola en su apartamento, que se le dificultaran algunas cosas o que se olvidara de comer.

[•••]

            —Puedo hacerte desayuno en mi departamento. Es temprano, recién serán las ocho —ofreció—. Necesitas comer algo... y tal vez no sea muy bueno cocinando, pero te puedo picar fruta con algo de yogur de fresa.

            Aurora miró sus manos avergonzada.

            —Ay, Milo. No, quiero ser más molestia —susurró apenada.

            Milo negó con la cabeza y se atrevió a levantar el mentón de la muchacha.

            —Oye, ¿en qué habíamos quedado? Ya te dije que no lo eres, pero no tengo problema en recordártelo las veces que sea necesario —dijo sincero, haciendo que ella lo mirara a los ojos—. No eres una molestia ni una incomodidad, ni lo serás nunca. Si quiero hacerte desayuno ahora, es porque quiero verte bien, me preocupas y porque quiero estar contigo... ¿Puedes dejarme hacerlo? Por favor. —Habló con suavidad.

            La chica pareció enmudecer, pero asintió.

            El pelinegro, mucho más contento, abrió la puerta de su apartamento, dejando que Aurora pasara primero.

[•••]

            La invitó a sentarse en el comedor mientras él iba a picarle la fruta.

            Le preguntó si necesitaba una cobija, si quería agua o algo por el estilo, pero Aurora negó con su persistente modestia.

            Con eso, Milo prometió no demorarse y fue rápidamente a su cocina.

[•••]

            Tristemente, lo único que le salió bien fue servir el yogur de fresa en un vaso. Incluso se pasó un par de minutos leyendo si tenía "sulfitos".

            Con las frutas le fue terrible, sobre todo con la manzana, porque terminó haciéndose un corte en el dedo que tuvo que ir a lavar y cubrir con una bandita.

            Además, los cortes le salían deformes, algunos gruesos y otros pequeños.

            Pero en verdad lo estaba intentando; su ceño fruncido y concentración delataban su esfuerzo.

            Terminó tomándose más tiempo del que esperaba.

[•••]

            Cuando la "ensalada de frutas" estuvo lista, la puso en un recipiente pequeño, justo el que usaba para comer cereal algunas mañanas.

            Llevó el recipiente junto al vaso de yogur con cuidado hasta el comedor, temeroso de derramar algo.

            Caminó lento, pero con seguridad. A medio camino se dio cuenta de que no se había preparado nada para él, pero no importaba porque lo que le interesaba era que Aurora comiera.

[•••]

            Cuando llegó al comedor, Aurora no estaba ahí, así que, extrañado, dejó la comida sobre la mesa. Buscándola con la mirada, se dio cuenta de que estaba en la sala... viendo sus pinturas.

            Se alarmó porque había olvidado por completo que las pinturas estaban a la vista de cualquiera e incluso tenía algunas pegadas en la pared para que las acuarelas se secaran.

            Y era peor porque no tenía un solo dibujo que no fuese de ella. En todas sus cartulinas estaba su rostro, sus ojos, sus labios... todo.

[•••]

            Corrió hacia la sala, preocupado.

            —Te juro que no estoy loco, no soy un acosador obsesionado ni nada por el estilo —se apresuró a explicar, muerto de vergüenza. Sus manos temblaban, sin saber qué hacer con ellas.

            Estaba tan asustado de que aquella situación se malinterpretara.

            —¿De verdad soy yo? —Aurora susurró su pregunta. Parecía maravillada, aún sin retirar la mirada de la pared y de un dibujo en particular, donde aparecía sonriendo ampliamente.

            Milo enrojeció y trató de limpiarse el sudor de las manos en el pantalón. Estaba aturdido, avergonzado y bloqueado.

            —Sí —fue lo único que llegó a tartamudear.

            Tuvo el instinto de querer cubrir todo o esconderlo. Pero ya era tarde, ella ya lo había visto todo. No tenía caso.

            —Perdón por estar viendo esto sin tu permiso —se disculpó Aurora sinceramente, pero aún absorta en los dibujos de Milo—. Al estar esperando, se me adormeció la pierna, caminé alrededor de la mesa, pero... vi la pared de tu sala, y no sé... mis pies caminaron solos —se explicó avergonzada, sin poder despegar la mirada de la pared.

            Milo aún estaba mudo, se sentía completamente expuesto, y lo peor era que no podía hacer nada al respecto.

            Solo pudo avanzar hasta quedar al lado de Aurora y tratar de formar una frase coherente. Tratar de explicarse, o simplemente sacarse el nudo atorado en la garganta.

            Pero ella solo tenía las manos en la espalda, como si tan solo rozar las cartulinas con sus dedos la asustara por poder arruinarlas.

            —Aurora... —suspiró el pelinegro con la necesidad de que debía decir algo. 

            —¿Por qué me dibujaste tan bonita? —Aurora interrumpió sin querer, volviendo a susurrar su pregunta con vergüenza. 

            Milo solo rió nervioso. —Porque así eres... así te veo yo —confesó, susurrando también. 

            Algo en la declaración pareció sacar a Aurora de su ensoñación, porque pudo girar el rostro para mirar a Milo a los ojos. 

            El pelinegro trató de sostenerle la mirada, pero en los ojos de Aurora había algo nuevo que lo desarmó por completo, incluso debilitándole las rodillas. 

[•••] 

            —¿En verdad? —la castaña susurró después del tenso silencio que se formó entre ellos, como si no pudiera creerlo aún, porque ella no podía verse así. 

            Milo sintió una sonrisa melancólica en su rostro. —Sí, Aurora, en verdad —confirmó—. A veces me duele ver cómo pareces no notar lo preciosa que eres —se le escapó con sentimiento—. No solo por fuera, sino que tu corazón es igual de bonito. Pero tú no lo ves... y no lo entiendo. Para mí, eres la persona más linda que he conocido, y no sabes cuánto me arrepiento de no haberte notado por mucho tiempo —siguió—, porque ahora ocupas mi mente sin intentarlo. Te pienso todo el tiempo y te veo en todas partes, en cada dibujo, cada lugar al que voy y en cada noche estrellada... 

[•••] 

            Aurora pareció tener los ojos llorosos por la confesión, y eso fue suficiente para que Milo no pudiera resistir acercarse y acunar su rostro para limpiar sus lágrimas con los pulgares. 

            A pesar de que parecía resistirse a llorar, Aurora no pudo evitarlo, así que Milo se mantuvo acariciando su rostro. 

            —¿Dije demasiado? —susurró él, ligeramente preocupado. 

            Aurora negó rápidamente con la cabeza. 

            —No... no es eso. Es solo que... —trastabilló al hablar, sorbiéndose la nariz por el ligero llanto—. No sé qué responder... —confesó en un susurro tembloroso. 

            Milo sonrió con ternura, sintiendo su corazón latir tan fuerte que le dolía el pecho. 

            —No digas nada entonces —susurró con cariño. 

            Un silencio tenso como ninguno se instaló entre los dos. El peso del giro en su interacción desde que llegaron se sentía en cada rincón del departamento de Milo. 

            Pero era una tensión diferente, no de las que hacen sentir que se debe decir algo más, sino una que ocultaba las ganas de hacer algo que Milo no sabía si estaba bien. 

[•••] 

            Como si, aun a pesar de todo, no pudiera resistirlo, uno de los pulgares de Milo bajó hasta los labios de Aurora, apenas rozando con el mismo la suave piel. 

            No pudo mirar a otro lado que no fueran sus labios ligeramente entreabiertos. La respiración se le estancó en la garganta, y parecía que a Aurora también. 

            Su rostro se inclinó aún más y, cuando ya iba a besarla, sintió que el rostro de la castaña retrocedió ligeramente. 

            —Perdón... yo... —Milo intentó justificarse mientras retrocedía un poco también. Había sido demasiado. 

            Pero la expresión de Aurora era diferente. 

            —No, no es eso —se apresuró a aclarar—. Es que... yo no he besado a nadie antes —confesó con la voz temblorosa y llena de nervios. 

            Milo quedó sorprendido, intentando tragar saliva.  —Oh... 

            —Sé que suena estúpidamente ridículo. Tener 25 años y que nunca me haya pasado algo como eso... —Aurora continuó, aún hecha un manojo de nervios. 

            —No es ridículo. Para nada —Milo interrumpió—. ¿Quieres que sea algo más especial entonces? —preguntó suavemente. 

            —Creo que será especial mientras me lo des tú —respondió, volviéndose completamente roja—. Solo que no sé qué hacer... 

            Milo sintió que su corazón se detenía por un segundo. 

            Quería responder, decir algo ingenioso o tranquilizador, pero las palabras se le quedaban atoradas en la garganta. 

[•••] 

            —No tienes que estar nerviosa —le susurró cuando recuperó la voz—. Esas cosas no tienen una forma perfecta de hacerse, ¿sabes? Es... más como sentir el momento. Dejarse llevar... 

            Aurora alzó la vista con incertidumbre, pero cuando sus ojos se encontraron con los suyos, algo pareció romperse dentro de ella. Algo que la hizo dar un paso diminuto, casi imperceptible, hacia él. 

            Milo no necesitó más. 

            Su mano se deslizó hasta su mejilla con una suavidad casi reverencial, el pulgar rozándole la piel con una delicadeza que contrastaba con el retumbar de su pecho. 

            —¿Puedo...? —susurró, sin apartar la mirada de sus ojos enormes. 

            Ella asintió con timidez. 

            Milo sintió otra punzada en el pecho. Esto era especial para ella, y quería asegurarse de que no dejara de serlo. 

            El pelinegro cerró el espacio entre ambos, sin poder resistir tampoco la intensidad de sus propios sentimientos. 

            Fue un roce suave al inicio. Milo esperó, dejándola acostumbrarse. Y cuando sintió que ella no se alejaba, empezó a mover sus labios contra los de ella, con más firmeza y con más certeza. 

            Aurora dejó escapar un suspiro suave contra su boca, y eso fue suficiente para que Milo sintiera que se iba a desmayar. 

            Podía notarla ligeramente temblorosa por los nervios, así que guió con suavidad las manos de Aurora hacia su pecho y alrededor de su cuello. 

            Milo sintió cómo su propio cuerpo reaccionaba, cómo el calor le subía hasta la nuca. Una de sus manos se deslizó hasta su cintura, atrayéndola con cuidado, con adoración, hasta sentir el calor de su cuerpo contra el suyo, abrazándola mientras seguía besándola con un cuidado encantador. 

[•••] 

            En un momento, Milo separó sus labios solo un poco, dándole espacio para respirar. 

            —¿Estás bien? —murmuró, sintiendo cómo sus alientos aún se mezclaban. 

            Aurora asintió sin abrir los ojos. Sus manos habían dejado de temblar, pero seguía viéndose completamente abrumada. 

            —¿Puedes... besarme otra vez? —pidió en un susurro. 

            Y Milo no necesitó que se lo dijeran dos veces. 

            El beso continuó, lento pero cada vez más intenso, como una corriente de fuego que se extendía por sus cuerpos. 

            La sujetó con más firmeza, inclinándose sobre ella, atrapándola mejor entre sus brazos. El beso se volvió más profundo, un poco más desesperado. Aurora ya no estaba completamente inmóvil. Sus labios se movieron con inseguridad al principio, pero ambos se dejaron llevar, entregándose por completo al momento. 

            Milo saboreó con devoción cada rincón de sus suaves labios y, cuando Aurora, sin darse cuenta, deslizó sus dedos hasta su cuello, Milo supo que estaba perdido. 

            Esta vez, parecía que era Milo quien temblaba en los brazos de Aurora, en la forma en que ella abrazaba su cuello con timidez y sostenía su rostro con algo que él no recordaba haber sentido. 

            Estaba embelesado, hipnotizado. 

            Y... tan... enamorado.

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