
(⸙) epílogo.
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❝ 𝙀𝙣𝙩𝙧𝙚 𝙍𝙞𝙨𝙖𝙨
𝙮 𝙋𝙧𝙤𝙢𝙚𝙨𝙖𝙨 ❞
Era un día especialmente vacío en el centro de terapia física. Milo no sabía por qué, pero dedujo que era algún tipo de coincidencia.
Él estaba sentado detrás del mostrador con el uniforme del lugar, como era costumbre. Si bien no era fisioterapeuta del centro, tenía que usar la pijama quirúrgica de todas formas para que su imagen de recepcionista se viera aún más pulcra.
Pero no estaba solo en el mostrador. La señora Anita estaba sentada a su costado y lo había "secuestrado" para que le pintara las uñas con el esmalte que había traído de casa.
Sin embargo, Milo no estaba molesto. La señora Anita era de las mejores personas que había conocido desde que empezó a trabajar allí. Era una mujer muy divertida, con una energía maternal que hacía que todos la quisieran.
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—¡Anita! —se escuchó el cómico regaño de la señora Yadira, quien también se acercó al mostrador de repente—. ¿Qué haces ahí esclavizando al pobre Milo?
El pelinegro rió, pero no dejó de pintar las uñas de la mujer con cuidado.
—¿Esclavizándolo? —repitió la señora Anita, llevándose una mano al pecho con fingida indignación—. ¡Qué descaro! Si este niño me ayuda porque quiere. ¿Verdad, Milo?
El pelinegro alzó la vista, observando a ambas mujeres con una sonrisa.
—Por supuesto —asintió con tranquilidad, soplando suavemente sobre la uña recién pintada—. Además, la paga es buena.
—¿Ah, sí? —preguntó Yadira, arqueando una ceja con diversión.
—Sí. Me prometió comprarme un hot dog del puesto de la esquina.
Las dos mujeres rieron con ganas.
—Por supuesto —confirmó la señora Anita—. Además, nuestro querido Milo es artista, claro que puede pintar uñas como un verdadero experto. Las uñas son como un lienzo pequeñito, técnicamente lo estoy ayudando a practicar su precisión para sus trabajos —continuó cómicamente.
Milo volvió a reír con ganas.
Entonces, la señora Yadira pareció recordar algo.
—Cierto… ¿cómo te está yendo, Milito? ¿Qué tal tu academia? ¿Está siendo muy pesado?
—Todo bien, señora Yadira. Ya estoy terminando mi primer semestre y todo ha ido de maravilla —contó cálidamente—. Honestamente, estoy muy contento, solo que fue un poco extraño al inicio porque soy uno de los mayores dentro de todos mis compañeros de semestre —continuó.
—Me alegra, querido. Se te nota radiante —halagó la señora Yadira con calidez—. Solo que cuando seas un pintor famoso, no te olvides de nosotras. Queremos ir a una exposición de arte tuya en el futuro… —dijo con algo de comicidad.
Milo asintió, algo enternecido.
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—Por cierto, querido, ¿todo bien con nuestra Aurorita? —La señora Anita se animó a preguntar con una sonrisa.
—Sí, señora Anita —Milo enrojeció al instante, y la señora Anita no iba a dejarlo pasar.
—Ah, míralo cómo se pone —bromeó.
El pelinegro no pudo responder, porque la broma solo lo hizo sonrojarse más y reír nervioso. El solo nombre de la castaña le movía el estómago con cosquillas.
Las cosas entre ellos estaban tan bien. Su abuelo quería mucho a Aurora, y Milo también se sentía bienvenido en la familia de ella, incluso por Mónica, su hermana, quien ya lo había aceptado.
Era imposible no reaccionar a su nombre, no cuando la preciosa castaña le provocaba todos los sentimientos más bonitos.
[•••]
—No te burles, Anita —la señora Yadira rió y la regañó al mismo tiempo—. Milo es un muchacho enamorado.
—Yo sé. Y Aurora está igual —continuó la mujer, cambiando de mano para que Milo siguiera con la manicura—. Todos los días estos dos tortolitos vienen y se van juntos de la manito…
Era completamente verdad, por lo que las palabras solo hicieron que el calor en su rostro subiera más.
Pero disimuló, o al menos intentó hacerlo, continuando con su trabajo en las uñas de la señora Anita con concentración.
—Y hablando de Aurora… ¿dónde estará mi estimada? —La señora Yadira bromeó—. Le voy a llamar para que baje y se una al chisme. Hay que aprovechar que hoy es un día bastante tranquilo y no hay mucho movimiento —dijo mientras se alejaba con su teléfono pegado a la oreja.
[•••]
Milo había terminado de pintar las uñas de la señora Anita cuando Aurora bajó hasta la recepción.
La había visto en la mañana; habían llegado juntos, precisamente tomados de la mano. Pero verla siempre hacía que su corazón latiera un poco más rápido.
Aurora se acercó al mostrador mientras la señora Yadira entrelazaba su brazo con ella amistosamente.
Cuando sus ojos se encontraron, solo se sonrieron, porque, claramente, dentro del trabajo su relación debía permanecer estrictamente profesional.
Aun así, Milo le guiñó el ojo disimuladamente con cariño, provocando que la muchacha riera con ternura y vergüenza.
[•••]
—Mira, Aurorita —dijo la señora Anita, extendiendo las manos.
Aurora rió, acercándose a ver las uñas recién pintadas de la señora Anita.
—Están muy bonitas —dijo la castaña con su típica dulzura.
—Han esclavizado a tu amor por un hot dog —bromeó la señora Yadira con Aurora, haciendo reír a todos.
—¿Ahora pintas uñas por un hot dog? —Aurora le dijo riendo.
—Por supuesto —Milo continuó la broma—. Y tú no tienes nada que decir, porque a ti te pinto las uñas gratis siempre —le sacó la lengua.
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La conversación continuó, ahora en otros temas, como la poca cantidad de pacientes ese día y otros asuntos triviales.
La señora Yadira, bastante curiosa, terminó preguntándole a Milo si alguna vez había dibujado a Aurora. La pareja se rió, avergonzada. Pero, al considerar a la mujer como alguien de confianza, Milo terminó confesando que, de hecho, la dibujaba y pintaba mucho más de lo que alguien podía imaginar.
[•••]
Para las nueve, todos salieron con tranquilidad. Milo esperó a Aurora, y, tomados de la mano, caminaron fuera del edificio.
La señora Anita mantuvo su promesa y le compró el hot dog a Milo en el puesto de la esquina.
El muchacho recibió su "paga" emocionado e invitó a Aurora a compartirlo, aunque la muchacha se negó modestamente al inicio.
Comieron con tranquilidad, mientras Milo no podía evitar canturrear feliz mientras saboreaba el hot dog, haciendo reír a Aurora por su actitud.
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Después de eso, se despidieron de la señora Anita y la señora Yadira. La primera fue recogida por su hijo mayor, y la segunda se marchó en su auto.
Las dos mujeres eran personas maravillosas, y Milo estaba muy agradecido de que fueran sus amigas ahora también.
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Aurora y Milo caminaron hasta el auto de él, balanceando tiernamente sus manos unidas.
—¿Tienes algún trabajo de tu academia o algo así para mañana? —preguntó Aurora.
Milo negó.
—Ya tengo todo listo, así que dormiré tranquilo… pero sí tengo un proyecto que debo entregar la semana siguiente sobre dibujo técnico y perspectiva —comentó tranquilo.
—Si necesitas ayuda, puedes avisarme. Ya sabes que no me molesta cocinarte algo cuando estás cansado o darte un masaje —respondió Aurora cariñosamente.
Milo apretó su mano un poco.
—Lo sé, y tú sabes que te lo agradezco mucho —suspiró—. Tus manos son divinas…
Hubo un diminuto silencio.
—Eso suena mal… —respondió Aurora casi riéndose.
—Pues porque tú eres una malpensada —respondió rápidamente el muchacho, molestándola, solo para que los dos se rieran después.
[•••]
Cuando llegaron al auto, Milo giró las llaves en sus manos, pero en lugar de abrir la puerta, se quedó mirándola unos momentos.
Aurora se veía preciosa bajo la tenue luz de la calle, su cabello ondeando levemente con la brisa nocturna.
—¿Qué pasa? —preguntó ella con una sonrisa.
Milo negó con la cabeza, soltando una risa suave.
—Nada. Solo estaba pensando que este fue un muy buen día.
Aurora inclinó la cabeza. —¿Porque te pagaron con un hot dog? —bromeó.
—Eso también —admitió él, divertido—, pero más porque estoy contigo.
Aurora bajó la mirada con una pequeña sonrisa, como si sus palabras la hubieran tomado por sorpresa.
Sin pensarlo demasiado, él dio un paso adelante y llevó una mano a su mejilla, acariciándola suavemente con el pulgar.
—Te quiero mucho, Aurora —murmuró, su voz suave en la quietud de la noche—. Sé que te he agradecido muchas veces ya, pero creo que nunca está de más —dijo con sinceridad—. Te prometo que cada día seré un hombre digno de ti, porque hoy te quiero más que ayer, pero menos de lo que haré mañana... Cuando ahorres suficiente dinero, y yo también, te ayudaré a ser la pediatra que quieres ser —añadió dulcemente—. Juntos podremos alcanzar nuestros sueños, pero, si te soy honesto... —hizo una pausa—, ninguno de mis sueños tendría sentido si no estás conmigo.
Ella alzó la vista, sus ojos brillando con algo cálido, dulce y vulnerable. —Los míos tampoco... Estoy muy orgullosa de ti y de todo lo que has logrado. Me gusta verte feliz, y estoy contenta de poder mostrarte cada día cuanto te quiero. —susurró con sensibilidad.
Milo sintió que el mundo se detenía por un instante. No es que no hubieran hablado del tema antes, pero escucharla responder con tanta seguridad hizo que su pecho se apretara de emoción.
—¿Incluso cuando me gusta molestarte solo para que te sonrojes? —preguntó Milo juguetón.
Aurora rió. —Sí... mi amor. Incluso en eso.
Entonces, sin necesidad de más palabras, Aurora se inclinó hacia él, poniéndose de puntillas, cerrando el espacio entre ambos.
El beso fue lento y delicado, como si ambos quisieran memorizar la sensación. Milo sintió cómo su corazón se aceleraba, pero, a la vez, todo a su alrededor se volvía tranquilo. Sus manos fueron instintivamente a su cintura, atrayéndola con suavidad, mientras ella dejaba sus brazos alrededor de su cuello, jugando con los mechones oscuros de su cabello y acariciando sus mejillas con ese cariño que lo traía como un tonto.
No había prisa ni urgencia en su beso, solo la certeza de que se tenían el uno al otro.
Adoraba cuando ella era quien lo besaba; su tacto era tan dulce y tierno que, sin importar cuántas veces se hubieran besado antes, él se sentía igual de emocionado que la primera vez.
G h o s t P e p p e r -
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