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IV: Gélido.

Cuando llegaron a la casa de Jeongin, Minho estuvo más calmado que antes. Incluso por su mente llegó a pasar que todo lo sucedido en realidad no fue más que una experiencia onírica demasiado vívida, que nada de eso había pasado, guiando la culpa a tantas emociones juntas producidas por llevar a cabo un ritual como ese.

Sin embargo, se sintió estúpido y atrapado recién acuñó la esperanza porque de ser así... ¿estaba enloqueciendo? Recordaba muy bien cada una de las expresiones de Jisung, las palabras dichas, estremeciéndose al rememorar el dolor en la espalda al abrirse la piel con un sonido viscoso.

—No es muy grande, pero estaremos cómodos aquí —comentó Jeongin mientras se quitaba el abrigo que luego lo colgó en el perchero detrás de la puerta.

Cuando tenía cerca de diecisiete años, Jeongin dejó la casa de su madre por problemas constantes dentro del hogar. Con el tiempo y ayuda de su padre adquirió una casa pequeña; era bastante agradable y cómoda ¿cómo no? Si a Jeongin no le gustaba nada fuera de lugar.

La fachada de la casa estaba pintada de un turquesa desaturado con los portones negros, la pintura estaba perfectamente cuidada y las ventanas raras vez se cerraban, a él le gustaba sentir la brisa al sentarse en el sofá de la sala o al lado de la ventana, lugar que ocupaba cuando debía hacer algún deber. La decoración era sencilla pero moderna, la mayoría de los muebles eran negros mientras otros blancos o de madera maciza marrón oscuro, lo suficiente para seguir el juego de colores.

Minho se quitó los zapatos, pasó de las pantuflas porque le gustaba ir descalzo. El piso de granito brillante y perfectamente pulido daba la impresión de que podrías mirar tu reflejo en él, en ése momento Minho cayó en cuenta de lo ordenado y aseado que era Jeongin. Jamás lo imaginó con tales atributos, siempre pensó que se encontraría en un nido de cucarachas, vaya que estuvo equivocado. Con lo ordenado que era, lo hacía ver a él como un completo cochambroso.

—¿Puedo tomar un baño? —preguntó el más pálido levemente avergonzado, no por la pregunta que hacía sino que se veía como un niño asustado que corre a la habitación de su madre después de una pesadilla; en éste caso sería a la casa de Jeongin luego de extraños sucesos y manifestaciones.

—Claro, es la puerta del fondo —señaló la puerta de la que hablaba y seguidamente tomó a Minho de la muñeca para guiarlo hacia la habitación de huéspedes—. Dormirás aquí, puedes acostarte tarde viendo televisión si eso quieres. Iré por algo de cenar mientras te acomodas, si necesitas algo, llámame.

Jeongin no terminaba de digerir lo que le había pasado a Minho pero se sentía algo culpable por haber sido él quien propuso el ritual como penitencia ¡aunque nunca pensó que algo así podría pasar! creyó que sería divertido verlo un tanto asustado pero jamás esperó que un rito sacado de Internet pudiese ser tan real. Por otro lado, era un desenlace que no se quería perder.

Minho lo culpó momentáneamente por lo sucedido, pero él mismo concretó que Jeongin no era culpable, al principio de la apuesta él aceptó y más tarde, fue quien lo llevó a cabo. Para él no había otro culpable que sí mismo.

Sin embargo, Minho ignoraba la complejidad de la situación y todas las implicaciones que para el momento no comprendía en lo más mínimo.

No esperó más para dirigirse al cuarto de baño, deseaba una ducha más que nada. Por mera curiosidad, se dio la vuelta para mirarse la espalda, albergando la esperanza de no hallar ningún tipo de rastro que evidenciara lo ocurrido pero allí estaba lo que más temía; una cicatriz, dando la impresión de que la herida tenía años de haber sanado. La tocó; era suave, abultada, levemente tibia. Muy real. Ya no tenía ni la más mínima fe en que el episodio fue imaginario.

Una vez en la ducha intentó regular la temperatura, no lo consiguió, no importó cuanto trató de ajustarla; el agua siguió fría, gélida. No le quedó de otra manera, ya le avisaría a Jeongin sobre el desperfecto.

Temblaba de frío cuando salió de la ducha, se colocó una bata de baño de Jeongin que le otorgó la muy requerida calidez necesaria. Minho tenía miedo de mirarse al espejo, no deseaba saber si Jisung seguía con él, quería creer que estaba atrapado en su departamento por ser ahí el lugar de la invocación. Casi agradeció que el espejo del baño se hallara empañado.

En la sala se encontró con Jeongin quien ya había vuelto con la cena, eso le hizo pensar que tardó bastante sin ser consciente. En la mesa frente al sofá se hallaba una caja de pizza junto a la bebida.

—Ven, antes de que se enfríe —indicó Jeongin, llamándole con la mano. Seguidamente se fue hasta la cocina, yendo por un par de vasos para la bebida.

—Muchas gracias —dijo al tomar asiento, abriendo la caja y disfrutando del aroma que manaba de la pizza y su estómago se impacientó—. Por cierto, el calentador de agua no funciona.

—¿Estás seguro? Me di una ducha justo antes de ir por ti y funcionaba perfectamente.

—Sí, tuve que ducharme con agua fría. No hubo manera.

Jeongin consternado caminó hacia el cuarto de baño, se le hacía muy extraña tal afirmación porque estaba seguro de que hacía nada funcionaba bien. Por otro lado, pocas semanas antes remplazó el sistema antiguo por uno más moderno ¿le habían estafado?

Para sorpresa de Minho, Jeongin no encontró ninguna avería; el agua salió tibia e incluso pudo ajustarla tan caliente que el vapor inundó la habitación. Se quedó atónito con medio pedazo de pizza atravesado en la boca, hizo exactamente lo mismo minutos antes y no funcionó.

Ninguno de los dos dijo nada al respecto. Jeongin se encogió de hombros, visiblemente aliviado por no tener que hacerse cargo de más gastos pero Minho volvió a sentirse intranquilo, se le revolvió el estómago y hasta su hambre menguó. Trató de pensar en otra cosa mientras se obligaba a comer fingiendo que todo estaba bien, respondiendo a la charla trivial que tenían cada tanto mientras veían la televisión.

—Es bonito ese collar —comentó el menor tras finalizar la cena. La bata de baño que Minho vestía se abrió un poco, dejándole ver el collar que lucía al rededor del cuello.

Jeongin lo encontró curioso, era lindo pero no lucía como algo que él compraría para sí mismo. Ni lo miraría dos veces en una vitrina. Más allá de eso, le daba la impresión de que le sentaba bien al mayor aún cuando nunca antes lo vio usar algo similar.

—Lo compré en una tienda rara —dijo llevando los dedos hasta el collar, toqueteándolo con las yemas.

La hora de dormir llegó poco después, al menos para Jeongin quien tenía la costumbre de dormir entrada la noche y levantarse temprano. Minho compartía el mismo hábito pero esa noche no tenía ni un poco de sueño. Lo atribuyó a los desmayos de esa tarde, realmente no supo cuánto duraron. Siguiendo el ofrecimiento de Jeongin, se quedaría hasta un poco más tarde viendo la televisión, a bajo volumen para no perturbar el descanso de su amigo.

Minho creía ingenuamente que estaba solo, pero se equivocaba; ya no lo estaría jamás. De Minho saberlo, lo sentiría como una situación nefasta pero para Jisung, quien estaba consciente de ello, no era suficiente. Estaban juntos a medias, incluso menos que eso, por lo tanto lo repudiaba.

Minho fue cediendo ante el sueño, acurrucándose entre las mantas que Jeongin le dio antes de irse a dormir a su habitación. Dentro del sopor, percibió caricias en cuero cabelludo, dedos que se hundían entre sus hebras negras y le daban suaves masajes. Pensó que se trataba de su amigo que por alguna razón volvió a su lado.

Lejos de lo que creía, Jeongin dormía en la habitación principal abrazado a una almohada con el teléfono celular en la mano derecha. Costumbre que tenía cada vez que Seungmin volvía tarde a casa, lo hacía para despertar con la vibración y el repique del celular en caso de alguna eventualidad imprevista, que usualmente se resumía en Seungmin olvidando las llaves.

Si Minho hubiera estado un poco menos somnoliento y agotado mentalmente, quizá habría notado que los dedos de Jeongin eran más largos, más delgados y que éste de seguro, le tiraría débilmente de cabello mientras que también se dormía. Mas no fue así, quien le ofrecía tal atención se mantenía en completo silencio observando como Minho se hundía en el mundo de los sueños.

Minho veía en sueños imágenes abstractas y recuerdos fugaces que no recordaría al despertar, por la mente de Jisung surcaba un escenario muy distinto que lo acompañaba desde hace muchísimo tiempo; los momentos robados en los que se permitían cercanía íntima ocultos en el bosque, viendo las estrellas, con la brisa nocturna batiendo sus cabellos y las luciérnagas brillando para ellos.

Todo era tan bueno, tan perfecto en esa lejana época. De saber cómo terminarían las cosas hubiese actuado con más cuidado, habría amado con más intensidad. Deseaba volver a ese tiempo donde ambos se amaban y no sentía un profundo hoyo en su pecho al saber que su amado no tenía ni la menor idea de quién era, viéndolo como un intruso que perturbaba su paz, antes de que... Lo abandonara a su suerte.

—Eres mío, Minho —murmuró. Si pudiese llorar, lo haría. El dolor en su pecho se incrementaba con cada día que pasaba, el vacío en sí mismo crecía. Ya no se conocía.

Jisung era un alma maltratada, que desde varios siglos atrás habitaba el limbo en busca de una salida, atado al plano terrenal. Consumido por el resentimiento, por el fantasma de una promesa rota y la intensidad con la que amó.

Poco sabía de la vida mundana, de la realidad y el sentir humano. Ya no recordaba nada, todo eso se disolvió en su mente con el pasar de los años.

Solo se aferraba a un solo objetivo; vivir aquello que se le arrebató, sabía que Minho era suyo y lo tendría consigo, sin importar lo que tuviera que hacer.

No quería hacerle daño a nadie, pero lo haría si no se quitaban de su camino.

Una hora después, Seungmin llegó cansado a casa después de un largo día de trabajo. Al entrar, vio a Minho dormir en el sofá pero apostaría que alguien más estaba a su lado.

—¿Jeongin? —farfulló, presionando el interruptor de la luz al lado del marco de la puerta.

Al encender la luz, la silueta desapareció en un parpadeo y el televisor recibió estática. Seungmin se quedó mirando fijamente el mismo punto, con un escalofrío extendiéndose por su espina dorsal.

—¿Minnie? —llamó Jeongin desde el pasillo, con la voz ronca por recién despertar. Visiblemente adormilado, esforzándose por mantener los ojos abiertos.

Seungmin se sobresaltó, maldijo por lo bajo con el corazón latiéndole con fuerza ¿qué demonios acababa de pasar? Cerró la puerta, apagó la luz nuevamente y avanzó hacia su novio, visible por la luz que salía de la habitación.

—¿Qué sucede? —cuestionó Jeongin, viendo la expresión de su amado.

—Nada, es solo que creí ver... —se interrumpió—. Nada, no es nada. ¿Qué pasó con Minho? ¿está enfermo?

—No, no —respondió el menor—. Es largo, mañana te contaré. Ahora vamos a dormir ¿sí?

Seungmin asintió, con su cuerpo liberándose de la tensión provocada por el susto en cuanto Jeongin lo abrazó y caminó hacia atrás, haciéndolo entrar en la habitación con cortos pasos, cerrando la puerta tras ellos.

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