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CAPITULO 01
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El avión aterrizó en aquel pequeño pueblo de Washington. Al salir, Eva fue recibida por una ráfaga de aire frío que le erizó la piel, pero, lejos de incomodarla, aquel clima le trajo un sentimiento cálido de nostalgia. Era el frío que tanto extrañaba de cuando visitaba a sus abuelos en su infancia. Inspiró profundamente, llenando sus pulmones con el aire fresco y húmedo, como si con cada respiro intentara absorber la fortaleza que necesitaría para empezar de nuevo.

El aeropuerto era pequeño y modesto, con apenas un par de puertas y un puñado de viajeros moviéndose tranquilamente por el lugar. Había algo reconfortante en su sencillez, en contraste con las bulliciosas terminales de las grandes ciudades. No había multitudes ni el estrés que tanto la agobiaba, solo el murmullo sereno de las pocas personas recogiendo sus maletas.

Eva sujetó su pequeña maleta con fuerza mientras bajaba las escaleras del avión, sintiendo que cada paso la acercaba a una nueva oportunidad.

Al salir de la terminal, se ajustó la chaqueta contra el frío húmedo y miró a su alrededor. La neblina se extendía perezosa sobre el paisaje, difuminando los bordes de los árboles y las montañas que se alzaban en la distancia. Apenas podía ver los coches estacionados más adelante, donde un par de taxis aguardaban con sus motores encendidos.

Con pasos decididos, se dirigió hacia uno de ellos, haciendo una lista mental de sus prioridades. Primero, encontrar un lugar pequeño donde alojarse, lo suficiente para mantenerse mientras buscaba un trabajo. No le quedaba mucho dinero, pero sabía cómo estirarlo. Había sobrevivido antes con menos, y ahora tenía una razón más poderosa para seguir adelante.

El taxi era un sedán viejo, pero parecía estar en buen estado. El conductor, un hombre de mediana edad con una gorra de béisbol y una sonrisa amistosa, le abrió la puerta desde adentro.

- ¿A dónde la llevo, señorita? - preguntó mientras Eva colocaba su maleta en el asiento trasero y se sentaba cuidadosamente-

- Eh... al centro del pueblo, por favor - respondió, intentando sonar segura, aunque no tenía una dirección exacta en mente-

El hombre asintió y puso el coche en marcha. Por un momento, solo el ruido del motor rompió el silencio. Eva miró por la ventana, observando los pinos altos que bordeaban la carretera, el cielo gris que parecía casi tangible, como si pudieras tocar las nubes con la mano.

- ¿Es nueva por aquí? - preguntó el taxista, rompiendo el silencio con un tono curioso pero amable-

Eva apartó la vista del paisaje y lo miró a través del retrovisor.

- Sí, recién llegué... Es la primera vez que estoy aquí sola, aunque de niña venía a visitar a mis abuelos-

- Ah, entonces algo del pueblo ya debe recordarle, ¿no? - comentó él, sonriendo de lado - No hemos cambiado mucho, eso se lo puedo asegurar. Forks es... tranquilo, ya sabe, nada que ver con las grandes ciudades.

Eva asintió lentamente, aunque no estaba segura de si esa tranquilidad la reconfortaba o la asustaba.

- Es justo lo que necesito.

El taxista la miró por el retrovisor, como evaluando sus palabras, pero no dijo nada al respecto.

- ¿Sabe si hay algún lugar económico donde pueda alojarme por un tiempo ? - preguntó Eva, tratando de no sonar desesperada, a lo que el hombre rió suavemente, no de burla, sino con un toque de comprensión.

- Económico, ¿eh? Bueno, podría intentar en el motel de la carretera principal, pero si planea quedarse más tiempo, le recomendaría hablar con la señora Dakota. Ella tiene un edificio con apartamentos en alquiler. Son pequeños, pero para una persona sola están bien.

-Gracias, eso me ayudará mucho- dijo Eva, memorizando el nombre mientras asentía con gratitud-

- No hay de qué, aquí nos ayudamos unos a otros- respondió el taxista con un tono cálido. Se detuvo en un semáforo y la miró nuevamente por el retrovisor, esta vez con algo más de seriedad - Bienvenida a Forks, señorita. Espero que el pueblo la trate bien.

- Gracias -replicó Eva con una pequeña sonrisa. Y por primera vez en mucho tiempo, sintió que esas palabras iban más allá de una simple cortesía.


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Con su pequeña maleta en mano, Eva entró en lo que parecía ser la recepción del pequeño complejo de apartamentos. La puerta chirrió al abrirse, y un leve olor a humedad la recibió, mezclado con el aroma del café viejo que emanaba de una taza olvidada en el escritorio.

El lugar, aunque limpio, mostraba signos de desgaste: las paredes estaban manchadas por el tiempo, y el suelo de linóleo estaba desgastado en las esquinas. Afuera, el complejo parecía solitario, con tan solo unos pocos coches estacionados en la entrada y la hierba crecida rodeando los bordes de la acera. No era exactamente acogedor, pero para Eva, era suficiente. No estaba en condiciones de ser exigente.

-Buenas tardes —saludó, acercándose al mostrador con una pequeña sonrisa, intentando sonar más segura de lo que se sentía-

La recepcionista, una mujer de unos sesenta años con cabello corto y canoso, levantó la mirada de un libro de crucigramas que tenía sobre el escritorio. Llevaba unas gafas que colgaban de una cadena alrededor de su cuello, y su expresión era neutral, aunque había algo en sus ojos que sugería amabilidad.

- Buenas tardes, querida. ¿Puedo ayudarte? -preguntó, dejando el lápiz a un lado y enfocando su atención en Eva-

- Sí, me recomendaron este lugar. Estoy buscando un apartamento pequeño, algo temporal, pero que pueda quedarme un tiempo si es necesario-

La mujer asintió, y comenzó a buscar entre unas carpetas apiladas en un rincón del mostrador.

-Bueno, no es mucho, pero tengo un par de opciones disponibles. No puedo prometerte vistas espectaculares, pero están limpios y son tranquilos. ¿Estás sola?-

- Sí, es solo para mí.

-Perfecto. Tengo uno pequeño en la planta baja, con cocina, sofácama y un baño. Si prefieres algo un poquito más grande, hay otro en el segundo piso, aunque es un poco más caro debido a que tiene una habitación. ¿Cuál prefieres ver?

Eva dudó por un momento, mirando alrededor como si la respuesta estuviera escondida entre las paredes desgastadas.

-El de la planta baja estaría bien.

-Muy bien. Dame un minuto, te traeré la llave para que lo veas.

Mientras la recepcionista buscaba la llave, Eva dejó su maleta a un lado y echó un vistazo al lugar. Había una vieja máquina expendedora en una esquina, y un par de sillas desiguales junto a una mesita que tenía revistas amarillentas por el tiempo. Aunque modesto, el lugar tenía un aire peculiarmente tranquilo.

 - Aquí tienes, querida- dijo la mujer, entregándole una llave con un llavero de plástico numerado- Es el número 3. Si te gusta, podemos arreglar el papeleo de inmediato.

- Gracias- respondió Eva, tomando la llave con cuidado mientras su corazón latía con una mezcla de ansiedad y esperanza-

Al llegar al apartamento número 3, se dio cuenta de que estaba lejos de ser lujoso, pero era funcional. Al abrir la puerta, Eva se encontró con un espacio único, sin divisiones, donde todo compartía un mismo ambiente. La sala y la cocina estaban integradas en un área pequeña, pero lo suficientemente práctica para alguien que viviera sola.

Un sofá cama gris ocupaba el centro de la estancia, con cojines algo desgastados que hablaban de los inquilinos anteriores. Frente a él, una pequeña mesa de café cojeaba ligeramente sobre el piso de madera vieja, mientras que una televisión antigua descansaba sobre un mueble que parecía haber visto mejores días.

La cocina, a la izquierda, era compacta pero funcional. Contaba con una pequeña estufa de dos hornillas, un fregadero de acero inoxidable y un refrigerador blanco que zumbaba suavemente, como si protestara por los años de servicio. Los armarios, pintados de un amarillo pálido, tenían las esquinas astilladas, pero Eva notó que estaban limpios, lo cual era un alivio.

El único espacio separado era el baño, ubicado al fondo, con una puerta de madera que parecía haber sido repintada varias veces. Era pequeño, pero incluía un lavabo, un inodoro y una ducha que apenas dejaba espacio para moverse. A pesar de las dimensiones reducidas, Eva agradeció que estuviera aparte del resto del apartamento.

La única ventana, situada junto al sofá cama, dejaba entrar una luz tenue a través de unas cortinas delgadas y desteñidas. Desde allí se alcanzaban a ver los árboles altos que rodeaban el complejo, creando una atmósfera tranquila, aunque un poco solitaria.

El lugar tenía un aire humilde, casi austero, pero algo en su simplicidad le transmitió a Eva un sentido de oportunidad. No era mucho, pero era un comienzo.





Imágenes del apartamento con ayuda de IA. Lo que imagino es como una mezcla de los 2, sin llegar a ser tan feo como el primero, pero obvio no tan moderno como el segundo.

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