
O11.
❝ 𝙀𝙡 𝙄𝙣𝙞𝙘𝙞𝙤
𝙙𝙚 𝘼𝙡𝙜𝙤 ❞
Milo tenía mucha curiosidad por saber más de Aurora, por conocerla mejor y por no ser siempre él quien hablara todo el tiempo.
Compartieron sus cumpleaños. Mientras él cumplía años el 6 de marzo, Aurora cumplía el 20 de julio.
Milo sacó su teléfono y anotó la fecha en la aplicación de calendario para no olvidarla.
Le preguntó a Aurora por sus redes sociales para poder seguirla. La chica le comentó que no las usaba mucho por lo ocupada que estaba con el trabajo. Lo mismo pasaba con Milo ahora, pero, de todas formas, intercambiaron nombres de usuario y solicitudes de amistad.
[•••]
Continuaron comiendo y, una vez terminaron, siguieron conversando a modo de sobremesa.
—¿Practicas algún deporte? —preguntó Milo.
Aurora pareció dudar de su respuesta.
—Pues, nunca he podido practicar un deporte que sea demasiado exigente físicamente, por el asma —explicó con algo de vergüenza—. Pero sé jugar ajedrez. Tengo una medalla de plata de un torneo de la escuela, pero no es la gran cosa —contó con timidez.
—¿De verdad? ¡Eso suena increíble! —Milo sonrió ampliamente—. Una medalla de plata no es poca cosa, ni aunque sea en un torneo escolar —halagó—. Estoy seguro de que eres extraordinariamente inteligente...
Aurora enrojeció de nuevo y quedó en silencio, sin tener idea de qué responder. Intentó hacer uno de sus usuales gestos modestos, pero, por los nervios que la invadieron, solo pudo esbozar una sonrisa nerviosa.
Era notorio que no estaba acostumbrada a los cumplidos, que posiblemente no se veía como los demás la veían.
Milo no podía terminar de entender aquello. ¿Cómo alguien como Aurora podía seguir minimizando sus logros y cualidades?
Incluso recordó una frase:
"Las mariposas no pueden ver la belleza de sus propias alas."
Y, a pesar de lo metafórico y hasta lleno de "cursilería" de aquellas palabras, el pelinegro no pudo evitar pensar que, al menos en el caso de Aurora, parecían ser verdad.
[•••]
—Yo no tengo ni idea de cómo jugar ajedrez. Nunca aprendí —comentó Milo, decidido a seguir hablando con ella—. En la escuela hacía todo tipo de deportes: básquet, soccer, fútbol... hasta vóley, pero nunca ajedrez —contó—. Siempre fui muy inquieto, ¿sabes? Por eso hacía de todo al mismo tiempo. No podía quedarme sentado —rió—. ¿En qué escuela estabas tú?
—En una religiosa. Marymount. De solo mujeres —contestó Aurora—. Mi papá es profesor de matemáticas ahí, y como mis dos hermanas y yo somos mujeres, nos puso en esa escuela. Era más cómodo para que pudiera estar al tanto de nosotras.
Milo sonrió contento al poder aprender más sobre ella. Sentía que sus diferencias los acercaban más, y eso se sentía muy agradable.
—Yo estuve en dos escuelas —empezó el pelinegro—. Para los años de primaria estuve en New Roads y, para todo el resto, me cambiaron a Marlborough, que era una escuela más estricta, pero, como podrás deducir, eso no me impidió... ser yo —bromeó—. Después, en la universidad, me fui a estudiar a California State, pero tuve que pasar un año extra porque reprobé unas cuantas materias de los primeros semestres —contó, pero luego sacudió la cabeza—. Perdona, sigo hablando mucho —se disculpó, riendo apenado.
Aurora negó modestamente.
—Te escucho —dijo tranquila.
Y aquellas palabras simples, por alguna razón, le sacaron una risa tonta al muchacho, como si no se hubiera esperado esa respuesta. Como si, a pesar de que sus intentos eran fallidos a veces, seguían siendo apreciados.
[•••]
—Yo estudié Terapia Física y Rehabilitación en el instituto Charles R. Drew —contó también Aurora después de un breve silencio—. Es un instituto especializado en formar profesionales en enfermería y fisioterapia.
—Sí, algo he escuchado del lugar. Pero me dijiste que querías ser pediatra, ¿no? Que no fue posible por un tema de gastos —recordó.
Aurora asintió.
—Pues, así como tú tienes fe en que yo puedo ser artista, yo tengo toda la fe en que podrás ser pediatra algún día —comentó con sinceridad, notando cómo las mejillas de Aurora volvían a teñirse de rojo.
—Gracias —susurró su vecina con una pequeña sonrisa.
Milo no se dio cuenta de que contuvo el aire unos segundos, pero no estaba dispuesto a dejar que la conversación muriera de repente.
Se aclaró la garganta y habló de nuevo —¿Tus hermanas qué han estudiado?
—Mi hermana mayor, Mónica, también es profesora como mi papá, solo que ella enseña en preescolar —contó con dulzura—. Y la menor, Victoria, quiere ser psicóloga y ya está en su último año de escuela.
Milo apoyó los codos sobre la mesa y la observó con una leve sonrisa, entretenido por la forma en que Aurora hablaba de su familia. Había notado que su tono se volvía más suave, más cálido, cuando mencionaba a sus hermanas y a sus padres.
Suspiró sin darse cuenta mientras la seguía mirando. La envidiaba, pero en el buen sentido de la palabra. Quisiera tener su carácter tranquilo, su bondad y su capacidad para afrontar las adversidades.
Sabía que vivir con una enfermedad crónica como el asma no era fácil y que, a pesar de que ser fisioterapeuta le gustaba, el sueño frustrado de ser pediatra podía perseguirla.
Pero ella lo afrontaba todo con gracia y ternura, algo de lo que Milo aún carecía en toneladas.
[•••]
La conversación derivó en anécdotas de sus respectivas infancias. Milo tenía miles de historias sobre las incontables travesuras que hacía cuando era niño y cómo, a pesar de los castigos en casa, Augusta siempre encontraba la forma de defenderlo.
Aurora contó que lo mismo pasaba en su hogar, y que, aunque en su caso era su hermana Mónica la que hacía las travesuras, su abuela Augusta siempre estaba ahí para defenderla. Además, según Aurora, fue su abuela quien le enseñó a hacer galletas, y solían hornearlas juntas los fines de semana, cuando Augusta no trabajaba.
Milo también compartió algunas cosas sobre su relación con su madre. Confesó que, aunque sabía que ella lo amaba, no era precisamente una persona muy cariñosa, pero que llegó a comprenderlo mejor a medida que creció. Lo mismo pasó con su abuelo, aunque él era cien veces más estricto con él.
Milo no habló de su padre biológico, principalmente porque literalmente no sabía mucho. Era un tema del que su madre nunca quiso hablar, pero, según su abuelo, fue un muchacho irresponsable que desapareció cuando ella más lo necesitaba.
Tal vez era por todas esas cosas que se había encariñado tanto con Augusta en su infancia, porque ella significaba una especie de refugio para él.
[•••]
Aurora prestaba pulcra atención a las palabras de su vecino y, en su mirada, volvía a notarse ese aire de compasión, que, lejos de hacer sentir a Milo atacado, lo hacía sentirse un poco más comprendido, un poco más... escuchado.
[•••]
La medianoche llegó sin que Milo siquiera lo notara. Ambos tenían cosas importantes que hacer y un trabajo al que atender al día siguiente, por lo que debían despedirse.
El pelinegro trató de ocultar el desánimo que le causó que la interacción tuviera que terminar y se levantó de la mesa educadamente.
La botella de Coca-Cola, ya completamente vacía, terminó en el tacho de basura de la cocina de la muchacha.
Aurora lo acompañó hasta la puerta, pero Milo caminó un poco más lento a propósito.
[•••]
—Entonces, te escribiré para lo de la visita —dijo mientras Aurora abría la puerta—. Aunque puede que me organice justo para este domingo... De todas formas, ya te avisaré con anticipación —comentó mientras salía al pasillo.
La chica asintió con suavidad.
Milo se giró para decir algo más mientras sonreía.
—¿También te puedo escribir para otras cosas? Mandarte chistes, memes... o para chismosear un rato, ¿o algo así? —preguntó, mirando a Aurora con cierta duda mientras se balanceaba ligeramente sobre sus pies.
Su vecina rió un poco. —Está bien —respondió nerviosa.
El pelinegro se sintió mucho más contento.
—¡Genial! —dijo alegre—. Entonces, nos vemos pronto. Gracias por la pizza, estaba deliciosa —agradeció con sinceridad—. Y recuerda que te debo una invitación a comer en algún lado —agregó con encanto.
Aurora solo volvió a asentir con timidez, sin encontrar palabras para responder.
Después de eso, se despidieron con un apretón de manos que al principio se sintió algo extraño, pero que, en pocos segundos, se volvió familiar.
Milo no quería cruzar los límites de Aurora. Ya la había abrazado en un impulso y no quería hacerlo de nuevo si ella no lo deseaba. Así que el apretón de manos estuvo bien. Porque mientras ella estuviera cómoda, él también lo estaría.
La castaña cerró su puerta, y Milo cruzó a su apartamento.
[•••]
Una vez dentro de su espacio, el muchacho dejó escapar un suspiro dulce mientras se llevaba una mano al pecho.
Hacía tiempo que una conversación no se sentía tan cálida, que no se sentía genuinamente escuchado y que él mismo no escuchaba a alguien con tanta atención.
[•••]
Al día siguiente, se mantuvo trabajando con normalidad. Evie vino a entregarle unos documentos que mandaba su padre para que los revisara y, a pesar de que la guapa secretaria intentó coquetear con él, Milo dejó claro que no estaba buscando nada por el momento.
Evie no estaba enterada de las cosas como Lily, y era mejor que siguiera así. Porque, al ser la primera muchacha, secretaria de su padre, era muy posible que terminara contándole al hombre lo que pasaba con Milo, la pelea que había tenido y todo lo demás.
Y eso no sería conveniente. Porque, conociendo las reacciones de su padre, se podía esperar cualquier cosa.
Pero había muy buenas noticias, porque cuando llegó a su oficina y vio sus horarios de la semana, notó que el domingo estaría completamente libre. No tenía compras que hacer, nada que limpiar ni trabajo extra.
Podría visitar a Augusta el domingo.
[•••]
A la hora del almuerzo, cuando fue a comer a un restaurante cercano, decidió escribirle a Aurora mientras esperaba su comida.
[•••]
𝘼𝙪𝙧𝙤𝙧𝙖 𝘼𝙡𝙘𝙤𝙩𝙩
Hola Aurora!
¿Cómo estás?
¿Todo bien hoy?
¿dormiste bien?
✓✓
Yo ya estoy en mis
horas de almuerzo.
✓✓
[•••]
No quería empezar la conversación avisándole de manera mecánica sobre lo del domingo. Sonaba demasiado frío, y se suponía que ahora eran amigos.
Prefería que la conversación fuera más significativa, incluso si era solo por mensajes, incluso si existía la posibilidad de hablar en persona por la noche.
Pasaron los minutos, le trajeron la comida y empezó a comer mientras estaba atento a su teléfono.
Cuando ya tenía casi medio plato terminado, una notificación hizo que dejara de comer por un momento. Afortunadamente, era una respuesta de Aurora.
[•••]
𝘼𝙪𝙧𝙤𝙧𝙖 𝘼𝙡𝙘𝙤𝙩𝙩
Hola Milo,
Sí dormí bien. Felizmente
yo entro a trabajar a las 2pm.
Así que sí descansé.
Ya almorcé también, y
estoy camino al trabajo,
en la parada del
autobús.
Que te vaya muy bien
Aurorita.
✓✓
Yo estoy terminando de comer
y regresaré al trabajo pronto.
✓✓
Pero todo en orden hasta el
momento, hoy está siendo
tranquilo.
✓✓
Me alegra saber eso,
Espero que siga siendo
un día bueno hasta
el final.
Muchas gracias.
✓✓
Por cierto ¿te parece
que sea el sábado
cuando vayamos
a tomar un helado?
✓✓
Sé que trabajas ese día,
pero podemos ir antes.
Y te puedo dejar en el trabajo
para que no llegues tarde,
si es que no te incomoda.
✓✓
Esta bien. Muchas gracias.
Y perdón si mis textos se
ven secos o fríos.
No estoy incómoda ni
nada. Solo me cuesta
un poco. Ya sabes.
No, tranquila. Yo entiendo.
Solo quería preguntar
desde antes.
✓✓
Y sobre lo de la visita, ya vi mis
horarios de la semana.
Y sí podré ir el domingo.
✓✓
Genial, avisaré en casa desde ya.
Para que lleguemos sin
inconvenientes.
Parece que pasaremos el fin de
semana con el otro.
¿Te molesta?
✓✓
😂 No.
Solo es una observación.
Que bueno, ya iba a llorar
✓✓
[•••]
Después de unos mensajes de despedida, la conversación terminó ahí. Milo se levantó de la mesa, pagó y se dispuso a regresar al trabajo, mientras que Aurora ya debía estar en el autobús que la llevaba al suyo.
Milo caminó de regreso con pasos ligeros. El día estaba soleado, pero el calor no era insoportable. No entendía por qué una conversación tan simple le había levantado tanto el ánimo.
[•••]
Parecía como si el trabajo se hubiera hecho mucho más llevadero después del almuerzo, como si todo estuviera aún mejor, como si todo fuese bonito.
Cuando terminó su jornada, condujo a casa con buen ánimo.
Tal vez por eso notó algo que antes había pasado por alto: en su camino a casa, había una tienda de materiales de arte.
Algo lo impulsó a detenerse y estacionar frente a la puerta.
Bajó del auto y entró en la tienda.
Un hombre amable lo recibió, preguntándole si buscaba algo en particular.
Milo negó con la cabeza, pero quedó maravillado con la cantidad de materiales en el lugar. Recordó sus años de escuela, cuando sus profesores de Arte se sorprendían con sus habilidades, ya fuera con lápiz, pinturas o cualquier otra técnica.
Casi sin pensarlo, decidió comprar varias cosas, ya que podía guardarlas en el maletero de su auto.
Con la ayuda y asesoramiento del dueño de la tienda, eligió un caballete de madera, cinco lienzos de diferentes tamaños, lápices técnicos y de carbón, borradores de goma, sacapuntas, cartulina de dibujo, acuarelas, pinturas acrílicas, pinceles, lápices de color y pinturas al óleo.
El vendedor, encantado con la gran compra, le preguntó qué tipo de artista era.
Milo decidió decir una mentira blanca: que era un estudiante de artes.
El hombre, aún más complacido, le hizo un buen descuento y le dijo que volviera cuando quisiera.
También lo ayudó a guardar las cosas pequeñas en una bolsa y a cargar los lienzos y el caballete hasta el maletero del auto.
¿Por qué Milo estaba siguiendo ese impulso? No lo sabía, pero tampoco quería detenerse.
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