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capítulo catorce ;; schickstino

Cinco Meses antes del Mundial Juvenil.

Helene bajó la cabeza resignada antes de dejarse caer en el muy duro campo de fútbol. Después de tanto esfuerzo, Alemania perdía la final contra Países Bajos. El pitido final del árbitro resonó en sus oídos. Las lágrimas comenzaron a asomar en sus ojos, pero se obligó a mantener la compostura. Había dado todo lo que tenía, y sin embargo, la victoria se les escapó de las manos.

Observo a su hermano quien se encontraba hablando con el capitán de los Países Bajos. Aunque las palabras que intercambiaban eran inaudibles desde donde ella estaba, podía ver la sinceridad en los gestos de Karl. Él no estaba molesto, ni siquiera derrotado, al contrario, parecía dispuesto a felicitar a sus rivales por su esfuerzo. La imagen de él, siempre tan sereno, la hizo respirar hondo.

La derrota de esa tarde no era fácil de digerir, pero Helene sabía que había algo más grande en juego. El Mundial Juvenil estaba al alcance de su mano, y esa clasificación, a pesar de la derrota, era un consuelo necesario. No solo para ella, sino para todo el equipo. Alemania tenía el talento y la determinación necesarias.

Frente a ella una chica rubia la observó. Era una jugadora de los Países Bajos, alguien a quien Helene conocía perfectamente, Karel Cruyfford, quien la misma alemana auto nombro su rival. La rubia sin decir una palabra, tendió la mano hacia Helene.

—Hey, lo diste todo —dijo la chica—. No es fácil perder así, pero la lucha que mostraron fue impresionante.

Helene la miró sorprendida, pero aceptó la mano con una sonrisa. 

—Tu equipo es increíble, Karel —contestó Helene—. Y tus goles son increíbles.

La neerlandesa solo soltó una risa

—Alemania no se queda atrás y tú menos, Helene, fue un gran partido. Estoy segura de que te veré brillar en el Mundial Juvenil.

Helene sonrió tímidamente ante el cumplido de Karel, sorprendida por la amabilidad de su rival. Las palabras de la neerlandesa, tan sinceras y directas, fueron un gran consuelo en medio de la decepción que aún la consumía. Habían pasado casi seis años desde que alguien le daba algún cumplido.

—Gracias, Karel —respondió—. Nos vemos en el Mundial, espero que la final sea europea.

Karel sonrió y asintió—. Será un honor, Helene —respondió Karel, con una sonrisa juguetona—. Los Países Bajos llegarán a la final.

Helene rió suavemente, aliviada por la atmósfera ligera que se había creado entre ellas. El dolor de la derrota seguía presente, pero ese breve momento de entendimiento y respeto entre rivales le permitió ver la situación de otra manera. El Mundial Juvenil era el siguiente paso, y esa derrota solo les había mostrado lo lejos que podían llegar.

—Lo que sea que pase, será un juego increíble —dijo Helene, con determinación en su voz—. Y, pase lo que pase, estaré lista.

Ambas se dieron un breve apretón de manos, antes de que Karel comenzara a alejarse hacia su equipo. Helene la observó irse, notando que, a pesar de la derrota, había algo diferente en su interior. 

Volvió a mirar a su hermano Karl, quien ahora se acercaba con una sonrisa en su rostro, aparentemente sin preocupación. 

—¿Todo bien? —le preguntó Karl, alzando una ceja, como si pudiera leer lo que pasaba por su mente.

Helene asintió, esta vez con más fuerza, y tomó una profunda respiración.

—Sí, todo bien —se pasó una mano por el cabello, por lo general cuando tenia partidos no usaba su gorra, pues la única que vez que la uso se le termino perdiendo—. Ahora, a prepararnos para lo que viene. El Mundial es lo único que importa.

Karl le sonrió—. ¿Qué te parece ir a Indonesia? Takako y Wakabayashi  aún están luchando por su clasificación en Asia.

Helene se quedó en silencio por un momento, sorprendida por la propuesta. El entusiasmo creció dentro de ella al pensar en sus viejos amigos, Genzo y Takako, a quienes no había visto en mucho tiempo. La idea de reunirse con ellos la llenó de emoción.

—¡Sí! —dijo sin pensarlo dos veces—. Me encantaría ir, Karl. Quiero verlos de nuevo, quiero ver cómo están. ¡Y podríamos llevar a Kaltz también! 

Su hermano solo la observo y rodó los ojos, la actitud actual de su hermana contrastaba completamente con la que tenía minutos atrás.


🇩🇪



Jakarta, Indonesia.

Cuando recién llegaron al país asiático lo principal fue ir al estadio. ¿Fue complicado? Sí. DEMASIADO.

Pero finalmente habían llegado, la semi final, Japón VS Irak estaba a nada de terminar.

Mientras caminaban entre las gradas observaron a su amigo japonés, Genzo, quien al parecer no había sido titular, mientras que en el campo cubriendo la portería se encontraba Takako.

Kaltz fue el primero en llamar a Genzo, y el primero en tomar la confianza suficiente como para sentarse junto a él. Después la alemana lo siguió, él único en quedarse de pie fue Karl.

—¿Sigues mal? —le preguntó Helene a Genzo señalando sus manos—. Eres un cabeza hueca, el médico te dijo que no jugaras hasta cierto tiempo, ¿Y que haces? Te vas a jugar —ella lo miro mal—. Muy mal Kopie.

Genzo soltó una carcajada.

—¿Por qué tan preocupada, kūron?

Helene frunció el ceño al escuchar su respuesta, además se apenó un poco.

—No estoy preocupada, solo digo lo obvio. Pero claro, como eres un egocéntrico testarudo, no entiendes razones. 

Genzo sonrió de lado, disfrutando cómo Helene intentaba ocultar su preocupación detrás de su actitud.

La rubia chasqueó la lengua y desvió la mirada, cruzándose de brazos.

—Haz lo que quieras, es tu carrera la que pones en riesgo. No es como si me importara... 

Helene bufó y miró hacia el campo, donde Japón estaba a punto de ejecutar un tiro libre peligroso. Genzo, sin dejar de sonreír, también volvió su atención al juego. 

—Está bien, kūron. No me esforzaré demasiado... por ahora. 

Helene rodó los ojos, pero en el fondo, una pequeña parte de ella se sintió aliviada.

—Por cierto, ¿qué hacen aquí? —cuestionó el japonés observando a Karl, mismo que después empezó a contarle todo.

Al menos en ese tiempo Asia estaba teniendo muchas generaciones doradas de jugadores, como tal el deporte en dicho continente estaba creciendo a pasos agigantados, empezando por Japón.

Los más perspicaces podrían notarloz el interés del mundo en Japón. Muchas federación habían mandado a personas para observarlos. Incluso los alemanes estaban allí por esa misma razón.

Helene desvío su vista un poco del campo justo en el momento que Shõri anoto el tercer gol del partido. Al escuchar los gritos rápido volvió a mirar, siempre se perdía de esos momentos por distraerse.

Aunque en esa ocasión no se quejo como solía hacerlo. Ella había notado a alguien en ese estadio.

Se levantó de su asiento para verificar que no estuviera soñando, ella sonrió ampliamente, si había visto bien.

Carlos Bara o Santana también se encontraba en ese estadio, pero no estaba solo, un chico más pequeño que él lo acompañaba.

—Vuelvo pronto —anunció ella.

—¿Por qué siempre es con sudamericanos, Hel? —le dijo su hermano, más ella no volteo a verlo, solo siguió con su camino.

Helene subió rápidamente las gradas, esquivando a los aficionados que se levantaban para celebrar el gol de Japón. Su mirada no se apartaba del lugar donde había visto a Carlos y al joven que lo acompañaba.

Carlos, conversaba animadamente con el chico que tenía a su lado. El muchacho, de menor estatura y complexión más delgada, parecía estar escuchando con atención, asintiendo de vez en cuando.

Cuando Helene llegó a su altura, no pudo evitar sonreír de lado.

—Vaya, nunca pensé encontrarte por aquí, Carlos Bara —soltó sin preámbulos, logrando captar la atención de ambos brasileño

Carlos parpadeó al escuchar su antiguo apellido, su mirada se oscureció por un instante, pero no dijo nada. Helene notó el cambio en su expresión y entendió que había tocado un punto sensible. Y claro eso la confundió.

El chico más joven a su lado, Pepe, se removió en su asiento, visiblemente incómodo. No era la primera vez que veía a alguien mencionar el antiguo apellido de Carlos, y siempre parecía traerle recuerdos que prefería enterrar.

—Es Carlos Santana ahora —respondió él con voz serena, sin apartar la vista del campo.

—Oh, claro —dijo Helene, alzando una ceja.

Después notó como Pepe le dirigió una mirada de advertencia, ella lo observo con una expresión impasible y movió un poco su cabeza como si le preguntará que estaba ocurriendo, solo le quedo encogerse de hombros y seguir.

—No esperaba verte en Indonesia —continuó la alemana, esta vez en un tono más ligero.

Santana relajó un poco los hombros y finalmente desvió la mirada hacia ella.

—Tenía que ver este partido en persona —respondió—. Japón aún no está al nivel de Brasil, pero son interesantes.

Helene asintió. No le sorprendía que Carlos estuviera ahí con ese propósito. 

—¿Y qué hay de ti? —preguntó él, mirándola con curiosidad.

—Nosotros también vinimos a observar —respondió con una sonrisa—. Alemania no se va a quedar atrás.

En ese momento, el joven acompañante del brasileño intervino, después de estar analizando a la alemana por un buen rato descubrió quién era.

—¡Ya se quién eres! —exclamo el acompañante de Santana—. Eres la hermana de Schneider.

La hermana de Schneider.

Por primera vez, ella dudó. Antes, nunca le había molestado que la identificaran de esa manera. Era un hecho que la gente la veía como la hermana de Karl Heinz Schneider, y lo aceptaba sin más. Pero esta vez fue diferente.

Sintió cómo algo dentro de ella se removía, una sensación incómoda que no había experimentado antes con tanta claridad. Era como si, a pesar de todo lo que había logrado, de todo el esfuerzo que había puesto en forjar su propio camino, aún estuviera atrapada bajo la sombra de su hermano.

Pepe seguía mirándola con entusiasmo, sin notar el conflicto interno que la había invadido. Santana, en cambio, sí lo notó. Sus ojos grises se clavaron en los de ella, con una intensidad diferente, como si entendiera lo que pasaba por su cabeza.

Helene inhaló profundamente y se obligó a relajar los hombros. No iba a dejar que algo así la afectara. No ahora.

—Eres Helene, ¿cierto? —pregunto Santana.

Helene lo miró fijamente, con un leve titubeo en su voz.

—Sí, así es —respondió.

Acto seguido ella sonrió. Su expresión pasó de la duda al descaro en un segundo, como si no hubiera pasado nada.

Pepe, ajeno a la tensión que acababa de formar, siguió con su entusiasmo, sin entender del todo lo que pasaba.

—¿Eres buena como tu hermano en el campo? —preguntó el joven, con la curiosidad propia de alguien que apenas estaba conociendo a la alemana.

—Soy mejor —respondió, y aunque su tono era ligero, su voz dejaba claro que no era una simple jactancia vacía. Su ego era grande, sí, pero las palabras salían con confianza, como si estuviera acostumbrada a que todos le creyera.

Santana observó a la alemana en silencio, como si estuviera evaluando cada movimiento, cada palabra. Había algo que le hacía notar más a Helene, tal vez su forma extrovertida, su comportamiento que llevaba matices de egocentrismo y ego puro, pero a su vez un aire de duda oculto tras esa fachada de seguridad.

Helene empezó a sentir su mirada, incluso ella misma volteo a verlo, fue un simple cambio, pero el impacto fue inmediato: y su confianza comenzó a tambalear, algo que la hizo sentir nerviosa.

No estaba acostumbrada a esta sensación. ¿Por qué no podía simplemente continuar con la conversación como si nada? De repente, las palabras parecieron quedarse atascadas en su garganta. La seguridad que siempre llevaba con ella se evaporó por un instante, y lo peor era que no sabía cómo recuperarla.

De manera casi imperceptible, sus manos se entrelazaron, un gesto nervioso que rara vez mostraba. Sus mejillas, normalmente firmes y controladas, empezaron a ponerse ligeramente rojas, algo que no pasó desapercibido para ella.

Santana, al notar el cambio en su actitud, se dio cuenta de inmediato de que algo había alterado a Helene. Simplemente, desvió su mirada.

—¿Se conocen? —intervino el otro chico con algo de incomodidad—. Por cierto me llamo Pepe.

—No realmente, quizá solo de vista —contestó Santana.

Esa respuesta, directa, hizo que un nudo se formara en su garganta. En ese instante, todo en su cuerpo se tensó. Algo en su interior, en lo más profundo, le dijo que debía irse. No tenía lugar allí, no en esa conversación, no en ese momento. 

¿Qué estaba haciendo aquí? 

¿Por qué había creído que había algo más entre ella y Carlos? ¿Por qué había creído conocerlo?

Se sintió tonta, pequeña.

Al principio, la herida era como un pinchazo rápido, inesperado, que le atravesó el pecho. ¿Por qué le había dolido tanto? Si en realidad, Santana tenía razón. No se conocían. No más que un par de intercambio de miradas cuando ella fue a Brasil, nunca se habían dirigido la palabra. 

Ella notó algo en el brasileño. Carlos ya no era el mismo.

Había pasado por demasiado, había cambiado, y ella estaba demasiado lejos de comprender lo que realmente había vivido en esos años. No entendía su historia, ni el peso de su apellido. Y menos aún entendía lo que representaba ahora para él el apellido Santana, ni por qué aquel nombre de su pasado le dolía tanto.

Sacudió la cabeza, como si pudiera disipar las dudas que comenzaban a nublar su mente. No iba a permitir que algo tan insignificante como una conversación la derrumbara. Aunque sus manos, temblorosas, traicionaban su aparente firmeza.

—Así que... —dijo, despidiéndose con rapidez—. Supongo que mejor me voy. Ha sido un placer verlos aquí...

Helene comenzó a alejarse. Sin embargo, en su interior sentía un vacío profundo, como si algo se hubiera roto y no sabía cómo recomponerlo. Y aunque su mente le insistía en que estaba bien, que había sido lo correcto, algo dentro de ella gritaba lo contrario. Algo dentro de ella lamentaba no haber conocido la verdadera historia detrás de Carlos Santana.

🇩🇪




Helene: Yaaaaa, déjame😿

Helene: Tengo otra perspectiva de las cosas, eso ya no es mi culpa.

Kopie: Creo que solo a ti se te ocurre, y luego mira con quién.

Helene: Déjame o ahora si voy a llorar. 

Kopie: Debo de contarle a Kaltz esto.

Helene: Nooooo, no es gracioso. Te voy a acusar con Shõri.

Kopie: Ahora odio que tú y ella se lleven bien, debí haber impedido que se conocieran.

Helene: Ya le dije.

Helene rodó los ojos y apago su teléfono, en que momento había creído que decirle a Genzo era buena idea... pero al final era el único en quién podía confiar.

En ese momento algunos toques en su puerta la alejaron de sus pensamientos, alzo la vista.

Herein*.

Su hermano se encontraba frente a ella, la rubia le hizo una seña para que se sentara junto a ella. Y Karl tomó asiento junto a su hermana, apoyando los antebrazos en sus rodillas mientras exhalaba profundamente.

—¿Qué opinión tienes sobre Japón? —preguntó sin rodeos.

—Sabía que me ibas a preguntar sobre eso.

Karl esbozó una pequeña sonrisa.

—¿Y? ¿Qué piensas?

—Japón es... interesante. Pero escuche a Santana decir que los japoneses aún no estaban al nivel de Brasil.

—Era de esperarse, sin duda Brasil se reforzó muy bien gracias a su entrenadora.

Helene frunció el ceño al escuchar la última palabra.

—¿Entrenadora? —repitió con incredulidad, inclinándose ligeramente hacia adelante—. ¿Te refieres a una mujer dirigiendo un equipo masculino?

Karl asintió, notando la sorpresa en su hermana.

—Pensé que tu eras la mas informada en esto, Hel —comenzó Karl—. Su estratega es una mujer, ha trabajado con varios clubes y ahora está a cargo de la selección juvenil.

—Bueno deje de investigar cuando me hice profesional.

Karl soltó una pequeña risa burlona y la miró con aire de incredulidad.

—¿Profesional en qué aspecto? —preguntó con una sonrisa divertida—. ¿En tu carrera o en dar discursos de autoelogio?

Helene le lanzó una mirada de advertencia, pero no pudo evitar sonreír levemente.

—Oh, cállate —murmuró, dándole un leve empujón en el brazo.

Al final su hermano terminaba siendo su hater número uno.








































MARCY HABLA:

Mi niña extrovertida se ha topado con un muro tremendo 😭. Además la re contra regó con Santi, en su defensa Belú se lo presento así... buenooo quizá si le dijo algo del Santana pero a la niña se le olvidó JAKFKWJF.

Herein: Adelante.

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